Investigación

Hotelería Venetur y sus estrellas que no brillan

Pese a los subsidios del Ministerio de Turismo y de un último cheque de 440 millones para remodelaciones, la cadena de hoteles estatal Venetur se desploma. Aquí una radiografía de aquellos edificios que otrora eran ejemplo de modernidad y servicio. Hoy son solo los despojos de la negligencia chavista

Colaboradores: Enza García, Gustavo Ocando, Ketherine Ledo, María Virginia Velázquez, Marcos David Valverde
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Son 14 hoteles. Mucho más de tres mil habitaciones repartidas en Anzoátegui, Monagas, Nueva Esparta, Zulia, Falcón, Carabobo, Bolívar, Mérida y el Distrito Capital. Entre tres y cinco estrellas. El complejo hotelero estatal venezolano nació con un conjunto de edificaciones expropiadas desde 2007, cuando el Gobierno expropió el Caracas Hilton, en la capital y luego en 2009 cuando se decretó la adquisición forzosa del Margarita Hilton, en Nueva Esparta, porque el entonces presidente Hugo Chávez, durante la cumbre de mandatarios de África-América del Sur, pensó que “había mucho espacio”.

Así se fueron sumando construcciones que luego se reunieron bajo la denominación “Venetur” en junio de 2010, cuando el entonces ministro de Turismo Alejandro Fleming anunció el cambio de nombre y oferta turística a “precios justos”, antes de la ley promulgada casi cuatro años después.

A un lustro del cambio de nombre y de posteriores anuncios de inversiones, como el que en mayo de 2013 anunció el entonces ministro de Turismo, Andrés Izarra —un crédito del Banco Bicentenario por Bs 440 millones para remodelaciones en tres hoteles—, el retrato de tales oasis para el turismo se ve demacrado, sostenido en la precaria infraestructura original sobreviviente.

Menú de guerra

En el Hotel Venetur de Puerto La Cruz las presiones de las autoridades para mantener a sus empleados en silencio no pueden callar los gritos de la realidad. Sonia lleva años laborando en el antiguo Meliá anclado en la Bahía de Pozuelos, uno de los que ha tenido sus servicios desde hace 15 años. Confiesa un pecado a cambio de no descubrir su verdadera identidad. “Lo que te puedo decir a lo mejor no es muy honesto, pero antes tú te podías traer del hotel algunas cosas, que si jabón, champú, un poquito de detergente, papel higiénico, así el trabajador se ayudaba. Pero la escasez ahorita es tan brava que de broma alcanza para atender a los huéspedes. Nos tienen bien controlados y nos revisan para que no nos llevemos nada. A veces ni siquiera hay productos de limpieza suficientes para hacer nuestro trabajo”. La mujer ahonda en denuncias cuando sostiene que en la cocina del lugar se reciclan alimentos, se recalientan platos varias veces, o se aprovechan insumos que acumulan demasiado tiempo en algún congelador. “Es una asquerosidad”, gruñe. En el hotel, donde las deudas con proveedores y el desabastecimiento obligan a malabares con los materiales, “lo que sí sobran son fotos de Chávez y de Maduro”.

Elías trabaja en Petróleos de Venezuela y es usuario frecuente del Venetur Puerto La Cruz. Su testimonio lo ofrece sin resistencia, pero también sin permitir el uso de su nombre real. “Yo solía usar los paquetes full day del Meliá y el Maremares; pero ambos han decaído mucho. La comida es pésima, no son productos frescos. No hay vocación de servicio, todos los empleados andan con mala cara o como apurados. No hay leche, café, postres y se nota que limpian poco, como por encimita”. El hombre no deja de culpar a los usuarios, faltos de control por parte de los encargados de los hoteles, que pululan en las piscinas sin civilidad alguna. “Hay que tener una conducta decente, sobre todo si se ha llegado al convenio de que estamos en un área familiar, pero hay gente que come allí, o que se lanza al agua con ropa y zapatos, incluso consumiendo licor en vasos o botellas de vidrio, a riesgo de que se rompan”. La decencia es tan escasa como la revisión de la cualidad cinco estrellas. Cuenta Elías que “me ha tocado lidiar con gente ‘quesúa’ que no le respeta la cara a los demás en las instalaciones comunes”.

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El petrolero asegura que disfrutar de un fin de semana fuera de temporada, para evitar el “despelote” de la alta ocupación, es harto complicado visto que con la disminución de clientela “hay menos interés por mantener las formas, menos variedad en el menú, y pueden pasar hasta tres días para que te atiendan el teléfono. Y eso que son servicios igual de costosos que en todas partes, a pesar de que quieren marearte con el cuento de que son precios socialistas”.

Al borde del Lago

En Maracaibo, el testimonio de María Isabel es como un tesoro entre aguas turbias: escaso, difícil de hallar. Sonríe cuando le mencionan al Hotel Venetur de la ciudad. En mayo pasado se hospedó allí un fin de semana junto a Jorge, su esposo, en busca de unos días “diferentes”. Dio en el clavo por solo 4.600 bolívares por noche. “La habitación era espaciosa y muy bonita. El precio es bastante accesible en comparación con otros hoteles. Todo muy limpio”. Da fe de comidas “sabrosas”, piscinas nocturnas “entretenidísimas y gratis para los huéspedes”, restaurantes acogedores y “buen servicio”.

Su opinión dista de la mayoría. Los pésimos comentarios de los ocupantes eventuales del antiguo Hotel del Lago se apilan en declaraciones y redes sociales. “Las alfombras de los pasillos dan grima. La habitación tiene olor desagradable. La lencería está desgastada y hasta rayada con bolígrafo. No hay cable para ver ningún canal. Horrible”, escribió sin piedad, en el portal Tripadvisor, Denyely, una caraqueña que se alojó junto a su familia hace tan solo un mes. En esa web, especializada en foros sobre servicios e instalaciones de hoteles de todo el mundo, el Venetur reprueba casi todo examen. “Decepción total”, “funesta experiencia” y “una real porquería” son muestra de los titulares implacables que publican sus clientes. El hotel ha recibido 46 calificaciones de “regular, malo y pésimo” de 56 posibles.

En el cara a cara las cosas no son mejores. La lista de críticas de turistas que recién salen del lugar es devastadora: techos destartalados en pasillos; ausencia de losas en el fondo de la piscina; puertas de vidrio sucias en las áreas comunes; inseguridad en el estacionamiento; habitaciones en malas condiciones; hedor a humedad en espacios cerrados. Pero el Gobierno insiste en promocionarlo como un ícono del turismo zuliano. Lo subraya como “la mejor opción para residentes y turistas” con sus 328 habitaciones “cómodas y confortables”. Su servicio se ofrece como “de alta calidad”. Cinco estrellas.

Quienes resaltan las bondades en vez de sus pecados mencionan su precio —más económico que el resto, cuyos costos diarios rondan los Bs 10.000. También aprueban la sabrosa comida y rápida atención en sus restaurantes —cuentan que las pizzas son exquisitas. Aplauden además su ubicación, a orillas del Lago y en una de las avenidas más “vivas” y tradicionales de Maracaibo (El Milagro). Entre ellos se cuenta María Isabel. Ella dice haber disfrutado de una estadía “cien por ciento buena. Sin duda, lo recomiendo”. Suertuda ella.

Por pura naturaleza

El antiguo Hotel Intercontinental Guayana acumula ya más de 40 años, erigido sobre la faz de Puerto Ordaz. Pero a su servicio no le ha ocurrido como al buen vino. Lo supo durante su noche de bodas una pareja que prefiere mantenerse en el anonimato: “Pagamos un paquete de bodas que incluía la botella de champaña, el plato de frutas y decoración especial con rosas. Pero cuando llegamos de la fiesta, en la madrugada, no había nada de lo prometido. Tuvimos que llamar y nos trajeron todo por partes: primero la champaña, después las frutas… y los arreglos nunca llegaron”.

Con el nacimiento del Venetur Orinoco, apenas su paso a manos del Estado, la atención no ha sido la única desmejora. La piscina está fuera de servicio y no hay una fecha para su puesta en funcionamiento. Sus salones, antes escenarios de conciertos de alcance internacional, hoy son recinto para los templetes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y poco más. Sin embargo, la clientela sigue cruzando el umbral, impulsada por su principal atractivo: su beneficiada ubicación entre los parques Cachamay y La Llovizna. De hecho, desde el lobby del hotel, agencias privadas ofrecen recorridos por el salto La Llovizna, las islas y la unión entre los ríos Orinoco y Caroní.

Dependiendo de cuán socialista sea la chequera, los precios lucirán “justos” o no: una habitación matrimonial sencilla, al igual que la doble, cuesta 6.690 bolívares el día; las triple —una cama king size y otra sencilla—, 8.600; y la suite, 11.716 bolívares, a lo cual hay que sumarle los impuestos. En el menú destacan los pescados típicos de la región —entre 900 y 1.200 bolívares— y el bufé —2.300 bolívares—, con horario entre 11:30 de la mañana y 4:30 de la tarde. A toda hora se puede consumir licor, pidiendo cervezas a Bs 230, un servicio de ron por 4.600 o uno de whisky a 46 mil.

Nada nuevo que ofrecer

Aunque los pisos y las lámparas brillan a su máxima capacidad, la pintura que recubre el exterior le recuerda a los valencianos que el tiempo no pasa en vano, y aunque el servicio sigue siendo bueno, haciendo honor a cada una de sus cinco estrellas, el antiguo Intercontinental ha sido desplazado por otros hoteles de lujo de Valencia.

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Una enorme iguana de madera recibe a huéspedes y visitantes del Venetur Valencia, atraídos por el cóctel de buen servicio y precios accesibles. Ubicado en la urbanización La Viña, el complejo “rojo rojito” mantiene un trato de altura, con menú satisfactorio y hasta un sugestivo “Bar Camoruco”, que oferta 2×1 en bebidas para diluir los bailes y meneos de la música para adultos contemporáneos convertidos en habituales. Pero más allá del servicio cabal, la infraestructura sí muestra las cicatrices del descuido, como evidencian las paredes de la terraza principal, donde la vejez desatendida dejó las marcas de un insuficiente mantenimiento y unas ausentes remodelaciones. Las habitaciones están “limpiecitas” y son equipadas según el costo de la factura a pagar, aunque artículos como cepillos de dientes, pasta dental, afeitadora y demás productos de aseo personal son provistos solo cuando el huésped lo solicite expresamente. Trazas del racionamiento.

Pero no basta tener referencias y montos pagables. La competencia va más allá. En el renglón de las cinco estrellas, juega más que la decencia. Por eso, santos nuevos como el Hesperia WTC ha desplazado al viejo que desde hace años no hace milagros. El recinto de la cadena hotelera del español José Rodríguez le ha arrebatado al estatal la preferencia para conciertos, conferencias, convenciones y demás eventos sociales.

Al menos, lo civil se sigue imponiendo, a diferencia del Hotel Venetur Mérida, donde las tres estrellas que tatúan su fachada van acompañadas por dos efectivos militares que, uniformados y armados, custodian su entrada. Con la autoridad verde olivo, solicitan identificación a todo aquél que intente cruzar el dintel, y también conocer el motivo de su visita. Otros soldados velan los pasillos y demás áreas comunes. Turismo de cuartel.

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