Venezuela

Y vienen y nos dicen que mataron al Picure

Estamos viviendo en un país que dejó de ser humano. La revolución le entregó el ejercicio de la «paz» al crimen.

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¿Dónde estamos? ¿A qué altura del mal estamos?

Diré una obviedad, pero lo siento, tengo que decirla, necesito decirla.

El crimen ha alcanzado alturas de horror.

He sabido incluso de secuestros de niños. Trancan a los carros donde van las madres con sus hijos y se los quitan para luego pedir rescate.

¿Qué país es éste?

Ya no lo reconozco, yo no me reconozco.

No me reconozco en el bachaquero, no me reconozco en el que me insulta y me odia en las redes sociales, no me reconozco en este país sumido en el crimen.

No lo entiendo. O sí, sí lo entiendo.

Pero no dejo de preguntarme cómo hemos llegado a esto.  

Y lo peor: nadie parece tomárselo en serio.

El gobierno juega a la guerra económica. A echarle la culpa al Imperialismo y a todo el mundo. Juega a gritar como una plañidera.

Los viudos de Chávez. Los siempre ofendidos, los indefensos…

Es insólito, pero este gobierno juega al indefenso y al niño llorón acuseta.

Llora y nos roba, y hace los peores negocios para lucrarse.

¿Y los políticos de  oposición? Pues yo no sé ya a qué juegan.

¿Al juego más cómodo? ¿A eso es lo que juegan?

¿A que el país se hunda para entonces ellos aparecer como héroes?

¿A qué juegan en la asamblea? ¿Juegan a que juegan que Ramos Allup diga cuatro barrabasadas y entonces, ¡guau!, Ramos Allup, ¡qué arrecho!?

Estamos en el medio. Estamos en el medio de la indolencia y de los intereses de estos y de los otros. A nadie le interesamos.

O sí, les interesamos a algunos.

Le interesamos a quienes secuestran a nuestros hijos.

Dan ganas de ponerse de rodillas.

Dan ganas de gritar al cielo.

Dan ganas de maldecir.

De salir corriendo. De irse para el carajo.

Estamos viviendo en un país que dejó de ser humano.

La revolución le entregó el ejercicio de la «paz» al crimen.

¿Qué paz? ¿De verdad creyeron que obtendrían paz y seguridad?

«¡Pero es que ésta es una revolución humanista, Fedosy!»

¡Claro, una revolución de paz!

Paz no es lo mismo que libertad, libertad no es lo mismo que libertinaje.

Seguridad no es lo mismo que una tranquilidad con miedo.

Seguridad no es lo mismo que toque de queda.

Un Estado que entrega el ejercicio de la seguridad a la delincuencia es un Estado débil, mediocre, enclenque, putrefacto. Ya no es Estado, así de sencillo.

Y vienen y nos dicen que mataron al Picure. ¿Cuántos años tenía el Picure? ¿Veintisiete? Alguna vez el Picure fue un niño. ¿Tuvo infancia? No lo sé, pero alguna vez fue un niño. Sí, él nació antes de la revolución, pero la mayor parte de su corta vida la vivió durante la revolución… Y en ella murió. Así que, ¿dónde estaba la revolución para hacerlo libre y empoderarlo? ¿Dónde estaba para salvarlo del imperialismo y de los neoliberales?

Eso sí, la revolución empoderó al Picure. No puede negarse.

Lo empoderó con armas y granadas. Lo empoderó con el mal.

Pero, ¿lo hizo libre?

¿Un joven que murió a balazos, sin juicio, sin derecho a reformarse, es libre?

Y lo sabemos, en estas cárceles nadie se reforma.

En nuestras cárceles te gradúas de oscuridad.

Dicen los «revolucionarios» que la revolución es bonita. Si alguna vez fue bonita, ya sin duda no la es. Toda ha sido un error garrafal tras otro error garrafal. Pero tampoco; ni siquiera ésta es la revolución de los errores. A estas alturas es la revolución de las perversidades. Se disfrazó de buenas intenciones, de amor al prójimo, de justicia social. Se disfrazó, sí, y nunca fue.

«El delincuente es también ser humano», dijeron, nos gritaron a la cara, acusándonos de impíos. Y sí, por supuesto que lo es. Pero ningún ser humano, precisamente por ser humano, puede decidir así como así sobre la vida del otro, ni tampoco puede suponer que la ilegalidad es una opción.

Pero, ¿fue un error del gobierno creer que pactar con la delincuencia sería beneficioso? A estas alturas ya no creo en errores.

Creo, total y absolutamente, en malas intenciones.

En perversidad.

¿Quién puede creer en buenas intenciones?

¿Quién puede creer en errores?

¿En guerras contra la idea bonita de la revolución?

La revolución misma se ha hecho la guerra a sí misma y se ha socavado. Desde el primer día, desde el mismísimo «por ahora» aquel que dio el peor de los ejemplos.

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