Opinión

Volver a lo simple, una crónica de la cuarentena

La cuarentena y el confinamiento que nos dejan ante otra normalidad nos recuerdan el valor de las cosas simples / Por: María Inés Ferrero

Publicidad
Pedro Torrellas cuarentena estado de alarma
Daniel Hernández

Por María Inés Ferrero, periodista .- Una brisa inusual para esta época del año, en la que la sequía es protagonista, acompañaba mi también inusitada cuarentena en Valencia. De repente todo se redujo. Cada casa se convirtió en un país, para ser el refugio de un viaje con poco equipaje a nuestro interior.

Wuhan, China, diciembre de 2019, el comienzo de un largo camino donde el riesgo de contagio creció de forma exponencial, aunque fue en marzo de 2020 cuando la Organización Mundial de la Salud cataloga de pandemia a Covid-19, cuyo origen se vincula con un mercado de animales exóticos de esa región de Asia y que hasta la fecha ha infectado a más de 2.8 millones de personas y cobrado la vida de, al menos, 194 mil.

Venezuela se sumó a los países en cuarentena el 16 de marzo. Desde entonces, lavarse las manos de forma frenética, usar mascarillas y hacernos a la idea de cómo digerir eso de la distancia social se volvió lugar común.

Urgida de rutina, continúo levantándome temprano, preparo café y lo disfruto en soledad. Me obligo a mantener el ejercicio en mi jornada y salgo a correr. Un silencio casi melancólico es mi compañía mientras dura el recorrido. Cinco kilómetros diarios representan esa bocanada necesaria de aire, al tiempo que un árbol de araguaney, que viste su mejor traje amarillo florido, es mi premio al final de la ruta.

Una mañana, de regreso a casa, vi a un hombre hurgando en la basura. No me pareció un mendigo. Quizás fuera un extranjero. Lo miro a distancia y armo una historia. Tal vez se trate de uno de esos tantos inmigrantes que echó raíces en este país. Pienso en sus hijos, obligados a irse a la tierra de sus ancestros en busca de un mejor futuro. Es posible que sea una fábula de mi imaginación. Entro a casa y le busco algo de comer. Sus ojos cristalinos me miran con agradecimiento, me bendice y sigue su recorrido, quién sabe a dónde irá.

Desde entonces, cada día salgo con la esperanza de volver a verlo. Quiero saber más de él. Ahora que a todos nos ha tocado estar solos, puedo sensibilizarme aún más con su situación.

Entretanto la vida sigue. Siento que ha muerto la prisa. Dosifico las labores hogareñas. Limpio una y otra vez aquello que ya está limpio, descubro telarañas en rincones condenados al olvido. Cocino con entusiasmo de recién casada, me paseo por los estantes de libros y le doy una oportunidad a esa historia que nunca terminé. De alguna forma he vuelto a lo simple, a la vida sencilla.

Abril ha sido también, en esta pandemia, un mes de despedidas para los niños con cáncer de la fundación a la que pertenezco. Dos Victorias perdieron la batalla, una de ellas tenía apenas 7 años, la otra 11. Así como Elías, Jackson, Santiago, Joselin y Jhonaiker. Para ellos y sus padres, la cuarentena tiene un matiz terriblemente doloroso. Reflexiono acerca de mi confinamiento y sé que no tengo como opción la queja.

En un país donde más de 600 medios de comunicación han sido cerrados desde 1999, según el Colegio Nacional de Periodistas, confiar en que tendremos cifras creíbles del alcance de esta pandemia en Venezuela, es una paradoja.

Estamos obligados a cuidarnos más, a continuar ejercitando la paciencia y la creatividad, con la certeza de que solo así podremos reencontrarnos en ese abrazo con nuestra cotidianidad. Mientras tanto, continúo mirando hacia adentro y mantengo viva la esperanza de encontrarme con ese señor que una mañana cualquiera se cruzó en mi camino, porque ahora quiero escribir su historia.

Publicidad
Publicidad