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¿Y si es Biden el que nos conviene?

El discurso de una hipotética invasión, en cambio, fue comprado sin descuento por muchos opositores venezolanos al chavismo, que embebidos por la figura de Trump no lograron diferenciar lo que era una estrategia política (la amenaza) de una acción armada que nunca ocurrió ni estuvo cerca de suceder al menos en los años 2019-2020.

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Escribo con cierta cautela, diría que hasta con aprehensión. Dar por hecho de que habrá un nuevo gobierno en Estados Unidos, y que éste estará encabezado por Joe Biden, como lo señalan todos los resultados electorales, puede generar reacciones -algunas diría que hasta enloquecidas- entre los venezolanos.

Sería motivo de otro tipo de análisis pasearse por las razones por las cuales los venezolanos, en este 2020, dentro y fuera del país, nos hemos tomado tan a pecho, como se dice coloquialmente, el devenir electoral estadounidense.

No ahondaré en este punto. Sólo diré que lo veo relacionado con una característica muy venezolana, arraigada en nuestra cultura política, el locus de control externo. Bastante me insistió la recordada Mercedes Pulido de Briceño, en las clases de postgrado en ciencia política de la Universidad Simón Bolívar, en que allí estaban muchos de nuestros males como sociedad.

En política, esta categoría psicológica, se vive en la búsqueda del mesías, del salvador. Se trata de asumir que un externo, ejerciendo el poder, será una suerte de nuestro redentor. Eso explica el surgimiento de un Hugo Chávez como jefe de Estado, y me parece que explica también el fanatismo con el cual algunos venezolanos apostaban a la relección de Donald Trump.

Pese a que han transcurrido prácticamente dos años desde que el propio Trump sostuviera que todas las opciones estaban sobre la mesa, en relación al papel de Estados Unidos sobre Venezuela, se sigue soñando con una acción cinematográfica orquestada desde Washington que ponga fin al régimen de Nicolás Maduro.

Para quienes están ensimismados en el locus de control externo es difícil de digerir una dosis de realismo político: nadie vendrá a salvarnos.

El tema Venezuela en la política exterior de Estados Unidos, especialmente desde enero de 2019 cuando Trump es el primer mandatario en reconocer a Juan Guaidó como presidente interino, quedó atrapado sin resultados efectivos.

En este momento, aunque sea duro de aceptar para muchos, lo más probable de ocurrir es que Trump salga primero de la Casa Blanca a que Maduro abandone el Palacio de Miraflores.

Washington, con la presencia de figuras como la de John Bolton, convirtió la amenaza de invasión en la principal estrategia. De forma reiterada el aparato de seguridad y defensa de Estados Unidos dejó en claro que no se preparaba una acción contra Maduro. Amenazar, abierta o veladamente, con una acción armada buscaba en verdad el quiebre interno del chavismo.

De forma paradójica, las amenazas de Estados Unidos no fueron creíbles para el chavismo y la cúpula sigue aferrada al poder y pese a sus diferencias, quienes están en el alto gobierno se defienden entre sí. Saben que si hay ruptura entre ellos, todos caen.

El discurso de una hipotética invasión, en cambio, fue comprado sin descuento por muchos opositores venezolanos al chavismo, que embebidos por la figura de Trump no lograron diferenciar lo que era una estrategia política (la amenaza) de una acción armada que nunca ocurrió ni estuvo cerca de suceder al menos en los años 2019-2020.

Junto al discurso amenazante, Estados Unidos lanzó una amplia política de sanciones. No se trató sólo de castigar con nombre y apellido a los responsables de corrupción y violaciones a los derechos humanos, al congelarle cuentas o prohibirle viajar a ese país, sino que también se estableció un cerco sobre Petróleos de Venezuela (PDVSA).

Casi dos años después de lo que fue el endurecimiento y la ampliación de las sanciones también debe decirse sin ambages que tal política ha fracasado. El chavismo aprendió a convivir con las sanciones.

Los enchufados se llevaron su dinero a paraísos fiscales y establecieron a sus familias y negocios de tapadera en otros lugares, principalmente Europa, y las malogradas finanzas públicas reciben oxígeno de otras actividades incluso la minería ilegal promovida desde el propio Estado.

Si al fracaso de la presión (psicológica y financiera) de Washington sobre el chavismo, bajo la administración Trump, le sumamos el propio fracaso que la dirigencia democrática interna que tiene como cabeza a Juan Guaidó, creo que es tiempo de hacer una revisión a fondo y seriamente de dónde estamos parados y de qué manera podrá Estados Unidos contribuir a una transición democrática en Venezuela.

Ni he sido “trumpista” ni seré “bidenista”. Sólo dejo sobre la mesa la posibilidad de que un nuevo aire en la Casa Blanca, con nuevas estrategias para América Latina y Venezuela, tal vez, y sólo tal vez, termine siendo favorable para los venezolanos. Ya veremos.

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