Salud

El agua potable, un escaso tesoro en Venezuela

En las faldas del cerro Ávila, un caraqueño hace fila frente a un tubo del que mana agua de una quebrada. La inclemente sequía y una deteriorada infraestructura convierten al líquido en tesoro. "¡Hay que darle gracias a Dios por este chorrito!", exclama sonriente.

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Federico Parra AFP

Venezuela padece un severo racionamiento de agua, que el gobierno atribuye a la demora de la temporada de lluvia por tercer año consecutivo, producto del fenómeno meteorológico El Niño.

Yurman Torres debe madrugar a diario para abastecerse en el surtidor, cercano a su casa, y luego viajar en autobús y metro hasta el otro extremo de la ciudad, donde trabaja como cajero en un supermercado.

«¡Y cómo hacemos! Tenemos que venir todos los días. Con dos tobitos (baldes) nos resolvemos», asegura este capitalino de 36 años.

En el parlamento, con mayoría opositora tras 17 años de hegemonía chavista, se aprobó hace una semana por unanimidad un acuerdo para atender la situación, considerando que «los 18 mayores embalses para el abastecimiento de agua potable con los que cuenta el país están en un nivel cercano al mínimo».

– Infraestructura precaria

José María de Viana, expresidente de Hidrocapital (operadora pública de acueductos de la región norte), dijo a la AFP que se trata de un problema recurrente y «no coyuntural», causado porque el Estado «ha abandonado las inversiones necesarias para mejorar la infraestructura que permitiría garantizar el suministro» de agua.

En Venezuela, país de grandes reservas hídricas que incluyen al río Orinoco -uno de los más caudalosos de América-, en los últimos 18 años se han incorporado solo dos embalses, uno de ellos para almacenar agua potable, lo cual parece insuficiente considerando el crecimiento poblacional.

«En la medida en que se construye y mantiene la infraestructura, es posible mantener el abastecimiento aún cuando no llueva, pero las empresas de agua potable (todas públicas) son muy débiles institucionalmente, con un equilibrio financiero precario que les impide invertir», comenta De Viana.

La sequía afecta en mayor medida a habitantes del arco norte venezolano, en la costa del Caribe, por su lejanía de las fuentes principales.

En el estado Falcón (noroeste) fue decretado un alerta en julio de 2015. La escasez se agudizó y obligó a su gobernadora Stella Lugo a presentar a mediados de enero un nuevo plan de emergencia.

– Barrio seco 

En el oeste de Caracas se forman filas de camiones cisterna en un vertedero destinado al riego de jardines públicos, pero que cada vez se concentra más en el consumo humano.

Un camionero, que prefiere reservar su nombre, cuenta a la AFP que cobra unos 12.000 bolívares por llevar una carga de agua hasta una urbanización y llenar los tanques privados.

La suma equivale a 60 dólares a la tasa oficial más alta y a 13 dólares en el mercado paralelo, en una economía con un salario mínimo de 9.500 bolívares. La vida se hace más dura si, además del elevado costo de vida y el desabastecimiento de productos básicos, no hay agua.

«Con la escasez, el negocio mejora, pero ahorita es tan ruda que tardamos en llenar y se hacen colas (filas). Entonces no podemos hacer suficientes viajes», se queja el hombre.

Ernesto Paiva, al frente del ministerio de Ecosocialismo y Aguas, anunció «ajustes en los planes de abastecimiento».

«Desde 2013 ha llovido 45% menos que en años anteriores (…) Hay que tomar acciones a la espera de la temporada de lluvias prevista para abril», señaló Paiva, quien ordenó investigaciones para detectar tomas ilegales y pidió «comprensión» para «administrar el agua» y «que no se acabe».

El ingeniero De Viana señala que el malestar «es mayor en las zonas más humildes, en los barrios, porque las redes de distribución son mas débiles».

En la empinada Petare, la favela más populosa del país en el este de Caracas, los vecinos bloquean la carretera a media mañana en señal de protesta.

«Tenemos más de un año con este problema. Antes la subían bombeada (al agua), ahora tenemos que esperar los camiones y pagamos para que nos llenen los tanques», cuenta Valentín González, de 87 años.

Un solo argumento los convence de poner fin a la manifestación: entre las filas de vehículos, pasa un camión cisterna. Mientras sube por una cuesta un niño descalzo lo divisa, sonríe y, saltando sobre el polvo, celebra: «¡Al fin llegó el agua!»

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