La sociedad está enferma de poder y de codicia, hay una especie de gripe que se contagia con el aire. Como un virus selectivo se limita a perjudicar a quienes se encuentran en las esferas más altas de una comuna. La víctima se desvanece en su propia avaricia, sus extremidades se retuercen, sus expresiones se deforman, su lírica se vuelve lenta y torpe, y una tos que no cesa se manifiesta en un «yoismo» por transmisión.
En medio de un escenario hilarante e irónico, el símil con Venezuela es más que evidente a medida que la obra «La crema y nata» va revelando sus costales. Aquí hay una cárcel que tiene infulas de casona, «pranes» que presumen candidaturas para la Presidencia, y presos que hablan elegantemente en prosa mientras se valen de la muerte para sobrevivir.
El recinto penitenciario es un espejo que refleja con sarna los delirios de grandeza que se pueden percibir en cualquier lado del cerco en un país. En medio de negociaciones para lograr un acuerdo de paz y el cese de la violencia, los pranes -Papa Pitufo y Mi causa- son llevados al extremo del ridículo y los disimiles. Aquí solo hay una población que crece, y es la de la cárcel, un abismo con reglas propias donde la muerte es como apagar la luz todas las noches por inercia, una sociedad dentro de otra sociedad donde la anarquía es la única forma de orden.
Durante la obra Papa Pitufo, un individuo intimidante cuyo físico no conmuta con sus miedos, se decide lanzar a la Presidencia de la República. Sus dos secuaces visten de sombrero y caminan con movimientos coreografiados en medio de pasos que recuerdan a Michael Jackson. Todos hablan en rima sobre la filosofía del poder y sus consecuencias.
Mientras la campaña electoral se lleva a cabo, Mi causa intenta descifrar los planes secretos de Papa Pitufo. Mi causa es el opuesto físico de su contrincante, una especie de ser desintegrado que se asemeja a un gusano. Se apoya en grotescas máquinas que recuerdan a bicicletas de circo mientras estas sostienen su cuerpo inmóvil. Su verbo es un balbuceo rítmico que alarma a sus súbditos.
El recurso de la lírica fue utilizado por el director de la obra, Elvis Chaveinte, para señalar la rutina de estas bandas que actúan casi con modales «caballerescos». La deformación de los movimientos de los personajes es en realidad la deformación de nuestra sociedad.
En «La crema y nata» todos los caminos llevan a la enfermedad del abuso de poder y la política que esta impone. Cárceles cuyas reglas son cada vez más parecidas a la sociedad que expulsó a sus reclusos, se hilan a una somatización de líder en líder. Es un ciclo en donde el «yoismo» se mezcla como un cáncer o una gripe de la cual nadie está exento. Aquí las palabras son un arma de doble filo.
Chaveinte partió de un punto para crear esta obra: «nuestra sociedad está muy enferma y distorsionada, como en implosión. Creo que realmente nos vemos así desde afuera», sostiene.
La crema y nata cuenta con un elenco conformado por 10 actores de gran trayectoria en las tablas venezolanas: Gabriel Agüero Mariño, Abel García, Ángel Pájaro, Theylor Plaza, Rafael Carrillo, Homero Chávez, Julio César Marcano, Anthony Castillo y, con ellos, Rossana Hernández y Lismar Ramírez.
La producción está a cargo de Rossana Hernández, las coreografías de Armando Díaz, la iluminación de Ángel Pájaro, el vestuario de Raquel Ríos, la asistencia de dirección de Paúl Márquez y el diseño gráfico de Wil Parra. Todos bajo la dirección de Elvis Chaveinte, quien además realizó el diseño de escenografía.
La crema y nata se presentará del 13 al 29 de mayo en la Sala Rajatabla, ubicada en la avenida México de Bellas Artes entre el Teatro Teresa Carreño y Unearte. Las funciones se llevarán a cabo los días viernes y sábado a las 7:00 pm y los domingos a las 6:00 pm. Las entradas tienen un costo de 300 bolívares y pueden adquirirse en las taquillas del teatro.