Aprender a ser ciudadanos
Ciudadanía y política no son ideas contrapuestas: en la esencia de ser ciudadanos de un sistema democrático está el participar, expresarse, opinar
Ciudadanía y política no son ideas contrapuestas: en la esencia de ser ciudadanos de un sistema democrático está el participar, expresarse, opinar
Una persona es propiamente una persona “cuando puede ser ciudadano y toma parte en la vida pública. Pero sigue siendo verdad que todavía es considerado menos si él o ella no tiene espíritu público, no se preocupa ni toma parte en todos los empujones del interés propio, los intereses de grupo y las ideas que constituyen la política y la sociedad”. La opinión es de Bernard Crick, profesor y escritor británico fallecido en 2008 a los 79 años y uno de mis autores favoritos.
En su clásico de 1964 En defensa de la política que tuve la fortuna de leer en 1979, escribe que la política es propia de aquellos estados organizados que se reconocen a sí mismos como la agregación de diversos componentes, “no una sola tribu, religión, interés o tradición”, no será casual que concluya que la política son las acciones públicas de los hombres libres y la libertad el ámbito de vida personal frente a intromisión de la acción pública. Ojo que no habla un libertario, un anarquista o un liberal en su acepción más vulgar, sino un intelectual laborista cuya idea de la política se resume en “la ética hecha en público”.
En su brevísima introducción a la democracia (Democracy: A very short introduction, de 2002) Crick nos habla de las diversas acepciones de la palabra “al mismo tiempo sagrada y promiscua”, incluso de su falsa utilización por dictaduras de tomo y lomo como las “democracias populares” del socialismo real o la “orgánica” del franquismo. Allí, por cierto, leí que en constituciones democráticas como la norteamericana, las alemana y japonesa de postguerra, o en los escritos de Tocqueville y Mill, se asienta que “todos pueden participar si les interesa (e interesarles debería), pero deben entonces respetar mutuamente los iguales derechos de sus conciudadanos dentro de un orden legal que define, protege y limita esos derechos”.
El asunto es que ciudadanía y política no son ideas contrapuestas, especie de agua y aceite en la vida social, como si del bien y el mal se tratara. Versión, por cierto, aviesamente interesada esgrimida por antipolíticos que la escogen como piel de cordero para disfrazar su condición de lobos, por avispados que buscan lubricar su camino al poder posponiendo en lo posible los riesgos asociados o, como nunca faltan, por caídos de la mata dispuestos a creerse cualquier cuento más o menos bien echado.
La verdad es exactamente inversa.
Ciudadanía es participación que puede expresarse en la opinión, la organización para influir, el voto o la aspiración legítima a cargos de representación o de gobierno. Ciudadanía es la responsabilidad de quien forma parte de la sociedad y está consciente de ello.
Ser ciudadano exige un esfuerzo por comprender la política y un entendimiento básico de que el ecosistema de la ciudadanía es la democracia. Así, si como seres humanos tenemos el deber de conservar y proteger el medio ambiente porque en él se nos va la vida, como ciudadanos (condición que nos posibilita la realización plena de la personalidad) lo sensato es conservar y desarrollar la democracia cuando la tenemos, defenderla cuando está en peligro o hacer lo que podamos por recuperarla cuando la hayamos perdido. Es una cuestión, digámoslo claramente, de defensa propia.
En sus Ensayos sobre la ciudadanía, su libro citado al comienzo de este artículo, Crick cita al profesor Hargreaves: “los ciudadanos activos son tan políticos como son morales; la sensibilidad moral deriva en parte del entendimiento político; la apatía política engendra apatía moral”. En la idea de reforzar su insistencia en introducir la enseñanza de ciudadanía en las escuelas, lo que logró como asesor de su antiguo discípulo el ministro Blunkett en el gobierno Blair a finales del siglo XX.
Si ese reclamo insistente era válido en Gran Bretaña, nación cuyo civismo es mundialmente reconocido, ¿cuál sería su evaluación tratándose de nuestro país?
La ciudadanía se aprende. En la vida, claro, en el hogar familiar y al cruzar sus puertas hacia afuera en el vecindario, la ciudad y el país. Si es así ¿por qué no enseñarla en la escuela? Los venezolanos lo hicimos en las llamadas repúblicas escolares y en el primer año, luego séptimo grado, con la Formación Social Moral y Cívica. Recuerdo mi libro de texto que fue aquel de Canestri.
¿Por qué dejamos de hacerlo? ¿Sirvió de poco? Bueno, hay opiniones. Ahora entiendo que existe una materia que llaman GHC, ensamblaje de geografía, historia y ciudadanía, pero me temo que al final no se aprende mucho de ninguna de las tres.
Bien nos haría como sociedad que los venezolanos, civiles y militares, desde el más modesto hasta nuestros gobernantes y aspirantes a serlo aprendiéramos a ser ciudadanos. Y a los que creemos que esa es “materia vista”, no nos vendría mal repasarla.