“No hay nada que temer de un cuerpo inerte. Es lo desconocido lo que nos inquieta cuando contemplamos la muerte y la oscuridad”, le dijo cierta vez el chivudo profesor Albus Dumbledore al virolo Harry Potter ante un lago lleno de cadáveres. Y ciertamente, en Caracas se experimenta más susto ante el comportamiento impredecible de una caravana de motorizados que se dirigen haciendo piruetas al Cementerio de La Guairita, que al estar en pleno camposanto. La permanente sensación de inseguridad es crucial para importar (con fantasmal dólar preferencial) la tradición anglosajona de Halloween a cualquier sector de la capital venezolana. Pero en la tropicalización de las calabazas Jack-o’-lantern (adaptadas aquí como lechosas a terroríficos 250 o más bolívares el kilo) también participan elementos como la nostalgia, la extravagancia, la intriga, la desidia o el absurdo.
Haz tu propia lista particular de los 10 lugares de Caracas que siempre te inspiran un genuino miedito, incluso (o sobre todo) en pleno mediodía: aquí te presentamos la nuestra. ¿Dulce o travesura?
1. El Dragón de Las Mercedes: ni Román Polanski en su clásico de misterio Chinatown pudo concebir un escenario más escalofriantemente patético que la inmensa boca de dragón que hay que traspasar, cual la leyenda de Jonás y la ballena, para ingresar al restaurante chino Ho Kow, en las inmediaciones del Centro Comercial Tolón de Las Mercedes. Cruce los dedos para que justo en ese momento el desubicado reptil no emita un eructo de fuego como aquel del general Acosta Carlez.
Propuesta alternativa: cualquier estampa a escala natural del Malandro Ismael, pistola al cinto y gorra volteada, en un establecimiento de espiritismo en el centro de Caracas.
2. Callejón de la Puñalada: a pesar de la luminosa y políticamente correcta recuperación del bulevar de Sabana Grande emprendida (hasta el milimétrica frontera exacta con el municipio Chacao) por los amigos de PDVSA La Estancia, el mítico rincón de vida bohemia formalmente denominado Pasaje Asunción sigue siendo como un vórtice del universo en el que parece haberse detenido el tiempo y la lógica, y en el que de vez en cuando es posible observar a pleno día alguna pelea de artesanos en estado alterado de conciencia.
Propuesta alternativa: cualquier desvencijado proto-mall en la depauperada periferia que alguna vez aspiró a clase media, por ejemplo los centros comerciales de Propatria, Palo Verde o Los Molinos (San Martín).
3. Bimbolandia, paseo Los Ilustres: en el parque de diversiones de atmósfera retro quizás lo que da verdaderamente miedo no es que, en tiempo de escasez de piezas y repuestos, exista algún desperfecto mecánico latente en atracciones mecánicas como La Bailarina, sino que, como en Toy Story, cobren vida las ánimas en pena de todas las efigies tiernas criaturitas olvidadas por los niños contemporáneos: Bambi, Dumbo, Pinocho y el legendario Gusanito sacado de circulación luego de un accidente en 2014.
Propuesta alternativa: pasear por cualquiera de las viejas sedes del bipartidismo puntofijista venido a menos, por ejemplo las casas de Copei (Cujicito) y Acción Democrática (La Florida).
4. Casi todo San Bernardino: la arbolada y otrora modélica urbanización del noroeste de Caracas en las faldas del Ávila, alguna vez célebre por la vitalidad de su comunidad judía o íconos urbanos como el hotel Potomac o la tienda deportiva Sabenca, hoy palpa el deterioro y la desconfianza a choros o invasores en los alrededores de puntos emblemáticos como Crema Paraíso, el Rey David, el IESA o la subida al cerro por la quebrada Gamboa. También da miedo carecer de seguro e ir a una consulta en el Centro Médico o el Hospital de Clínicas Caracas.
Propuesta alternativa: casi punto por punto, los laberintos del complejo Parque Central, derrotado icono de modernidad. En cualquier recoveco te puede salir algo peor que el Minotauro.
5. El tramo hundido de la Avenida Libertador: ni siquiera ensayos humanizadores como los murales cinéticos de Mateo Manaure (Libertador) o Juvenal Ravelo (Chacao) evitan que un friíto recorra la columna vertebral cuando se viaja en transporte público y llega el momento de decirle al chofer de la camionetica soplada: “Señor, déjeme en la segunda escalera” (o la tercera, o la cuarta). Y, encomendados a Dios, subir o bajar esos peldaños, perpetuamente generosos en residuos del organismo. Como decía Dante acerca de la puerta del infierno: “Dejad, los que aquí descendéis, toda esperanza”.
Propuesta alternativa: la parte inferior de cualquier paso elevado de circulación automotor, incluso los recién inaugurados por el chavismo, como el de Los Dos Caminos o la avenida San Martín. ¿Recuerda aquella expresión de “más feo que elevado por debajo”?
6. La calle de la Funeraria Vallés, en La Florida: como dijimos al principio, es uno de esos parajes que puede dar más miedo por los vivos que por los muertos, pero aparte de los coleados que entran a velorios ajenos a lambucear cachitos de olor rancio, Los Jabillos es una avenida de aspecto realmente lúgubre, el tipo de lugar cutre que te hace desear con fervor fallecer como Arnold Schwarzenegger en Terminator 2: de cabeza en un horno de fundición, sin dejar rastro alguno a tus familiares.
Propuesta alternativa: aunque el Gobierno ha tratado de convertirlo en parque temático, el Cementerio General del Sur sigue siendo un clásico de Halloween, sobre todo para hacer turismo de riesgo y apreciar el realero que nuestros antepasados invertían en esculturas de ángeles y santos.
7. Las ruinas del barrio Terraplén, avenida Panteón: el origen de esta especie de derruido coliseo romano, en las inmediaciones de la Biblioteca Nacional y un peligroso barrio al borde de la quebrada Catuche, es misterioso: al parecer, se trata de una antigua sede de la DIEX y posterior fábrica que quedó abandonada luego del terremoto de 1967. En sus sótanos se encontró recientemente una fosa común con restos humanos utilizados para ritos. Ni las inundaciones de 1999 ni las peticiones de demolición de los vecinos han impedido que las ruinas sigan en pie, lo que tiene sentido por su potencial como destino arqueológico.
Propuesta alternativa: la desfalleciente fábrica de ropa para caballeros Rori, en la zona industrial deprimida (como todas en el país) de Los Cortijos de Lourdes, o cualquiera de las tiendas Dorsay, así como todo lo que haga recordar a las cuñas de Montecristo con Gilberto Correa diciendo “distancia y categoría”.
8. Templo mormón en El Cafetal: aunque no se dedican a grabar conversaciones de manera ilegal ni a obligar a los fiscales a fabricar pruebas chimbas, este redactor confiesa que le tiene un pánico probablemente infundado a las sectas fanáticas de origen estadounidense, quizás después de constatar cómo los cienciólogos convirtieron a Ruddy Rodríguez en una repartidora de folleticos de El camino de la felicidad. En esta impresionante estructura de impecable mármol blanco de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, coronada por una especie de ángel tocando trompeta y que contrasta con el profano desabastecimiento de su vecino Plan Suárez, bien podría darse largada al Día del Juicio Final en Caracas.
Propuesta alternativa: las columnas doradas en forma de fuente de chocolate del templo de la Logia Masónica entre las esquinas de Jesuitas a Maturín en el centro de Caracas, o la iglesia de madera de la iglesia ortodoxa rumana en La Lagunita, digna de la versión autóctona de Hotel Transilvania.
9. Teatro La Campiña: antiguo escenario de superproducciones de RCTV como Aprieta y Gana (sí, con Winston Vallenilla), Quién Quiere Ser Millonario o Fantástico y totalmente abandonado tras la desaparición del canal de televisión, hoy caminar a su lado un domingo es más depresivo que escuchar por audífonos la canción “Adiós Miami” de Guaco.
Propuesta alternativa: el Paseo Anauco, pasaje subterráneo que conecta Bellas Artes con San Bernardino. Gobierno tras gobierno, se le recupera una y otra vez, pero nunca nadie en su sano juicio pasa por allí. Hoy sirve para alojar colas de un Bicentenario.
10. Mercado viejo de Chacao: bastión olvidado del Proceso en uno de los municipios más recalcitrantemente opositores de Venezuela, sobre sus instalaciones grafiteadas de consignas pende una orden inejecutable de desalojo para convertirlo en un centro cívico, y recorrer sus espacios desolados (menos de 25% de puestos operativos) es hacerlo por un auténtico pueblo fantasma, habitado por duendes socarrones de voz aguardentosa. Se conoce el caso de vecinos que no ponen un pie ahí por cuestión de principios, aunque podrían toparse con alguna buena ganga o, por ejemplo, las hojas de plátano para hallacas que no consigues en el flamante Mercado Nuevo.
Propuesta alternativa: cualquiera de las jaulas claustrofóbicas de animales del Parque del Este, El Pinar o el Zoológico de Caricuao, en especial las de los monos procaces, que hacen recordar una escena clásica de babuinos aterrorizados por la presencia del niño anticristo Damien en la película La Profecía
Mención de honor: la cisterna subterránea llena de billeticos devaluados y recortes de periódico en la Casa Veroes, en el centro histórico de la capital.