Venezuela

"Ya no camino por Lima con la gorra tricolor por la xenofobia"

Ángel Moreno casi no recorre las calles de Lima con la gorra tricolor, quiere pasar desapercibido, producto de la oleada de xenofobia que ha tomado a los venezolanos y que los hace temblar, sin embargo, con Ángel pasa algo diferente, sufre un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) que lo empeora todo.

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Durante sus últimos años en la Venezuela de Maduro, Ángel lucía más flaco de lo normal. No recuerda su peso, pero si que había que hacer malabares para tener lo que llaman coloquialmente «los tres golpes». Las chucherías, dulces y platos llenos se fueron distanciando y ante el espejo se veía flaco y ante una inacción política por parte de la oposición se enrumbó a Lima, a casa de una amiga acomodada. Atrás dejó sus atlas de arquitectura, sus libros de periodismo y se llevó lo necesario.

Para ese momento los peruanos se habían familiarizado con los recién llegados y los recibieron con brazos abiertos, pero ante la intensificación de la crisis en Venezuela y datos inflacionarios en un ascenso indetenible la fuga se descontroló hasta llegar a los 900 mil que habitan actualmente, según datos del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Pero un día comenzó a sentir las miradas en el autobús y no eran propiamente miradas amables, si no llenas de desprecio y de críticas. Quiso ignorar la situación y tomarlo como algo del momento, pero cada semana la situación empeoraba. El cambio había llegado y esos brazos abiertos en señal de recibimiento se cerraron.

¿Xenofobia o no?

En Surquillo, uno de los 43 distritos que componen Lima vive Favio Navas, un peruano de 34 años, que se dedica a la instalación de aires acondicionados. Le va bien, gana más que un venezolano con un título aún sin ejercer 1.000 soles (6.328.781,347 bolívares) y está consciente que sus compatriotas se han vuelto xenófobos, dice a El Estímulo desde su país.

«Eso está claro, si hace poco más de un año eran 50 mil y ahora casi un millón ¿En dónde se puede meter a toda esa gente?»

Perú según los últimos datos de Acnur es el segundo destino más visitado por los venezolanos, esos a quienes llaman «venecos» un apodo despectivo utilizado en Colombia para indicar un medio colombiano y medio venezolano. «Nosotros no lo usamos en el mal sentido, pero ellos lo sienten así. Aquí uno dice perucho y es como veneco pero en referencia a uno».

En cambio a Ángel  no le importa que lo llamen así, el entiende que es de cariño. Sin embargo, los titulares de medios amarillistas no lo hacen ver de esa forma, ni los mensajes que llenan las redes sociales. Todos los días se topa con una historia peor en las primeras planas o en los avances informativos, por lo que apaga la TV para ignorarlo.

«El problema no son los venezolanos propiamente, son los medios. Como el país está políticamente en crisis quieren usar a los venezolanos como una pantalla, pero solo muestran asesinatos, robos y secuestros cuando en un comienzo pedían que los ayudaran. Todo es útil para promover la xenofobia». Dice Navas.

Favio detesta el maltrato, lo repudia porque el fue alguna vez inmigrante. En esos tiempos vivía en las Islas Caimán y no fue discriminado, pero entiende lo que es estar lejos de casa.

Antes que el caso de descuartizamiento llenara de rojo los noticieros peruanos, Ángel ya percibía el deterioro de la sociedad. En una panadería lo vivió. Fue a comprar unos bollos de pan para la cena y le pareció que estaban caros y reclamó al vendedor, pero una mujer que también estaba ahí lo atacó. «Vienen a nuestro país sin dinero en la cartera, muriéndose de hambre y se quejan por el precio del pan ¿Por qué no se devuelve a su país?». Moreno enfurecido le respondió «Porque trabajo, porque gano dinero y es mi derecho exigir algo o quejarme».

Sin embargo, hay un miedo real y aunque los peruanos se han apropiado de el, los venezolanos también lo sienten.

«Decir que tengo miedo, es mentira, cuando salgo por ahí, al trabajo o a las plazas no siento miedo, pero se que el TOC me vuelve loco».

Pero a mediados de septiembre Ángel fue a una discoteca, en San Juan de Lurigancho, el distrito más grande y con mayor cantidad de pobres de Perú, un área totalmente desconocida a donde acudió en compañía de amigos locales. Ahí se sentía incomodo por la falta de familiaridad y cuando el DJ gritó «En donde están los venezolanos» el levantó la mano con discreción, casi con temor para que no lo identificaran.

«No era vergüenza es que no sabía quien podía estar mirando».

Cuando salió del local, nadie lo acompañaba y sin Uber en su celular tomó un taxi de turno y se asustó un poco más. «¿Señor me puede llevar a San Luis? pero… ¿Usted no me va a hacer nada verdad. No me va a matar?». El taxista le respondió «Pero si son los venezolanos los que matan gente».

Choque de culturas

Favio aunque apoya a los venezolanos comprende el miedo de los peruanos «Las mujeres andan en la calle y cuando ven un venezolano ponen sus carteras en otra dirección. Hasta yo he guardado el celular. Te bombardean con tantas noticias y terminas por caer, quieras o no».

«Hace poco recibí un correo de una cliente que pedía que los obreros que  instalan los equipos de climatización no fuesen venezolanos ¿Qué puedo hacer? Nada, tengo que hacerlos a un lado porque es el deseo del cliente, pero sabes que está mal».

Esa no ha sido la única situación, recientemente un venezolano conocido le comentó que quería abrir una cuenta de ahorro express en un banco peruano. Sin embargo, mientras hacían el procedimiento. Se toparon con un requisito que tildó de discriminatorio «Para abrir una cuenta con nosotros es necesario ser peruano de nacimiento y poseer una sola nacionalidad». Esto ocurrió en el BBVA y en el Banco de Crédito del Perú.

Aunque le gustaría decir lo contrario Favio sabe que hay factores en la idiosincrasia del venezolano que chocan con la sociedad peruana «Son muy escandalosos, quejones, confianzudos, inestables a nivel laboral, irrespetuosos ante las tradiciones del Perú y nuestra fisionomía, además de una actitud de superioridad que muestran en todos lados. Esto lo digo sin generalizar pero se percibe mucho».

Ángel admite verse reflejado en muchos de esos calificativos, sin embargo se define como trabajador «Tengo tres chambas como dicen aquí. Doy clases de inglés, trabajo en un cevichería y un call center. No nos pueden meter a todos en el mismo saco».Aunado a esto critica los pocos modales de los peruanos y aunque para el son grandes personas, añade que son desconfiados, su sentido de la inferioridad y una particular actitud de esclavista no solo con los venezolanos, sino entre ellos mismos.

Favio hace un paréntesis y explica que  también debe haber una comprensión de lado y lado, porque son dos culturas distintas que colisionan «Perú nunca será como antes y debemos aprender a vivir con eso, pero verlo desde lo positivo y no lo negativo».

Sin embargo, la mayoría no piensa así y señala a las venezolanas de roba maridos y la población emigrante en general de quitar trabajos.

«Es obvio que eso pase. Ellos llegan con mucha energía y a veces con estudios y en trabajos básicos que antes pertenecían a personas de la sierra hoy son para los venezolanos, las construcciones, los restaurantes, los call center y supermercados están llenos y los peruanos de clase obrera quedan al aire es entendible, también tienen que comer».

Peru tiene cerca de 6’593,000 personas que viven en estado de pobreza, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática del Perú, equivaliendo al 20,5 % de la población

A Favio le molesta ver a un joven venezolano pidiendo dinero en las calles se molesta «Son gente menor que yo, pueden buscar un trabajo. Lo puedo entender de un anciano, pero de un joven?». Pero cuando una migración forzada llega a su destino es complejo conseguir trabajo y muchos son víctimas de abusos. Caritas Perú publicó un estudio que detalla que 51% de los venezolanos en ese país ha sufrido explotación, ganando al mes, menos de 1.000 soles, algunos alcanzan los 300 soles.

A esto se suma la purga que la policía y algunas autoridades han realizado en todo el Perú, las redadas. Grupos de 10 o hasta más uniformados que van de cacería de indocumentados. Favio lo ha visto y la parece cruel, en cambio a Ángel le parece bien. «Se que caerán justos por pecadores, pero tiene que haber un control migratorio, aquí entra quien quiere y en esa frontera aún más porque no hay un verdadero control».

Ahora que la sociedad está más enfurecida Angel ha comenzado a averiguar los requisitos para tramitar el visado chileno, algo que tampoco es tan sencillo debido a la burocracia y las limitantes que este país ha impuesto para frenar la migración. Sin embargo, es un plan de emergencia. «No se si algo malo llegue a ocurrir».

Por desgracia, Favio ve inviable un cambio de conciencia en el peruano en referencia a los venezolanos. Sabe que la xenofobia va a aumentar, porque los medios continuarán promoviéndola «Esto es un veneno, nos estamos intoxicando y aunque intento pensar en una solución no la veo».

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