Economía

Los niños que mueren de hambre en Venezuela

En Venezuela mueren niños por hambre. La desnutrición se mantiene oculta en registros oficiales y el discurso del gobierno, mientras el Estado se cruza de brazos o, en el mejor de los casos, hace negocios con ella. Los niños menores de 5 años, los más vulnerables, comienzan a acusar recibo de un país que no encuentra qué comer y una sociedad que no tiene cómo pagar por su bocado

Portada: Caritas Internationalis
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En una cama del área de hospitalización del J.M. de los Ríos yace sentado, con las piernas cruzadas y con vías tomadas en varias zonas de su cuerpo, un niño de tez morena que aparenta unos 12 años. Su contextura es escuálida, carece de masa muscular y su piel es una especie de papel que forra sus huesos. Su cara revela el malestar que padece: una desnutrición aguda. Su nombre es Moisés y realmente tiene 16 años. A su lado está su madre, con semblante cansado pues el joven no pasó la noche bien. No son uno ni dos los niños que hoy padecen en Venezuela esta condición. La desnutrición infantil, o como se conoce hoy en el país la ‘malnutrición’, aumenta en grandes proporciones en los hospitales venezolanos.

En el mismo recinto está María Valentina García Rodríguez, con tan solo un año y once meses de edad y un cuadro de desnutrición moderada. “Pesa 9 kilogramos 300. Para la edad que tiene debería estar pesando 13 kilos y medio, o 14 kilogramos”, indica su madre, Markelis Rodríguez. El 9 de agosto, la niña tuvo que ser hospitalizada, y desde entonces ha presentado incluso convulsiones debido a su estado. Su mamá lamenta no tener las fórmulas requeridas para alimentar de manera correcta a su bebé. En su hogar solo cuenta con el salario de su esposo porque ella es ama de casa. Y María Valentina no es la única, tiene un hermano. Markelis revela que se les hace difícil adquirir los productos de la canasta básica, incluso los regulados. “Me cuesta para comprar, un día tengo y otro no. Lo que se puede es lo que se come, sino no”, desliza la madre.

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Elías Rodríguez sufre la misma suerte. El pequeño de cinco meses sufre una desnutrición leve, que se dificulta con una hidrocefalia congénita que padece. Pesa solo 5,3 kilogramos, cuando su peso debería estar en 7 kilogramos. Su madre, Daisy Rodríguez, supone que la causa es la mala alimentación que tuvo antes y durante el embarazo. Como Markelis, solo cuenta con el sueldo mínimo de su esposo, y no alcanza. Un mercado completo es utopía. “Nos ha tocado pasar un día con una sola comida”. En el hospital, al menos, come más. “Aquí como tres veces al día, pero en mi casa comía dos veces cuando conseguía”, lamenta. Y lleva razón. Las madres que dejan de comer durante la lactancia no tienen como consecuencia la disminución del volumen de la leche materna, sino también la producción de micronutrientes que al ser deficientes evitan el desarrollo del bebé.

Pero no son dos ni tres niños los malnutridos hoy en Venezuela. La organización Cáritas Venezuela mide, desde octubre de 2016, el índice de desnutrición en pequeños en cuatro regiones del país. Distrito Capital, Miranda, Vargas y Zulia van al escrutinio, con foco en municipios de población vulnerable, allí en donde la crisis llega hasta los huesos. El último boletín de la organización revela un aumento alarmante de esta condición, alcanzando en el mes de agosto el umbral de la gravedad en las parroquias evaluadas: 15,2% de desnutrición.

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“Esto es una generación de desigualdad, pobreza y sufrimiento inadmisible. Para que un niño tenga que llegar a una desnutrición severa tiene que haber pasado seis semanas de hambre. (…) Presentimos que cuando decimos que la desnutrición severa alcanzó el 15% de los niños, el Estado debe tener cifras similares o peores porque si no, nos llamarían a rectificar”, afirma a Clímax Susana Raffalli, nutricionista e investigadora de Cáritas Venezuela.

La jefe de servicio de Nutrición del J.M. de los Ríos, Ingrid Soto, abona que “el 60% de los desnutridos graves son lactantes. Es un momento de crecimiento muy rápido y cuando se sufre cualquier noxa –factores capaces de ocasionar perjuicio a un individuo ya sea por exceso o por carencia–, afecta mucho más que en edad escolar. Lo ideal es que ese bebé reciba pecho complementado con fórmula”. Pero ni en los hogares hay cómo costear esos productos, ni los hospitales cuentan con alimentos “de emergencia” nutricional.

No existe un estándar de peso y talla para la población infantil venezolana. “El peso es diferente desde recién nacido. Uno lleva el peso, el sexo y la edad a una gráfica y ve el ‘peso ideal’ del paciente. De repente un niño de cuatro años debería pesar 16 kilogramos si mide 1 metro; pero si mide 90 centímetros y pesa 16 kilogramos va a estar gordo. Debe haber un déficit de peso con respecto a la talla del niño”, detalla Ingrid Soto.

Según la literatura, hay dos tipos de desnutrición: la primaria, cuando no se ingieren suficientes alimentos; y la secundaria, cuando una enfermedad no permite la absorción de nutrientes. Para ambos casos, las intensidades varían desde leve, moderada, crítica y severa. “La desnutrición primaria está ligada a la pobreza. Ahorita hay escasez de alimentos y el alto costo son los factores para que haya aumentado el déficit. Evidentemente, una persona en nivel de pobreza no va a poder alcanzar para adquirir una cesta alimentaria”, detalla la doctora.

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Pero no se trata de dejar de comer completo, o solo de ingerir pocos alimentos. Raffalli contó a TalCual haber visto, en el mismo J.M. de los Ríos niños con Kwashiorkor, un tipo de desnutrición severa “pero con un niño no delgado sino hinchado de agua, y que se les abre la piel con lesiones pelagroides. El último que yo había visto así fue en Guatemala en 1998 en una hambruna que hubo en la zona cafetalera. Yo no tenía por qué verlo de nuevo 19 años después en mi propio país, y cuando conocí a esa niña era el sexto caso que ingresaba al J.M. de los Ríos. La vitamina que evita eso es la más distribuida en el mundo, en cualquier alimento. Para que un niño padezca eso, su privación alimentaria es absoluta y larguísima”.

El silencio alienta la muerte

Tener menos de cinco años y enfrentarse a la malnutrición es verle la cara a la muerte. Según Raffalli, “lo que hay que hacer por un niño hay que hacerlo en los primeros años de vida. Un niño que te llegue al primer grado desnutrido tiene consecuencias que son para siempre”.

En Venezuela, además, es un retrato en silencio. No existen informes oficiales del Ministerio de Salud o el Instituto Nacional de Nutrición (INN) que reflejen cuántos infantes pasan hambre. Fuera de las fronteras, los organismos internacionales hablan de subalimentación en el país –disponibilidad calórica, oferta alimentaria–, pero no de desnutrición infantil. La data tampoco es confiable. El informe de la FAO sobre Latinoamérica y el Caribe, divulgado este año, llega hasta 2009 cuando de Venezuela se trata, en los indicadores de desnutrición infantil aguda y crónica. Cáritas calcula en alrededor de 200 mil casos la desnutrición infantil en la nación.

En el caso del J.M de los Ríos, hasta el año 2015 se atendieron 30 niños con desnutrición severa, mientras que 2016 cerró con un total de 110 pequeños con esa condición, un aumento exorbitante de 366%. “En porcentaje, pasaron de ser un 7% de los niños que veíamos, a casi 16%”, añade la jefe del servicio de Nutrición, también coordinadora del mismo servicio en el hospital San Juan de Dios. Ingrid Soto recuerda que, en teoría, el Sistema de Vigilancia Alimentario y Nutricional de Venezuela (Sisvan) del INN debe brindar programas nutricionales para referir a los niños que padecen la desnutrición en sus distintas intensidades, además de informar sobre las dimensiones del problema. Desde 2007 no muestra datos, y una década más tarde tampoco puede garantizar ninguno de sus otros objetivos. cita3 “Sabemos que llevan sus propias estadísticas, lo que está haciendo Cáritas no es ni la quinta parte de lo que lleva el propio Estado. Los informes los tiene el Instituto Nacional de Nutrición, ellos tienen sus propios registros y está actualizado. El Sisvan recoge cifras y no las publica, y si vas y las pides te dicen que no son de dominio público. No las muestran, las ocultan. Es más grave, los encubren”, denuncia Susana Raffalli.

De igual forma, revela la especialista que los patrones con los que el Estado mide la desnutrición severa están “viejos, obsoletos, son del año 1992”. En 2006 se aprobó un formato de evaluación mundial en el que se expone que un menor se encuentra severamente desnutrido cuando su peso está tres veces por debajo de la media de su peso normal. Pero el Gobierno venezolano mantuvo que una desnutrición severa se alcanza cuando un niño está cuatro veces por debajo de su peso. “Imagina el montón de niños que quedan encubiertos por utilizar una tabla equivocada», declara la investigadora de Cáritas.

Y, por si fuera poco, no hay respuestas. “No vemos que se rectifiquen las causas de esta desnutrición, más bien están promulgando decretos para terminar de constitucionalizar las causas que llevaron a este colapso alimentario en el país”, reclama Rafalli. Insiste en la urgencia de prever medidas terapéuticas necesarias para salvar la vida a bebés que no han visto bocado, “con alimentos terapéuticos y con suplementos nutricionales para que los niños que muestran retardo de crecimiento puedan volver a su peso normal. Además hay que recolectar equipos móviles que salgan a buscarlos a sus casas, levantar el sistema alimentario del país y que el Estado retome su función de garantizar que funcione”. cita2 Advierte que de no hacerse esto de forma inmediata comenzará en el país un “espiral de mortalidad infantil que no lo va a parar nada”. El 29 de septiembre, la pediatra Lorenza Acosta, presidenta del capítulo Táchira de la Sociedad de Pediatría y Puericultura, alertó sobre la ingente cantidad de casos registrados en ese estado y denunció la muerte de tres menores ese mes. Desde el J.M. de los Ríos, la doctora Ingrid Soto insta al gobierno a “hacer programas de protección donde focalice a las personas más vulnerables. En este momento los niños menores de cinco años son los más débiles”.

Pero, en contraste, las soluciones que plantea el poder, ni se acercan a serlo. “Están por abrir 2.000 casas de alimentación, que no sirven. Las últimas las cerraron en 2013 porque no pudieron controlar la corrupción, a las mujeres procesadoras de alimentos que cocinan nunca se les remuneró, son casas precarias. Las familias deben ir con sus perolitos para que les sirvan, comen sentados en la calle. Más de uno da fe de que eso se llenaba de borrachos a las once de la mañana”, narra Raffalli.

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¿Y así quién come?

Pese a los constantes aumentos salariales, los bolívares se quedan cortos cuando de comprar comida se trata. El pasado 7 de septiembre el presidente Nicolás Maduro incrementó por cuarta vez el salario mínimo integral a 325.544 bolívares. Según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas), la canasta básica alimentaria se posicionó en septiembre en Bs 2.681.464,22, un aumento de 33,2% con respecto a agosto. Se requieren, por tanto, 19,6 salarios mínimos (136.544,18 bolívares) para poder adquirir la canasta, referida a una familia de cinco miembros: 89.382,14 bolívares diarios.

Si el dinero no alcanza para comprar en mercados, el gobierno ofrece los CLAP. A Markelis, la caja le llega a su casa mensualmente y ha podido costearla, aunque cree que deberían poder optar por dos para atender la malnutrición de su hija. A Daisy no le alcanza el dinero para que la entregue llegue a su nevera. “La caja solo dura apenas una semana, nos ha venido en Bs. 11.500,00 y a veces no tenemos para comprarla porque con los niños estudiando no nos alcanza”, declara. Por ahora, ninguna ha tenido que hurgar de la basura ajena para conseguir bocado, y lo agradecen a Dios.


Raffalli, nutricionista especializada en gestión de la seguridad alimentaria, en emergencias humanitarias y riesgo de desastres, reaccionó en conversación con Cronica.uno: “Este es el único Estado del mundo que le vende comida a la gente pobre”.

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