Investigación

Adiós a las aerolíneas, bloqueo a la migración

Los aviones alzan vuelo para no volver a aterrizar en Venezuela. Al menos diez aerolíneas internacionales se han despedido del país, dejando menos rutas y una creciente asfixia: la de no poder salir más. Deudas millonarias suman al hartazgo de las compañías que operan en aeropuertos que también muestran cicatrices del deterioro

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“Es mejor tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo”. La segunda premisa de la frase popularizada por Gilberto Correa es la que resuena cada vez más en Venezuela, especialmente desde que 10 aerolíneas internacionales han dicho “hasta luego” en menos de cuatro años. Al principio, se retiraron motivadas por el incumplimiento de la deuda multimillonaria que sostiene el Estado y ahora por medidas de prevención, frente a la complicación para operar de cara a la inestabilidad social e inseguridad del país. Nunca fue por «desviar aviones por el Mundial», como dijo Rafael Ramírez en 2014.

El 27 de julio de 2017, Delta Airlines anunció la suspensión de su ruta Caracas-Atlanta a partir del 17 de septiembre. La aerolínea realizó su último vuelo desde Venezuela hasta Estados Unidos el 16 del mes anunciado. En la partida, la bandera tricolor ondeó desde una de las ventanas de la cabina de pilotaje del avión.

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La decisión de la empresa estadounidense no dio tiempo de reposo para asimilar que el día anterior Avianca también cesaba sus vuelos a Venezuela por “limitaciones operativas”. En un principio sería desde el 16 de agosto, pero luego se adelantó al mismo día del anuncio: 27 de julio.

María Gabriela Guerra, higienista dental y estudiante de cuarto año de Educación de la Universidad Central de Venezuela (UCV), fue una de las afectadas por el turbulento cese de actividades de Avianca, pero su odisea tiene antecedentes. Su destino final siempre fue Houston, adonde viajaría con United Airlines para visitar a familiares que residen en la ciudad norteamericana. La empresa suspendió su conexión con Venezuela el primero de julio por la caída de ventas que había registrado los últimos meses. Para el resto de sus clientes que viajaban luego de esa fecha, como María Gabriela, acordó un convenio con Avianca para hacer una primera escala en Bogotá.

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Al llegar al aeropuerto a las 8 de la mañana, la muchacha se encontró con pantallas que anunciaban la suspensión de su vuelo de las 12:45 PM y también el de las 6 de la tarde. Fueron horas de incertidumbre, pocas respuestas y muchos rumores. Ese día en el rayado de Cruz Diez se coló que, a raíz de su decisión, la aerolínea del país vecino no tenía permiso para recargar combustible en territorio venezolano, que le habían bloqueado el acceso a internet, que habían tratado de solucionar dos  vuelos chárter pero el gobierno prohibió su salida si los pasajeros eran de Avianca. Las soluciones presentadas a la una de la tarde por los empleados eran llamar al call center para pedir el cambio del pasaje o el reembolso del dinero en 90 días hábiles.

María Gabriela no viajó ese día y perdió el vuelo con United desde Bogotá a Houston. Perdió también el dinero de esa conexión porque, después de todo, United Airlines no es responsable del contratiempo de Avianca. Su tía desde Houston la apoyó con la compra de un boleto de ida para viajar con Avior el lunes primero de agosto por un total de 1.348.000 bolívares. Si bien luego de tantos tropiezos ya está en territorio extranjero, ahora su regreso está en duda. Nadie quiere volver para encerrarse.

En Bogotá, dos pilotos de Avianca relataron a Noticias RCN que la empresa alzó vuelo sin retorno por tres razones: inseguridad, mala infraestructura y robo de equipajes. José María Jaimes García, presidente de Asociación de Aviadores de Avianca, reveló que la tripulación debía ser escoltada hasta hoteles para evitar atracos. Julián Pinzón, vocero de la Asociación Colombiana de Aviadores Civiles (Acdac), lo confirmó y agravó el panorama al confesar las condiciones del aeródromo: “las mangueras de suministro tenían fisuras y el combustible terminó siendo contaminado, las luces de aproximación no funcionaban, las calles de rodaje no funcionaban”, y el equipaje de los pasajeros era constantemente robado, poniendo una presión inusual en la aerolínea para reembolsar a los clientes.

Según TalCual, el gobierno venezolano envió a un directivo del Instituto Nacional de Aviación Civil (INAC) a Bogotá para negociar con la empresa. «Lo que ofreció fue, básicamente, amenazas», relata el semanario al develar que la respuesta del Gobierno fue prometer castigos: «Surgieron amenazas de expropiación de activos ubicados en el aeropuerto de Maiquetía y de afectación a su personal de tierra». De allí la premura por bajar la Santamaría.

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La partida pica y se extiende

El Gobierno le dicta a las operadoras aéreas cuándo y cómo repatriar sus ingresos monetarios obtenidos por concepto de la venta de boletos, debido a que las reglas del control cambiario les impiden facturar en moneda extranjera. Frente a un bolívar ahogado en devaluación y un Estado moroso, ya en 2016 la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA) había manifestado su respaldo a las compañías que decidieran paralizar sus actividades comerciales. “Las aerolíneas quieren mantener a esos países conectados, pero están siendo forzadas a tomar medidas si no se les paga”, indicó entonces el director de la organización, Tony Tyler.

Ya el año pasado, IATA cifraba en 3.780 millones de dólares la deuda estatal. “Sigo pensando que probablemente empeorará antes de mejorar”, afirmó Peter Cerda, su vicepresidente. “La principal prioridad del Gobierno no es la aviación (…) Sabemos lo que ocurre en Venezuela con la incertidumbre y las manifestaciones violentas”, dijo en declaraciones dadas a la agencia Reuters el 5 de junio de 2017.

Bien sea por deudas, por dificultades operativas o por la inseguridad al viajar a un país con alto índice de criminalidad, ya son 10 las aerolíneas que abandonan suelo venezolano desde que inició la gestión de Nicolás Maduro. Desde 2014 se han ido Air Canada, Tiara Air, Alitalia, Gol, Lufthansa, Latam Airlines, Aero México, United Airlines, Avianca, Delta Airlines. La lista se va expandiendo; en consecuencia, los destinos y frecuencias reduciendo.

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Para viajar desde y hacia el viejo continente solo hay cinco posibles opciones. Air Europa e Iberia que viajan tres veces por semana a Madrid. Turkish con tres vuelos semanales a Estambul, la misma cantidad de vuelos de TAP pero con destino a Lisboa. Y Air France que aún mantiene una frecuencia de 6 vuelos semanales a París, aunque suspendió operaciones durante el fin de semana de la elección constituyente, haciendo saltar las alarmas.

Con el retiro de United y Delta, más el efímero servicio de Dynamic Airways -que este 10 de agosto informó como suspendidas por ahora sus operaciones en el país-, las alternativas para viajar desde y hacia Estados Unidos se limitan a American Airlines (AA), Santa Bárbara (SBA), Swift Air y World Atlantic. Todas ofrecen vuelos solo a Miami, mientras que otras ciudades como Atlanta, Houston y Nueva York han sido tachadas del mapa de rutas. Entre Aserca, Albatros, Conviasa y Laser se reparten la demanda hacia Aruba, Curazao, Santo Domingo, La Habana y San José. El sol sigue saliendo para vacacionar en alguna isla caribeña, pero se oculta para los destinos suramericanos, que van disminuyendo en número.

Después de que Avianca interrumpiera sus actividades en suelo criollo, tras 60 años de trayectoria; Avior, Aero República y Tame son las únicas que hacen posible la conexión con el país fronterizo hacia Bogotá. Latin American Wings y Estelar Latinoamericana hacen lo propio con Santiago de Chile a través de un vuelo semanal, a la vez que Copa vuela diariamente a Panamá, donde tiene su hub internacional.

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Otras operadoras sobreviven al marasmo pero restringen su día a día. Aerolíneas Argentinas ordenó hace un año que las tripulaciones hagan pernocta en Bogotá y no en Caracas, y además ha denunciado que el aeropuerto de Maiquetía no está apto para operar. Iberia estableció República Dominicana como lugar para pasar las noche, y los pilotos de Air Europa exigieron a su compañía organizar que el descanso no ocurra en Venezuela, el país más inseguro y violento de la región. A Caracas solo para tocar tierra y despegar.

La excepción es la nacional Avior, que incluso ha aumentado su oferta. Su publicidad reza “Cada vez son más destinos”, aumentando rutas desde aeródromos alternativos hacia destinos regionales. Desde Valencia y Barcelona conectan con Aruba, Bogotá, Curazao, Guayaquil, Lima, Manaos, Medellín, Miami y Panamá.

Ante la diáspora aeronáutica, el Consejo Superior de Turismo (Conseturismo) alertó a las autoridades gubernamentales, a través de un comunicado, para que garanticen medidas para mantener el funcionamiento del mercado aéreo, puesto que “un medio de transporte que se cierra es una oportunidad perdida de promover el turismo hacia nosotros y mantener comunicado el país con el mundo externo”.

Claustrofobia

A raíz de que las alas se están despegando del suelo tricolor por tiempo indefinido, el “sálvese quien pueda” no deja de rondar en la cabeza de muchos venezolanos. Con las partidas de operadoras, un tweet también se hizo tendencia.

“Y quién no va a sufrir claustrofobia en este país si cada vez que dicen que no se puede estar peor, nos demuestran lo contrario”, comenta David Garmendia, corredor de seguros de 27 años de edad. Hace poco celebró sus bodas de papel, un año y tres meses atrás se casó con Mireya Blanco y desde entonces tienen planes de emigrar juntos a Chile. “Tenemos tiempo reuniendo pero entre más dinero ahorramos, menos vale porque todos los días sube el dólar y ahora que se están yendo todas las aerolíneas, dime tú si vamos a conseguir un pasaje barato. Nos da miedo que no nos dé chance de reunir para el boleto y que cuando por fin lo tengamos, ya no haya ni un avión para salir del país”, afirma.

Dayana De Freitas ya tiene su pasaje con destino a Portugal para el 15 de septiembre. Aunque sus días en Venezuela están contados, teme que los de la aerolínea TAP se extingan más rápido. “Quiero montarme en un cohete e irme. Mis padres están allá y lo que se rumora es que TAP también va a suspender. Y con todo lo que está pasando es lo que uno espera”.

A pesar de que Dayana tiene nacionalidad portuguesa y familia en Madeira, siempre corría la arruga cuando de emigrar se trataba. Todavía a principios de 2017 estaba determinada a quedarse en Venezuela, pero con la escalada abrupta que sostiene el conflicto político-social del país, decidió que no puede esperar más. “Ahorita que tengo 24 años puedo pasar trabajo afuera y aguantar cualquier cosa porque no tengo nada que perder, pero entre más tiempo espere aquí más difícil se me va a hacer empezar de cero porque las expectativas van creciendo con la edad”, expresa la especialista en Mercadeo Digital.

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Un pensamiento parecido es compartido por Patricia Viña, estudiante de Psicología de la UCV. “Estamos contra reloj”, sostiene. Ella está en espera de presentar su tesis de grado en septiembre cuando se reanuden las actividades académicas para irse con su hermana, que vive en Ecuador desde hace tres años. “Mi idea es defender y entrar en el grado de noviembre, pero si no puedo para esa fecha, defiendo y me voy, luego veré si puedo asistir a mi graduación el año que viene”. Recientemente comenzó a trabajar en una consultora con oportunidades atractivas de viaje a sucursales fuera del país. El problema es que “esos beneficios los veo después de tener seis meses en la empresa y no sé si pueda esperar tanto para irme”.

La protesta en Venezuela se ha extendido por más de cuatro meses y su fecha de culminación es incierta. Los índices de inestabilidad social ascienden y ponen en jaque el mercado turístico venezolano. Frente a este panorama, las aerolíneas no quieren exponer a su tripulación ni a sus clientes por ganancias monetarias escuetas que tardan en ser repatriadas. Mientras tanto los counters de los aeropuertos se asemejan cada vez más a un museo de la memoria y los ciudadanos temen quedar atrapados bajo un domo invisible.

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