Cultura

"La hija de la española" es reconocida como la mejor novela extranjera en Francia

El premio lo otorga la revista Madame Figaro, publicación sabatina del diario Le Figaro. La novela fue publicada en Francia por la editorial Gallimard y en Venezuela por AB Ediciones, sello de la Universidad Católica Andrés Bello

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La hija de la española

La escritora y periodista venezolana Karina Sainz Borgo [Caracas 1982] obtuvo el Gran Premio Heorína Madame Figaro 2020 por su novela La hija de la española (2019).

La comunicadora, que vive en España desde el año 2006 y trabaja en el medio ‘Vozpópuli‘, fue reconocida en la categoría de novela extranjera, el pasado 3 de julio. El premio lo otorga la revista Madame Figaro, publicación sabatina del diario Le Figaro. La novela fue publicada en Francia por la editorial Gallimard y en Venezuela por AB Ediciones, sello de la Universidad Católica Andrés Bello.

La obra de ficción cuenta la historia de Adelaida Falcón, quien aprovecha la muerte de una vecina para suplantar la identidad de esta y sobrevivir a distintas situaciones en una Venezuela marcada por la actual crisis. Se trata de la tercera obra literaria que publica, después de Caracas hip-hopTráfico y Guaire y El país y sus intelectuales.

A propósito de esta reconocimiento, publicamos una entrevista realizada por la periodista Ana Laya, para The Objective, en 2019. En esta conversación, Karina Sainz Borgo detalla cómo fue el proceso de creación y responde muchas interrogantes sobre Adelaida Falcón, la protagonista de la novela:

La hija de la española, a pesar de estar perfectamente situada en la Venezuela contemporánea, ese país archicomentado que cada vez genera titulares más insensatos, no se ancla en nombres ni aspira a la escrupulosidad histórica o geográfica. No es un reportaje. Los hechos relatados, a pesar de ser reales “no atienden a la exigencia del dato”, lo aclara Karina al final del relato, y durante la entrevista insiste en recalcar que su novela no es parte de una épica nacional, ni está hecha para desmentir dictadores: “Las novelas no tienen ninguna función excepto la que uno le de instrumentalmente como lector”.

La historia de Adelaida Falcón no fue escrita ni para leerse atrincherado en los tópicos de una izquierda que vive también días de apagón, ni sucumbiendo a la tentación de presentarse al mundo vistiendo la tragedia de Adelaida Falcón como curriculum vitae. Sirva esto de advertencia inicial, porque la tentación, de un lado y otro, es fuerte.La hija de la española es una novela política, que no politizada, contundente y emotiva que a pesar de su realismo “se desprende de la realidad con vocación literaria”.

Aquí nuestra conversación en un café de Chamberí. La primera que sostenemos en todos los años que llevamos conociéndonos (casi veinte) como entrevistadora y entrevistada.

«Un fenómeno editorial sin precedentes en la literatura en castellano. Vendida a 22 países antes de su publicación». | Imagen y texto vía Lumen.

-Has insistido mucho en afirmar que todo lo que sucede en La hija de la española es real. No necesariamente te sucedió a ti, pero es real… ¿cómo fue el proceso de investigación para dar con todas esas imágenes?

-Fue como abrir una exclusa, una vez que lo haces empieza a salir todo. Lo primero que salieron fueron las imágenes afectivas, toda la infancia de la protagonista, que son imágenes mías. Las primeras imágenes nacionales que salen de hecho son las más antiguas, las de los saqueos, las del soldado muerto. Al escribir de noche puedes escribir con más tranquilidad, con más silencio, yo tiro mucho de la música porque es una manera también de recordar. No hacía falta escarbar mucho porque 20 años dan para muchas imágenes icónicas. Son tantas. Y como no tenía que poner fecha ni ser fiel periodísticamente a nada, podía mezclar. Por ejemplo, en los recuerdos infantiles el saqueo y un golpe de Estado están unidos, son episodios separados pero yo los uní para poder concentrarlo todo.

No fue sencillo, no fue agradable, porque fue como estar perpetuamente recordando gente muerta, cosas feas. Anímicamente no me hizo mucho bien, la verdad, sentía que cuando me encerraba a escribir estaba todo el tiempo como una lavadora de huesos y gente picada, y no paraba.

-Este proceso que describes me recuerda a lo que decía el escritor de El simpatizante, Viet Thanh Nguyen, al respecto de esa novela, que también fue su debut. Nguyen decía que él como persona pasó gran parte de su vida tratando de olvidar lo que luego como escritor tuvo que recordar para poder plasmarlo en el libro.

-Es exactamente eso. Llevaba años intentando olvidar todo esto. Yo no podía hablar de Venezuela, era una de las cosas que más irritable me ponía. Me ponía realmente agresiva e irritable. Y en el proceso de escritura de la novela, hubo un momento en el que me planteé que no se mencionara, que no existiera, que no existiera la ciudad, que no existiera el país… ¿pero cómo iba a crear una cosa sin darle nombre? Era imposible. Tampoco le podía inventar otro nombre, no tendría sentido. Entonces lo que hice fue viajar de vuelta al país. Un poco diciendo ‘habría que hacer con esto algo hermoso por primera vez en la vida, tendría que utilizar esto a mi favor por primera vez en mi vida’.

Escribir esta novela me fue preparando para hablar de Venezuela, porque no podía, de verdad. Era tan severo el proceso venezolano que incluso si yo escuchaba un venezolano en Madrid salía corriendo, los evitaba… bueno, no siento que esto haya mejorado mucho, pero sí se ha hecho tolerable, antes no era capaz.

-El proceso de escritura, y de eso somos testigos quienes te seguimos en redes, fue un proceso bastante largo, ¿en qué momento La hija de la española se convierte en La hija de la española?

-Empezó existiendo como tal, tengo que decirlo. De hecho esa fue la primera imagen que a mi se me vino a la cabeza, creo que de alguna forma la idea de los inmigrantes siempre estuvo presente. Pero adquiere forma final, se define, como al año, año y medio.

El gran problema del libro era cómo acabarlo, dónde acabarlo. Hay una historia, pero todo depende de dónde empiezas y dónde acabas, y no lo tenía claro… originalmente estaba pensado que ella llegara aquí y la deportaran, pero me parecía darle al lector todo demasiado machacado, mejor que quede abierto y que nunca sepamos qué pasó. Porque nunca sabemos de dónde lo está contando y esa es una cosa que me parece grandiosa, y por eso la mayoría de las personas piensan que va a tener una continuación…

-¿Y la va a tener?

-Yo no lo sé, yo pienso que las segundas partes nunca fueron buenas y que Adelaida Falcón debería quedarse donde está, pero bueno, díselo a María Fasce [editora de la novela] para que tú veas que se enfada conmigo (risas).

-En entrevistas previas y en la presentación en Madrid has destacado mucho la importancia del trabajo que has realizado con tu editora, María Fasce, ¿cómo ha influenciado tu proceso? ¿Lo ha cambiado?

-Sí, totalmente, porque tú al principio vas a oscuras, confiando en tu capacidad de trabajo, confiando en tu intuición, pero un editor hace una cosa importantísima que es sacar lo mejor de ti, hace adelgazar enormemente una prosa, le quita todo lo que es accesorio y es lo suficientemente capaz de oler dónde eres fuerte. Ese es un proceso complicado, y ahora entiendo por qué Gordon Lish y Raymond Carver tenían la relación que tenían, o entiendo por qué los editores y los autores se pelean de esa manera, porque es una relación profundamente creativa. De hecho, ahora cuando leo a veces pienso ‘este libro no es malo, este libro lo que ha tenido es un mal editor’.

Con María me pasaba mucho que ella me decía: ‘Tienes tres metáforas fuertes, quédate con una, porque si son tres fuertes vas a diluir el efecto’. Me dio mucho dolor perder muchas cosas, pero es verdad que quedó mucho mejor. Y claro, también está la editorial. Lumen es un sello que a mí me gusta. Están todos los autores que yo respeto, Natalia Ginsburg, Doris Lessing, entonces ir con ellos es ir arropado. Lo complicado y lo curioso es que siempre se ha interpretado que Lumen es un sello de mujeres, y a mi esta novela me parecía demasiado ruda para esa literatura intimista, pero creo que finalmente fue una buena decisión que entrara en ese catálogo. Esta novela en un sello pequeño naufraga.

-No quiero decirlo como voy a decirlo, pero de alguna manera ha habido una coincidencia increíble y terrible en el lanzamiento de la novela y el punto de la debacle en la que está el país que sería algo así como la debacle de la debacle infinita…

-Sí, hay un azar muy raro aquí…

-¿Crees que parte de la trascendencia de la novela viene de haber coincidido en el tiempo con un momento en el que el mundo ya no puede dar el lujo de seguir ignorando la tragedia venezolana?

-No se puede dar el lujo, pero insiste. Insiste. Yo creo que ahora con el tema venezolano uno puede llegar a comprender que cuando uno está lejos de un lugar se crea una ceguera; tú crees lo que tú quieres creer. Supongo que pasa también en un conflicto como el palestino-israelí, cada quien toma partido como si fuera un juego de fútbol, con una frivolidad tremendísima, y una de las cosas que he notado últimamente es que parece que el mundo hubiese renunciado al derecho de ser complejo, a que dos cosas sean verdad al mismo tiempo.

-Decía Hegel, leí por ahí, que la tragedia genuina no es el conflicto entre lo correcto y lo incorrecto sino entre lo correcto y lo correcto, por eso hacer lecturas ideológicas es como entrar en una calle ciega…

-Sí, y es es lo que ocurre en Venezuela. Los que son de izquierda sienten que no pueden criticar al régimen revolucionario porque ellos “estaban con los pobres” y parece mentira pero por no desdecir tus posiciones originales terminas aceptando a un sátrapa o blanqueándolo. Yo no puedo creer, si hubo gente inteligente como Octavio Paz que después de haber simpatizado con el comunismo logró ser tremendamente duro y crítico con él, por qué la izquierda europea es tan infantil y vive en sus ensoñaciones y con los amigos imaginarios que se inventa.

-Desde el periodismo se ha intentado mucho contar la tragedia venezolana, pero, como dices, se insiste en minimizarla, en ignorarla… ¿crees que desde la ficción se logre otro efecto?

-Yo no sé si se consiga, porque las novelas no resuelven problemas, no contestan preguntas, no tienen ninguna función excepto la que uno le de instrumentalmente como lector. Ahora bien, sí pasa una cosa, una vez entrevistando a Aramburu, él me dijo algo que me pareció muy inteligente, él había escrito Patria en esa clave porque la ficción llegaba donde no llegaba el periodismo. El periodismo no se mete en las habitaciones de las personas, no se mete en las cocinas de sus casas, la ficción sí. No es lo mismo ver a una mujer que está enajenada, loca por salir del país, a que en un reportaje digan “los venezolanos migran andando miles de kilómetros”, a pesar de que eso ya es poderoso.

Lo extraño, lo bueno de las novelas, y por eso lo repito tanto, es que tienen un componente universal. La ficción atrapa un espíritu, un tiempo. Si lees a Coetzee, Esperando a los bárbaros, te quedas con un aroma del Apartheid. Pero los libros, insisto, no están hechos para solucionar problemas ni para liberar países.

-Yo siento que con respecto al tema venezolano estamos como muy saturados de realidad y de instrumentación de esa realidad para otros fines, y tal vez por eso veía que La hija de la española podría contribuir de algún modo a sensibilizar desde la empatía…

-Yo preferiría que la gente tomara esta novela para decir en Venezuela hay una generación escribiendo. Yo preferiría que Adelaida Falcón viviera en la literatura y no en Venezuela, porque eso también es condenarla a un tiempo, a que se achicharre junto a todo lo que ardió.

Si Adelaida Falcón tuviera algo que hacer yo aspiraría a que fuera una buena novela. Una novela que pudiera competir en una mesa de novedades con cualquier novela británica o francesa o alemana o española. Lo ideal sería que Adelaida Falcón aún siendo un error nacional, fuera algo más, pero no estoy segura de que el personaje lo consiga.

-¿Por qué?

-Porque está demasiado acotada en la realidad venezolana. Cuando la gente la recibe quiere hablar de Venezuela, y fíjate que ni siquiera se menciona a Venezuela, pero es inevitable. La novela coincide con lo que parece ser el fin de una era. A mi me encantaría pensar que podría ser una novela que acompañe el fin del régimen, pero no lo creo.

-Con La hija de la española me parece que se contesta un poco a esa falta de representación que hemos tenido durante tanto tiempo, que se da voz a aquellos que no la han tenido… ¿Qué voces complementarias le recomendarías a un lector que esté interesado en escuchar?

-Hay novelas que han ido acompañando la desaparición del país, por ejemplo The Night de Rodrigo Blanco Calderón, es una novela angustiante, muy bien escrita, muy ambiciosa literariamente y le pasa lo mismo, como está muy acotada dentro de Venezuela tal vez no se entiende más allá de la anécdota, pero tiene peso tanto literario como real.

Venezuela era “un país mestizo y extraño. Hermoso en sus psicopatías. Generoso en belleza y violencia, dos de las más abundantes pertenencias personales (…) la falla tectónica de un paisaje siempre a punto de derrumbarse sobre sus habitantes”. La hija de la española.

Diría que Alberto Barrera Tyszka desde La enfermedad también estaba contando esa desaparición. Juan Carlos Méndez Guedes también, pero su relación con el país está abordado desde la picaresca, él tiene La ola detenida, que es una investigadora privada que entra y sale de ahí, Los maletines, y El baile de Madame Kalalú, editada por Siruela.

Creo que hay mucha poesía que también nos explicaría muy bien. Toda la obra de Yolanda Pantin, especialmente su última etapa, la de La épica del padreEl hueso pélvico, y Lo que hace el tiempo, el poemario con el que ganó el premio de poesía de Casa América. Incluso diría que también hay libros y autores no venezolanos que nos podrían explicar bastante bien como Paul Celan. La poesía de Paul Celan habla perfectamente de lo que nos ha pasado porque se nutre del totalitarismo. Primo Levy también nos explica bastante bien.

No sé qué se está escribiendo en Venezuela porque desafortunadamente es difícil llegar ahí. Sé que Igor Barreto publicó un poemario precioso que se llama El muro de Mandelstham, publicado en España por Bartleby Editores, que sitúa a Osip Mandelshtam en la Caracas actual. Es una cosa absolutamente surrealista. Igor Barreto es un grandísimo poeta, pero ahí además se ve como un poeta narrador.

-Se te ha criticado la severidad del lenguaje, sobre todo cuando describes al país actual y a ‘Los hijos de la Revolución’, ¿qué piensas de esas lecturas?

-Las novelas no se escriben para ser correcto, un personaje no dice ‘oh, cáspitas’, dice ‘me cago en tu puta madre’. Puede que haya gente que le moleste, sí, pero es que el mundo así, es contradictorio, la gente hace cosas horribles, la gente odia a su patria, odia a su mamá, pica en pedacitos a los hijos, los sepulta… y esta la novela tiene un fondo de ira importante. Mi punto de partida era un hecho terrible, que incluso llegó a enfermarme hasta el punto de casi no poder soportar lo nacional.

Recuerdo que le pregunté a un amigo por un autor que lidiara con el odio a lo propio, y me recomendó Thomas Bernhard. Cuando leí El sótano entendí perfectamente por dónde iban los tiros. Había que ser honesto. Esta historia no es ni podía ser bonita.

-Venezuela en tu libro es un país donde ahora «todo se desborda: la suciedad, el miedo, la pólvora, la muerte y el hambre», un paisaje que finalmente terminó por derrumbarse sobre sus habitantes, ¿crees el país se reconoce en esa descripción?

-Yo creo que sí, bueno, podría no pasar, pero yo creo que sí. Incluso creo que está peor de lo que aparece ahí. Entre esta historia y la realidad que transcurre la cosa ha ido muy muy a peor, tanto así que muchas de las cosas que estaban escritas en el libro como invenciones se convirtieron en realidad total, yo creo que La hija de la española se queda corta con respecto al infierno venezolano.

-De pasarnos nos ha pasado de todo, tanto a los que nos fuimos como a los que se quedaron, pero crees que nosotros como sociedad hemos aprendido algo.

-No. Creo que no hemos aprendido nada. Creo que cada vez que aparece un personaje que enarbola una bandera o que aparentemente va a liderar un proceso, la gente sigue pensando que ese es el hombre, o la mujer, seguimos anclados en la clave mesiánica y ninguno de nosotros ha llegado a comprender que nada de este proceso habrá valido la pena hasta que entendamos que las cosas se construyen de cero, que tenemos que tener paciencia.

Cada vez que estamos en los mayores momentos de colapso político esperamos que los militares se pronuncien, evidentemente ellos tienen el poder del fuego, pero tenemos que dejar de esperar soluciones Deux Ex Machina. No va a llegar algo y lo va a resolver como en las tragedias griegas. Nosotros tenemos que dejarnos una buena parte del camino, recorriéndolo y entendiéndolo. Guaidó no nos va a salvar. La gente de hoy ve a Guaidó como si fuera un santo y yo no digo que el chico no sea una oportunidad, pero no es la respuesta y creo que ese aspecto no hemos aprendido absolutamente nada, y no soy optimista al respecto.

-Mencionas el “suicidio de Venezuela” de varias maneras a lo largo del libro y en algún punto lo haces de manera específica, te pregunto ¿por qué y cómo se suicida Venezuela?

-Hay momentos en los que cuando tienes demasiado bienestar es como si no pudieras soportarlo. Eso le pasó al país de los años setenta mucho antes de nuestra generación, en plena nacionalización del petróleo, cuando parecía que todo iba a ir bien, que éramos ricos, que éramos cultos, que teníamos todo lo que queríamos, el Estado se empezó a hipertrofiar, se empezó a hacer más grande y más grande y no podía sostener su propio bienestar, y yo creo que nos empezó a ocurrir lo que le pasa a quien le sobra todo: lo malgasta. Malgastamos la razón, malgastamos el dinero, malgastamos incluso la percepción sobre nosotros.

Pensábamos que siempre íbamos a ser ricos y dejaron de importarnos cosas, empezamos a preocuparnos por cosas que no tenían sentido cuando estaba creciendo un monstruo debajo. Estábamos todos muy ocupados con el Miss Venezuela mientras ignorábamos que había una ciudad hipertrofiada que crecía en los márgenes y que pensábamos que nunca iba a aparecer.

El «Caracazo» nos lo avisó, el 92 nos lo avisó otra vez… ¿cuánta gente no aplaudió al chavismo pensando que eran unos héroes porque la socialdemocracia era corrupta y el sistema de partidos era corrupto? Ibsen Martínez con Por estas calles [icónica telenovela venezolana de los años 90] creó unos prototipos de denuncia, de sátira, de alegoría, pero, en el fondo, ¿no socavó también las instituciones? ¿La alegoría de el hombre de la etiqueta [un comisario de policía que se convierte en justiciero anónimo] no estaba llamando también a que no hubiese ley? Todos tenemos nuestro sambenito y todos somos responsables de lo que ha pasado.

Yo sí creo que el país se suicidó, los que votaron por Chávez libremente y le creyeron, contribuyeron. No había que ser demasiado listo para saber que un militar que ha dado dos golpes de Estado muy demócrata no es.

-Acá se habla mucho de la vocación suicida de España… ¿tú qué opinas?

-Otto von Bismark decía que España es la única nación que lleva 500 años intentando destruirse y no lo consigue.

España tiene una cosa que es curiosa, no sé si es buena o mala, de hecho lo dice Pérez Reverte en su último libro, Una historia de España. Él dice que la gente se ha olvidado de que los españoles se odian entre sí desde mucho antes de Franco y no es optimista con la historia de España. Sin embargo, yo creo que una de las grandes fascinaciones de España es su complejidad y su contradicción, ellos pueden estar rotos y juntos al mismo tiempo. Yo sinceramente creo que aunque ellos estén empeñados en deshacerse en criticarse, en ser tan duros consigo mismos, tienen un país genial.

Tan solo con el Quijote, los españoles podrían ir por el mundo dándole lecciones a todos. Lo que pasa es que lo que se hereda no se roba, nosotros tenemos un poco de ese fatalismo, de ese pesimismo, de no valorarnos lo suficiente, de distraernos con lo accesorio y no enfocarnos en lo importante.

-¿Y ves un proceso parecido en España y Venezuela? ¿Se está haciendo también en España política basada en apedrear a las instituciones?

-Sí, y con el concurso de la prensa. La prensa española ahora me recuerda mucho a los medios venezolanos de los 90, empeñados en cebarse contra las instituciones, contra el Estado, y esto lo que hace es crear más inestabilidad, pero parece que mientras más crispación, más satisfacción se genera.

Aquí el sistema de partidos ha colapsado, es cierto, y ni siquiera es que aparecen nuevos partidos, es que se van partiendo en pedacitos los viejos. Aparecen pequeños adefesios, por ejemplo Ciudadanos que es una migaja del PP. Desafortunadamente es así. Es como el ala que quería progresar, el ala joven, el ala liberal, pero en el fondo tienen las mismas reacciones. Podemos, por su parte, es como una loncha de Izquierda Unida en su versión populista.

A mí el sistema de partidos español me genera esa sensación: partidos cayéndose a trozos y la gente agarrando sus pedacitos. Como una piñata que se reventó.

Todo esto no quiere decir que una sociedad no pueda hablar de sus problemas y de sus faltas, pero no puede acelerar un proceso de destrucción y de decrepitud y sobre todo asirse a la desmemoria. Aquí la gente joven no sabe qué pasó en la guerra civil, no tiene ni puñetera idea. Lo comprobé en el 15M trabajando como periodista. La gente me decía: ‘No vamos a votar, votar es una mierda’. Pero va a haber un día en el que no te dejen votar.

“Aquella tarde sentí que de los árboles del cementerio caían plumas de gallina decapitada (…) Que el morrocoy chillaba dentro de la olla de agua hirviendo. Que los algodones y los pescados me salían del pecho. Que mi madre muerta me imponía una eternidad de silencio». La hija de la española.

-Dices que no ves películas, sin embargo, a mi me pareció que hay unas construcciones, unos momentos que son increíblemente cinematográficos 

-Hay un par de personas que me han dicho exactamente lo mismo. Me ha dicho que sienten que están en una película. Yo no tengo ni idea porque yo soy muy poco cinematográfica, lo que sí creo es que escribí con mucha imagen poética en la cabeza, y la imagen poética tiene, desde mi punto de vista, que ser audiovisual, porque tiene que ser una imagen autosuficiente, que resuelva cosas y que sea impactante. Para una película tú necesitas planos autosuficientes, que expliquen en conjunto pero que sean bellos en sí mismos. Yo creo que la poesía tiene ese comportamiento. Creo que lo más visual, si puede ser visual esta novela, es porque viene de un mecanismo poético. La poesía está hecha para imaginar.

-El otro día escuché algo curioso acerca del montaje cinematográfico, en un podcast decían que el montaje no debería funcionar porque la vida lúcida no es así, es continua, es un plano-secuencia, en cambio los sueños no, los sueños son los que te preparan para el cine…

-Sí, es más o menos el mismo principio, la síntesis de imágenes, de cosas que no son posibles, de cosas que dan grima. Ayer estaba leyendo la antología de Juan Sánchez Peláez que sacó Visor y había una frase que decía algo como ‘nos restregamos los ojos con piedras’, es una imagen imposible pero es poderosa con la que se entiende el sufrimiento.

Yo creo que La hija de la española obedece mucho a esa lógica. Piensa que uno escribe con lo que ha sido, con lo que ha leído. Yo siempre cito a Pérez Reverte que dice que “uno escribe con su memoria, con su biografía y con su biblioteca”, y tanto mi memoria, como mi biografía, como mi biblioteca están llenas de esos aparatos poéticos extraños. Nuestro país tiene una impronta poética muy fuerte. Si he llegado a lo audiovisual, he llegado a través de la poesía.

-¿Y ves posible la película de La hija de la española?

-Hay gente interesada, sí, pero me costaría tanto sacar a Adelaida Falcón de su universo de papel. Obligarla a parecer de una manera. Supongo que le pasaría a muchos autores vivos que veían cómo adaptaban algo, le pasaría a Chirbes cuando con Crematorio… y se volvió un exitazo.

-“Si uno pertenece al lugar donde están enterrados sus muertos, cuál de todos sería ahora mío. Solo podemos sepultar a alguien cuando hay paz y justicia. Nosotros no teníamos ni una cosa ni la otra. Por eso no llegaba el descanso, mucho menos el perdón”. Esto lo dice Adelaida Falcón en algún punto de la novela, ¿crees que llegue el perdón y crees que sea necesario?

-Antes de que llegue el perdón tiene que llegar la justicia. Solo puede ser así. Casi todas las sociedades han tenido que pasar por procesos de comisiones de la verdad, y hay muchas cosas en Venezuela que tienen que suceder antes de que digamos alegremente ‘vamos a reconciliarnos’, porque si no entonces no será de verdad. Sin justicia va a ser otra calma falsa, otra convivencia de plastilina que se va a derretir en cuando le pegue el sol.

No quiero parecer tan negativa, parece que yo quisiera que el país se odiara, pero simplemente creo que estaría bien dejar de vivir en una perpetua adolescencia, hay que crecer de una buena vez, que ya nos han matado mucha gente.

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