Venezuela

Yo no quiero ser dueño de la Verdad

Quien cree que tiene la Verdad, se detiene en el camino a la libertad, la libertad en la que yo creo, que es la del individuo. 

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Foto: Fabiola Ferrero

Escuché la cadena del Día del Periodista. Me llamó grandemente la atención la idea de la Verdad que fue manejada allí. Quienes hablaban dijeron que estaban del lado correcto de la historia, porque ellos tenían la Verdad.

Es decir, ellos, el gobierno revolucionario socialista y sus medios, son lo que comunican la Verdad, y esa Verdad, también se dijo en la cadena, emana de los lineamientos del Ministerio del Poder Popular para la Comunicación hacia todas las instancias del Estado Mayor de Comunicación, constituido por medios comunitarios, equipos de comunicación institucional, colectivos de redes y el «pueblo» comunicador. Porque, según los voceros de la cadena, Hugo Chávez le enseñó al pueblo a comunicarse, a ser comunicador, a comunicar la Verdad. Esa Verdad que se mantuvo oculta durante tantos años, la Verdad que está en el rostro del «pueblo», en sus ojos humildes, en su sufrimiento…

Como se ve, pura sensiblería, puro llanto, punto sentimentalismo barato. Si los que dicen tales verdades miran hoy a los ojos de su «pueblo», ¿no encontrarían acaso que esa famosa Verdad no es en realidad (en la realidad que está allá afuera) un absoluto fracaso revolucionario?

Pero no, no es así, porque, como se ha dicho en la cadena, la Verdad emana del gobierno revolucionario. Así, sin empachos nos lo dicen. De frente, sin problemas, con absoluto descaro. Ellos son éticos, nos dicen.

¿Puede existir un periodista así? ¿Una verdadera comunicación así? Para el socialismo, que piensa en colectivo y que además el colectivo es idiota, pues claro que sí. El Estado tiene la Verdad y comunica su Verdad.

¿Quién tiene la hegemonía comunicativa? ¿Dígame quién?

Esa Verdad revolucionaria arroja, por supuesto, una idea muy específica de libertad: usted es libre sólo porque el Estado revolucionario lo ha hecho libre, usted es libre pero con la libertad que le ha dicho el Estado que usted puede tener.

No es una libertad de la persona, no es una libertad que me permita tener diferencias y dudar de lo que me dice el Estado y disentir. Bajo esta perspectiva, si yo NO creo la Verdad del Estado, entonces el Estado podría obrar sobre mí, contra mí. Bajo esta perspectiva, así lo veo, yo soy un esclavo del Estado, porque si no estoy de acuerdo con la Verdad, el Estado podría aniquilarme con todo el peso de su Verdad y de sus leyes ajustadas a esa Verdad, o con su simple y absoluta arbitrariedad de poder.

Véase bien: a todo aquel que disiente de la Verdad del Estado revolucionario se le considera de inmediato un traidor a la «patria», un enemigo; de allí a que el Estado le caiga con todo su peso, no hay nada. ¿Me explico? No es el hecho de que usted pueda decir todavía lo que quiera en algunos medios, no; de lo que se trata es que usted, aunque todavía pueda decir en algunos medios lo que piensa, es enemigo del Estado si declara que no está de acuerdo con la revolución, y por ello, en cualquier momento, usted puede ser castigado sin que usted pueda hacer absolutamente nada.

¿No era antes así?, preguntará alguno. ¿No era así con Carlos Andrés, con Caldera, con Herrera Campins o con Lushinchi? Sí, puede ser; pero eso no da pie, eso no le da permiso a la revolución para que hoy también sea así, o, incluso para que sea peor, a pesar de lo que los representantes de la revolución lo nieguen en sus largas y pesarosas lloradas histéricas. Porque cabe acotar que en esa cadena del Día del Periodista escuché a representantes del pueblo a punto de reventar en llantos, a punto de quebrarse en alaridos justiciero. Y es que todo era un sentimentalismo barato lleno de Chávez, amor, patria y revolución.

Yo no quiero ser dueño de la Verdad. Yo no quiero andarle diciendo a los demás que tengo la Verdad. Quien cree que tiene la Verdad, se detiene, se queda encerrado entre cuatro paredes, se vuelve mediocre. ¿Por qué se vuelve mediocre? Porque quien cree que tiene la Verdad no sigue buscando, no le interesa encontrar otras formas de conocimiento, se queda en lo que dice que sabe y no avanza. Es como un bravucón de esos de esquina, que cree que se las sabe todas.

Quien cree que tiene la Verdad, se detiene en el camino a la libertad, la libertad en la que yo creo, que es la del individuo. Yo no me doy golpes de pecho ni tengo verdades. Me permito, eso sí, disentir, me permito decir que tampoco creo que otros tengan la Verdad.

Y digo algo más: quien cree que tiene la Verdad limita su lenguaje. Tienes tres o cuatro palabras, y además las tiene encerradas dentro de sí mismas. No hay nada peor que tres o cuatro palabras encerradas dentro de sí mismas.

Esa verdad (ya en minúscula) que pretende la revolución para sus comunicadores y sus comunicaciones no es más que una gran máscara de falacias, de propaganda, de pensamientos únicos que no dan espacio para quien piense de otra manera.

No, amigos, yo no quiero ser dueño de la Verdad.

Yo quiero buscar constantemente las verdades, dudar siempre de las palabras, de los discursos, de las reclusiones del espíritu. Dudar, no creerme dueño de la Verdad. Creer sí en la excelencia dada por la búsqueda continua del conocimiento, creer sí en la persona, en el individuo, en su derecho a la diferencia, en su derecho a disentir, en el derecho a no estar de acuerdo, y no por eso ser un «animal, plasta de mierda», tal como suelen terminar las «discusiones» de los dueños de la verdad, tal como hace poco termino un inteligentísimo argumento de algún comentarista de Internet que dice haberme leído… con su verdad por delante, por supuesto.

Yo creo, no puedo decir que tenga verdades, o por lo menos, siempre ando vigilando las que yo creo pueden ser mis verdades. Y también veo hacia afuera, y también veo la realidad. Allí hay algo que es más que un discurso. Afuera hay gente pasando hambre. ¿Qué Verdad justiciera puede tener la revolución ante esta terrible realidad?

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