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Un poco de fiesta en Islandia, la "madurez" de Devendra y la otra cara del Boss: discos de este año para sumar al archivo
Un poco de fiesta en Islandia, la "madurez" de Devendra y la otra cara del Boss: discos de este año para sumar al archivo
El primer track -“Is This Nice?”- hace planear de inmediato el recuerdo de Lennon y su “Beautiful Boy (Darling Boy)” y no solo porque su letra repite la frase “My beautiful boy”: en realidad es el sonido, la “vibra”, algo que de verdad flota por todo el disco y que se parece a la libertad de hacer las canciones que quieres sin prestar atención a consideraciones de otros, ni de mercados, ni carteleras. Y a partir de esa idea comienza el viaje por el melodioso y bonito mundo sonoro de Devendra Banhart en su décimo álbum de estudio lanzado este año y llamado “Ma”.
Se sabe que Devendra, venezolano-estadounidense, es un tipo “raro” y que a la música que ha hecho a lo largo de su carrera se le ha etiquetado de folk, de cosmic folk y cosas así y que en algún momento se le consideró parte del “movimiento” de la “New Weird America”. Sus discos han sido cónsonos con su personaje. Y este también lo es: Devendra suena a lo que quiere sonar y usa aquí los tonos más dulces de su voz, administra el vibrato, y hace sonar su guitarra, una batería y otros instrumentos sencillos de cuerda y viento que uno puede imaginar como de juguete.
Pero este es un disco serio y Devendra tiene 40 años. “Ma” es un recorrido coherente por una idea: la del amor más fuerte, el de la madre, el del padre que cree que ya no será, el de la gente que ha muerto (ahí está la sobrecogedora “Memorial”: I know it don’t work that way/ But maybe you’ll come back some day / I know it don’t work like that /But maybe you can take it back), el del país que ve desde lejos (“Abre las manos” es su canción para Venezuela) y –claro- el que se siente por una mujer. ¿O por la gente en general y el mundo tan complicado? Devendra, a su manera, tiene cosas que decir: y aquí están. En inglés, en portugués y en español. Pero sobre todo, en melodías.
Primero hagamos las presentaciones de rigor: Kaskade es Ryan Gary Raddon, un tipo de Chicago que terminó trabajando para el exquisito sello Om Records en el año 2000 y con el cual lanzó sus primeros sencillos siempre entre el house y el midtempo. El buen gusto de su sonido le hizo despuntar con cierta rapidez y su versatilidad le ha llevado incluso a varias nominaciones al Grammy.
Productor, dj, compositor, Kaskade se mueve hoy entre beats de esos que logran hacer bailar a multitudes que se congregan en masa para sus presentaciones y le aseguran presencia constante en las listas de los mejores pinchadiscos. De hecho, su otro compacto de este año “Redux 003” va por esa onda: pum-pum, ruidos, silencios, arranques explosivos. En fin, todo un viaje químico.
Su más reciente lanzamiento es otra cosa: es lo que quieres escuchar después de ese viaje, aunque también es una pequeña fiesta en sí mismo. “Arkade Destinations Iceland” –lanzado en octubre- es el fruto de algo que podríamos calificar como un sabroso capricho. Viajero, Kaskade ha querido fijar los sonidos de algunas geografías importantes para él. Ya editó un «Arkade Destinations Tulum» y ahora lo hace con Islandia. Pasó una temporada en Reykjavic compilando tracks de músicos locales y produciendo algunos nuevos que terminaron en este luminoso álbum doble (mezclado) con energía suficiente en sus medios tiempos, sonidos delicados, elementos orgánicos y que se permite incluso un pequeño homenaje a las Gymnopédies de Eric Satie.
La reseña de Fernando Navarro, crítico musical del diario El País, destroza el más reciente disco de Springsteen. Y se arma con una serie de argumentos sobre lo que era y debería ser el sonido del género que escogió el Boss para romper su silencio discográfico de varios años: el country que se hacía en California en los años sesenta y principios de los setenta.
Se trata de una variante alejada de lo sureño y conducida a los predios del pop gracias a la orquestación de cuerdas. Algo que llamaron “countrypolitan”. Navarro no fue el único. Abundan las críticas negativas, especialmente en español. Son raras en el sentido de que lo despellejan pero no dejan de reconocer que hay temas muy buenos en esta producción. La revista Rolling Stone lo entendió de otra manera: le otorgó cuatro de cinco estrellas. Y donde algunos vieron un disco “flojo” y ocasionalmente ampuloso en su orquestación, en Rolling Stone parecieron apreciaron mejor esta pequeña joya incomprendida de alguien que ya no tiene que demostrar su valía.
Springsteen es un grande donde se pare. Un ícono en la historia del rock and roll. El punto aquí es que “Western Stars” no es un disco de rock, como ya se dijo. Y este experimento melancólico, pulcro, es un conjunto de canciones con las que quiso satisfacer el deseo de introducirse en otro escenario y darse el gusto de abordar este sonido que evoca a algo cinematográfico, a grandes paisajes abiertos, a escapes. Digan lo que digan, esto es otra cosa. Y en esa otra cosa, Bruce suena muy bien.