Deportes

La alegría de Portugal, alegría de todos

Eder nos sorprendió, así como el fútbol siempre tiene esos bonitos detalles que nos causan asombro de vez en cuando. Un delantero que puede ser considerado del montón, saltó del banco para darle a un país la alegría deportiva más grande de su mimada historia.

Publicidad

Sí, fue Eder quien incrustó en el arco de Hugo Lloris todo el esfuerzo y dedicación de un grupo humano que, salvo uno de ellos, no deslumbra en su trabajo individual. No importa las formas, no importa el cómo. En ese bombazo del guineano la carga de munición llevaba las ganas de celebrar de 141 años de historia futbolera.

Este deporte, hoy tan mezquino, un día tenía que ser justo y permitir que una de las ciudadanías más futboleras y pasionales del mundo celebrara un título.

Los triunfos son efímeros, cierto. Tan cierto como que ya hoy Portugal tiene que buscar otro éxito inmediato: el cupo al Mundial de Rusia. Son las consecuencias de hacer algo de alguna forma, generalmente bien. Hay una corriente filosofal en el fútbol que hoy trata de rescatar la esencia del juego por encima de los resultados, pero esa misma doctrina no puede negarle a todo un pueblo esparcido por el mundo la alegría de ser los primeros en el fútbol.

Son el 12° país con más emigrantes en el planeta y se estima que hay más de 33 millones de portugueses, de los cuales 11 millones nada más viven en un su país. El resto, ha salido de su tierra en busca de una mejor vida y otros heredaron orgullosamente la nacionalidad de sus padres.

Todos esos que al escuchar un fado de Amália Rodrigues no pueden evitar la “saudade”, un término inexplicable en español y que ni siquiera la lengua de Camoes puede definir. Una palabra que solo el sentimiento que brota del corazón puede expresar.

Esos que conservan su marcado e inentendible acento a pesar de pasar tantos años fuera de su país, son los mismos que sienten más la pertenencia de su identidad cuando la selección lusa de fútbol salta a cada cancha. Esos que gritan con furia “As armas!” cuando por el monitor del TV ven en perfecta línea recta a los once patriotas defender una bandera cantando el himno portugués.

Eder, el héroe por accidente, es negro. Nació en Guinea Bissau, alguna vez, colonia portuguesa, como lo fue Cabo Verde, Mozambique, Angola, San Tomé y Príncipe. Ahí, en el calor del África, donde tantos portugueses murieron ante fuerzas guerrilleras independentistas de izquierda tratando de mantener la vigencia de un imperio descompuesto, muchos sintonizaban en vetustos radios cada partido que aquel Benfica de Eusebio, Coluna y José Torres dictaban cátedra al mundo.

Otros, los que emigraron en la post guerra a América Latina con muy poco, vibraban con la Portugal del mundial de 1966, en aquel entonces la selección más potente del mundo, un orgullo eterno del que nunca se desprenderán, sin importar el “a pesar de” no haber rubricado tanta magia futbolera con un título.

A Venezuela llegaron muchos. Hasta siete hombres vivían juntos en una habitación de la Pensión Manduca en La Candelaria mientras reunían alguna plata para traer a su familia. Llegaron en el Santa María con una pequeña valija, la ropa que traían puesta y un sentimiento tatuado en el alma: sportinguistas, benfiquistas o portistas. No importa si eran madeirenses o aveirenses (procedencia de la mayoría llegada al país), lo suyo era el fútbol y trabajar, trabajar, trabajar.

Carpinteros de una nación dominada por la dictadura, su cultura de privilegiar el ahorro y la familia los convirtieron en prósperos comerciantes que mejoraron en calidad de vida, pero conservaron intacto el amor por su patria y el balompié.

Hoy no están todos. Muchos se han ido de nuevo a su tierra o a otras más estables económicamente. Los que aquí quedan, mantienen su alegría, su don de esforzarse para crecer, su pasión por el fútbol que hoy pueden ver a granel gracias a las cableras y señales satelitales.

Los que vivieron su gran chasco en 2004 cuando la generación de Figo, Rui Costa, Vítor Baía y Fernando Couto se estrellaron contra el rácano muro griego.

Los portugueses son fieles fanáticos de lo suyo. Los mismos que alguna vez adoraron al Club Sport Marítimo de Venezuela, hoy son devotos de Cristiano Ronaldo y José Mourinho.

A ellos no les interesa si ese par derrocha pedantería, si el primero es tildado de maricón y el otro de patán, ellos disfrutan que ambos hayan reivindicado el nombre de Portugal en el mundo del fútbol. Ahora, tienen otro motivo más por el cual seguir sintiéndose orgullosos de ser portugueses. Para ellos, el fútbol es signo vital de su patria.

No puede usted negar que hoy cuando fue a comprar pan, se montó en el carrito que va de Carmelitas a El Cementerio, pagó la carísima pechuga en la carnicería, saludó a la conserje o comió la empanada en la lunchería, no se hizo cómplice de la sonrisa que le brindó el portugués con sus “buenos días” habituales.

En Francia, en territorio hostil, los muchachos de Fernando Santos cumplieron. Como reza la estrofa del himno lusitano, en Saint Denis, “levantaron hoy de nuevo el esplendor de Portugal”.

Publicidad
Publicidad