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Dudamel: lo que dejó su paso por la Vinotinto

El 2 de enero de 2020 el técnico Rafael Dudamel renunció a su puesto en la selección nacional a tres meses del inicio de las eliminatorias. Con esta fase pospuesta de forma indefinida a consecuencia de la pandemia, es buen momento para analizar su desempeño con la Vinotinto

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Archivo UB
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Rafael Dudamel, siendo portero, vio todo desde el arco. Su carrera como jugador de la Vinotinto inició en los 90, cuando los futbolistas rivales apostaban entre sí a ver cuántos goles le marcarían a Venezuela. Pero con la llegada del siglo XXI, un nuevo DT tomó las riendas: Richard Páez, el hombre más influyente en la historia de nuestro fútbol.

Fue entonces cuando Dudamel pudo ver todo desde el arco.

Vio la rebeldía, el desarrollo de un juego de tenencia y asociaciones. Venezuela demostró que era capaz de competir. Richard Páez se inventó una utopía de doble filo: había que clasificar al Mundial. De doble filo, decimos, porque por un lado devino la más feroz motivación y por el otro, se convirtió en una meta para la que aun no se tenían los recursos.

Si la Federación Venezolana de Fútbol le hubiese hecho caso a las propuestas que realizó Páez para reorganizar el fútbol menor, y al mismo tiempo hubiese escogido un sucesor de su mismo estilo, quizá hoy la Vinotinto fuese más competitiva.

Sin embargo, la FVF ignoró las propuestas y, llegado el momento, escogió a un sustituto que representaba las antípodas del merideño.

César Farías tenía el desafío de ampliar la base de jugadores. Al tener una de las ligas más débiles y pocos futbolistas en escenarios internacionales competitivos, eran muy pocos quienes podían competir frente a otras selecciones. Había más o menos 12 jugadores efectivos capaces de afrontar una eliminatoria. Farías y su cuerpo técnico elevaron ese número hasta la veintena.

Repatriaron a una figura internacional como Fernando Amorebieta e hicieron lo propio con otros nombres de menor peso -los hermanos Feltscher, Andrés Túñez- pero que llegaron para sumar. Consolidó una idea que se basaba en defender en campo propio y luego avanzar mediante pases largos. El equipo rozó la clasificación para el Mundial de Brasil 2014 y alcanzó las semifinales de la Copa América de Argentina 2011.

La asignación pendiente fue mejorar con pelota dominada. Buscó, probó, intentó: no pudo. Resultó evidente que si eso no se corregía, clasificar al Mundial siempre sería un sueño. Esto lo tenía claro Noel Chita Sanvicente.

¿Sorpresas?

Noel recogió lo hecho por Páez y Farías e hizo un diagnóstico. Era momento de aprender a salir jugando, de tener posesiones más estables y de aprender a presionar. Pero se enfrentó a un contexto más complicado que sus antecesores.

Todavía en la era Farías los rivales no siempre se preparaban como era debido: la tecnología recién estaba irrumpiendo. Venezuela hizo buenos partidos a punta de sorprender y adaptarse a las debilidades del contrario.

Con la llegada de la segunda década del siglo XXI, el fútbol alcanzó cotas de competitividad inéditas: los futbolistas comenzaron a estar mejor formados, el nivel técnico promedio subió y ahora existía el video: todos sabían todo de todos. En el fútbol actual, sorprender a un rival tiene más que ver con la negligencia de este que con virtudes propias.

Al mismo tiempo, Chita chocó contra las deficiencias formativas de los jugadores venezolanos. El mundo evolucionó, pero el fútbol local se estancó. La FVF, ya se dijo, no le hizo caso a Páez cuando debió hacerlo.

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Los centrales no sabían salir jugando, les faltaba técnica de pase y no sabían conducir; no había volantes de primera línea capaces de sostener el balón, mientras que los volantes de segunda línea fallaban al momento de perfilarse en las recepciones y no siempre interpretaban bien las jugadas. Además, pocos estaban acostumbrados a presionar.

Sanvicente también tuvo que gestionar la turbulencia que produjo el FIFA Gate. No logró resultados positivos y lo más sano fue que se cerrara el ciclo. ¿Qué dejó? Nociones sobre cómo presionar, una radiografía de las deficiencias y el desarrollo individual de varios jugadores: Tomás Rincón con Farías recorría toda la cancha con ímpetu, pero con Chita sus desplazamientos se hicieron más inteligentes y mejoró su técnica con pelota.

Ese fue el equipo que heredó Dudamel en abril del 2016.

¿A qué jugaba la Vinotinto?

Lo mejor de la selección se vio cuando tenía que encerrarse en su campo, sin balón, evitando que el rival cruzara la mitad de la cancha. Especialmente ante equipos de juego directo y de más vehemencia que precisión.

El fútbol tiene cuatro fases: defensa posicional (cuando no tengo la pelota), ataque posicional (cuando tengo la pelota), transición ataque defensa (cuando pierdo la pelota) y transición defensa ataque (cuando recupero la pelota).

En la que mejor se vio la Vinotinto fue en defensa posicional, utilizando ciertos rasgos de la presión heredada de la era Chita y buscando cerrar los espacios en el medio con la solidez que se tuvo en la era Farías.

En el 4-4-2 que planteó Dudamel durante buena parte de su gestión (luego se vería obligado a buscar otras opciones) lo mejor de la presión era la primera capa, formada por los delanteros (usualmente, Salomón Rondón y Josef Martínez).

La mayor parte de las veces se le permitía a los centrales rivales pasarse el balón en su campo, cerrándole los espacios por dentro y obligándolos a jugar por las bandas, donde iniciaba realmente la presión vinotinto; o bien a rifar la pelota por los aires, donde destacaban el buen juego aéreo de Wilker Ángel, en mayor medida; de Vizcarrondo, durante el 2016; y, de forma menos destacada luego, de Chancellor.

Todo equipo tiene un modelo de juego: la suma de los conceptos tácticos que utiliza en cada una de las fases. El modelo no es estático, varía en función de las circunstancias. Lo descrito en el párrafo anterior funcionó sobre todo frente a rivales que acostumbraban jugar en largo (caso Uruguay) y con poca elaboración de juego. Sin embargo, siempre hubo un par de puntos débiles.

Los rivales se dieron cuenta de que lanzando pases diagonales desde su campo hasta el venezolano hacían sufrir a los laterales vinotintos, o, en caso de que estos estuviesen fuera de posición, obligaban a los centrales a ir a la banda y ahí era fácil burlarlos.

Al mismo tiempo, debido a las dificultades de casi todos los centrales de Venezuela para anticipar e interceptar balones a ras de piso, cuando Tomás y su acompañante en el centro del campo (que por lo general fue Arquímedes Figuera) eran superados, el rival se conseguía con espacio en las inmediaciones del área venezolana para conducir, disparar o –si lo apuraba algún central– regatear. Así le marcaron muchos goles a Venezuela.

Lo peor se vio cuando los oponentes explotaban ambas deficiencias al mismo tiempo: buscaban el espacio entre el lateral y la línea de cal, progresaban en conducción y por último ponían la pelota en el balcón del área vinotinto, justo cuando ya los mediocentros estaban muy desordenados y ante las carencias anticipatorias de los centrales.

Modelo débil

Precisemos conceptos. Técnica y táctica. La técnica es la relación del futbolista con la pelota: cómo la usa y cómo la recupera. La táctica es la relación del futbolista con sus compañeros, con el rival y con el espacio: cómo se mueve y qué decisiones toma.

Las deficiencias mencionadas antes correspondían, principalmente, a errores técnicos que luego generaban lagunas tácticas. Pero el modelo de juego también resultó débil frente a selecciones acostumbradas a tener la pelota y a asociarse en corto (Chile, por ejemplo). Un caso muy didáctico fueron los partidos contra combinados españoles (Galicia, Euskadi, Cataluña) que, sin más que un par de entrenamientos previos y solo con la buena formación de los futbolistas, hacían ver a los venezolanos muy inferiores.

Cuando al equipo de Dudamel le tocaba correr en direcciones predecibles (derecha-izquierda o adelante-atrás) y a un ritmo moderado, le era fácil cubrir los espacios. Pero cuando se enfrentaba a rotaciones vertiginosas de balón (adelante-derecha-atrás-adelante-derecha-izquierda) se desbarataba. En esas situaciones, las espaldas de los mediocentros eran todavía más vulnerables.

Padecer esto durante años llevó a Dudamel a intentar el 4-3-3 o, si somos más precisos, el 4-1-4-1. Colocar a tres volantes por dentro (un mediocentro y dos interiores) poblaba más el área central al momento de defender.

Lo mejor de este planteamiento ocurrió con Junior Moreno como mediocentro (llámese también pivote) y Tomás Rincón y Yangel Herrera o Juanpi Añor de interiores. Esta decisión tuvo un gran sacrificado: Josef Martínez.

Dudamel sin soluciones

Dudamel casi siempre huyó de tener que llevar la iniciativa. Su idea era consolidar una defensa férrea y, desde ahí, ver cómo explotar el río en busca de oro. Lo que, en concreto, significó apostar al talento individual en los contragolpes.

El área mejor cubierta de la selección es la de volantes de segunda línea. Ahí destacaron Adalberto Peñaranda, Alejando “Lobito” Guerra, Rómulo Otero, Yeferson Soteldo, Darwin Machís, Juanpi Añor, John Murillo, entre otros. ¿El plan? Casi siempre fue recuperar la pelota, dársela a uno de ellos y que mediante desborde, drible o una asociación corta y rápida lograra una ocasión de gol, apoyados en los muchos recursos de Salomón o en la capacidad de Josef para crearse espacios.

¿El problema? Que todos los rivales estaban prevenidos y no había muchas otras opciones.

Si la pelota la recuperaban jugadores que no fueran los mencionados, el rival podía atosigarlos y desnudar sus carencias para jugar con ella. Arquímedes, Junior Moreno, Alexander González, por ejemplo, fallan bajo presión. Tomás, aunque aprendió a aguantar la pelota y a ser preciso con los pases, muchas veces quedaba aislado y se veía obligado a tratar de sacar una falta o a hacer lo que menos bien se le da: conducir.

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Esta situación acaso mejoró con la consolidación de Yangel Herrera: un mediocentro acorde al fútbol contemporáneo, justo como los que no se forman en Venezuela.

Otro problema era que con unos buenos movimientos del rival de presión tras pérdida, a veces el arco contrario le quedaba demasiado lejos a una Vinotinto que se ahogaba tratando de nadar hacia él.

En todo caso, casi siempre fue mejor para los de Dudamel tratar de contragolpear que apostar por retener la posesión del balón. Porque, primero, ahí afloraban deficiencias históricas; y segundo, porque Dudamel jamás supo dar soluciones en ese rubro.

Hablemos del ataque posicional.

Venezuela no sabe salir jugando. Casi siempre buscaba los trazos largos para que Salomón los bajara y dejara de cara al arco a alguno de los mediocampistas. Los rivales estaban prevenidos.
Cuando los centrales debían jugar con la pelota afloraban bloopers. Esos que condenaron a la era Chita.

Lo mismo ocurría en casi todas las zonas del campo, quizá con la notable salvedad del último tramo de cancha en donde las expresiones técnicas e interpretaciones tácticas individuales de ciertos jugadores generaban asociaciones peligrosas, más por inspiración que por sistema.

La Venezuela de Dudamel pasaba, por consecuencia, del ataque posicional a la transición ataque-defensa en mucha desventaja. Perdía la pelota en salida, dejando a los delanteros rivales bien posicionados de cara al gol; perdía los balones en el medio campo, cuando los mediocentros eran atosigados. Incluso, en el menos dañino de los casos, Venezuela lucía desconcertada al momento de llegar al último cuarto de cancha y enfrentar a una defensa bien planteada.

¿Qué aportó Dudamel a la selección?

Hubo muchos baches y pocos aportes que signifiquen un legado táctico. Pero también hubo picos competitivos importantes: antes, Venezuela solo había pasado de ronda en la Copa América dos veces. Ahora, ese número llegó a cuatro. En la ocasión más reciente, en 2019, teniendo el mejor performance de los últimos tres años. Los meses finales fueron los mejores del ciclo.

Luego de una etapa turbulenta Dudamel instaló la calma, saneó los ánimos de la plantilla y volvió a conseguir resultados positivos. En los momentos complicados el equipo se vio unido.

Su mayor aporte fue asentar el 4-3-3 que se consolidó en un 4-1-4-1. Ya Farías había hecho experimentos al respecto, con conclusiones negativas. Dudamel dio con las piezas, convenció a los jugadores y salieron bien los conceptos. ¿El pico más alto? El empate frente a Brasil en la Copa América de 2019.

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Siendo él mismo quien llevó a la Vinotinto sub 20 al subcampeonato del mundo, no dudó al momento de dar espacio a lo más destacado de esa camada. Wuilker Faríñez es uno de los futbolistas más prometedores del continente, Yangel se consolidó, Soteldo y Peñaranda se convirtieron en activos importantes, y otros tantos ya son opciones reales y competitivas.

Esto, de forma natural, lo benefició. Las soluciones que él como entrenador no encontró aparecieron de la mano de estos talentos. Si hoy la selección pierde menos balones en la mitad del campo tiene que ver con la evolución de Yangel, por ejemplo.

Eso sí, el equipo siempre dependió de las grandes actuaciones de los porteros. Primero con Dani Hernández, luego con Faríñez.

Quedan, al mismo tiempo, flotando interrogantes sobre por qué Rómulo Otero no contó con más oportunidades siendo uno de los jugadores de más nivel. Y quizá esto se explique con las dudas del seleccionador hacia las capacidades de Rómulo para replegarse y ser intenso en la marca.

Las prioridades siempre fueron tratar de reforzar la defensa posicional, situación que acabó cobrándose la titularidad de Josef, puede que desde un punto de vista razonable: pese al gran momento del delantero del Atlanta, Venezuela se vio menos deficiente con un solo punta (aunque atacó mejor con dos).

También queda en la columna de fallas lo mucho que se tardó el DT en hacer cambios y sus limitaciones para alterar el desarrollo de los partidos: en la dirección de campo Venezuela parecía un peldaño por debajo de los rivales.

Fue un equipo que compitió, que se consolidó como un rival incómodo, pero que siguió adeudando las herramientas necesarias para ganar con constancia.

Jugadores: lo que hay

Un cliché: Venezuela tiene la mejor generación de su historia. Esto se repite cada año desde el 2000. Pero lo que poco se pondera es que la mejor generación de la historia del país no necesariamente está en el nivel promedio del continente.

Cada generación es mejor que la anterior por el simple hecho de que llega más actualizada o con menos deficiencias –deficiencias, vale acotar, que ya no existen en otras selecciones–. “El Pájaro” Vera perteneció a una generación en la que ser futbolista era una proeza; Miguel Mea Vitali apenas conoció lo que era algo de preparación en categorías menores de la selección. Tomás seguramente pasó largas horas corriendo en círculos alrededor de un campo cuando era niño (práctica caída en desuso). Yangel pertenece a una camada que ya pateaba balones desde los seis años, que quizá se topó con alguno de los pocos –en proporción– entrenadores actualizados que hay en categorías menores y ya se preparaba como profesional a los 14 años.

El cambio de hábitos hace que cada generación aventaje a la anterior. Por eso, mientras Venezuela no termine de actualizarse cada camada será mejor que la anterior pero no necesariamente estará a la altura de sus rivales.

Cada vez hay más futbolistas con talento para desenvolverse en escenarios más competitivos. Faríñez, Ronald Hernández, Nahuel Ferraresi, William Velásquez, Josua Mejía, Sergio Córdova, Yangel, Peñaranda y Soteldo, tienen buenas aptitudes y están terminando de formarse en ligas competitivas.

Esa generación se suma a los Otero, Josef, Juanpi, Villenaueva, Chancellor, Machís, Wilker Ángel, Aristiguieta, Murillo y compañía, quienes ya representaron un salto cualitativo inédito. Y quienes desde hace rato acompañan a unos consagrados Tomás, Rosales y Salomón, los eslabones que representaron otro nivel de profesionalismo.

Si hay un grupo con talento suficiente para asentar las bases de una verdadera actualización es este. Yordan Osorio, quien aterrizó recientemente en la selección, es el mejor central del país con unas condiciones para sacar la pelota jugando –conducción, pase y finta– inauditas en venezolanos, además de sus habilidades para anticipar e interceptar. Y aunque una golondrina no hace verano, su sola existencia ya resulta alentadora.

De Dudamel a Peseiro

Hace 18 años la FVF fue alertada de que debía reorganizarse. Aspirar a clasificar a un Mundial en un ecosistema tan precario es ilógico.

José Peseiro, quien iniciará la eliminatoria como seleccionador tras la renuncia de Dudamel el 2 de enero, tiene una experiencia ajena a la de cualquier DT nacional. Lo que de entrada puede jugarle a favor.

Y también en contra: ¿sabe de todas las carencias formativas que acarrean los venezolanos promedio, de la fragilidad y bajo nivel del torneo local, de las condiciones de un país que permean en el ámbito deportivo?

Debería estar al tanto, porque sino el aterrizaje de lo que es la nube en la que se ha desenvuelto al infierno al que llegó podría matarlo.

La FVF no tiene una dirección de proyecto. El objetivo, gritan, es clasificar al Mundial. Como si todo fuera una serie de partidos de PlayStation en los que la victoria dependiera de ser el más hábil con los dedos.

En unas condiciones tan hostiles cualquier seleccionador tiene dos caminos: uno, trabaja a fondo en actualizar a la selección, indistintamente de que se pierdan los partidos que se van a perder al poner la pelota en el piso y poner a los centrales a pasarse la pelota entre sí; o dos, apuesta a maquillar las deficiencias históricas y busca arañar cuantos puntos pueda.

Farías se movió entre ambos rubros, priorizando lo último. Noel se afincó en lo primero. Dudamel fue directamente a lo segundo. ¿Qué hará Peseiro?

Hasta el equipo más “defensivo” debe ser capaz de, cuando le toque, pasarse la pelota entre los defensas bajo presión sin cometer un blooper; o de, llegado el caso, saber tener la pelota en campo contrario para desorganizar al rival.

No se trata de un estilo ni de discusiones tan banales como jugar bonito o feo –que nada tienen que ver con jugar bien o mal–, sino de herramientas elementales para aspirar a vencer a las selecciones que suelen liderar la eliminatoria. Herramientas que aun escasean y la FVF hace todo para que siga siendo así. La Vinotinto no solo se enfrentará a sus rivales, sino que también a la piedra que traba su desarrollo: su propia federación.

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