Venezuela

Opinión | Xenofobia y el culto a Bolívar

En los últimos meses, la situación de los migrantes venezolanos ha empeorado con la reaparición de nuevos brotes de incitación al odio, discriminación selectiva, racismo o venezolanofobia.

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Texto: Gustavo Saturno / Fotografía: Archivo

Algunos todavía insisten en hablar de xenofobia, pero ese término no luce tan adecuado para definir lo que realmente está sucediendo en determinados lugares de la región, porque los ataques se han focalizado especialmente hacia los venezolanos que viven fuera de su país y no tanto hacia los demás migrantes, sin que con ello se pretenda minimizar las necesidades y los problemas que también aquejan a esas personas.

Otros -incluso- prefieren hablar de aporofobia, una palabra poco utilizada por la gente, pero que la RAE define como el miedo y rechazo hacia los más pobres. Porque, ciertamente, las últimas olas migratorias de venezolanos, han sido de personas con escasos recursos que huyen desesperadas de una crisis de magnitudes colosales.

Desde luego, la ruina de Venezuela ha creado el hábitat perfecto para una pandemia de antivenezolanismo, al abrírsele las compuertas a un corredor humanitario de migrantes que no tiene precedentes en el pasado reciente de Latinoamérica.

En efecto, estadísticas actualizadas de la ACNUR revelan que, hasta agosto de este año, la cifra de venezolanos migrantes, refugiados o solicitantes de asilo en el mundo, alcanzó a 4.307.930; un número que, según los pronósticos de la OEA, pudiera rondar los 8.200.000, a finales de 2020 si no se produce una pronta solución a la tragedia venezolana.

Es muy obvio, entonces, que la crisis se ha desbordado y que está causando estragos entre los venezolanos que la padecen, pero también a sus vecinos más cercanos, que ven rebasadas sus capacidades para recibir a tantas personas y se preocupan por las consecuencias que el éxodo de tantos venezolanos pudiera tener sobre sus economías, índices de empleo, sistemas sanitarios y de asistencia social, tasas de delincuencia, etc.

La situación se agrava aceleradamente, más ahora que han aparecido algunos oportunistas inescrupulosos -políticos o medios de comunicación de poca monta- que, a sabiendas de que la gente está inquieta por la llegada de numerosos venezolanos a sus países, lanzan peligrosos discursos xenofóbicos o noticias amarillistas, para pescar en río revuelto y levantar así sus mermados niveles de popularidad, encubrir sus malas gestiones políticas o vender más ejemplares de sus periódicos.

Este grupo -afortunadamente, todavía muy reducido- se propone reproducir el mismo guion de Europa y los Estados Unidos, donde el debate sobre los inmigrantes ha favorecido a los que plantean la construcción de muros y el cierre de fronteras.

En efecto, en el mes de julio pasado, la diputada panameña del PRD, Zulay Rodríguez, en el marco de la presentación de un proyecto de ley con el que se pretendía reformar las políticas migratorias de su país, ofendió al gentilicio venezolano con improperios soeces que contrastan mucho con la nobleza, solidaridad y hospitalidad del pueblo panameño.

Dijo entonces que “los extranjeros que venían antes eran más respetuosos…” y sin hacer excepción alguna, señaló que “a raíz de que vienen venezolanos, han hecho adjetivos y nos hacen bullying”. Finalmente, nos tildó de cobardes, diciendo: “Váyanse allá, así como me insultan a mí, vayan y díganle eso a Maduro, a ver si se atreven (…) para que lloren en mi casa, que lloren afuera y vayan a sus países a llorar”.

Otro caso igual de bochornoso lo protagonizó recientemente la diputada fujimorista Esther Saavedra, quien señaló, poco antes del cierre del parlamento del Perú, que los “venezolanos, malos o buenos, tienen que salir del país (…) un millón de inmigrantes entre legales e ilegales, entre trabajadores y bandidos delincuentes, tienen que comer, tienen que dormir, vienen a quitarles trabajo a nuestros peruanos”.

Ciertamente, es innegable que la crisis venezolana está causando serios problemas a la región, que necesitan atención y ayuda internacional, y que todo país tiene el derecho soberano e incuestionable de establecer sus propias reglas migratorias.

Pero la incitación al odio de los venezolanos, además de inaceptable, vergonzosa e innecesaria, es inútil -al menos- para la resolución del conflicto. Y podría convertirse en una bomba de tiempo de la que se desatarían consecuencias impredecibles.

En efecto, la marcha en Tacna contra los venezolanos, donde se escucharon consignas como “Maduro, recoge tu basura. Fuera venecos”, lució como uno de esos temblores que se sienten justo antes de la erupción de un volcán.

Sin embargo, también del lado de los venezolanos se han visto declaraciones frívolas, sobre todo de algunos políticos que -venidos a menos- buscan figurar en las encuestas de una elección que presumen cerca.

Hemos escuchado, así, múltiples frases recordando el origen de Simón Bolívar, con las que se pretende demandar más respeto y una mayor solidaridad a los países de la región. Creen que llegó la hora justa para reclamar a sus vecinos “el pago” por los favores recibidos del Libertador hace ya dos siglos.

Los recordadores del “héroe”, desde luego, se presentan implícitamente como sus legítimos herederos, pero de ninguna manera como los responsables o protagonistas de la ruina que hoy aqueja a Venezuela.

Lo curioso es que estas personas -sin importar si son del régimen chavista o de la oposición- están impulsadas por una misma motivación: el Culto a Bolívar del que tanto nos advirtió el historiador Germán Carrera Damas.

Y lo paradójico es que esa costumbre -tan arraigada entre algunos venezolanos- de poner a Bolívar en la divinidad, es la misma estrategia que han utilizado los militares -que, no por casualidad, se autoproclaman “forjadores de libertades”- para dirigir los destinos de Venezuela, por más de la mitad del tiempo de su vida republicana.

También el “Culto a Bolívar” es la misma maniobra que históricamente ha utilizado la Fuerza Armada para procurarse la poción más grande del presupuesto nacional.

El antivenezolanismo que intenta ser promovido por unos pocos populistas y amarillistas de la región es inaceptable y bochornoso para quien lo ejerce, pero no porque se está ofendiendo al “pueblo de Bolívar”, sino porque constituye una flagrante violación de los derechos humanos fundamentales de los venezolanos migrantes.

En efecto, la Convención Americana de los Derecho Humanos (1969), prohíbe toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza, color, religión, idioma u origen nacional.

Ofender a los migrantes por su condición o incitar a su odio, es un acto ruin, cobarde y violatorio del Derecho Internacional. Más aún cuando se trata de refugiados que se encuentran en una situación de tan extrema vulnerabilidad.

Pero exigir respeto y solidaridad como contraprestación de los favores recibidos por la independencia es también un argumento tan trivial como petulante. Y, para mí, pone en evidencia que todavía falta mucho para superar el militarismo que tanto daño nos ha hecho y es, hoy, el principal responsable de la debacle venezolana.

Lo más adecuado sería reclamar respeto con base a los tratados y convenios internacionales de derechos humanos, y una mayor solidaridad -de aquellos que nos la niegan- a partir del ejemplo que la propia Venezuela dio en las décadas anteriores, cuando fueron recibidos, con las “puertas abiertas”, centenares de miles de extranjeros de todas partes, que -como decía la canción de Ruben Blades- llegaron a nuestras fronteras “pa’ salvarse en Venezuela”…incluidos el padre de la diputada Zulay Rodríguez, mi madre y cuatro abuelos.

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