“Ay San Pedro, cúrame a mi niña. Si mi niña se cura, te prometo que todos los 29 de junio, en tu honor haré lo que mejor sé: bailar”. Así dijo la negra María Ignacia, esclava en una hacienda en el Valle de Pacairigua. Pasó noche rezándole al santo porque nada aliviaba la fiebre de su hija de apenas siete meses, Rosa Ignacia.
Y le tocó cumplir. La niña sanó, María Ignacia le contó a su esposo Domitilo y se regó la voz por el Valle y fueron muchos los esclavos que decidieron acompañarla para que no bailara sola: así comenzaron las parrandas en honor a San Pedro.
Pero años después la esclava enfermó y falleció. ¿Se acabaría la tradición de honrar a San Pedro? No señor: Domitilio se puso los vestidos de María Ignacia y salió a bailar en su lugar acompañado por sus hijos y vecinos. Y así se consolidó la fiesta que hasta hoy perdura en el estado Miranda, Guarenas-Guatire, y que en 2013 fue proclamada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura, Unesco.
María Ignacia no está sola. En la Parranda de San Pedro la acompaña un grupo notable. Cada miembro es importante.
Hombres vestidos con la levita vieja del amo, sombrero Pumpá y alpargatas, llevando la cara cubierta de betún negro.
El abanderado, con la bandera amarillo y rojo.
El cargador del Santo, lleva en sus manos el nicho floreado donde está la imagen del pequeño San Pedro que baila durante su recorrido por el pueblo.
Los músicos, deben tocar el cuatro y las maracas.
Los cantantes, deben improvisar frases al ritmo del cuatro, mientras los parranderos repiten en coro el verso.
Los cotizeros, bailan con trozos de cuero en sus alpargatas y las hacen sonar con cada pisada al tiempo de la música.
Los tucusitos, son esos pequeños que están al lado de la falda de la negra María Ignacia y se visten de amarillo y rojo.

