Opinión

Prodigios del "uno-uno" caraqueño: Santal 33 en 5 dólares

La industria del plagio seduce y sorprende: ¿cuál es la posibilidad de encontrar fragancias de elevado costo, como Santal 33, en pleno centro caraqueño? Muchas, gracias al enigmático "uno-uno"

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Quería comer tortilla tipo betanceira y beber tempranillo. Enfilaba yo la Urdaneta arriba, sopesando lo apropiado de ese maridaje, cuando retrasé el paso ante una tropa de muchachos uniformados de pajarita y camisa blanca, apostados lado a lado de la acera con testers de perfumes en sus manos; peatón que pasaba, peatón que esprayaban. ¡No, gracias! detuve a la señorita; ella, optimista, me invitó a entrar al local diciéndome “tenemos puro ‘uno-uno’…”. Eran casi las dos de la tarde. El hambre atizaba y ya esperaban por mí. Un moroso enjambre de camioneticas, carros y motos recorría la avenida sofocada de esmog, del soleado vaho del mediodía y, en ese punto específico de la calle, por las perfumadas atomizaciones de los vendedores. Entré a la tasca y me recibió el aroma de jamón curado y azafrán.

Comimos y hablamos a gusto. Mis conjeturas sobre si casaron o no tortilla y vino se esfumaron con bocados nada fitness de torta vasca de queso. Nos despedimos y al salir del restaurante se me activó la ignorancia postergada por el hambre y la prisa: ¿qué es ‘uno-uno’? Volvería a pasar frente a la “perfumería”; caminé con la determinación de no ser esprayado con ninguna muestra y saldar mi curiosidad. Pues en mi rutina eso de ‘uno-uno’ (one-on-one o 1:1) se refiere a entrevistas cara a cara, a los encuentros exclusivos -y difíciles de pautar- entre, por ejemplo, el director de una película y un periodista avezado. ¡Sin lugar a chapuzas! El intercambio, ahora usualmente por Zoom, ha de ser en la lengua del realizador y el redactor debe, sí o sí, haber visto la película íntegra y a través de los canales regulares.

La chica seguía allí con el probador desenfundado, dispuesta a rociar al paseante distraído. La abordé confiado en recibir una respuesta similar a las de cajeras de automercado extrañadas ante un manojo de rúcula o una bolsa de pistacho sin concha: ¿esto qué es?

– Disculpa, ¿tendrás Santal 33?

– ¡Sí, claro!

La muchacha se dio media vuelta y entró a la tienda. Volteó. Con el gesto me animó a seguirla. Su naturalidad tan redonda me había turbado.

– ¿Pero es Santal 33 de Le Labo? -la seguí con cara de ponchado.

– Sí, claro. Es ‘uno-uno’ -me respondió mientras trasponía el mostrador para acercarse a la iluminada estantería et voilá! En sus manos una caja de Santal 33 y me la ofreció con un mohín de ‘fíjate tú’. Eva tentando con la manzana al dejado Adán.

Con un perfume ‘uno-uno” por primera vez en mis manos recordé cuando en los ochenta publicitaban en la televisión venezolana “copias originales de las mejores fragancias / de los Estados Unidos y de Francia”. Si no me equivoco la marca era Shhhecreto; de ser así, hasta en el nombre aquellos productos entrañaban la voluntad exprofeso de escamotear virtudes ajenas para lucrarse y pasar agachados. Pero estos ‘uno-uno’ son otra liga, una donde languidecen los remedos ‘triple A’ y restan como apéndices las franquicias de perfumes con catálogos de copias servidas de botellas de aluminio rotuladas con nombre y apellido de grandes marcas, justificada semejante artimaña en sus panfletos como “estrictamente descricptiva(sic), a título informativo de buena fe”.

– Nosotros solo vendemos equivalencias ‘uno-uno’ -me explicó la vendedora-. Es lo más fiel en aroma y presentación al original.

De refilón el empaque hubiese pasado como legal. Pero como lo de escrutar se me da, y en ese trance frunzo el ceño, la jovencita creyó perder una venta y para rescatarla dio su estocada: “Esta le sale a 20”. De no haber estado detallando la cutre etiqueta le hubiese respondido ¡¡¡cuánto!!! Pretendí mantenerme impávido, pero algo delató mi estupor. Le parece caro, intuyó con error la dependienta; le devolví la caja. Chao comisión, pensaría ella mientras regresaba su tóxica manzana al estante donde la esperaban dupes de Creed y Maison Francis Kurkdjian. Mas la jovencita no se dio por vencida.

– Tenemos otra opción. Es la misma fragancia, igual con base de aceite, pero usted escoge el envase de 60 ml y los muchachos le preparan su perfume allá en la entrada.

– Ah, sí… -le solté en plan de a ver, dime más.

– Umjú. Y le cuesta a 5 -cerró conmigo la chica para ocuparse de una clienta interesada en comprar al mayor, pues para emprendimiento también da el asunto.

El negocio rebullía de gente y aventuré un rápido perfil de la clientela. La mayoría pide al detal y ni siquiera se plantea que es una vulgar falsificación pues solo quiere oler ‘sabroso’; lo depauperado de su bolsillo impera en sus decisiones de compra. Abundan quienes compran al mayor para revender al detal cobrando luego quince y último. Los menos son iniciados en la alta perfumería sin medios para costeársela, pero llevados, eso sí, por la burda presunción.

En una esquina cerca de la salida, efectivamente, varios empleados, jovencísimos todos, se aplicaban vertiendo esencias de botellas plásticas a frasquitos de vidrio, para luego, previo pesaje, mezclar con otro líquido -fijador, quizá- y completar con alcohol. Y si de algo se puede pavonear este recodo de la “perfumería” es de ofrecer la experiencia en vivo de cómo preparan tu perfume, tal como -salvadas las abisales distancias- la viven los clientes de las boutiques olfativas de Le Labo, donde datan y personalizan tu preparación en la etiqueta mientras te sugieren dejarla reposar unas dos semanas para potenciar la ‘maceración’. En cambio, en el local de la Urdaneta hacen la mixtura y tú vas haciendo el PagoMóvil porque no tienen cambio para un billete de 10 dólares.

Salí de la “perfumería” con la digestión revuelta por el hedor a splash corriente. Eché la mirada al frente y rebotó contra la sede del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas -CICPC-. Pensé en propiedad industrial e intelectual, en derechos de autor, en a quién reclamar en caso de efectos indeseados en piel…

Mi rey, pagaste 5 dólares ¿y te vas a quejar?, imaginé a la vendedora rebatiendo a un cliente insatisfecho. También recordé cuánto pagué por mi Santal 33 de 50 ml (harán unos cinco años; una pasada por la web de Le Labo les dará una idea), pero rápido me asaltó tamaña tribulación: ¿y si algún marchante sinvergüenza -aquí abundan- está vendiendo ‘uno-uno’ como auténticos, cobrándolos al precio de los originales? La simulación por sobre cualquier escrúpulo es la norma para quienes la fortuna les llegó súbita pero el gusto (por lo auténtico) les sigue siendo esquivo. Llegue a ellos el llamado a través del perífono: Meta la mano, meta la mano… Lleve su Baccarat Rouge 540 ¡por apenas 20 dolaritos!

P.D. No, no me atreví a oler el Santal 33 de 5 dólares; mucho menos a probarlo en mi piel.

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