Los sin techo siguen en las calles de Buenos Aires expuestos al virus
El decreto del gobierno argentino es claro: un férreo aislamiento hasta mediados de abril. Sin embargo, hay miles de personas en Argentina, un país con más de un tercio de su población en pobreza, que no tienen dónde protegerse de la crisis sanitaria. En Buenos Aires, las personas sin techo son los únicos que siguen en las calles
Las personas en situación de pobreza son de los pocos que se ven en las calles de Buenos Aires, prácticamente vacías desde que el 20 de marzo el presidente Alberto Fernández anunciara el confinamiento obligatorio en todo el país hasta el 31 de marzo, y luego lo extendiera hasta el 12 de abril.
Algunos duermen en las puertas de los bancos y de los comercios cerrados. Dicen que los refugios están atestados y algunos denuncian la violencia de la policía para sacarlos de su lugar, un punto fijo de la ciudad en el que viven, algunos desde hace años.
El Obelisco
Richard Marcelo armó hace cerca de un año una «ranchada», como se le dice en la jerga argentina a una vivienda precaria, para un grupo de personas a pocos metros del emblemático Obelisco.
«Estamos tratando de sobrellevarla como se puede», cuenta, rodeado de filas de cartones y colchones, donde duermen las tres personas que con él conviven.
El gobierno de la ciudad de Buenos Aires acelera sus planes para que los sin techo sean trasladados a otros centros de contención como polideportivos (se habilitaron tres) u hoteles, además de los refugios. Aseguran que en los últimos días llevaron a unos 500, pero todavía quedan miles.
Según datos oficiales, 1.146 personas vivían en las calles de Buenos Aires en 2019. Pero, según un recuento de organizaciones sociales y políticas, el número de personas sin techo trepa a 7.521 en la capital argentina.
No sorprende en un país que cerró 2019 con un 35,5% de pobres, de los cuales 8% en la indigencia.
«Ahora no podemos vender cartón», explica Richard, un uruguayo de 45 años, que lleva los últimos seis en la calle.
Aseguran que hasta ahora se llevan bien con la policía.
«A lo que nosotros le tenemos miedo es al hambre, a todo lo demás, al coronavirus, no», afirma.
Emilio Sebastián Barcia, de 28 años, es el más nuevo del grupo. Hace tan solo tres meses que quedó en las calles tras perder su empleo de cocinero.
Al principio «me instalé en frente (…) Estaba desesperado, tenía hambre y ahí conocí a este grupo».
«Ahora con todo lo que está pasando con el tema del coronavirus, me dejas solo en la esquina y yo me muero».
La plaza San Martín
Desde hace unos cuatro años, Edgardo Gabriel Villalba vive junto a sus dos amigos, Claudio y Dani, en la plaza San Martín, muy cerca al monumento en homenaje al libertador de Argentina, Chile y Perú.
«Me quedé en situación de calle por un tema de enfermedad, del VIH», relata.
Se siente perdido con las consignas del gobierno.»Nunca nos explicaron nada de lo que tenemos que hacer (…) la policía viene y te corre», dice este hombre de 37 años, al mostrar moretones, según él, de golpes de la policía.
Van frecuentemente a la Iglesia Corazón Eucarístico de Jesús, a pocos metros de allí, a buscar un plato de comida una vez al día. Pero a veces no llegan, o se les hace poco.
Ahí «vamos al tacho de basura (…). Ayer comimos un fiambre que estaba en mal estado, estaba hediondo, pero hacía varios días que no comíamos. Lo lavamos y lo comimos».
Sabe que el gobierno dispuso albergues temporales. Pero tiene miedo de estar encerrado con otros y quedar más vulnerable a contagiarse.
«Yo he sobrevivido con el VIH, pero ahora tengo mucho miedo por el coronavirus».
La Casa Rosada
María, que no quiere revelar su apellido, vive frente a la Plaza de Mayo, pegada al Banco Santander, con vista a la Casa Rosada, la sede de la presidencia.
Vive allí desde hace años y casi siempre se la ve leyendo. Pese a que le cuesta más encontrar comida, cuenta que está muy contenta de tener todo ese espacio solo para ella.
«Yo disfruto mucho de la soledad. Para mí es lo más lindo del coronavirus», dice rodeada de sus dos perros y varios libros.
Y no quiere oír hablar de albergarse en un refugio. «No puedo abandonar mis animales».
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