Venezuela

Virgilio Ávila Vivas: 80 años de vida, 80 años de Acción Democrática

De sus ocho décadas recién cumplidas, el partido Acción Democrática ha pasado la mitad de ellos enfrentado al autoritarismo. Su actuación en la política de Venezuela ha sido clave para la historia, tanto en sus crisis como en sus esplendores. Un testigo de eso es Virgilio Ávila Vivas, quien publicó este año un anecdotario de sus vivencias en la Venezuela civilista de la segunda mitad del siglo XX

Virgilio Avila Vivas y Carlos Andrés Pérez
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Sentado en uno de los pupitres de tercer año del Liceo Nueva Esparta, Virgilio Ávila Vivas intervenía con elocuencia en la clase de historia de Venezuela. No entendía cómo, después de tres años de democracia, los militares habían regresado al poder. Entonces, él tenía 14 años y se interesaba por la política.

En sus exposiciones, quien años después sería conocido públicamente como el doctor Ávila Vivas hablaba sobre la situación de Nueva Esparta, la tierra que lo vio nacer el 26 de octubre de 1941. Pero Margarita no era la isla del encanto de los años venideros, que recibiría a turistas a montones. Estaba muy lejos de serlo. Por aquel entonces era una isla abandonada por el gobierno.

Aunque era un paraíso natural, el desinterés de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez por atender los problemas de Nueva Esparta había agravado las condiciones de vida de sus habitantes, al punto de que no contaban con empleos fijos, tampoco con servicios públicos, escuelas, liceos o suficientes hospitales. Era un territorio a la deriva, porque las obras del gobierno solo se enfocaban nada más en Caracas, mientras el interior seguía en el atraso.

Esa realidad generó un descontento político en todo el estado y, aunque amordazado, el debate latía entre los margariteños.

Él todavía lo recuerda: “Nueva Esparta fue el estado más politizado de Venezuela. La tierra de Jóvito Villalba y de Luis Beltrán Prieto Figueroa. Donde los urredistas no comían arepa de maíz blanco y los adecos no comían arepa de maíz amarillo. Hasta ahí llegaba el extremo de la política neoespartana”, dice al recordar la identificación del pan tradicional venezolano con los colores de los partidos más influyentes de entonces.

Ante ese dilema, Ávila Vivas se inclinó más por Acción Democrática, a cuyos miembros admiraba. En su opinión, la historia de ese partido era la de la democracia venezolana.

No estaba equivocado. La tolda, que fue fundada durante las tensiones y la transición del posgomecismo, había llegado al poder el 18 de octubre de 1945, después de años de movilización por la demanda de reformas y cambios de las estructuras políticas. Al golpe militar contra el presidente Isaías Medina Angarita le siguió la formación de la Junta Revolucionaria de Gobierno que, casi de inmediato, convocó una Asamblea Nacional Constituyente y declaró el voto universal, directo y secreto.

Militares y civiles

Pero los siguientes tres años no solo estuvieron signados por la fiesta electoral que hallaba lugar en el país, sino también por las pugnas que crecían dentro de un sector de las Fuerzas Armadas, que cada día parecía arrepentirse más de haberle otorgado confianza a los civiles.

Las diferencias de proyectos políticos, el sectarismo del partido y su indistinción con el Estado, aunado a los deseos castrenses de administrar al país, llevaron al tumbo definitivo que derrocó al gobierno de Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948, y, semanas después, sometió al partido a la clandestinidad y al exilio.

Así se mantuvo por una década, tras embriagarse de poder por tres años.

En 1956, un poema escrito por Ávila Vivas en homenaje al primer aniversario de la muerte de Andrés Eloy Blanco, uno de los miembros de AD a quien admiraba mucho, resonaba entre los salones del liceo y expresaba los aires democráticos que años después impregnarían todas las calles de Venezuela. En ese momento, aquellas palabras eran un peligro. Pérez Jiménez no toleraba la propaganda adeca, la reprimía con fuerza. Muchos terminaban en una prisión en Guasina, una isla en el estado Delta Amacuro donde las condiciones geográficas dificultaban la vida de los prisioneros.

Por suerte, la osadía del joven Virgilio Ávila Vivas pasó desapercibida.

Su graduación de bachillerato llegó en un momento crucial, en el momento en el que retornó la democracia, cuando el país demandaba compromiso de los ciudadanos para la consolidación de las libertades y el freno de los extremismos ideológicos, que pugnaban en toda la región ante las tensiones generadas por la Guerra Fría.

Venezuela no era la excepción del panorama: el Estado no solo actuó en el cuartel, sino también en la universidad. Y Virgilio fue actor y testigo de ello cuando ingresó a la Escuela de Derecho de la Universidad Central de Venezuela (UCV), en el transcurso del año 1961.

Fue ahí, en las aulas de la UCV, donde comprendió con mayor profundidad la dinámica venezolana. Entendió que los partidos habían decidido poner al margen sus diferencias y pactar para garantizar estabilidad política.

El sistema instaurado tras la dictadura tuvo como punto central un acuerdo que, aunque fue firmado por los principales dirigentes partidistas del momento, trascendió esas esferas y trajo 40 años de democracia y gobiernos civiles.

AD tenía las ideas con las que simpatizaba Virgilio: la tolda demostraba haber aprendido de los errores cometidos durante el trienio democrático y apelaba al reconocimiento del otro, que en suma eran los demás partidos. El canibalismo político era cosa del pasado. Y aunque la cohesión frente al militarismo y al comunismo marcaban la pauta, pronto comenzaron a florecer las diferencias.

Al menos tres divisiones signaron el devenir de Acción Democrática en los años 60.

Primero fue la pretensión de la juventud adeca por fortalecer los ideales de izquierda en la tolda inspirados en la revolución cubana de Fidel Castro, y que, al ser detenida por la dirigencia, llevó a sus protagonistas a agruparse en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

Luego, el deseo de otras caras de tomar las riendas del partido los llevó a participar en las elecciones de 1963 bajo el nombre de AD-Oposición, concretándose así la segunda partición.

La tercera ocurrió en el año 1967: Gonzalo Barrios fue el candidato pese al apoyo que su compañero Luis Beltrán Prieto Figueroa capitalizaba. El descontento retumbó en los resultados electorales de 1968.

Justamente, fue el día de esa tercera escisión cuando Virgilio, recién graduado, recibió una llamada. Era del doctor David Morales Bello, un hombre muy cercano al presidente Raúl Leoni.

—Se acaba de dividir el partido y el presidente me pidió que le recomendara gente para la gobernación de Nueva Esparta. Dame por lo menos tres nombres —le dijo por teléfono.

Virgilio, en otro acto de osadía, como la que tuvo aquella vez en el liceo, decidió proponer el suyo. Después de conversar por un rato, Morales Bello le dijo:

—Bien, no me des más. Sal del tribunal que te están esperando Reinaldo Leandro Mora y Carlos Andrés Pérez.

Virgilio ya conocía a Carlos Andrés, el futuro presidente había estado en su casa en Margarita durante la Semana Santa de aquel año. Y fue él mismo quien lo llevó ante Leoni, quien, después de un par de consejos sobre la situación del partido, lo juramentó como gobernador de Nueva Esparta. Sin embargo, hubo un problema: aunque la constitución del estado le permitía ejercer la gobernación, la Constitución Nacional exigía una edad mínima de 30 años y él apenas tenía 26.

Virgilio se convirtió en el gobernador con menor tiempo ejercido en Margarita. Firmó su renuncia esa misma noche. Pero ese funesto episodio le abrió las puertas de AD, donde comenzó a trabajar sin ser militante y, a su consideración, le trajo grandes enseñanzas:

“En una oportunidad, acabábamos de perder unas elecciones, yo iba por el frente del Congreso Nacional, desde la esquina de San Francisco, donde está La Ceiba, hasta la Plaza Bolívar y divisé en la otra esquina a unos amigos que venían caminando y que me visitaban constantemente en Margarita. Cuando me vieron se pasaron a la acera de enfrente. Me acordé de mis padres cuando me decían que los cargos públicos eran efímeros y el comportamiento de la gente era contradictorio. Lo importante era continuar siendo lo que uno era, sin cambiar, seguir siendo humilde, amistoso y dispuesto a servir. Cuando eres consciente de eso, la política te da una visión más amplia de tu compromiso con el país y su gente”.

AD volvió al poder con Carlos Andrés Pérez en 1973.

Eran los años del boom petrolero, producto de la guerra del Yom Kippur. Los dólares que ingresaron al país aumentaron el tamaño del Estado, que comenzó la planificación de enormes obras y adquirió importantes industrias. La mayor de ellas fue la del petróleo, que, desde el primero de enero de 1976, pasó a ser administrado por Petróleos de Venezuela S.A, (Pdvsa) la compañía estatal encargada de su explotación y producción en el territorio.

Esta ola de petrodólares también le trajo severos problemas al Estado. La dependencia hacia la renta implicó que, al bajar los precios, comenzaran los síntomas de un malestar económico. La borrachera petrolera trajo consigo una resaca económica que se expresó en la siguiente década.

A esto se le sumaba el desgaste del sistema político instaurado en 1958, que contribuyó con el descontento hacia los partidos, siendo AD al que consideraban como el mayor responsable de aquella debacle. No obstante, la reelección presidencial de Carlos Andrés Pérez en 1989, después del socialcristiano Luis Herrera Campins y del también socialdemócrata Jaime Lusinchi, significó el último voto de confianza hacia el partido, que no ocupa el Palacio de Miraflores desde 1994.

Virgilio no se mantuvo al margen de aquellos eventos. Los presenció en primera fila, desde el lugar que tenía como amigo del partido. Después de haber ejercido como Juez Nacional de Hacienda, en Caracas, y de haber recibido el reconocimiento como Joven Político del Año por la Federación Nacional de Jóvenes, había entrado el ejercicio de la política como diputado por Nueva Esparta.

Carlos Andrés Pérez, quien lo acompañó en aquella anécdota con Leoni, lo designó como gobernador de ese estado, retribuyéndole una vieja promesa. Así pudo concretar cada una de las obras que pensaba cuando era muchacho: electricidad, acueductos, escuelas, liceos, hospitales, carreteras. Margarita se hizo el destino predilecto para vacacionar.

En el segundo gobierno, Pérez volvió a confiar en él, pero ahora nombrándolo gobernador del Distrito Federal, desde donde también pudo llevar a cabo una serie de obras en materia de interés cultural. Después presidió el Ministerio de Relaciones Interiores, justo en las intentonas de 1992.

Virgilio Ávila Vivas

Recuerda con gracia que, a pesar de haber recorrido todos aquellos cargos de la mano del presidente Pérez, a quien consideraba su amigo, no se inscribió en el partido hasta ese momento.

“Ahí fue cuando llamó Carlos Andrés y me preguntó si yo estaba inscrito. Le dije que no y no me dijo nada. Se quedó callado. Estaba yo en Margarita y, justamente, había inscripciones en la casa del partido. Sin planificarlo, me inscribí en AD, que siempre me recibió sin ser su militante”.

Con eso, Virgilio consumó otro acto osadía: el de entrar el partido en su peor momento, cuando el país, frente a la crisis, lo culpaba de sus peores males.

La salida de Carlos Andrés también fue la suya. Con él aprendió a no inmutarse ni en los peores momentos. “Almorcé con él el último día que pasó en Miraflores y oía sus respuestas a cada llamada, en las que se le planteaban disímiles alternativas que implicaban desistir de su historia”.

—Virgilio, no puedo destruir con los pies lo que he construido con mis manos. Uno no adquiere la verdadera experiencia ni siquiera cuando le están echando la última pala de tierra —le dijo el 20 de mayo de 1993, horas antes de dejar el poder para siempre.

Virgilio lo recuerda con nostalgia: “Él pudo haber buscado o inventado una artimaña para continuar en la presidencia, pero no lo hizo porque era un demócrata profeso”.

Estos y otros pormenores de su vida junto a las grandes figuras de AD las recogió en su libro: Anécdotas de una vida en democracia, publicado en 2021, año en el que tanto él como el partido se convierten en octogenarios.

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