Ballroom en Venezuela: familia, comunidad y fantasía
La escena ballroom en Venezuela ha sido por mucho tiempo una cultura underground. Para UB, sus exponentes nos cuentan de qué se trata y cuáles son los desafíos que enfrentan

La escena ballroom en Venezuela ha sido por mucho tiempo una cultura underground. Para UB, sus exponentes nos cuentan de qué se trata y cuáles son los desafíos que enfrentan

Vogue, pasarelas, competencias y mucho show… A primera vista, eso es lo que parece cuando nos acercamos a la escena ballroom en Venezuela. Pero al hablar con sus exponentes, la historia cambia. Lo que parece estar centrado en lo superficial, en realidad es un espacio seguro que nació de una necesidad: encontrarse, reconocerse y vivir una fantasía que, probablemente, no podrán vivir nunca en el ojo público.
El origen de los ballrooms se remonta a Harlem, Nueva York, en el siglo XIX, cuando comenzaron a organizarse los llamados “drag balls”, que no eran más que eventos de gala, generalmente con elementos competitivos, donde los participantes —en su mayoría de la comunidad LGBTQ+— podían llevar sus trajes o participar en diferentes actuaciones.

Estas galas se llevaban a cabo en el hotel Hamilton Lodge y se conocían como “El baile anual de travestismo en Harlem” o “Faggots Ball”, «El baile de los maricones», en español.
Los participantes que se identificaban como mujeres se vestían de hombres y quienes se identificaban como hombres lo hacían con atuendos femeninos. Todo el evento hacía alusión a certámenes de belleza comunes, con un panel de jueces y bandas de estados.

Con el tiempo, los balls fueron ganando fama y se expandieron a otros lugares de Estados Unidos. Sin embargo, eran considerados tabú y, por supuesto, ilegales. Esto llevó a que esa escena se volviera aún más underground, lo cual aumentaba su atractivo.
Aunque los balls eran interraciales, el racismo seguía presente y estos eventos se convirtieron en un espacio más donde los prejuicios hacia personas negras y latinas estaban a la orden del día.
Sin embargo, hubo un evento que lo cambió todo y marcó un antes y un después en lo que hoy se conoce como cultura ballroom: el drag ball de Miss All-American Camp Beauty, en 1967. La ganadora fue Rachel Harlow, una concursante blanca que representaba al estado de Filadelfia. Su compañera, Crystal LaBeija, Miss Manhattan, hizo un reclamo a los jueces, alegando discriminación hacia los concursantes negros y latinos.
LaBeija decidió no participar más en ese tipo de certámenes, pero en los años 70, su compañera Lottie LaBeija la convenció de iniciar su propio ball en donde se incluyera a afroamericanos y latinos. Ese fue el inicio de la escena que conocemos hoy.
Además de permitir vivir una fantasía que afuera era prohibida, los balls se convirtieron en refugios para muchas personas de la comunidad que eran excluidas o habían sido expulsadas de sus casas. A partir del alejamiento de Crystal LaBeija de los drag balls, nació la primera casa de la escena ballroom: House of LaBeija.
Anteriormente, las casas eran lugares físicos donde un grupo de personas que se conocían por la escena ballroom, se reunían porque no tenían otro lugar a donde ir. Estaban en búsqueda de un lugar seguro. Así nació ese concepto. Las casas son lideradas por una «madre» o un «padre», personas consideradas líderes en la comunidad.
“Actualmente, las casas ya evolucionaron y son otra cosa. Son más convivencias por parentesco o por cosas que compartes con otras personas similares a ti. Así se crean los vínculos de las casas hoy en día”, dice Eduardo Colibrí, princess de House of Colibrí.
Las casas no solo enseñaban cómo participar en los balls o cómo competir en las categorías; también cuidaban del mundo exterior y ayudaban a las personas a integrarse a la sociedad.


“Crystal & Lottie LaBeija presents the first annual House of LaBeija Ball”, así se llamó el primer ballroom de la nueva era que se llevó a cabo en 1972. En principio, la escena era exclusivamente para afroamericanos y latinos. Esa fue la semilla que dio origen a la cultura ballroom en el mundo.
Para 1973, los house balls comenzaron a diferenciarse de los drag balls cuando el primer hombre gay compitió sin ser drag o trans. Los drag balls eran, hasta ese momento, un espacio solo para drags y personas trans. Con el tiempo, los ballrooms se fueron convirtiendo en competencias entre diferentes casas. Eso generaba prestigio y respeto para cada una.
“Lo importante de estos eventos no es el premio que te llevas. Lo importante es el prestigio que le das a tu casa”, dice Eduardo Colibrí.
Normalmente, quienes compiten forman parte de una casa, pero quienes no lo hacen son llamados “007”.
“Los 007 son agentes libres que no pertenecen a ninguna casa”, explica Colibrí.
Si lo desean, pueden fundar su propia casa y convertirse en padres o madres de ella.
En Venezuela, el primer exponente de la cultura ballroom fue Eric Scutaro, quien, por problemas personales, tuvo que irse del país. La escena quedó abandonada por un tiempo. Sin embargo, su «hija», Mulan Fantasy, la retomó y hoy en día lidera una de las casas más importantes: House of Fantasy.
En los balls existen diversas categorías, que se dividen en performance, fashion, sex and body y realness. Esta última permite al participante experimentar la fantasía de ser una persona cisgénero.
Estas categorías también aparecen en los Kiki Balls, que son los eventos previos a los balls. Se caracterizan por ser más pequeños y por ser una especie de práctica para el evento más grande. Surgieron en los años 2000 como una forma más accesible de mantener viva la escena. Además, activistas aprovecharon estos espacios para hablar sobre salud sexual, hacer pruebas de VIH y repartir información útil.
Hoy en día, organizaciones venezolanas asisten a estos eventos con el mismo fin. Los Kiki Balls se han convertido en eventos más frecuentes por su bajo costo y facilidad de organización.

En Venezuela se hacen cada cierto tiempo, las casas como House of Colibrí, House of Fantasy o House of Valenti, publican en sus redes sociales los detalles y temática de sus Kikis, que casi siempre se hacen en Casino Caracas, también es común que las personas de la escena estén al tanto de los próximos eventos. El costo de las entradas puede variar entre 5 o 10 dólares.
Entre cada categoría hay un descanso para que los caminantes puedan cambiarse de vestuario y comenzar la siguiente etapa. Dentro de un Kiki puede haber al menos 15 categorías en una noche sin contar las pasarelas de presentación o roll calls, que es una práctica que se hace antes de comenzar con las categorías para presentar a cada participante.
La cultura ballroom sigue creciendo y ganando visibilidad. Para muchas personas de la comunidad, estos fueron los espacios que les ayudaron a sobrevivir a la marginación en sus vidas reales.
“Todavía en nuestro país existe la discriminación. Por eso, para mí, la cultura ballroom es un espacio de liberación y confianza, donde podemos ser nosotros mismos sin ser juzgados”, dice Honey Fantasy, de House of Fantasy.
“La cultura ballroom significa una zona de confort, un ambiente donde podemos mostrarnos y ser lo más diferentes posible. Resaltar esa parte queer, que no podemos mostrar en el día a día. Es un espacio seguro e increíble que parte de una necesidad”, dice Brittany Fantasy.
Caracas no es el único lugar con escena ballroom. En Zulia, Carabobo y Táchira también se organizan eventos.
“En varios estados del país se están abriendo escenas y esa es la idea. Eso es lo que necesita la comunidad queer de cada estado para expresarse de una manera sana”, dice Brittany.

Algunos exponentes advierten que no se debe romantizar la cultura ballroom, ya que también tiene sus desafíos.
“Yo no romantizo ballroom porque la comunidad en sí siempre ha sido muy tramoyera. Si te dejas pisar, hasta allí llegaste. Siempre hay mucho chisme, como pasa en cualquier comunidad LGBTQ”, cuenta una 007 que asistió al Kiki Ball de House of Colibrí.
“No romantizo el ballroom, pero sí agradezco que exista la escena para poder expresarme libremente”, dice Brittany Fantasy.
Hoy en día, la primera casa de ballroom todavía sigue viva y tiene más miembros que ninguna otra de la escena. No se puede hablar de Nueva York sin hablar del impacto que dejó en la comunidad la casa de La Beija y aunque su fundadora murió en 1982 el legado que dejó permanece en todos sus hijos.
«Esta familia —La Beija— ha hecho que me vuelva mejor en todo lo que hago», dice Nala LaBeija en un video posteado en la cuenta de Instagram de la casa.
«Comencé a participar en los balls hace poco tiempo y me han cambiado la vida. Me hace sentir que puedo ser femenina, me hace sentir vivo, me hace sentir libre», cuenta Ángel LaBeija.
«Tienes que conseguir una tribu en este mundo, eso es lo que hará que florezcas y House of LaBeija es mi tribu», celebra Juicy LaBeija.