Opinión

Mejor en Caracas: la migración interna

Caracas es Caracas... y hay más gasolina, electricidad y agua que en el resto del país, razón suficiente para que muchos hayan hecho el camino rumbo a la "Ciudad Esmeralda"

Caracas
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La feria de la UCAB –feria, sin artículo alguno, dicho en lenguaje sifriucabista– es un microcosmos del abrevadero social de las clases medias, y hasta altas, de Caracas. “Debajo del techo, las niñas catiras, clones casi; los distintos grupos de modelos de Naciones Unidas; la gente sifrina, pues, la gente que muchos acusan de usurpar la Católica y que en realidad es minoría”, escribe Carlos Egaña en su novela Reggaetón: “No hay que tener dos dedos de frente para notar cómo fluye la movida de clase en la Católica. Ni hablar de los que se rehúsan a sentarse en la feria y fuman monte toda la tarde en la grama o simulan ser sabios al tomar café con los profesores en el kiosco Turpial”.

Allí, además de ese arcoíris de tribus caraqueñas, también pululan especies llegadas de otras regiones del país. Están los nativos de San Antonio de los Altos, apenas a unos pocos kilómetros de Caracas pero existiendo en un universo sifrinoide-surfero de pantalones tubitos, que tienen sus propias mesas. Y están los migrantes de otras ciudades –reducidos a apodos como “la maracucha” o “la gocha”– que a su vez se insertan en las diferentes movidas de la ciudad. Muchas veces, por ejemplo, los ‘sifrinos del interior’ logran rápidamente congeniar con sus primos caraqueños. Otras veces, el encuentro es más violento: sobre todo si implica a caraqueñas rubias y sectarias de colegios elitescos.

Los maracuchos sifrinos, por ejemplo, tienden a insertarse con gran facilidad; aunque hablen de “zorros” en vez de “monos” y de “wirchos” en vez de “niches”. Tienen hasta sus propias versiones de los colegios caraqueños: Los Robles por Los Arcos, Bella Vista por Campo Alegre y Mater Salvatoris por Mater Salvatoris.

Los valencianos también se insertan con facilidad, aunque pregunten apellidos en vez de colegios. Los guaros, afables, y los gochos –propensos rápidamente a usar chalequito de estudiante del IESA y militar en organizaciones católicas como el Regnum Christi– son seres miméticos. Pero hay otros grupos acomodados que rompen el molde sifrino: los orientales, sean de Margarita o Lechería, suelen resistirse ferozmente a la dictadura sifrina – bailarán con sabrosura caribeña, para el escándalo de las niñas del Merici, o usarán rosarios y skinny jeans. “Qué me importa el pádel de tu club verde”, dirá un oriental en su mente, “si yo tengo un dingui en Lechería”. ¿Y los de Acarigua o Puerto Ordaz? Otras tribus aparte.

En fin, la vida caraqueña está cada vez más salpicada por todos los nuevos sabores regionales. Sin embargo, no existen números sobre migración interna a Caracas en los últimos años. Pero, como demuestran esas voces gochas o maracuchas en panaderías o en juntas de condominio, ha sido considerable. Y parece tener un perfil característico: profesional o pudiente, muchas veces con alto nivel educativo.

Es que –a pesar de los caprichosos lamentos caraqueños ante las colas de tráfico en la Francisco Fajardo– la migración responde al cataclismo que arrasó al resto del país; entre fábricas industriales destartaladas en Guayana, una Maracaibo sumida en las penumbras a la costa de un lago de derrames, colas eternas por acceder a gasolina en Barinas o Maturín o pueblitos merideños destruidos por ríos.

“Se ha profundizado esta brecha entre las oportunidades y el acceso a servicios que existe en Caracas y en las regiones”, dice Mariana, barinesa que estudió en Mérida y llegó a Caracas en 2018: “Las regiones se han quedado cada vez más desabastecidas y las oportunidades para los jóvenes están muchísimo más limitadas”, forzando avalanchas humanas, incluyendo decenas de profesionales, hacia la Caracas bodegónica –como en un eterno reprisal de Casas muertas. “En Barinas, mis papás hacen colas que muchas veces son de 12 y 13 horas para acceder a gasolina”, se queja: “Ya hace unos años teníamos unos cortes eléctricos de horas infinitas que no existen de la misma forma en Caracas”.

No sorprende entonces que según la Encovi, 40% de los hogares ricos se encuentren en esta ciudad distante del país de los apagones y las colas de gasolina. Un porcentaje elevado, considerando que Caracas suma solo 16% de los hogares de Venezuela. A pesar de sus constantes cortes de agua o sus aberraciones urbanísticas, Caracas se alza –priorizada por las autoridades, como un monstruo casi siempre conectado a la red eléctrica– sobre regiones sacrificadas.

Los regionalistas caraqueños

Los sifrinos caraqueños –que, a diferencia de su relación con los extranjeros, no suelen ser necesariamente los amos de la hospitalidad con quienes provienen de otras regiones de su mismo país– están sintiendo por primera vez en gran escala la inclusión de habitantes del mundo externo al Área Metropolitana en su universo social; sea por la migración masiva o por la crisis demográfica de la sifrinidad y su éxodo al exterior. Pero el caraqueño, de hecho, es un animal sumamente regionalista, algo que su dominancia sobre el país, como centro de poder o estándar nacional, muchas veces oculta.

Es más, hay quienes culpan a los recién llegados del tráfico revivido en Caracas y su orquesta de cornetazos. “Es gente cruzándose de carril a 2 kilómetros por hora, viendo Google Maps, o dando un frenazo sorpresivo”, dice Alfonzo. “El tráfico no es normal, de pana”, dice Valeria. “Sólo pido que aprendan a manejar”, dice Gustavo: “Se comen las flechas o se saltan aceras”.

El pánico moral caraqueño hasta llegó a Twitter. “Un taxista me dio el otro día su teoría acerca del deterioro del respeto de las reglas del tránsito en Caracas: la migración interna”, tuiteó la politóloga Colette Capriles, refiriéndose a un accidente en la Plaza Altamira: “Al parecer (no tengo pruebas de esto) en las ciudades del interior los semáforos son decorativos. Lo cierto es que en Caracas ya lo son, sin duda”. Colette, sin saberlo, estaba pulsando una tecla sensible. Y le cayó una lluvia de usuarios enfurecidos que hicieron viral, de forma infame, la observación.

Por supuesto, no hay evidencia alguna de que el caos automovilístico caraqueño se deba a la migración interna: puede ser la reactivación del comercio y el consumo, un flujo de retornados en el este o meramente otra arista del colapso del contrato social que atraviesa Venezuela en su desinstitucionalización.

Y es que a pesar de su interminable tráfico “recuperado”, Caracas –aquella ciudad-estado desentendida de Venezuela; aquel intento de Singapur cayéndose a pedazos y gobernado por los señores feudales de Fuerza Vecinal– aún deslumbra. “Entraba a la Francisco Fajardo y veía la cantidad de vallas publicitarias”, dice Mariana sobre sus visitas en la infancia a la extraña capital. José Ángel, que proviene de Pampán, en Trujillo, tuvo un destello aún más peculiar: “En la universidad, cuando tuve la primera clase de inglés la profesora en verdad llegó hablando inglés. Eso no pasaba en Trujillo”. What’s new Caracas?

Históricamente privilegiada, ciudad de rascacielos y autopistas, Caracas también puede ser abrumadora para quienes se adentran en ella: “Me daba tanta ansiedad montarme en la autopista”, dice Mariana. ¿Aún más intimidante? Los eternos laberintos del CCCT. Pero eso intimida hasta al más caraqueño.

A veces, incluso, Caracas puede parecer una realidad paralela: “Ven mucho de lo que sale en las noticias, que es como muy amarillista”, dice José Ángel de los nativos de sus tierras: “Las Mercedes, bodegones y todo este tipo de cosas”.

Caracas en mil colores

Pero para quienes llegan a la ciudad, Caracas no es solamente una urbe abrumadora de centros comerciales laberínticos, malandros fugaces y confusas autopistas con nombres de artrópodos. “Caracas siempre estaba como un poquito más conectada con el mundo o con lo que estaba pasando en el mundo, entonces acá las cosas llegaban más rápido”, dice José Ángel: “La gente tiene otro mindset, la gente también piensa un poquito como fuera de la caja”.

Por ejemplo, dice, en Caracas muchos están pendientes de lo que sucede en Madrid o en Estados Unidos: “Entiendes que nosotros también somos parte del mundo”.

Además, recalca, “Caracas es una ciudad bastante cosmopolita” pues encuentras una cantidad de diásporas y sus descendientes que raras veces encuentras en estados como Trujillo. “Me encanta Caracas y poder estar aquí”, agrega Claudia: “Aquí siento que hay demasiadas oportunidades en todo lo relacionado a la moda, siento que las personas apoyan demasiado al talento nacional, cosa que en Maracaibo es rara”.

caracas

“Algo que amo de Caracas es que hay muchos planes diferentes que en Maracaibo no hay”, explica: “Obras, ballet, las orquestas”. Y eso que en Caracas asumimos que los museos y teatros se han caído a pedazos… ¿Qué le queda al resto del país?

Para Mariana, además, Caracas te permite “acceder a ciertos círculos de conocimiento, espacios de toma de decisiones y crecer como persona al ver otras perspectivas y conocer otras dinámicas”. Por ejemplo, las delegaciones del Modelo de las Naciones Unidas de Mérida, dónde estudió, no viajaban a los países y sitios –Boston o Tokio o Madrid– a los que llegaban las delegaciones caraqueñas, explica.

Sin embargo, Claudia –ah, ya es toda una caraqueña- no aguanta el tráfico y “odia” a los motorizados. De todos modos, dice que el shock ha sido poco y que raras veces extraña a Maracaibo. Con una excepción: “lo que más extraño es tener aire acondicionado full en todas las partes que voy y el wifi que en Maracaibo es demasiado increíble”.

Gente chévere pues

¿Y qué tal los caraqueños? “Me he dado cuenta de que tienen como un concepto de los maracuchos muy diferente”, dice Claudia, descubriendo estereotipos: “Me dicen ‘no hablas maracucho’ simplemente porque no digo ‘vos sabeis’ o palabras así”. Pero jamás se ha sentido excluida: al contrario.

Los caraqueños podemos ser criaturas insoportables. Pero Mariana prefiere recalcar la alegría que percibe. “Es una ciudad multicultural, donde todo el mundo puede caber. Sin duda con contrastes, dependiendo mucho de los círculos donde te muevas, pero creo que la gente es muy chévere, la gente es muy abierta”, dice. Afirma jamás haber encontrado limitaciones para hacer amigos. Pero no es difícil para ella, que es barinesa: “los barineses no tenemos límites porque cuando te asomas en una ventana en Barinas ves es el infinito, porque ves esa magnitud de llano. De entrada no tienes como límites visuales”.

Los merideños, en cambio, son más “herméticos” y “conservadores”. Pero, alega, se adaptó rápido al poco espacio personal que dejan los caraqueños y a los señores molestos con la palabra “usted”.

Para José Ángel, del mundo andino, el caraqueño sabe “cómo moverse y resolver; siento que la misma velocidad de la ciudad te hace ser lo suficientemente astuto para intentar no dejarte joder por cualquiera y al mismo tiempo poder buscarle la vuelta a todo y resolver sí o sí. En verdad conozco muy poca gente que yo sienta que se pueda quedar como con los brazos cruzados sin intentar antes poder resolver de una u otra manera”. Eso le gusta de los caraqueños, aunque sean desconfiados.

Jimena recalca que muchas veces, cuando gente de otras regiones migraba a Caracas, se creaba cierta expectativa sobre si lograban penetrar las extrañas barreras sociales que crean los caraqueños: “¿Entró a la sociedad, a este círculo caraqueño? ¿tiene amigos caraqueños? o ¿se quedó con sus amigos guaros, sus amigos maracuchos, sus amigos margariteños, sus amigos de Lechería?”. Hasta el día de hoy, dice, varias de sus amigas se han mantenido en círculos de margariteños a pesar de vivir varios años en Caracas.

Jimena recalca las diferencias en la movida nocturna. En Caracas, al mudarse a estudiar la universidad, encontró una sociedad dedicada a las rumbas en casas: era la edad de oro del lleva tu cava. En Margarita, en cambio, las personas rumbeaban en unas cuantas discotecas. Pero, a diferencia del ambiente de las fiestas en casas caraqueñas, la multitud era sumamente diversa. “Estabas con la gente de tu colegio, con la gente de colegios más económicos, rumbeabas con árabes, rumbeabas con prepagos, rumbeabas con el pueblo, rumbeabas con Villa Rosa”, explica.

“En Caracas, en cambio, entras a un círculo social específico o simplemente te quedas sin planes”, dice. Un starter pack de Sifrizuela, pues. Aunque Jimena rápidamente cuajó con los caraqueños y sus listas de fiestas –alega sentirse más identificada con ellos: “en Margarita la gente estaba muy encasillada a un tipo de personalidad que termina siendo burda de tusi”–, también percibió una presión que no sentía en su isla del encanto. “Que tenía que pertenecer a algo, que tenía que camaleonizarme, ¿Sabes?”, dice: “Antes sentía que podía ser yo y estaba con mis amigos del colegio. En cambio, aquí es como que tienes que adaptarte a tal estereotipo de tales colegios y hablar de una manera, pero no hablar tanto de una manera porque si no se nota que no eres de ahí, y vestirte de una manera.”

¿Está infeliz con los insoportables caraqueños? ¡Al contrario! “Haces amigos en todos lados”, jura: “Me gusta muchísimo más esta sociedad, me siento muchísimo más cómoda con el señor que me atiende en la recepción del gimnasio, con el que me llena gasolina, con mi compañera de trabajo, con mi jefa, con el profesor que me da clases en la universidad, con mis compañeros de clase”.

Nuestra camaleona isleña se siente profundamente agradecida con Caracas: “me ha dado mucho, mucho, mucho”. Aquí, explica, ha encontrado todo tipo de gente interesante y diferente que han endulzado su vida.

Mariana también ha sentido la extraña parroquialidad de la ciudad más grande y poblada de Venezuela: “La mayoría de la gente se conoce y me sentía como una outsider en todo. No entendía bien cómo era la dinámica”. Pero no se arrepiente: “El caraqueño es tan chévere y abierto que poco a poco uno se va adecuando. Ya luego de cinco años, Caracas se ha convertido en mi segunda casa”.

¿Fuga de talentos interna?

Según un estudio de octubre de 2022 del Centro de Investigaciones Populares Alejandro Moreno, 49% de los encuestados dijo conocer a alguien que ha migrado internamente en Venezuela, con Bolívar y Zulia como los principales estados de salida y Caracas como el destino preferencial. Queda preguntarse: ¿Existe también una fuga de talentos interna? ¿Están quedándose Maracaibo, Margarita o Yaracuy sin doctores o arquitectos o educadores? Es probable. ¿Alguien lo está registrando con datos?

Algunos profesionales que han migrado a Caracas, donde la oferta laboral es mejor, parecen coincidir: “Sí está afectando el tejido social en Trujillo, sobre todo gente profesional o gente de alto nivel educativo”, da su impresión José Ángel.

Para Mariana, el panorama se agravará sin un plan de descentralización y desarrollo regional. “Es una situación compleja que se ha profundizado con este modelo de gobierno y que es una situación estructural de centralización donde cada vez más las regiones han perdido autonomía y capacidades”, dice: “En Venezuela tenemos la dicha de contar con unas regiones con una grandeza en términos de producción de recursos”.

El historiador Rafael Arraiz Lucca recientemente sacó el tema a flote: “Venezuela tiene por delante el camino de la descentralización”, tuiteó: “De 335 municipios podría pasar a tener el doble o el triple. En casi todos los estados se justifican nuevos municipios. El poder cada vez más cerca del ciudadano”.

En Lara, el municipio Torres es casi el doble del tamaño del estado Carabobo. Por supuesto, no todo es tan fácil: ¿Cómo se logra la viabilidad económica de municipios como Linares Alcántara, Mario Briceño Iragorry u Ocumare de la Costa de Oro en Aragua, dominados por ciudades dormitorio o sin mayor actividad económica? ¿Cómo creamos nuevas instancias municipales que prioricen lo técnico sobre lo político?

Mientras aquello suceda, Jimena está satisfecha con Caracas. “No digo que sean infinitos los planes para hacer en Caracas, pero siento que hay muchos; que por mi ritmo de vida no me da chance para sacarle el jugo a la ciudad como quiero”, dice: “O sea, a mí me gusta ver todo, todo me genera curiosidad y me genera como una fascinación y una intriga y no me importa si una cosa es o muy niche o muy sifrina o muy lo que sea, porque me gusta verlo como la cosa en sí, como la actividad en sí misma”.

Caracas, le parece, es un sitio de belleza y de riqueza cultural: “Caracas me da curiosidad e interés. La ciudad me da eso, la gente me da eso. Hay demasiadas historias, hay demasiada gente interesante y es una ciudad bellísima”.

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