El día que nació mi hijo
Fernando Aristeguieta, delantero de la vinotinto y de Monarcas de Morelia, cuenta aquí cómo fueron esos momentos cuando nació su hijo mientras él estaba en la concentración para la Copa América 2019
Fernando Aristeguieta, delantero de la vinotinto y de Monarcas de Morelia, cuenta aquí cómo fueron esos momentos cuando nació su hijo mientras él estaba en la concentración para la Copa América 2019
Ni siquiera esperó a llegar a la casa para darme una información que yo sabía pero de la que no había querido hablar.
—¿Sabes que la fecha del nacimiento coincide con la Copa América?
Estábamos saliendo de nuestra primera cita con la obstetra, que nos confirmó que esperábamos a nuestro primer hijo y que todo estaba bien.
—Sí, me fijé también —dije sonriendo, tratando de restarle importancia—. Es muy difícil que esté en la lista, gorda. Así que quédate tranquila.
—¿Y si estás?
—Bueno, ya eso lo veremos. Pero ahora no te preocupes, porque además falta mucho. Vamos a disfrutar de este momento.
Era octubre de 2018 y el seleccionador nacional prácticamente no me había tomado en cuenta. Hacía un mes que había vuelto de mi primera convocatoria con él en el cargo y no había jugado ni un minuto, por lo que realmente no le di importancia a que la Copa América y el nacimiento coincidieran. Sentía que no tenía chance de formar parte de la lista final.
Terminó 2018 y no había hecho sino reafirmarse mi sensación de no tener posibilidades de estar en la Copa. No formé parte de ninguna de las dos últimas convocatorias del año. Pero el comienzo de 2019 fue distinto porque tuve el mejor inicio de año que he tenido en mi carrera. Sentía, ahora sí, que tenía posibilidades. El asunto se empezó a mencionar en casa cada vez con más frecuencia.
En marzo me convocaron a la única fecha FIFA del año antes de la Copa, y en cuanto regresé a Cali —donde vivíamos—, decidimos no aplazar más el tema. ¿Qué haría si me convocaban? Fue una conversación mucho más sencilla de lo que yo esperaba. Una vez que analizamos los posibles escenarios, tomamos la decisión de que si me llamaban, iría a la selección. Además, si teníamos suerte el nacimiento podría ser antes de que yo partiera.
La fecha de la lista definitiva cada vez se acercaba más y nuestra incertidumbre crecía. En cualquier caso, sería una situación muy buena y muy mala al mismo tiempo. Ganaba y perdía, sí o sí. Por un lado, estaba ir al torneo y perderme el nacimiento de mi primer hijo y, por el otro, ver el nacimiento pero no ir a la Copa América, que era algo por lo que mi esposa y yo habíamos trabajado desde hacía mucho tiempo. Habíamos decidido que era lo mejor para mi carrera, para la familia, y para el niño.
Cuando la prensa decía que faltaban horas para que el seleccionador anunciara la lista final, recibí una llamada suya. Principalmente me preguntó qué pensábamos, tanto mi esposa como yo, sobre la posibilidad de perderme el nacimiento del bebé en caso de que me convocara. Le dije lo que habíamos hablado y que la conclusión era que si me llamaban, iría.
Al final me dijo que daría la lista dos días después, el último día permitido. No me confirmó nada, lo que hizo que pasara un par de días realmente tenso a la espera de lo que podría ser la mejor noticia de mi carrera deportiva.
La noticia llegó. Yo me enteré mientras desayunaba con unos compañeros después del entrenamiento, y pensé que la lista no se haría pública hasta la tarde, por lo que no quise llamar a mi esposa para darle la noticia.
Pero la lista salió unos minutos después y, camino a la casa, el teléfono no paraba de sonar. No quise atender, ni a ella ni a nadie. En cuanto llegué me recibió en medio de un mar de lágrimas, que expresaban mucha alegría, pero también tristeza y alivio después de tanta tensión. Después de unos largos segundos abrazados, me felicitó. Yo le devolví la felicitación. Era un premio que no recibía solo: nos pertenecía a ambos.
Unos días después partí para Estados Unidos, donde nos prepararíamos para la Copa. La barriga estaba a punto de estallar, pero el bebé no quiso salir antes de que yo me fuera.
Había como ocho o nueve jugadores en mi cuarto esa noche. En las concentraciones casi todos los días después de cenar nos reunimos en un cuarto o un salón del hotel a jugar póker y tocaba en el mío. Estábamos en Cincinnati, donde enfrentaríamos a Estados Unidos en el último juego de preparación, antes de volar hasta Brasil.
Justo después de la cena había recibido un mensaje de mi esposa diciéndome que no sentía contracciones, cuando había estado sintiéndolas frecuentemente los últimos dos o tres días. Más o menos una hora después, como a las nueve y media, me llamó y me dijo que no sentía al bebé y que la doctora le había pedido que fuera a la clínica. Ya en ese momento yo ni sabía lo que estaba pasando en la mesa de póker, tenía toda mi cabeza en el teléfono, esperando noticias o de mi esposa o de mi mamá, que junto a mi suegra la acompañaron a la clínica. Los dos abuelos del niño y los dos tíos se habían quedado en la casa, también a la espera.
Pasadas las once de la noche me dijeron que entraría a cesárea.
—Muchachos, disculpen. Linden va a entrar a cesárea, así que vamos a contar las fichas y seguimos mañana.
Yo no tenía idea de que faltaban más de dos horas para entrar a quirófano, y a mis nervios les habría venido muy bien que se quedaran todos un buen rato más. Pero nadie dijo nada, contamos y se fueron.
Me quedé solo y lo único que escuchaba era el bombeo de mi corazón. Esperaba noticias. Linden estaba nerviosa y eso me hacía sentir peor, impotente por no poder acompañar. Se había preparado para que el parto fuera natural, pero finalmente no iba a poder ser y eso la tenía incómoda en un momento en el que yo lo único que quería es que estuviera tranquila.
En ese período interminable de tiempo hicimos unas cuantas llamadas, todas de muy corta duración, siempre interrumpidas por alguna enfermera, o por la doctora, o por algún chequeo de cualquier cosa. No sé cuántas vueltas le di a esa habitación imaginando cómo sería el niño.
A eso de las dos de la mañana del sábado 8 de junio mi esposa llamó a decirme que ahora sí entraban al quirófano y que en unos minutos me contactaría mi suegra por videollamada para que presenciara el nacimiento. Bendita tecnología.
—¿Qué canción quieres que le pongan apenas nazca?
—“Viva la vida” —respondí sin pensarlo. Nunca me imaginé que me podían hacer esa pregunta. No sabía que le ponían música a los recién nacidos.
Por lo único que en ese momento agradecía no estar en Cali era porque yo no sé si hubiera tenido la fuerza de entrar al quirófano con mi esposa. Creo que si presencio un nacimiento podría desmayarme en cualquier momento. Pero no tuve la oportunidad de demostrármelo y eso quizás evitó una pelea entre nosotros dos. Ella no entiende cómo puedo decir eso.
Entró la video llamada y lo único que veía —y que quería ver— era la cara de Linden. Ya en ese momento estaba tranquila, lo que me hacía sentir bien.
Cuando me avisaron que estaban por sacar al niño tomé un poco de valor y le pedí a mi suegra que volteara la cámara para presenciar el momento. No les voy a mentir, varias veces aparté los ojos, y eso que no veía casi nada.
Una vez que lo sacaron y apareció en mi pantalla tuve una sensación difícil de explicar, aunque pienso que todos aquéllos que han tenido la suerte de ser padres saben de lo que les estoy hablando. Apretaba la sonrisa conteniendo las lágrimas de alegría, con una emoción que no había sentido nunca.
Le pedí a mi suegra que se acercara lo más posible al niño para verlo mejor. Tuve un breve contacto con Linden, a la que le agradecí, y me colgaron. Después de terminar la operación, me volverían a llamar. No recuerdo cuánto tiempo pasó hasta que sonó el teléfono, pero repasé mil veces cada uno de los pantallazos que había hecho de los primeros minutos de vida de Lucas, invadido por la felicidad total.
Cuando llamaron nuevamente ya estaban en el cuarto. Todo había salido bien. Estuvimos hablando más o menos media hora y nos despedimos para que todos pudieran descansar. Ya era bastante tarde, pero aun así me costó por lo menos una hora y media conciliar el sueño, repasando las fotos que había hecho y las que había recibido de mi mamá.
Pasados ya más de nueve meses, a veces veo hacia atrás y recuerdo ese día tan especial. Tal vez no fue lo ideal, pero la tecnología hace que muchas cosas sean más fáciles. Y de una u otra forma estuve un poco presente. Además, dentro de todo, hay infinitos escenarios peores para ausentarse del nacimiento de un hijo. Al final yo solo me estaba preparando para un torneo de fútbol y no debatiéndome entre olas sobre un bote pesquero en un mar lejano, o peor aún, en un campo de batalla peleando una guerra, como le ha pasado a tantos hombres a lo largo de la historia.
Fue el mejor momento de mi vida.