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#Distrito Escolar

Liceo Gustavo Herrera en Caracas: enseñando al hampa

Esta es una pequeña fotografía de un gran problema: en los pupitres y en las aulas se pasean la delincuencia y el homicidio vestidos con camisa beige o azul. Mientras los profesores imparten biología, matemáticas o castellano, tiemblan por sus vidas. No han conseguido la manera de poner en redil a quienes no cumplen con las reglas so pena de recibir una puñalada Los profesores del Liceo Gustavo Herrera, en Chacao, tienen un trabajo que raya en lo heroico y no en lo filantrópico. Conducen a sus estudiantes no solo en las materias estipuladas por el Ministerio del Poder Popular para la Educación —apoyados con la computadora Canaima y el libro Bicentenario—, sino que también deben educar a adolescentes a cuyos padres no les parece extraño una pistola en la mesita de noche. Son tres maestros los protagonistas de estas historias. Todos deben mantener su identidad resguardada. Son testigos de cómo una parte de la educación pública se convirtió en la cuna de malandros y en la semilla de la impunidad. “Un muchacho de cuarto año le dijo a una docente que si no lo pasaba en la reparación la iba a caer a tiros. Tuvimos que acompañarla el día del examen y traer a Polichacao”, comenta una pedagoga del liceo. La unidad educativa ha celebrado 55 promociones desde que fuera fundada. Generaciones anteriores llenaron de prestigio la institución, la medalla del Gustavo Herrera ocupada los reconocimientos de buenos liceos junto al Andrés Bello y el Fermín Toro. Hoy en día cada año gradúa alrededor de 350 alumnos. Muchos de ellos luchan para ser los mejores. En los números, letras y ecuaciones encuentran la salida de los barrios. Jóvenes de camisa azul, llenos de inquietud y de curiosidad estudian hasta más no poder pues entienden que solo a través del estudio podrán ser mejores. El lugar, siendo un reflejo del país, es espejo de jóvenes que deciden luchar por lo que sueñan y de otros que se van por el camino fácil. Tiene tres pisos, una terraza, una piscina y dos canchas. Pero esto no siempre fue así.  Paredes rayadas con grafitis, pintadas hace un mes, demuestran que el lugar no está en las mejores manos. El ingreso de cada cual depende del ministerio y de sus criterios. “Aquí viene lo peor de lo peor. Niños de colegios de Petare, las Adjuntas y Caricuao. No importa el promedio, tampoco que traigan todos los requisitos. Ellos solo tienen que comulgar con la doctrina de ‘incluir, no excluir' o ir a hablar al Distrito Escolar, que es el organismo encargado de ubicar a los aspirantes de acuerdo a las zonas”. Pero no siempre fue así generaciones pasadas de los 70 y 80, dicen con orgullo que su colegio era uno de los mejores. Sin embargo, en la actualidad de los 1.152 colegiales, población total del liceo, en 42 secciones, ninguno es del municipio Chacao. Por cierto, hay una niña embarazada por cada salón, de primero a quinto año. “El primer día de clases yo les pregunto qué quieren ser cuando sean grandes. De 40 asistentes, menos de la mitad piensa seguir estudiando. Muchos menos ir a la universidad. La mayoría de estos chicos tienen aspiraciones como tener una moto, una pistola y dejar una barriga por ahí” comenta otra de las maestras. Para ellos el arma es una señal de poder, la única a la que se creen capaces de alcanzar y con ella generar funestos cambios. El liceo es simplemente un espacio para ellos imitar lo que ven en la casa y en el barrio. “Una vez encontraron a un niño vendiendo drogas y citamos a su mamá. La madre respondió que no le iba a decir a su hijo que dejara de vender, pues él la ayudaba para los gastos de las casa”, remata desolada. Pero el rimero de cuentos parece salido de un thriller: robos, puñaladas y drogas. Dice una docente de finos modales: “En esa pasarela de al frente se la pasan ajustando cuentas. También venden sus drogas justo allá arriba. Tú los ves llegar con una bolsita con polvo blanco”. Las autoridades del lugar no pueden hacer nada para parar esto, ni afuera ni adentro. “El ministerio prohibió que se expulsara a un alumno, sea cual sea su falta. Incluso los del Distrito Escolar nos dicen que dejemos eso así, pues podemos salir heridos”, añade. El lugar yace en la impunidad. Se resguarda en ella. En un escudo de lenidad que permite el crimen desde temprana edad. Lo máximo que pueden hacer quienes trabajan en la institución, que otrora fuera un ejemplo en educación —llevar el nombre de un abogado y diplomático insigne del siglo XX, quien además fue ministro de educación en gobierno de Isaías Medina Angarita—, para castigarlos es escribir la queja ante el libro de vida. Ni siquiera los carros de los profesores que se han robado en el propio estacionamiento del colegio han podido ser denunciados.   Desde pequeños aprenden —eso sí— que la ley los escuda y está de su lado. Cita la Ley orgánica para la protección de niños, niñas y adolescentes (LOPNNA) en el artículo 56: “Todos los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a ser respetados por sus educadores, así como recibir educación basada en el amor, afecto, la comprensión mutuo, la identidad nacional, el respeto recíproco a ideas y creencias y la solidaridad. En consecuencia se prohíbe cualquier tipo de castigo, sea físico o humillante”. Por consiguiente, no hay castigo a las faltas. Por todos lados están acorazados, hagan lo que hagan. Si no es la LOPNNA, son sus padres, si no es un Defensor del Pueblo, o una pistola. “Nadie puede sancionarlos aquí. Si les pones el cero que se merecen te dicen: ‘¡tú me raspaste te voy a tirotear! Dime tú, ¿Para qué aplazarlos si la ley no me va a respaldar si me pasa algo?”, comenta una tutora amenazada. “La ley protege a los jóvenes pero ¿quién nos resguarda? El robo de celulares es común, lo mismo que verle los ojos rojos y como volados”, espeta ya con ascos. En el trajín de los pizarrones, tizas y dictados, una vez se toparon con un párvulo que apuñaló a otro. “En pleno jueves a las 11 de la mañana, en un pasillo, un chamito se estaba metiendo con la novia de un malandrito, entonces ella le dio una navaja y él lo apuñaló. Más tarde el niño murió por hemorragia interna. Y bueno, el que lo mató estuvo muy poco tiempo en la cárcel, las autoridades recomendaron que les dieran charlas para que mejoraran su conducta”. Sus hormonas adolescen otro tipo de conflictos que las de un joven en corrección. Sus problemas no son de acné, las peleas con el papá porque no los dejaron ir la fiesta, el regaño por sacar 12 en una prueba final. “Ellos se agrupan en manadas. Los pasillos están llenos de bandas de jóvenes que no solo se burlan de los otros, también los amenazan de muerte. El último piso es temido hasta por los mismos directores, muchos prefieren no visitarlo para evitar ver cosas y tener inconvenientes”, da fe un vecino de la zona. “Hace poco la directora encontró a una pareja haciendo sexo oral en el último piso. Otras veces los hemos encontrado jugando a la ouija”, esto por decir lo más inocente. Los salones están abandonados. Solo quedan pupitres rotos, puertas forcejeadas y paredes rayadas con marcador. Uno que otro se atreve a seguir la rutina. Cumplir con su oficio: instruir, ilustrar, hablar de álgebra de Baldor o fotosíntesis de Serafín Mazparrote. Son 60 los docentes asignados para este plantel. Solo 25 asisten a dar clases. “La mayoría se rebusca en otros liceos. Casi todos cobramos sueldo mínimo. A penas esta semana es que nos hicieron el reajuste salarial del 20% que dio Maduro en noviembre del 2014”. Hasta mediados de mayo cobraban 2.702,04 bolívares. Ahora su salario base es de 3.270,27. La mayoría tiene más de 10 años dando clase. Tiempo que pasa lento cuando su incentivo es llegar a la meta sudada: la jubilación. Politizando el asunto Quienes enseñan tienen los brazos cruzados. Lo único que les queda es dar sus clases con la esperanza de que al menos unos pocos quieren desembarazarse del peso de la violencia. Salvar a uno es un milagro y para eso están. Un teacher de 3er año dice: “Yo soy feliz con que al menos cuatro tengan ganas de aprender y de salir del barrio”, suspira y continúa: “En una promoción de 350 entre 10 y 15 son los que quedan en alguna universidad”. Sin embargo, pareciera que el hampa juvenil encontrará un nuevo hogar donde “formarse”. Ahora todos podrán estudiar en las universidades públicas. Estén preparados o no. Según lo publicado en El Nacional, el 21 de mayo, La Oficina de Planificación del Sector Universitario (OPSU) tomó entre 70% y 100% de las plazas disponibles para los nuevos ingresos en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y Universidad Simón Bolívar (USB). La mayoría de los asignados provienen de escuelas públicas. Entre esos cupos se encuentran 350 futuros egresados del Gustavo Herrera. “William quedó en la UCV ¡Uy y ese que es tan flojo!” comenta la guía. 79.245 cupos prometió la OPSU para bachilleres de instituciones del Estado. Con preocupación dice la fuente anterior “Yo te digo, no es solo el Gustavo Herrera, todos los públicos son como este. Se escuchan cuentos de todo tipo. Imagínate, cómo pueden cambiar las universidades”. La educación es un derecho fundamental. Incluso de los penados por la ley. Consagra la LOPNNA en el artículo 53: “Todos los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a la educación gratuita y obligatoria, garantizándoles las oportunidades y las condiciones para que tal derechos se cumpla (…) aun cuando estén cumpliendo medida socioeducativa en el Sistema Penal de Responsabilidad del Adolescente”. Con la excusa de la inclusión, las normativas amparan a todos, sin hacer distinción entre nivel educativo, comportamiento social y prontuarios. La pregunta es: ¿Estarán preparados estos jóvenes para afrontar la convivencia universitaria? ¿Harán de las universidades públicas lo mismo que los liceos? ¿El libro Bicentenario los habrá preparado para afrontar el pregrado? ¿Se seguirá premiando la facilidad y la impunidad? “Los liceos son una pequeña Venezuela, son el ejemplo de lo que somos y seremos”, elucida con voz papal un gran educador del Gustavo Herrera. NOTA: por protección a los menores de edad, la foto de portadilla no corresponde al Liceo Gustavo Herrera. Es una imagen genérica.

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