Opinión

Pero qué vaina con los princesos

Se multiplican. Y es una condición que no está determinada por la edad. Ser "princeso" es una cuestión de actitud. Aquí va una diatriba. ¿Eres tú un princeso? | Por: Carrie Bracho

princeso
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“Me gustaría verte, pero la verdad no quiero salir. No sé qué decir”, exclamó el princeso una noche lluviosa de sábado, luego de un día de mensajes desde el amanecer. De preguntarme cómo había despertado, de hablar de clásicos del cine y hasta de política local. Debí elevar la red flag, pero nuevamente, mi fe en la humanidad me hizo creer que podía esperar más. 

Quizás el carruaje del princeso tenía las ruedas lisas y prefería evitar un accidente para no avergonzar a su doncella en la segunda cita. Pero el princeso aún estaba lejos de su mejor actuación. Por algunos días, seguimos escribiéndonos por WhatsApp. Enviaba fuegos y corazones por Instagram. Opinaba sobre mis cambios de look… Hasta que, sin preaviso, desapareció…

Acepté que no le gustaba lo suficiente. Pensé que había otra por allí que le generaba más emociones y tenía derecho a esfumarse como la Estatua de la Libertad en aquel espectáculo de Copperfield en el 83.

Luego empecé a cuestionarme por mi propia desgracia: ¿Qué había hecho mal? ¿En qué me había equivocado?

Mis amigas me culparon por el fracaso. Había que comportarse como adolescente.  Ignorarlo y hacerlo sufrir. Responder sus mensajes al cabo de dos horas. Tipo Arjona, pues: «Si me dices que sí piénsalo dos veces… puede que te convenga decirme que no…».

Pero, hermanas mías, tengo 40 años y no estoy para juegos de carajitos, así que gracias: que pase la otra. O en este caso, el otro.

Tres meses después de haberse esfumado, el princeso decidió volver a mandar fuegos, caritas felices con corazones. Caí en la trampa de un café, un par de horas de charla de la vida, del país, de evaluar la calidad de los profiteroles de la ciudad. Nos despedimos. Me dijo que la conversación había sido maravillosa, que esperaba repetirla.

Una vez más: David Copperfield.

Era momento de sepultar esa desilusión y entrar en la dimensión desconocida de las aplicaciones de citas. Vaya tragedia para una mujer soltera por primera vez después de 21 años.

El princeso que hace match

La última vez que había coqueteado con alguien no existía Facebook, ni siquiera My Space, mucho menos WhatsApp. Uno se conocía en vivo y directo. Un amigo de un amigo. Un compañero de trabajo, de universidad, alguien que invitaba un trago en un bar. Pero eso era cosa del pasado, había que entrar en la modernidad y abrirse a esa vaina de esperar hacer «match” con otro humano heterosexual.  

Fue justo en ese momento cuando se me reveló con mayor claridad e intensidad que existe una generación entera de princesos. Hombres que no hacen un mínimo esfuerzo, que contestan monosílabos, que preguntan dónde vives antes de saber qué haces con tu vida. Supongo que desviarse un par de kilómetros de su ruta habitual para recoger a una damisela les podría desgastar los frenos de la carroza. 

Hombres que te dejan hablando sola o que -simplemente- desaparecen… y la verdad, ese no es el problema.

El problema, princeso, es que deslizas tu dedo a la derecha y no a la izquierda. Es decir, haces match o, en criollo, le dices a la aplicación que te gusto. Yo no te obligué, no te perseguí. Tú, grandísimo huevón, hiciste match. Y si haces match deberías -al menos- tener la intención de conocer a la individua a la que le diste tu aprobación en la malparida red de adultos buscando parejas. 

Si no quieres eso, retírate, princeso y vuelve a la vida de conquistar damiselas en los castillos de la ciudad.

Esto pasó con un espécimen con el que hice match en julio pasado y luego de saludar por la mensajería instantánea de la app, de preguntarme qué hacía y contarle que estaba saliendo de una función de teatro… El joven de 48 años desapareció y reapareció esta semana con el siguiente mensaje: “¿Cómo estás y cómo estuvo el show? No me refiero al mío de desaparecer casi un año. Ese tuvo cero aplausos”.

Bueno, princeso, ¿qué pretendes que esta dulce doncella responda? Su mensaje ha sido ignorado con éxito.

La reaparición de este princeso coincidió en la misma semana con otro sujeto que envió a mi mesa unas copas en un restaurante.

Luego de días de notas de voz revelando que había sentido una “conexión espiritual» desde que cruzamos miradas, de planear desayunos, almuerzos, cenas y vinos que nunca lograba concretar; esta doncella empezó a sospechar que el estado civil del entusiasmado varón no era precisamente soltero, así que tuve que hacer la pregunta de rigor. Su delicada respuesta merece el Nobel de Literatura:

«Tengo una linda familia. Estoy felizmente casado en una súper relación. En la que, por suerte, no tengo ninguna prohibición. Siempre he sido libre de hacer lo que me gustaría hacer”.

Espero que su esposa piense lo mismo…

Les juro que estoy copiando textualmente. Podría insertar la captura de pantalla, pero sé que no hace falta, seguro tú también te has topado con ese tipo de princeso. El que te bombardea con mensajes diciendo que eres especial, que tienes un aura casi violeta, que tu signo zodiacal encaja perfecto con su carta astral; y luego: cortina de humo o viene con sorpresitas, como este galán de botiquín. 

Y podría nuevamente decir que soy culpable, que son mis carencias las que los atraen, pero no, queridas hermanas. No estoy sola en esto… La más guapa y segura de mis amigas también fue abordada por una de estas populares especies.

Era todo lo que podía soñarse: cara de niño, ojos de fuego, interesantísimo, inteligentísimo, talentosísimo y, para coronar, fue insistente en su afán de conquistar a la presa. Mi guapa amiga – a diferencia de mí- le hizo caso a la canción de Arjona: «Dime que no y lánzame un sí camuflajeado”.

Hasta que cazador y presa se juntaron y tuvieron meses de explosivos amores. ¿Qué podría salir mal? Pues el princeso guardaba una carta. Otra doncella, a la que jamás había nombrado, lo esperaba a unos 600 kilómetros de distancia.

Entiendo, la infidelidad es más antigua que la rueda, pero, querido princeso, ¿podías avisarle a la niña que ya tenías gobierno antes de llevarla al cielo y luego lanzarla al pantano?

En el ranking de princesos de mi círculo despunta uno que terminó la relación porque la damisela con la que compartía pasiones dedicaba algunas horas a su trabajo y a su hija. ¡Cómo se le ocurre darle prioridad a la hija y no al princeso! ¡Dale gracias al cielo que soy tu princeso, entrégate a mí y olvídate de tus responsabilidades!

Por mi parte, seguiré acumulando matches y fracasos, porque tal parece que el equipo de Disney se equivocó y ya el príncipe azul no despierta a la Bella Durmiente con su beso de amor verdadero. Ahora es tarea de la doncella luchar contra fieras y villanos en el bosque encantado para rescatar al princeso, que permanece atrapado por una malvada bruja en una aislada torre y es incapaz de soltar la Play y mover sus extremidades para salir de ahí.

Tranquilo, princeso, ya voy por ti. No te muevas de ahí. -Carrie Bracho

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