Cine

Los escenarios silentes del cine venezolano

Cada 28 de enero se celebra el Día del Cine Venezolano, en recuerdo y conmemoración a la primera proyección de dos películas filmadas en el país: dos cortometrajes de Manuel Trujillo Durán en el Teatro Baralt de Maracaibo. 123 años después, se acumulan los títulos emblemáticos del séptimo arte nacional, incluyendo algunos que marcaron una época y dejaron huella en las calles de Caracas

Texto: Paul Ortiz Vidal | Fotografías: Fabiola Ferrero
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El cine venezolano se ha caracterizado por escapar de los grandes estudios de filmación o, como se quiera ver, por resolver con locaciones reales. Muchos de ellos se aprovecharon en su rol original y otros se adaptaron para hacerlos funcionales. Unos tantos siguen en pie, algunos remodelados e irreconocibles, y otros solo siguen existiendo en el celuloide.

El pez que fuma

Algunos lo conocieron como el Bar La Pedrera, otros lo apodaron El pez que fuma, luego de haberse quedado por años con el anuncio de neón que se usó en la película. Lo cierto es que el complejo de diversión nocturna existió casi igual al de la ficción, parecidísimo al que regía La Garza, en el barrio La Pedrera, de Montesano, a la entrada de La Guaira.

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Allí, Román Chalbaud grabó en 1977 una de las obras más emblemáticas del cine venezolano, y allí mismo, apenas algunos restos de paredes se asoman hoy entre maleza, luego de que el deslave de 1999 hiciera estragos en la zona. Donde antes se erigían los cuartos, en los que Miguel Ángel Landa y Orlando Urdaneta se turnaron a Hilda Vera frente a las cámaras, ahora se mantienen en pie unas pocas casas, semiderruidas, que acumulan escombros y basura oxidada en su frente.

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Retén de Catia

“Formar para transformar, garantizando el derecho a la seguridad”, se lee en la entrada de la Universidad Experimental de la Seguridad (UNES), ubicada en los terrenos que otrora albergó un centro penitenciario que fue sinónimo de hacinamiento y violación de Derechos Humanos: el Retén de Catia. En 1997, desde el puente Los Flores de Catia, el entonces presidente Rafael Caldera –en su segundo mandato- detonó la implosión de este recinto, como un paso para la humanización de las cárceles en el país.

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Además de sus muchas famosas historias de torturas, esta cárcel dio nombre y locación para una película de cine venezolano, en este caso dirigida por Clemente de la Cerda en 1984. Los muros exteriores aún conservan su estética carcelaria, las torres de vigilancia se erigen cada tantos metros y están cubiertos por un cerco de púas. Al fondo, un nuevo edificio –aseguran los vigilantes- conserva en su interior las fotografías de los antiguos reos, inclusive armados, enfrentadas a las que inmortalizaron la visita del Papa a sus desaparecidas instalaciones.

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Coctel de camarones en el día de la secretaria

El Francesito se llamaba entonces, en la gran pantalla y en la realidad. Esta comedia de situaciones, del director Alfredo Anzola, se rodó en 1983 en un local de Las Mercedes que hoy se mantiene en pie, aunque con algunas remodelaciones. Desde 1996, bajo el nombre de La recta final, el sitio cambió sus columnas para colgar televisores que exhiben los resultados del 5 y 6, recibir apuestas y funcionar, en gran parte, como un centro hípico.

La cocina, que se lleva buena parte del metraje del filme, sigue casi igual, con cerámicas blancas en sus paredes, pero ya sin ofrecer dentro de su menú el famoso platillo que tituló esta película, en la cual Elba Escobar, Claudio Nazoa, Alejandro Corona, Cecilia Todd y otros tantos derrochan juventud en una comedia que dio para todo: risas, tiros, enredos, y restaurantes y moteles copados… por el día de la secretaria.

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Generación Halley

Mientras el Cometa Halley transitaba cerca de la Tierra, en 1986, el cine venezolano encontró un oasis en el que los jóvenes de la época se sintieron cómodos y se vieron identificados fuera de tanta trama violenta y sexual. Co-presentada por SonoRodven, la película, del director Thaelman Urgelles, hoy en día sobrevive como una oda a la nostalgia, y, por supuesto, no pudo escapar de exaltar las famosas guerras de minitecas de la época.

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En la escena del enfrentamiento musical y coreográfico se leen nombre que sonarán familiares para quienes vivieron con consciencia los 80: Sandy Lane, The trop, New wave, Fahrenheit. Luces de colores, listones colgantes y muchos bailarines se apoderaron del –aún activo- Gimnasio Papá Carrillo en el Complejo Deportivo Parque Miranda, en Los Dos Caminos, que prestó su piso de madera para los resbalosos pero precisos pasos. En el complejo deportivo ya no se hacen fiestas, sigue albergando al equipo Panteras de Miranda y otras actividades deportivas y culturales de la Gobernación del estado.

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La hora cero

La clínica nunca fue una clínica. La magia del cine la transformó en tal para la pantalla grande. “La Parca”, el personaje protagónico interpretado por Zapata 666, llegó a exigir justicia social en la Casa Borges, luego rebautizada Centro para la Educación, Cultura y Arte Simón Díaz, por la Alcaldía Metropolitana de Caracas.

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La mansión, decretada Patrimonio Arquitectónico de la Ciudad de Caracas, está ubicada en el extremo este de la capital, con Petare y Mariche a sus faldas. Los amplios espacios de esta quinta semi vacía, parecieron ideales a los ojos del productor de la película, Rodolfo Cova, para acoger a decenas de supuestos enfermos y convalecientes. De hecho, más allá de “disfrazarla” de centro hospitalario, pocos son los cambios que se notan, desde el estreno de la película en 2010, cuando se convirtió en una de las más taquilleras del séptimo arte nacional.

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