Opinión

Jack Ryan: la hipérbole gringa

La Venezuela de la ficción creada por Tom Clancy y adaptada a la televisión por Carlton Cuse y Graham Roland, carece de venezolanos, detalle que resiente no solo el elenco, sino la ficción misma: el periodista y escritor Rubén Machaen se despacha contra Jack Ryan

jack ryan
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Toda la expectativa generada por el estreno de la segunda temporada de Jack Ryan (producción de Amazon Prime) que tendría como escenario la crisis política venezolana, quedó hecha añicos en el primer capítulo.

El plot de la nueva entrega es revelado a los pocos minutos, cuando el analista Jack Ryan expone ante un auditorio de neófitos de la Central Intelligence Agency (CIA, por sus siglas en inglés), una presentación que asegura que “el ministerio de defensa de Rusia anuncia que sus dos bombarderos con capacidad nuclear llegaron a Venezuela esta semana”. Acto seguido, otra voz, como de noticiero, confirma, con tono de suma gravedad, que “la crisis de Venezuela ha entrado en una nueva etapa”.

Es entonces cuando Ryan le pregunta a la audiencia de analistas con qué lente se miran las noticias y en qué país debería pensar la opinión pública como mayor amenaza mundial.

Entre los dimes y diretes de los presentes se habla de Rusia y Corea del Norte como mayores amenazas al orden mundial, hasta que Ryan los interrumpe e ilumina, exponiendo el poderío petrolero de Venezuela y sus reservas de oro, preguntándoles, de nuevo, cómo un país tan rico está sumido en la peor crisis humanitaria de la historia moderna.

La escena causó tal furor que, desde el estreno de temporada, se convirtió en una cadena masiva de WhatsApp.

A pesar de la coherencia del conflicto geopolítico y el papel que Venezuela representa en la escena diplomática global, la serie comienza a perder puntos cuando el equipo de Jack Ryan (John Krasinski-The Office) compuesto por James Greer (Wendell Pierce-The Wire y Ray Donovan) y Mike November (Michael Kelly-Person of Interest y House of Cards) entra encubierto a territorio venezolano, donde encuentra milicias desorganizadas y un ejército que cumple todos los clichés de estar a la orden de un tirano latino de producción gringa.

En el caso venezolano, los clichés pertenecen al presidente Nicolás Reyes (interpretado por el catalán Jordi Mollà, el mismo villano empastelado de Bad Boys 2) y de su mano derecha, el general Miguel Ubarri (el venezolano Francisco Denis, quien hizo el papel del militar Brizuela en la fallida producción de TNT sobre Hugo Chávez, El Comandante e interpretó al traficante Miguel Rodríguez Orejuela en la tercera temporada de Narcos).

La contraparte es una mujer, Gloria Bonalde (interpretada por la colombiana Cristina Umaña), esposa de Sergio Bonalde (el chileno Gonzalo Vivanco), líder opositor desaparecido por la policía política venezolana.

La Venezuela de Jack Ryan carece de venezolanos. Y esto lo resiente no solo el elenco, sino la ficción misma: los papeles del presidente Reyes y el general Ubarri no encajan en el conflicto geopolítico de la trama. Al primero, lo hacen ver como un hombre de pueblo, cuya elegancia y acento exageradamente cubanizado, desencaja en el rol del megalómano (artífice o heredero) al mando de la revolución chavista. Y al segundo, como un funcionario blandengue siempre al borde del arrepentimiento, quien se cuestiona el sistema político que él mismo ayudó a fundar.

Paradójicamente el peor papel de la serie recae en la mejor actriz del elenco. Gloria Bonalde, interpretada por una Cristina Umaña parecida a María Corina Machado, no logra convencer en ningún momento al espectador. Y no por falta de talento actoral, sino porque su trabajo está sustentado en un mal acento venezolano, que pronuncia frases acartonadas y discursos políticos plagados de lugares comunes, al parecer escritos por un staff creativo que prefiere quedarse en la zona de confort que representa la superficie narrativa del despotismo, el subdesarrollo y la consecuente pobreza de cualquier nación de características semejantes.

Pero lo hizo

La misión de Ryan y compañía es demostrar la participación del gobierno de Venezuela en la adquisición de material bélico y nuclear en complicidad con Rusia, complicando la trama en un triángulo donde entran Ryan; un mercenario europeo y Harriet Baumann (interpretada por Noomi Rapace), una agente de contrainteligencia con rasgos de Jason Bourne y chica Bond que acaba involucrada sentimentalmente con Ryan ocultándole, por supuesto, un fin ulterior.

Así, los seis capítulos devanean entre el thriller de acción y el romance de telenovela, buscando desarrollar, sin eficacia, el escenario político del país que ha sido motivo de alarma para la mayor parte de las democracias del mundo y que, en las mesas creativas de los seriales estadounidenses, aun no logra entenderse, quizás porque todavía se está escribiendo.

Si bien la crisis política y humanitaria de Venezuela lleva rato sobre la palestra de las ficciones estadounidenses (Person of Interest, Homeland, The Newsroom, Legends y The Blacklist) la segunda temporada de Jack Ryan se apunta varios desaciertos. Primero, ¿es acaso Francisco Dennis el único actor venezolano calificado para aparecer en la ficción televisada por Carlton Cuse y Graham Roland?

Luego, ¿por qué Cristina Umaña fue la opción para interpretar a Gloria Bonalde, si en Distrito salvaje, producción colombiana original de Netflix, tiene un papel bastante similar?

Nada en contra de Umaña. Desde Capadocia (2008-HBO Latin America), pasando por las últimas dos temporadas de El Capo (2013 y 2014) hasta Narcos (2015- Netflix), la actriz ha sabido labrarse una carrera de peso en el universo serial y cinematográfico de la región, pero que, al repetirse a sí misma se resta puntos y transmite la idea de que estará presente en el elenco de cualquier producción latinoamericana, sea cual sea.

Pero no todo es malo: las placas diplomáticas y los uniformes policiales venezolanos son correctos, al igual que la mención de una cárcel política inspirada en “La Tumba” del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) en la que Ryan entra adrede y, por supuesto, escapa.

Finalmente, Ryan logra lo que el gobierno de Donald Trump no pudo, y la democracia regresa a Venezuela con rostro de mujer, cumpliéndose entonces, desde la ficción, la hipérbole gringa planteada por el gobierno de Trump que amenazó, desde principios de 2019, con derrocar al régimen de Nicolás Maduro.

La ineficacia del relato de Jack Ryan es tal, que el que sale mejor parado es el chavismo, reflejado como una dictadura bananera y ramplona y no como el narco Estado fallido y poderosa empresa criminal que realmente es.

De fondo está una Venezuela, cuya estética derruida y con aires de antaño, refuerza la tesis estadounidense de que toda América Latina es una favela miserable y olvidada, a la buena de Dios, en la que todos, incluso los actores de oposición, romancean a la luz de las velas, cantándose baladas a lo Alí Primera. Lectura frívola y arquetipo superficial, empeñado en mostrar a cualquier país hispano como una postal idéntica, en la que se repite, por y para siempre, el mismo conflicto político.

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