Crónica

La batalla campal del puente Simón Bolívar

El paso fronterizo entre Cúcuta y San Antonio del Táchira vivió deserciones, esperanzas, enfrentamientos y desilusión. El 23 de febrero de 2019 cientos empujaron una ayuda humanitaria que se enfrentó a la negativa de los uniformados venezolanos.

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Caminar cerca de los puentes internacionales, aún a oscuras el 23 de febrero de 2019 y ver la cantidad de obstáculos (alambres, barreras de metal) puestos por las autoridades venezolanas para impedir el ingreso de la ayuda humanitaria, me resultó algo incomprensible, más cuando divisé en la primera línea de flanqueo a un grupo de 20 policías nacionales, todas mujeres y tal vez ninguna superaba los 25 años.

Ingreso ayuda humanitaria

Parecían estar en una reunión de amigas, reían, se arreglaban el cabello, mientras simulaban un entretenido dialogo en un pésimo inglés con los reporteros internacionales que al otro lado de las barreras del puente Francisco de Paula Santander, les hacían preguntas. Para ellas la experiencia parecía divertida, el mundo las estaba viendo a través de las cámaras, seguramente por sus mentes no pasó la crisis de salud, la inflación y mucho menos el hambre que de tantos hermanos venezolanos.

A menos de un kilómetro de ahí, un inmenso tricolor nacional ondeaba y el Gloria al bravo pueblo retumbaba en los parlantes que marcaban la ruta desde el puente internacional hasta los campamentos humanitarios. Antes de salir el sol, allí salió la fe y la esperanza de un pueblo. Ahí vi la Venezuela en la que quiero vivir: gente feliz, solidaria, con ganas de echarle un camión de esfuerzo a todo lo que sea necesario para reconstruir el país.

Ingreso ayuda humanitaria

Ingreso necesario

La seriedad del compromiso que asumieron se notaba en las caras y lo confirmó el dialogo que sostuve con varios de ellos: “Vamos con todo, la ayuda humanitaria va a entrar, tenemos que rescatar a Venezuela”, eran apenas una parte de sus nobles intenciones. En ese lugar me sentía en casa a pesar de tratarse de un espacio abierto, con piso de tierra, carpas por doquier, improvisados espacios para preparar alimentos, con gente buena proveniente de varios estados del país.

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Cuando en los parlantes empezó a escucharse la canción Venezuela no hubo modo de contener las lágrimas. Los chamos recogían las carpas y camas improvisadas donde pasaron la noche, limpiaban el espacio para dejarlo libre de desperdicios, hombres y mujeres trabajaban por igual, apenas quedaba una hora para distribuirse y salir a escoltar los camiones cargados de esperanza que se suponía entrarían a Venezuela.

Al otro lado de la avenida en donde se ubicaban los campamentos humanitarios, estaba la entrada al puente Tienditas, ahora llamado por los colombianos puente de “La Unidad”. Allí hubo despliegue de seguridad, movilización de vehículos y la llegada de decenas de voluntarios con sus chalecos azules.

Obstáculos

Pasada las siete de la mañana, llegó la hora de correr a los puentes. En el Simón Bolívar, a pesar de los obstáculos impuestos del lado venezolano por los militares para cerrar el paso hacia San Antonio, un grupo de jóvenes empujaron las vallas metálicas hasta retirar el primer cerco. A toda velocidad se acercaba una tanqueta blanca de la Guardia Nacional en dirección hacia Colombia que intentó intentó pasar a territorio colombiano. Dos uniformados descendieron de ella y corrieron a la línea imaginaria en donde los esperaban el diputado José Manuel Olivares y Villca Fernández, junto a otro grupo de voluntarios de chaleco azul.

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Las medidas fueron extremas, hubo forcejeo, una reportera gráfica resultó herida. Pero eso quedó opacado ante los gritos de “¡héroes, héroes!” que les lanzaban a los primeros militares que se sumaron al «lado correcto de la historia». Pude ver sus ojos, tenían miedo, obedecían en silencio a todas las indicaciones de las autoridades colombianas.

Sin tapujos caminaron con determinación a una camioneta de Migración Colombia que los llevaría al lugar de protección donde hasta hoy se hacen compañía unos 320 funcionarios de seguridad (entre policías nacionales y guardias, según reportes de Migración Colombia) que se niegan a seguir “torturando y matando al pueblo”, como lo declaró el funcionario del FAES William Camacho en el puesto de control de migración cercano al puente Simón Bolívar.

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Peticiones y desinterés

Ya en la mitad del puente la sociedad civil había logrado avanzar, abrieron paso y se ubicaron del lado venezolano, justo antes del primer piquete de seguridad conformado por un grupo antimotines de la Policía Nacional Bolivariana. Los ruegos para que se rindieran y dejaran ingresar la ayuda no faltaron, las palabras reflexivas de muchos apenas sensibilizaron a pocos que dejaban ver sus lágrimas brotar por debajo del casco de protección.

Una señora les imploraba que pensaran en la familia, les ilustró mil y un ejemplos de la crisis que vive el venezolano entre los que se cuenta también a los funcionarios policiales y sus familiares. Los esfuerzos de la dama eran inútiles. Ni siquiera el tierno beso en la mano a uno de los PNB, los hizo retroceder, permanecían inmóviles, como muro de cemento sobre el puente fronterizo. Ni el inclemente sol, ni la temperatura sobre los 35 grados centígrados lograron ablandar los corazones de los policías.

Protagonistas

La suerte estaba echada, la caravana se aproximaba. En menos de 10 minutos apareció un tropel de gente gritando consignas, caminando con pasos fuertes y acelerados hacía el puente Simón Bolívar del lado colombiano. La primera fila la encabezaban José Manuel Olivares y Villca Fernández, brazos entrelazados. Detrás, una avalancha de no menos de 400 personas.

VENEZUELA-COLOMBIA-CRISIS-BORDER-DEMODos cristianos evangélicos se arrodillaron al paso de la multitud, se abrazaron y en pleno puente del lado venezolano le pedían a Dios doblegar los corazones de los funcionarios de seguridad: “…amarás a tu prójimo como a ti mismo”, recitaban los religiosos que minutos después fueron desplazados por la multitud. “Hay que esperar la ayuda humanitaria para pasarla a San Antonio, ya los camiones vienen rodando”, decían algunos con voz acelerada, convencidos que la misión se cumpliría de forma fácil y sin tropiezos.

La presencia de los civiles respirando frente a los escudos policiales, dejó escapar las primeras detonaciones de gas lacrimógeno y con ellas una peligrosa estampida que produjo los primeros heridos por asfixia. Eran muchas personas y todas trataban de correr. Muchos cayeron al piso, los primeros perdigones y forcejeos aceleraron la huida. Entre los primeros heridos hubo mujeres que, desmayadas, fueron llevadas a las carpas de Defensa Civil Colombia. Se contabilizaron 15.

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Entretanto, los cornetazos de los tres camiones se empezaban a oír cerca del puente Simón Bolívar, y simultáneamente entraban por el puente Francisco de Paula Santander hacia Ureña. El arribo de la ayuda humanitaria al punto medio de la frontera subió los ánimos. Mientras los de la primera fila se defendían de las bombas y perdigones lanzadas desde Venezuela, se habrían paso para avanzar entre los escudos de la PNB, gritándoles: “chamos reflexionen, sus jefes están bien aquí los que están jodidos son ustedes, déjenos pasar”.

Enfrentamientos

En el Simón Bolívar las esperanzas de cruzar la ayuda humanitaria continuaban intactas. La muchedumbre no retrocedía y así pasaron al menos seis horas en rudos enfrentamientos con los uniformados. Al final de la tarde los heridos sobrepasaban los 50, según Defensa Civil. Entonces llegó una contraorden: se debía retroceder. Un voluntario, desde uno de los camiones, así lo confirmó. El plan había cambiado, la orden era replegarse y esperar nuevas indicaciones. Pero nadie hacía caso.

Apareció Nacho, el cantante, y dijo a la muchedumbre que los camiones ya habían pasado a Ureña por el otro puente, inyectando esperanza a los presentes. En realidad, los vehículos avanzaron hasta el lado venezolano del puente, a pocos metros de la aduana subalterna de Ureña, entre perdigonazos y lacrimógenas. Esos fueron los que ardieron en llamas.

Cayó la tarde y el cansancio hacía mella. Un grupo que se hacía llamar «la resistencia» persistía. La retirada no era fácil. La carga retrocedía y los entre los gritos de la decena de jóvenes que se encontraban subidos sobre ella en los camiones aumentaban.

Ingreso ayuda humanitaria

Hubo quienes decidieron lanzarse al suelo y empezar a recibir las bolsitas de agua y algunos panes que repartían. El agotamiento era máximo. “Es otra batalla perdida y ya no sabemos qué va a pasar”, dijo María Luisa, con quien compartí unos minutos, mientras volvía a Cúcuta. Ya la ayuda humanitaria iba de regreso a los galpones del puente Tienditas, del lado colombiano.

Ingreso ayuda humanitaria

Jornada violenta

Hasta el Hospital Erasmo Meoz de Cúcuta llevaron a una mujer, un niño y cuatro hombres mal heridos en Ureña. Otros fueron atendidos directamente por socorristas en los puentes. Mientras, bajo los puentes aún continuaba la batalla. De un lado, uniformados venezolanos con su arsenal, del otro «soldados de franela» portando improvisados escudos de cualquier material frágil a una bala y un par de piedras. Ellos seguían buscando “la libertad”, decía «El halcón», un manifestante que cubría el rostro con una vieja camiseta.

Terminó una jornada violenta. Pasó de todo para que no pasara la ayuda. Los puentes, escenario de las batallas, reunían las huellas de los enfrentamientos. Días después siguen allí, bloqueados, llenos de piedras, con la nostalgia de lo quemado y de lo impedido. Y hay que dar media vuelta, porque no se puede pasar. Toca regresar a Cúcuta y esperar que pueda pasar de nuevo a mi país. Muchos colegas han optado por las trochas, donde alcabalas y hasta guerrilla aprovechan de cobrar. Ya veremos.

Ingreso ayuda humanitaria

Artículo originalmente publicado en febrero de 2019

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