Venezuela

Yacer en el fondo

“Ha sucedido, y por consiguiente, puede volver a suceder”. Con esta frase, sin adornos y sin rebusques, Primo Levi, una víctima del fascismo, advirtió sobre el fuste torcido de la humanidad. La historia es la vitrina de la crueldad humana. El hombre es capaz de todo, incluso de organizar e imponer un sistema feroz y brutal, sin ninguna otra excusa que la prevalencia de la fuerza y la falsa convicción de que unos hombres y sus ideas son más importantes que el resto. Ha sucedido, y lamentablemente sigue sucediendo. Peor aún, nos está sucediendo. 

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Petare-Basura
Texto: Víctor Maldonado

Somos víctimas de un experimento fallido. La colectivización forzada y la destrucción de la economía privada es la causa de la hambruna que se cierne sobre el país. Pero no es un invento inédito. Es la misma ruta equivocada que intentan todos los socialismos. En 1928 Stalin la impuso en la Unión Soviética apostando a un incremento de la productividad que nunca ocurrió. Por el contrario, la muerte fue el signo de un error que cobró a millones de víctimas lo que era responsabilidad de unos cuantos criminales ignorantes que sin mayor problema eran capaces de subordinar la dignidad humana a la primacía de una ideología imposible de llevar a la realidad. Solamente en Ucrania murieron millones por hambre en lo que se conoce como Holomodor. Los mataron de hambre en un afán de demostrar la supuesta superioridad de las granjas colectivas a las que se gestionaban privadamente. Al arrasar con la propiedad privada abrieron el camino a la hambruna.

En China problemas similares comenzaron con el arribo del partido comunista al poder. A Mao no se le ocurrió otra cosa que imponer el “gran salto adelante” para modernizar el sistema agrícola del país. De nuevo la colectivización y la persecución de cualquier opinión disidente se cebaron en la población, logrando niveles de mortandad que todavía hoy se discuten. Mao Yushi, economista chino y premio Milton Friedman a la Libertad del Cato Institute en 2014, sostiene que en algunas poblaciones llegó a matar a 1 de cada 8 personas. Un error humano llamado socialismo real, expresado en un inmenso aparato de represión que servía a los caprichos de un dirigente desvariado, inmoló a más de 20 millones de personas, sin arrepentimiento alguno. Yushi termina calculando que “si sustraemos los bebés que hubieran nacido, utilizando las tasas promedio de mortalidad y fertilidad del periodo, el número de muertes anormales durante la Gran Hambruna fue de 36 millones. Si esta cifra es la correcta, la Gran Hambruna mató aproximadamente la misma cantidad de personas que la Segunda Guerra Mundial”.  

En Camboya el guión lo quisieron desempeñar Pol Pot y sus Jémeres Rojos. Él también creía en el hombre nuevo y en una utopía rural que suponía la transformación absoluta del país. En 1975 su régimen abolió el dinero, la propiedad privada y la religión. En todo el país se impusieron sociedades agrarias colectivas donde sobraban el conocimiento y la división del trabajo. Cualquier profesional era sospechoso y habitualmente aniquilado. En el camino murieron 1 de cada 3 hombres, que llegaron a sumar 1.7 millones de víctimas de la colectivización. 

Cuba no hace sino encubrir todavía las razones y consecuencias de su “período económico especial”.  Pero basta con leer las novelas de Padura para tener una versión de las terribles consecuencias que significó vivir un régimen que prefirió mantenerse firme en su comunismo colectivista antes que hacer cualquier concesión a la realidad. Pero los cubanos son expertos en las medias verdades. La realidad es que hubo una caída abrupta de la ingesta calórica, en promedio un 26%, pero llegó a ser de un 50% en niños y ancianos.

Pérdida de un promedio de 5,5 kilos de peso, “epidemias” de neuritis óptica por bajo consumo de vitamina B y polineuropatía periférica carencial, precisamente porque la gente no podía comer lo suficiente. Es difícil saber cuántos fueron los afectados, pero la impronta quedó en el corazón de los que debieron sufrir tales penurias. El cinismo oficial no tiene límites. La mentira siempre está al acecho. Al período especial lo han transformado en una demostración de que comer menos y hacer más ejercicio elimina el peligro de la diabetes y enfermedades cardiovasculares. Expertos en las medias verdades no dicen, por ejemplo, que el que se muere de hambre no tiene la opción de morirse de un infarto. Cambiaron la diabetes por la ceguera y daños en el sistema nervioso periférico. El hambre no espera.

Pero es poco probable que nosotros tengamos una mínima capacidad de comprensión de los que están siendo barridos por el hambre. La pobreza tiene su propia narrativa del despojo. Primo Levi pedía a sus lectores que “imaginaran ahora a un hombre a quien, además de sus personas amadas, se le quiten la casa, las costumbres, las ropas, todo lo que literalmente posee: Será un hombre vacío, reducido al sufrimiento y a la necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque al que lo ha perdido todo, fácilmente le sucede perderse a sí mismo…”. En eso consiste yacer en el fondo.

Colocar a sectores completos de la población en ese yacer en el fondo es una decisión política que busca como resultado el apaciguamiento de la ciudadanía. Es una operación sofisticada que se vale de la represión para imponer un estado de cosas que se torna en condición fatal. Los socialismos no tienen empacho en colocarse en situación de poder procesar, sin remordimiento alguno, la vida o la muerte de cualquier ciudadano prescindiendo de cualquier sentimiento de afinidad humana. Ellos manejan estadísticas y calculan cuánto más puede la gente soportar sin rebelarse. Es una operación política en la que no se toman en consideración los costos.

La segunda característica de esta operación política es que cuenta con la cooperación de otros sectores de la población que intentan salvarse de lo peor. Primo Levi lo describió como la zona gris de cualquier sistema de represión y exterminio: el espacio ambiguo entre los verdugos indudables y las víctimas del todo inocentes. Son todos aquellos que, siendo víctimas reales o potenciales, se prestan a la colaboración con un sistema que tarde o temprano se los va a engullir, a cambio de algún pequeño privilegio. El régimen siempre va a estar dispuesto a exacerbar las ganas de sobrevivir, de evitar lo peor, de intentar no caer hasta donde no es posible más abismo, generando división, desconcierto y confusión tales que no es posible ni siquiera pensar en alguna alternativa de desafío a un status quo que tarde o temprano los va a volver polvo.

El hambre calculada, el peso que se pierde, las colas que se organizan, la escasez, la penuria, la enfermedad que aterra, el dinero que no alcanza, el empleo que se pierde, la inseguridad que embosca, las dudas y el odio que no encuentra cauce productivo, son parte del cálculo del régimen socialista y su esfuerzo de inmolar toda lógica productiva para instaurar el servilismo más atroz. Ha sucedido, y por consiguiente, puede volver a suceder.

Hayek, en su Camino de Servidumbre, alerta contra “los planificadores de la libertad”. Nunca la palabra libertad es tan engañosa como en boca de los líderes totalitarios. En ellos no hay intención de garantizarnos libertad sino de garantizarse a sí mismos libertad ilimitada para hacer con la sociedad lo que se les antoje, porque confunden libertad con poder. En eso coinciden todas variaciones del mismo guión socialista.

Los venezolanos vivimos la última edición del mismo error que conduce a los mismos resultados en términos de hambre y penurias. Mientras escribo estas líneas puedo imaginar al que hurga la basura, al que ha perdido peso porque no come completo, a la que no puede amamantar a su niño porque se le han secado las mamas, al que ha perdido el empleo sabiendo que no va a conseguir otro, al que se despierta en la mañana, sin comida, sin dinero y sin plan, al que todo este torbellino de imposibilidades le da vueltas en la cabeza, al que se inclina frente al carnet de la patria, al que pone su última esperanza en el bono que no termina de llegar. Y pienso que lo único que nos queda, aun yaciendo en el fondo es nuestra facultad de negar nuestro consentimiento.

Primo Levi, víctima de un campo de concentración, sabiéndose condenado a una muerte segura, habiendo sido despojado de todo, sabía que solo le quedaba esa cualidad que consistía en no dejarse vencer: “Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia, y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos, no porque lo diga el reglamento, sino por dignidad y por limpieza. Debemos andar derechos, sin arrastrar los zapatos, no ya en acatamiento de la disciplina, sino para seguir vivos, para no empezar a morir”.

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