La profanación de tumbas, sobre todo en el Cementerio General del Sur en Caracas, es un secreto a voces. Es lugar ideal para los paleros, quienes encuentran en el fondo de los sepulcros los restos de su protector oscuro
El gran chamán enciende un tabaco. Inhala, exhala. Absorbe lento, bota humo blanco. Frente a él, pegado a la pared, hay un pequeño altar con varias piedras, una vela, un vaso de agua y un discreto caldero en el centro. Pero en los mundos religiosos -y de magia negra- en los que él se mueve, el espiritismo y la palería, las piedras son más que piedras y el caldero esconde un oscuro secreto. Las rocas se vuelven otan, talismán en el que se encierra el espíritu; la cazuela engendró a su lucero, el recipiente que encajona los huesos de muerto que levantó de la necrópolis y ahora lo protege.
Tun, tun, tun.
Golpea tres veces el suelo con un palo de madera. Ese es el saludo, el permiso que le pide a los difuntos para iniciar una consulta o un trabajo.
Tun, tun, tun.
Tres veces más. “Nsala malekum, malekum nsala”, pronuncia. En sus manos remueve unas conchas de coco, llamadas chamalongos, para hacer preguntas y que el muerto conteste a través de ellos. Choca el puño contra el piso varias veces y tira los chamalongos como dados en un juego de apuestas. Uno cae al fondo del vaso y bocarriba, “quiere aguardiente”, dice el gran chamán. No hay. Los otros caen al revés, boca abajo, y la respuesta es negativa. “Aquí el muerto me dice que no quiere hablar, no sé si es porque no le pedí permiso para que vinieras”. Pudiera insistir, pero no lo hace. Suelta que, quizá, si se le da aguardiente acceda, es la condición. No hay. Pero el espíritu encuentra la forma de hacerse sentir.
—El tabaco está limpio.
—¿Y eso qué significa?
—El muerto está aquí, está con nosotros.
“Es magia negra. Estás tocando camposanto, lo oculto. Estás tocando el descanso de esa persona que falleció y la estás trayendo a ser tu guardero. Ese muerto viene a seguir vivo”
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Caminar por los camposantos venezolanos es un viaje casi directo al inframundo. El Cementerio General del Sur, en Caracas, es el rey de la desidia. Lápidas destruidas, tumbas profanadas, nichos manchados con magia negra. Huesos humanos a la luz del día, cráneos abandonados a la intemperie. Restos dejados atrás, porque en algunos casos no todas las partes del cuerpo son necesarias, con una basta y sobra. Al menos así es para aquellos interesados en traer a la vida —así sea a medias— a los muertos: los paleros.
Aunque admite que la palería no es su fuerte, el gran chamán, quien prefiere reservar el nombre que aparece en su partida de nacimiento y usar el apodo como es conocido en el mundo de las consultas y sanaciones, sabe de magia negra. Empezó con el espiritismo, conexión con los del más allá que la que gozaba casi desde que habitaba el vientre de su madre. “Yo nací con eso. Me cuentan que cuando nazco, el indio Guaicaipuro bajó y me entregó arco y flecha”. A los 16 años se metió de lleno en la religión y ya a los 18 impactaba a sus familiares con sus predicciones. “Son entidades de luz que vienen a dar consejos, a hacer curaciones, a proteger desde el campo espiritual”, expresa. Pero hace siete años que está “rayado” y pertenece a la religión Yoruba, es palero de la casa de Palo Mayombe, la casa de su madrina, quien lo inició.
Cuenta que el espiritismo es el primer paso, luego viene la palería y al final la santería. “Que es el descanso del espíritu, del cuerpo y del alma. Si no hay muerto, no hay santo”. El último escalón del camino, al que todavía no ha llegado ni tiene muchas intenciones de alcanzar. Son religiones que, a pesar de estar relacionados por provenir de las mismas raíces africanas, son diferentes. Para él, el espiritismo es “suave”, se basa en trabajos de limpieza, sanaciones con ramas, velas, aguardiente, “pedir protección a los espíritus”. La gente acude a la palería por más protección y más fuerza. «Se trabaja con magia negra porque se tocan diferentes energías oscuras» y, básicamente, se levanta a un muerto de su descanso eterno.
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A la vista de todos, una imagen de la Virgen de Fátima y una figura de la Última Cena adornan la sala de Alfredo Martínez*. Sobre una mesita con un largo mantel que roza el suelo, una Biblia reposa abierta de par en par. El joven levanta la tela y una cara en forma de calavera descansa sobre una cazuela de barro. Retira la cortina que da paso al balcón y figuras de santería dan la bienvenida. Pone en descubierto eso que también es: palero y santero.
Con 23 años, Alfredo tiene más religiones que estudios culminados. No llegó a ellas por decisión propia, era muy pequeño para saber que las ceremonias o rituales a los que su papá lo llevaba era para presentarle una conexión terrenal con muertos y santos. Muy niño para saber que se iniciaría en magia negra.
Fue bautizado dos veces: una por un cura en una iglesia católica y la otra por Mamá Juana, la cuidadora y reina de Sorte, la montaña mágica de María Lionza. A los seis años le “bajaron” el ángel de la guarda, a los nueve le dieron su lucero y a los 14 años ya se vestía de blanco. Todo idea de su progenitor, militar y “brujero”. “Cuando tú veas a un niño palero o santero, fue decisión de los papás”, dice.
Alfredo confiesa que un día, sin mayor explicación, su papá lo llevó a casa de un señor palero que conocía en Maracay. No se acuerda de mucho, era un niño. “Me sentía muy mal, eso comenzó como a las 11 (de la noche) y a las tres (de la madrugada) empecé a vomitar. A uno le hacen un montón de cruces, no te permiten abrir los ojos ni nada, no podías ni hablar”. A las cinco de la mañana le dijeron qué muerto le habían asignado y que tenía que ofrecerle lo que le gustaba: miche blanco, ron, pato, cochino.
Está en los tres mundos, pero admite no saber muchas cosas de ellos. Le pide a todos: católicos, santos y muertos. “No lo veo mal porque yo no busco mal en la gente, me metieron por protección, no voy a dedicar mi vida eso. Me ha gustado estar bajo perfil”.
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En la palería se comienza con una ceremonia de iniciación al “ahijado”, donde se hace el “rayado”: unos cortes en varias partes del cuerpo en forma de cruz. “Lo primordial aquí es la sangre”, detalla el gran chamán. La necesidad de profanar una tumba viene con el segundo paso: el rito de levantar al muerto. El padrino le pide al ahijado la compra de un gallo, una guina o un chivo para la “nganga” o el caldero para crear la piedra del lucero en el que el fundamento principal, el ingrediente estrella, es el hueso humano. Es, según la palería, el mismo muerto quien decide y le indica al “padrino” del iniciado qué va a llevar la “nganga”, el camino a seguir del ahijado y qué hueso debe buscar en el cementerio: fémur, cráneo, costillas, tibia, etc. Esta es la razón por la que algunas osamentas son dejadas atrás: no todas son necesarias.
“Cuando se va al cementerio tiene que estudiarse muy bien lo que es la tumba que vas a profanar porque un muerto no puede tener menos de cinco años de muerto para poder tocarlo”
Una vez el muerto indica qué hueso requiere, el padrino se dirige al camposanto a recorrer y tocar, tumba por tumba, en busca de aquella que conceda el permiso para ser abierta, hace falta el consentimiento de quien la habita. Hay que pedir permiso: hasta que una no te diga que sí, no puedes destruirla. “Cuando se va al cementerio tiene que estudiarse muy bien lo que es la tumba que vas a profanar porque un muerto no puede tener menos de cinco años de muerto para poder tocarlo”, cuenta. El gran chamán explica que no se pueden utilizar huesos de gente que se haya suicidado (“porque te llevará por el mismo camino”) o de personas que murieron en la calle (“porque no se sabe qué vida llevó o qué le sucedió para llegar ahí”).
El espiritista, palero y santero Harwin Fernández expresa que es primordial que el alma del muerto esté dentro del ataúd y no vagando por la tierra. En muchísimos casos, afirma, son utilizados los restos de allegados, alguien a quien se le conoce la vida que llevó.
La lápida debe tener, además, nombre completo del fallecido, fecha de nacimiento y del deceso. Y se debe hacer un pago, cada sacrificio conlleva un deber. “Hay que pagarle para poder tocarlo. Muchas veces se paga con moneda, te piden luz o caminar”. A veces, simplemente, es suficiente con mantenerlo vivo en la “nganga”, dice el gran chamán. “Si quieren seguir vivos, este es el medio para seguir en la tierra”. Fernández especifica que si el muerto “te lleva”, la lápida debe tener los datos del difunto. Si no, se hace un pago: un vaso, nueve monedas, tres berenjenas y un caldo sin sal; se fuma un tabaco y se deja otro, además de pactar y explicar para qué se quiere ese muerto, para lucrarse monetariamente o por protección. “En mi caso yo lo quise utilizar para ayudar. Yo quiero ser grande y reconocido en el campo espiritual, de la palería y santería”, dice.
Para él es muy importante la ceremonia de petición para que el muerto realmente comience a caminar junto al “iniciado” y la conexión que crea con el difunto. Sin eso, nada tiene sentido. “No puedes comprar un hueso por otro lado. Tú vas en acto de presencia (…) Tienes que hacer el ritual, que se hace de noche. El cementerio no asusta, lo que da es tranquilidad”.
Explica que esa puede ser la razón por la que a algunas personas no les da tanto resultado la profanación de las tumbas. “Yo no comparto eso de que engañen a la gente, a veces le entregan hasta el hueso de un animal. Después la persona empieza a decir que no evoluciona, caen en desgracia”. Insiste en la importancia de saber los huesos que extraes de la tierra, “ahí es donde tu vida está en juego”. En su caso, la experiencia fue diferente: él sí acompañó a su padrino el día en que sacaron los huesos de su futuro lucero, pero no lo tocó. “Tú solamente lo vas a tocar después de que te hacen el ritual a ti”.
Así garantizó de dónde provenían los huesos que conforman la pieza de su protector en la magia negra. A él lo soltaron en el cementerio, acompañado de su padrino y los mayores de su casa palera, y lo hicieron caminar. “Donde tú sientas que entra el miedo y te frene de una forma instantánea, que te dan ganas de llorar, ahí es cuando tú dices ‘ese es el muerto’”.
Tras la profanación de la tumba, los paleros proceden a alimentar la “nganga”. El hueso se machaca, ralla o se siembra entero en el caldero junto a hierbas, palos y partes del iniciado (pelos, uñas y sangre). Tierra o cemento también se utilizan para moldear el matari, la pieza que representa al lucero, el sujeto guía, que adquiere diferentes tamaños y formas, a la medida de quien lo haga. En muchos casos, la forma es una calavera. La “nganga”, asegura el gran chamán, se alimenta por 21 días: se mata un animal, se baña el caldero en sangre y se pone el animal en reposo, como ofrenda. “Si el muerto en realidad consume lo que tú le estás dando, eso no se va a podrir”. Al finalizar, el padrino con los ahijados y el iniciado hacen una ceremonia para entregarle al nuevo palero su lucero.
No termina ahí, el muerto decide en qué lugar de la vivienda quiere estar. “No puede ir cerca de equipos eléctricos o de un fogón. Debe mantenerse en esquina, es perfecto para ellos porque visualizan toda la casa. La luz también es importante, no puede permanecer en oscuridad”.
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El gran chamán cuenta que un palero no puede botar, perder o dañar su lucero. Y que, aunque alguien que decide iniciarse en esta religión en principio busca una protección, no todos tienen las mismas intenciones. Él no se anda con rodeos: “Es magia negra. Estás tocando camposanto, lo oculto. Estás tocando el descanso de esa persona que falleció y la estás trayendo a ser tu guardero. Ese muerto viene a seguir vivo y a depender de ti porque él va a hacer lo que tú le pidas. La esencia es que tú tengas protección”, relata con vehemencia.
Es aquí, ya metido en la oscuridad, donde todo puede pasar: una venganza, querer hacerle daño a alguien, desgraciarle la vida al otro. “Sí existe lo malo y a la gente le gusta hacer maldad. No estoy de acuerdo con eso. Personas a quienes le hacen algo malo y ellos lo ponen a padecer a través del muerto, que se convierta en su dolor de cabeza”. Afirma que a su consultorio le ha llegado muchísima gente con un “muerto arrecostado”.
Harwin Fernández tampoco se anda con rodeos: para él es más que obvio que la gente utiliza la palería para el mal, “más que para el bien, eso te lo puedo asegurar”. Dice que cuando alguien decide ir a un palero, automáticamente va en busca de desgracias, para “joder a alguien”. Cuenta que si alguien va a consultarse con un palero y al dar nombre completo y fecha de nacimiento, le pueden hacer pactar con un muerto, aún sin saberlo. En otros casos, también pueden existir intereses económicos. “Te vas a consultar y dicen que el muerto te está pidiendo algo, te llevan a que tú seas la pensión de esa persona”. Al final del día, asegura, es magia negra.
La gente acude a la palería por más protección y más fuerza. “Se trabaja con magia negra porque se tocan diferentes energías oscuras” y, básicamente, se levanta a un muerto de su descanso eterno
Por su parte, el gran chamán alerta de los peligros que conlleva tocar un hueso marcado por magia negra. “Hace como una semana, una señora vino a pedir un consejo: su hijo de 18 años, con su novia, con aguardiante encima fueron a una tumba y sacaron un cráneo. Ahora andan en la calle, se volvieron mendigos, están locos. Le dije que había que buscar ese cráneo, regresarlo y hacer una ceremonia, un entierro nuevamente. Pero no lo consiguen, no saben dónde lo dejaron”.
Sospecha que dicho hueso pudo haber sido tocado por una casa palera y al hacerlo, se crea un pacto. “Le pertenece a esa casa. Eso fue lo que quizá pasó con esos muchachos. No fue por haber tocado el cádaver sino que los huesos ya tenían dueño”. Explica que la profanación de una tumba, la extracción de los huesos humanos, y de la tierra del camposanto son utilizados para esparcirlos detrás de la puerta de la casa de cualquier persona. “Si lo pisan, la vida es un caso. Puede llevar a una persona a la muerte”.
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El gran chamán, espiritista y palero, nunca ha profanado una tumba ni tocado un hueso de muerto humano, no le corresponde. No, a menos de que se convierta en “padrino”, pero no le interesa profundizar en la palería.
Su camino es el espiritismo y encuentra el equilibrio en ambas religiones. Se expresa del espiritismo con mucho respeto, no son juegos. Él mismo admite sentir un poco de miedo de solo pensar en su lucero, el muerto que lo acompaña. Solo lo ha visto dos veces, suficientes para ponerle los pelos de punta. “Se apagan todas las luces, lo llamo y él se pone detrás de mí. Es como un gorila con dos perros en llamas. Es mío y me da miedo cuando me llega”.
—¿El muerto siempre está aquí, en la casa?
—Sí. Puedo pedirle que haga algo y él lo hace. Si le pido que te toque, él te toca.
—No.
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