Dossier

Vargas, con el dolor en la memoria

Los pueblos tienen memoria y la del estado Vargas está marcada por la tragedia. A 17 años del desastre natural más devastador del litoral, la desidia y las promesas incumplidas siguen siendo prueba de que la omisión de prioridades es ley de carácter nacional

Fotografías: Norkis Arias
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El 15 de diciembre de 1999 fue un día electoral manchado por la fatalidad. Mientras el expresidente Hugo Chávez celebraba la consolidación de su bandera política —la aprobación de una nueva constitución—, las lluvias en Vargas no tenían clemencia. Nunca la tuvieron. La victoria para el incipiente chavismo quedó manchada por las incesantes precipitaciones. Se convirtieron en el recuerdo más triste de los varguenses.

Gustavo García, habitante de Naiguatá, rememora que los chaparrones iniciaron en octubre, pero se intensificaron en diciembre. En tres días, del 14 al 16, se acumularon 911 milímetros de lluvia, una cifra que casi duplica el promedio anual de 514 milímetros. Fue más de lo que la montaña pudo soportar y los sedimentos corrieron río abajo sin permiso, quitando de su camino todo lo que estuviera al alcance de su cauce.

La casa de Gustavo no sufrió más daños que los materiales, pero “Simarú” —como es conocido en la calle 10 de Naiguatá— perdió a su hija sumergida  en el alud que desapareció a Carmen de Uria, el actual pueblo fantasma. La sonrisa que se borra de su rostro la heredó su nieto Edwin Colls quien no recuerda cómo se desvaneció su madre, pues tenía apenas un año de edad, pero perpetúa su imagen buenamoza a través del retrato que reposa en la casa familiar.

Las imágenes transmitidas en televisión parecían sacadas de una película de ficción, una de terror. Las calles desaparecieron y la línea de costa se extendió. Un mantel de lodo marrón colmaba la pantalla chica y debajo de él se encontraba un número de muertos indeterminado hasta la actualidad. Las autoridades indicaron un aproximado de 10.000 fallecidos, otros suben la apuesta a 50.000 y otros dicen que no llega a mil decesos. Sin importar el número, la pérdida fue grande.

La Autoridad Única de Área del Estado Vargas (AUAEV) señaló que hubo 54.392 damnificados y 240.000 personas afectadas. Los daños urbanos fueron calculados en 1.729 millones de dólares. Hoy en día, la precariedad sigue latente. Muchos oriundos prefirieron volver a sus casas en mal estado antes que peregrinar por años en un refugio. Los casos de invasión también son habituales. Elia Arteaga vivía en Valle del Pino en 1999, se acercó con otras personas a advertir a los vecinos de Los Corales que estaban en peligro. “El río rugía como un león como a las ocho de la noche. Vi morir a mucha gente cruzando el río, también se lanzaban del edificio Mar Azul por la desesperación. Era una cosa horrorosa, gritos y llanto”, comenta.

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Pese a que vio cómo la fuerza del agua tapeaba quintas enteras, decidió vivir en una casa deshabitada que invadió en Los Corales. “No me siento segura nunca. Esta casa quedó sentida. Cuando llueve se moja más adentro que afuera, pero la necesidad tiene cara de perro. Aquí recuperaron, limpiaron y remodelaron por donde pasa la novia, nada más las vías centrales. En Los Corales todavía se ve la destrucción que causó el río”, añade Elia.

Por si las palabras de Elia no son suficientes, al recorrer las calles se encuentran pruebas de su testimonio. Aún hay escombros de estructuras residenciales a medio erguir.

Lo que pudo ser y no fue

Un aire de modernidad se asomó cuando varias universidades y organizaciones presentaron propuestas ante una iniciativa de la AUAEV en el año 2000. El objetivo era planificar la recuperación urbana e impulsar el crecimiento económico y social de la región. La Universidad Central de Venezuela (UCV), la Universidad Simón Bolívar (USB), la Universidad Metropolitana (UNIMET) y la Fundación Pro Defensa del Patrimonio Nacional (Fundapatria) se destacaron con sus proyectos. Todos coincidían en no poblar las áreas cercanas a los abanicos aluviales—que son las zonas llanas donde se depositan los sedimentos del río, las cuales fueron destruidas por la vaguada.

Dado que las zonas menos afectadas fueron las áreas de colina, ubicadas entre los 40 metros y 60 metros de altura, Fundapatria planteó construir edificaciones de 4 pisos en esos niveles a lo largo del estado. Lograrían incorporar alrededor de unas 800.000 personas, el doble de la población de Vargas en ese momento. Esto hubiera sido un elemento de atracción sabiendo que en Caracas ya estaban repletos los espacios urbanos.

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Su propuesta pretendía agregar cuatro hoteles adicionales además del Macuto Sheraton y el Meliá. Asimismo, vislumbraban hacer una marina municipal en Macuto, contigua a la zona hotelera, donde se pudieran atracar yates. Planteaban una Cota 120, una vía rápida que conectara de oeste a este el litoral y mantener la actual vía como una ruta paisajística con miradores.

“Habíamos propuesto una planta desalinizadora del agua ya que este es un gran problema del estado. Si en otras islas del Mar Caribe se ha podido hacer, por qué nosotros no podíamos. Vargas pudo haberse recuperado. La inversión que proponíamos era de 3.000 millones de dólares y alguien del gobierno dijo que era mucho dinero. Ahora, nada más la conexión de la autopista Caracas-La Guaira con la Cota Mil supone 5.000 millones de dólares en un sitio donde no se garantiza la sostenibilidad en el tiempo por las filtraciones”, indica Antonio De Lisio, actual director del Instituto de Protección Civil y Ambiente de Chacao, quien fue asesor de Fundapatria.

Por su parte, la Universidad Simón Bolívar visualizó la recuperación de la parroquia Naiguatá añadiendo edificaciones residenciales de cuatro plantas con comercios en la parte inferior; la construcción de un nuevo boulevard en el sector este; inclusión de ciclovías y parques temáticos en la zona sur; una nueva plaza Bolívar, tres nuevas escuelas básicas, un nuevo terminal de autobuses y la ampliación del ambulatorio existente.

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La visión de estas instituciones fue desechada sin justificación. “Una vez que se creó Corpovargas, en junio del 2000, empezaron a hacer sus propios estudios y proyectos sin tomar en cuenta ninguna propuesta urbanística de los grupos académicos”, añade De Lisio.

La Corporación para la Recuperación y Desarrollo del estado Vargas (Corpovargas) participó en la construcción de 63 presas de retención de sedimentos distribuidas entre 25 quebradas. Los llamados “muro de gaviones” tienen como finalidad frenar las rocas y obstáculos de gran volumen para reducir la velocidad de caída del agua. En 2009, 14 de las 63 presas se habían sedimentado y, en la actualidad, las canalizaciones de las quebradas están repletas de vegetación o de desechos sólidos por falta de mantenimiento e inconsciencia ciudadana. Esto produce un efecto contraproducente en la función original del muro de gavión, que podría convertirse en un propulsor del agua.

Gestiones sin cumplir

En Gaceta Oficial número 39.760, con fecha del lunes 19 de septiembre de 2011, se concluyó el proceso de liquidación y el cierre definitivo de la Corporación para la Recuperación y Desarrollo del estado Vargas (Corpovargas). La razón para su clausura fue que la institución había cumplido todos sus objetivos.

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Jaime Iriarte, de 69 años, está en desacuerdo. Vive en el sector Montezuma de Macuto y aún espera las casas que construiría la corporación para los habitantes del sector cuando el general Alejandro Valto era el presidente del ente. “Teníamos un proyecto de viviendas. Yo era el vicepresidente de la Organización Comunitaria de Vivienda (OCV). Corpovargas era la encargada de la construcción. Abajo se iban a hacer tres edificaciones de cinco pisos, pero eso se quedó en veremos. Se llevaron los reales”, señala Iriarte.

Pese a su indignación, él y sus vecinos ya se rehúsan a mudarse. “Ahora la gente no se quiere ir de aquí porque con todo y el terruño donde vivimos tenemos más seguridad que en esos apartamentos que han dado por ahí metiendo ese poco de gente que se matan entre ellos mismos. Aquí como todos nos conocemos, todos nos apoyamos. La gente lo que quiere es que nos den el barrio tricolor, pero como es zona declarada de alto riesgo no nos dan la ayuda y aquí estamos”, agrega.

Se refiere a los edificios de la Misión Vivienda construidos a lo largo y ancho del estado costero. Desde Catia La Mar hasta Caraballeda se repiten una y otra vez las edificaciones con la popular firma del fallecido Chávez. Así, desde ultratumba pone su estampa a los complejos, de los cuales muchos son un resultado improvisado de urbanización.

Aciertos en descuido

La Universidad Central de Venezuela y la Universidad Simón Bolívar con financiamiento de la Unión Europea, el British Council y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) lograron instalar estaciones de alerta temprana en la parte alta de las cuencas de El Ávila. “Las universidades asumimos la investigación, ayudamos a conseguir los presupuestos y también a entrenar a las comunidades. Sin embargo, las universidades no tienen presupuesto para operar esos sistemas”, señala Abraham Salcedo, director del Departamento de Ingeniería Hidrometereológica de la UCV.

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Desde hace seis años, las estaciones de alerta fueron asumidas por el Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (INAMEH), pero Salcedo manifiesta que este proyecto tan detallado como lo es el de Vargas no debería ser operado por un ente nacional, sino más bien regional como la alcaldía que pueda estar atento a los detalles. El producto de que la dirección la asuma un organismo nacional es precisamente el descuido en que han incurrido las obras. Muchas dejaron de operar y otras han sido presa del vandalismo. “No se trata solamente del mantenimiento de los equipos, sino del entrenamiento de las comunidades que debe ser constante porque las comunidades cambian, unas personas se van y otras aparecen. Si llegara a ocurrir un evento no hay nadie que diera la alerta. Estaríamos otra vez a la buena de Dios a pesar de toda la experiencia que se adquirió”, reseña Salcedo.

Margie Valerio perdió a su hija de dos años cruzando el río desde La Guzmania hasta Las Veguitas. Mientras intentaba huir a un lugar seguro, la sorprendió el embate de un alud torrencial que separó a Angie de los brazos de su padre y la plantó contra la casa presidencial de Macuto. No recuerda haber recibido ningún taller en los últimos 10 años. Teme que de nuevo se repita ese capítulo en su vida, pero la experiencia pasada le indica que ante una réplica, ella correrá hacia el sector Bella Vista en busca de altura hasta que los cuerpos de rescate la socorran.

Es probable que el temor de Margie, compartido por muchos lugareños, se haga realidad. Jesús Delgado, investigador del Centro de Estudios Integrales del Ambiente (CENAMB) de la UCV, afirma que el deslave de 1999 “es un fenómeno recurrente. Ocurre cada cierto tiempo cuando la roca está meteorizada y se produce una lluvia muy concentrada. Ese conjunto de condiciones se produce cada 50-60 años”. Ya ocurrió en 1798 y 1951, la diferencia recae en la cantidad de población existente para cada época.Lo que está cambiando en Vargas es el desarrollo urbano. Tampoco es secreto que en el estado podría hacerse un city tour por los edificios de la Misión Vivienda, el problema está en que algunos han sido construidos en zonas declaradas de alto riesgo como Camurí Chico, Caribe y Caraballeda. Es una entrega intencional a la vulnerabilidad.

“No debería haber infraestructura urbana alrededor de conos de deyección. Estos ríos no son como los llaneros que crecen hacia los lados. Este río depende de cómo se atore. Cuando llega a la parte plana decide aleatoriamente el curso que va a tomar. Así que el canal, aunque reduce el riesgo, no garantiza que no se vaya a expandir por otros lados”, explica Delgado, quien también es asesor de la alcaldía Metropolitana. Recomienda que se guarden al menos 100 metros de distancia del cono de deyección y que el terreno sea usado para infraestructuras no residenciales, sino recreativas como canchas deportivas.

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En 2014, la gobernación de Vargas despidió el año con la inauguración de 30 obras. La mayoría de envergadura vial: la ampliación de las avenidas Bicentenarias y la principal de Macuto hacia Punta de Mulatos, la construcción de la vía de Paraíso Azul, el mantenimiento de la carretera de Caruao, repavimentación en Mamo y La Armada. Parece ser que Elia no se equivocaba al decir que lo reconstruido ha sido el camino “por donde pasa la novia”. Comunidades adentro, el sueño de modernidad sigue aguardando por la voluntad política.

Rostros de La Guaira

Elia-Arteaga

Elia Arteaga

Personas lanzándose al vacío, gritos llanto es lo que recuerda Elia Arteaga de la fatídica noche del 15 de diciembre de 1999. Desde Valle del Pino vislumbraba cómo perdían la vida los vecinos de Los Corales. Todavía no olvida que «el río rugía como un león» y, a pesar de no sentirse segura en esa zona, invadió una casa cansada de esperar que le adjudicaran una.

Sonia-Landaeta

Sonia Landaeta

Cuando protección civil les advirtió del riesgo que corrían en Naiguatá el día 15, Sonia Landaeta no se opuso a desalojar la casa porque su intuición se apresuró al ver que el río crecía ante las incesantes lluvias y decidió subir todos los electrodomésticos al segundo piso. Su esposo volvió dos días después, el 17 de diciembre, porque no soportaba la idea de que su amado canino Puker estuviera en compañía de la soledad. Ella regresó el 8 de enero de 2016 y allí reside desde entonces.

Andres-Mota

Andrés Mota

Andrés Mota se convirtió en una estadística. Fue víctima del deslave cuando vivía en el barrio El Caimito y desde hace cinco años ocupa una casa que no es suya. La zona urbana Los Corales perdió a muchos propietarios y adquirió a unos nuevos de rostros desconocidos.

José-Blanco

José Blanco

La casa donde vive José Blanco en Naiguatá estuvo dos años deshabitada luego del deslave, pero aún está invadida por la desidia. Luego de 16 años del desastre natural, los servicios públicos no se han restaurado. Hasta cinco días consecutivos puede pasar ingeniándoselas para rendir el agua que deposita en tobos.

Margie-Valeiro

Margie Valerio

Cada 16 de diciembre, Margie Valerio se une a la procesión de la Virgen de Fátima para conmemorar a su hija Angie Andreína, quien perdió la vida a los dos años de edad cuando se desprendió de los brazos de su padre, mientras cruzaban el río buscando altura en el sector Bella Vista de Macuto.

Jaime-Iriarte

Jaime Iriarte

Jaime Iriarte vive en el sector Montezuma de Macuto. A pesar de su avanzada edad, recuerda cada minucioso detalle del 15 de diciembre de 1999. La casa que está detrás de él le pertenecía al profesor José Luis. Allí se refugiaron 64 personas pensando que era la casa más segura de la zona. Calmaban la angustia compartiendo sorbos de café caliente, sin advertir que horas más tarde el alud torrencial los sepultaría a todos. «Era horrible escuchar a la gente gritando ‘sáquenme, sáquenme’ pero qué podía hacer uno». Jaime sobrevivió porque se adentró en lo alto de la montaña.

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