De Interés

El tedio político

A diferencia de momentos pico y coyunturas imaginativas de tiempos anteriores, el siglo XXI pareciera andar a tientas, sin dirección ni sentido.

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Hay momentos políticos que emocionan, ideas que captan la imaginación colectiva. Ocurren en ocasiones particulares, cuando circunstancias, ideologías y líderes oportunos dan respuesta a las grandes cuitas, necesidades y ansiedades de la gente. Son circunstancias en que la promesa de nuevos arreglos en el reparto del poder movilizan y tocan fibras profundas, oportunidades en las que las revoluciones y las utopías suministran aire nuevo que llega hondo en los pulmones.

A diferencia de momentos pico y coyunturas imaginativas de tiempos anteriores, el siglo XXI pareciera andar a tientas, sin dirección ni sentido. En casi todas las geografías predomina el desencanto y el tedio político. En Venezuela, en Brasil, en España, la política parece haber tomado la acera contraria de la gente. La pasión ha sido sustituida por el hastío de las promesas incumplidas y las repeticiones infinitas.

El caso venezolano tal vez sea el más asombroso. Después de 18 años en el poder, la ideología de la revolución bolivariana no ha logrado avanzar ni un milímetro más allá de la teoría del complot, la recurrente denuncia de un magnicidio, un golpe de Estado, un ataque del imperialismo, una conjura de la oligarquía, una guerra de cualquier tipo. Los líderes e integrantes de la oposición tampoco hemos ofrecido mucho más que insistentes acusaciones y denuncias, el deseo de sustituir a quienes hoy usurpan el poder.

Estamos marcados por la compulsión a la repetición. Cualquier periódico de hoy puede ser exactamente el mismo que el de hace dos o tres años. Pero no hay nación en la que la sensibilidad política de las personas sea diametralmente distinta.  Grandes poblaciones comparten el sentimiento de que sus países avanzan y funcionan, no por causa de sus funcionarios públicos, sino a pesar de sus políticos.

Y es que la política, la ciencia que estudia el poder, se ha quedado desfasada, atrasada, con respecto a la psicología colectiva y las circunstancias del presente. Los movimientos anticapitalistas que en cierto momento supieron expresar el descontento popular recurrieron a viejos moldes marxistas incapaces de dar forma a las complejidades del siglo XXI.

Los sindicatos no entienden la nueva economía de Facebook, Uber y Air B&B. Los gobernantes no ven el trasfondo de las crisis económicas ni comprenden el proceso de recomposición de las relaciones entre el Estado y la sociedad, entre lo público y lo privado.  La pugna por el poder tiene sed de ideas capaces de interpretar las grandes transformaciones que están ocurriendo y que todavía no entendemos.

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