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El salto que no dio Yulimar

Yulimar Rojas perdió una oportunidad histórica. Ganó el primer campeonato venezolano en un mundial de atletismo adulto. Pudo haber tomado el micrófono después y decirle a la humanidad desde Londres: “Presidente Maduro, la paz no se impone a los trancazos. La constitución de un país debe ser redactada bajo reglas claras y por una muestra lo más amplia posible de esa sociedad. Las políticas económicas que se han aplicado en los últimos 18 años sólo han traído más miseria”. Yo lo hubiera hecho. Ella no lo hizo. ¿Qué hacemos con Yulimar?

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FOTOGRAFÍA: Andrej ISAKOVIC | AFP

A Yulimar los periodistas le preguntaron este lunes, después del oro, por Nicolás Maduro. Se sacudió la tierrita. “No me gustaría hablar de ese tema porque es delicado. Yo estoy feliz, muy contenta con esa medalla, y lo que menos quiero es hablar de eso”. Estaba en su derecho. Tiene dos años entrenando en España. Pertenece a la sección de atletismo del club de fútbol Barcelona. Se puede dedicar a teñirse el cabello de verde. ¿Qué hacemos con Yulimar?
Agregó: “Estoy triste por todo lo que pasa en mi país, que es un país maravilloso. Vamos a salir de todo esto. Sé que se van a acabar las peleas y las guerras entre hermanos venezolanos. Espero que esta medalla dé felicidad a mi país”. Démonos un saludo de paz, como dicen en las misas católicas. ¿Qué hacemos con Yulimar?
La medalla de Yulimar no nos dio alegría a los venezolanos. Al menos a mí no. Ni tenía cabeza para un mundial de atletismo. El sábado, una asamblea constituyente elegida por un número indeterminable de venezolanos determinó que estará funcionando al menos durante dos años (¡dos años! ¡prorrogables!), presumiblemente asumiendo las competencias de un poder legislativo omnímodo y sin contrapeso alguno.
La cotización del dólar paralelo ha dado un salto triple en cuestión de horas y ha terminado de aniquilar el valor de mi trabajo pagado en bolívares. El domingo, un tipo con un apellido súper autóctono y otro súper anglosajón (¿la personificación de los dramas de Doña Bárbara?) se robó unas armas y se convirtió hasta para los más pacifistas como yo en la única esperanza de sacudir al menos por unas horas el tablero político.
Ayer martes me desperté desvelado y con fiebre a la 1:20 de la madrugada. Encendí el televisor de manera mecánica. Había una transmisión en vivo de Globovisión y un señor con toga sentenció a 15 meses al alcalde de Chacao. ¿Queda vida para pensar en Yulimar?
La periodista especializada Eumar Esaá escribió en su Twitter: “Inenarrable la emoción de ver a Yulimar Rojas campeona del mundo. Inexplicable que el 4° país del medallero de #Londres2017 no tenga pistas”. Se refería a las pistas de atletismo destrozadas aunque también se pudiera hacer la analogía con los aviones que ya no aterrizan en los aeropuertos.
¿Qué hacemos con Yulimar Rojas? Dejarla tranquila. Ser tolerantes. Tiene 21 años. Está en su legítimo derecho de tener una opinión política diferente a la mía (aunque parezca más que nunca la verdadera), de reservársela e incluso de callar porque considera que carece de elementos suficientes para formular una de manera pública.
El periodista de beisbol Ignacio Serrano, que por cierto me consta que ha estado luchando en primera fila en la resistencia en las calles contra el gobierno de Maduro desde abril, criticaba hace unos días a los que consideran que, por sus posturas políticas, Magglio Ordóñez debe ser execrado del Salón de la Fama del beisbol venezolano, a pesar de que es quizás uno de los dos o tres mejores bateadores de nuestra historia en Grandes Ligas.
La triplista y la saltadora de pértiga Robeilys Peinado son las primeras medallistas venezolanas en un mundial de atletismo adulto al aire libre (Yulimar fue campeona universal bajo techo en 2016; Peinado en un mundial sub-18 en 2013 y la también garrochista Keisa Monterola plata en otra cita para menores de edad en 2005).
¿Pertenecen a una tal “generación dorada” impulsada por el interés en lo deportivo del presidente Hugo Chávez? Es probable, aunque esa presunta revolución no ha servido para que los venezolanos sean ciudadanos más independientes, para que su moneda valga algo o para muchos conserven la más mínima esperanza de un futuro tragable dentro de estas fronteras.
Además es poco probable que esa revolución pueda seguir produciendo muchos otros campeones de manera sostenible en el tiempo.
Por Yulimar hay que alegrarse. No sólo porque está afuera de Venezuela y tiene tranquilidad para dedicarse a lo que mejor hace (quizás se está perdiendo unos aprendizajes valiosísimos de lo que ocurre en su país; siempre hay que verlo todo desde otro punto de vista). Puede viajar, conocer otras sociedades aunque sea superficialmente, comparar y sacar conclusiones.
Lo que más le deseo a Yulimar no es que piense como yo. Es que se preocupe por aprender idiomas, prepararse, superarse y trascender la típica historia del atleta de origen humilde que se quedó con las manos vacías esperando un chequecito del Estado después de que se retiró. Algún día, con suerte, Yulimar tomará conciencia del salto al infinito que yo creo que pudo dar en Londres y no dio.]]>

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