Efigie erguida y traje con alzacuellos, coleta plateada, lentes oscuras, guantes y manos anilladas. Este alemán afincado en París cinceló durante décadas su imagen, hasta convertirse en un símbolo universal de la elegancia. Su perfil, casi siembre en blanco y negro, llegó hasta a las latas de Coca Cola.
Nació, dicen las biografías que cuestionaba, el 10 de septiembre de 1933 en Hamburgo, y se crió a 40 kilómetros de esa localidad portuaria, en una casa burguesa de dos alturas, fabricada en madera y rodeada de árboles. En ese bucólico paraje creció Karl Otto Lagerfeldt, sin apenas percatarse de cómo la Segunda Guerra Mundial estremecía a Europa.