El camino de Yelsy: sonreír y abrazar la vida hasta el último momento
Durante los 3 años que Yelsy Saavedra luchó contra el cáncer de mama encontró solidaridad y fortaleza en otras mujeres como ellas, capaces de encontrar amor en medio del dolor y, en los momentos más difíciles, una amistad que perdura incluso más allá de la muerte
21 de agosto 2024. En una sala de hospitalización de la emergencia del hospital Domingo Luciani, en Petare, Caracas, a las 3 de la madrugada, Yelsy Saavedra cerró sus ojos para siempre, en medio de un agotador dolor causado por un despiadado carcinoma de mama. Así murió, sintiendo a viva piel cómo afectan las limitaciones de la salud a las familias de bajos recursos en mi país, Venezuela, un país que, cada día, se percibe más bizarro.
Siento injusto no relatar su lucha contra la muerte porque Yelsy, hasta sus últimos días, abrazó la vida y su enfermedad con tanta fortaleza y optimismo que contagió a todos sus seres queridos durante sus últimos 3 años en este plano.
La pandemia me trajo muchas noticias buenas y malas de familiares y amigos, entre ellas, la de Yelsy, hija menor de Juan Saavedra y Hada Loaiza, dos maravillosas personas originarias de Boconó, estado Trujillo y de Valencia, estado Carabobo, quienes forman parte de mis querencias, como un legado de los afectos de mi padre.
Los Saavedra no tenían cabida para el pesimismo y la derrota porque, 12 años antes, ya habían perdido a su hija mayor, y así aprendieron a vivir con ese vacío que no se supera. Yelsy estaba comenzando a luchar contra un carcinoma mamario, a sus 35 años de edad: «Primo, estoy tratando mi cáncer con toda la fe del mundo», me decía. Lo de «primo» era porque sus padres y los míos son amigos de toda la vida y así crecimos, como familia.
Esa unión me hizo buscar la forma de encontrar, para Yelsy, el soporte emocional tan importante en este doloroso transitar. Yo ya lo conocía porque, dos años antes, llegaron a mi vida unas luminosas mujeres con quienes hicimos realidad proyectos positivos y optimistas y que hoy siguen regalando sonrisas, porque todo el dolor que causó el cáncer se transformó en ellas en actitud positiva y solidaridad. Esas mujeres queridas y admiradas por mí se convirtieron en un abrazo cálido para Yelsy.
De inmediato, estas amigas queridas respondieron a mi llamado y así Mercedes Hidalgo, de la Fundación Amar y Sanar, la abordó y se convirtió en una guía esperanzadora. Mercedes conoce en carne propia lo que es enfrentarse a un carcinoma de mama y ganar la batalla, lo que la llevó a convertirse en apoyo para otros pacientes oncólogos, llenándolos de motivación y momentos de dicha, además de canalizar, con mucho esfuerzo y dedicación, medicamentos que suelen ser difíciles de conseguir en la Venezuela de la salud bolivariana.
Mercedes, además, llevó a Yelsy a conocer a miembros integrantes de Rotaract Venezuela. Y fue así como, junto a muchas otras pacientes en recuperación, Yelsy formó parte del desfile Rosa 2023. Nada más contundente para una mujer que para salvar su vida, tuvo que someterse a una mastectomía, que verse hermosa y plena desfilando. Fue así como luces, maquillaje, vestidos y una pasarela fueron, para ellas, un regalo de vida, un instante de abundante energía femenina que jamás olvidarán.
Lo más poderoso de esta experiencia es ver como las mujeres que participaron en años anteriores se convierten en mentoras de las que acuden por primera vez, estableciendo una energía eterna de fraternidad y apoyo.
“Fue maravilloso todo. Me gustó mucho que me maquillaran y poder estar en una pasarela, primo», eso me dijo “La Titi”, como la llamábamos cariñosamente. Su papá Juan y su hermano Juandy la acompañaron esa noche y, aunque no son de mucho hablar, sus miradas eran alegría pura, al ver como Yelsy disfrutaba a plenitud esa experiencia.
Un año antes del desfile de Yelsy, pasaron por la Pasarela Rosa, Alicia de Nóbrega e Ybelice Rojas, quienes habían padecido de carcinoma mamario años antes pero, para los días del evento, en el año 2022, estaban de nuevo transitando sesiones de quimioterapia. Lamentablemente, Ybelice y Alicia fallecieron pero encontraron, en ese grupo de apoyo, una mano realmente amiga en los momentos difíciles.
Yelsy y yo jamás perdimos comunicación. Ella me contaba la rutina con sus hijos y con sus padres. Nunca perdió la sonrisa, su optimismo era impresionante.
Ella no se dejaba desmotivar por nada pues tenía razones poderosas para vivir: sus dos hijos, su esposo y sus padres. En casa, el apoyo de Juan y Hada fueron invaluables. Si Yelsy estaba cansada, Hada cuidaba a los pequeños, y Juan se ganó el título de «mejor padre del mundo» ya que su edad no hizo mella en él e hizo todo lo humanamente posible para garantizar el sustento de la casa y ser el sereno compañero de su hija en las diligencias médicas. Juan Saavedra, aún sintiendo tristeza, hizo de tripas corazón y no dejó de tomar constantemente de la mano a su hija. Todos se sostuvieron mutuamente.
El domingo 17 de marzo de 2024, Yelsy cumplió 37 años y sus amigas hicieron de todo para estar allí. Ellas, sus amigas de lucha, llegaron a la casita blanca ubicada arriba del cerro, en la loma del barrio El Sucre. Yo también estuve allí. Mi prima de vida me dio un abrazo infinito. Juan y Hada se confortaron al ver a su hija menor sonreír.
«Mis amigas vinieron a celebrar mi cumpleaños», me dijo. Las escuché cantar, reír y celebrar la vida a coro, eran la estampa de la complicidad y de la empatía. La celebración transcurrió entre fotos grupales, torta de cumpleaños, juegos con pelucas que ese día nos hicieron olvidar que Yelsy, otra vez, estaba bajo tratamiento oncológico, por un diagnóstico de metástasis que la sentenció, más que a morir, a vivir al máximo y a plenitud.
El 12 de agosto de este año, Yelsy me contó que estaba de nuevo hospitalizada en el Domingo Luciani. No la internaron arriba en hospitalización, sino en la sala general de la emergencia. Su papá, Juan, estaba afuera, él no podía permanecer dentro de la sala, pero logró hacerme pasar a verla unos minutos. Allí me encontré con la “Titi” de la eterna sonrisa pero más delgada, dependiendo de mascarilla con oxígeno para respirar. Estaba en ese lugar, lleno de camas con pacientes, en medio de un fétido olor y un calor sofocante por falta de aire acondicionado, pero llena de esperanza.
Al salir de la sala, Juan me confirmó lo que yo percibí al estar con ella: “Danielito, el doctor me dijo que ya no hay nada que hacer, solo dependería de un milagro, pero lo mejor es conseguirle oxígeno para que esté en la casa y pueda pasar sus últimos días con su familia». Lo abracé fuerte. Fue la primera vez en 4 años que lo vi con lágrimas en el rostro.
Las chicas de la comunidad de apoyo, estuvieron muy pendiente de Yelsy. Se activaron para conseguir un concentrador de oxígeno, porque los tanques eran (y son) muy caros. La gente de Rotary Venezuela se comunicó con su esposo y la mama de Yelsy, ofreciendo ayuda.
A las 3:00 de la madrugada del martes 21 de agosto del 2024, trascendió Yelsy Saavedra, en la emergencia de mujeres del hospital Domingo Luciani. Me enteré de la noticia pocas horas después, por un mensaje de voz de Janay Huerta, una de las valientes mujeres del grupo de apoyo. Su audio por WhatsApp me conmovió, porque transmitió el dolor de todos en esos días.
Al día siguiente le dimos a último adiós terrenal a Titi. La funeraria se llenó de muchas personas, entre ellas ese hermoso grupo de mujeres que conocen bien el dolor que allí se vivió. Ellas abrazaron a su madre. Nadie como ellas para transmitir fortaleza y serenidad, porque lograron sus segundas oportunidades para seguir viviendo.
Yelsy Saavedra conoció a un grupo de amigas de edades distantes a la suya, pero viviendo situaciones similares y cercanas. El destino les dio el mismo predicamento y eso las hizo ser solidarias entre ellas. Se dieron amor del bueno.
Mercedes Hidalgo, de la Fundación Amar y Sanar manifestó: “Yelsy Saavedra fue, sin duda, un ser humano excepcional. Su calidad humana brilló en cada interacción y su sabiduría fue inigualable. Recuerdo claramente el momento en que Daniel, un amigo en común, me habló de ella con entusiasmo, mencionando cómo le encantaría que se uniera a las terapias y paseos que la Fundación Amar y Sanar organiza para pacientes oncológicos. Cuando finalmente me animé a contactarla, su voz dulce y acogedora me transmitió una calidez instantánea.
Yelsy no solo mostró interés en participar, sino que también se comprometió a aportar su luz y energía positiva al grupo. Siempre estuvo dispuesta a participar en las actividades pero podía hacerlo muy poco por su estado de salud. Sin embargo, y a pesar de todo, siempre estaba presta a escuchar a quien la llamaba y se alegraba muchísimo cuándo la visitamos.
A través de su participación en la fundación, Yelsy demostró ser una persona de apoyo invaluable para quienes enfrentan momentos difíciles con su alegría y optimismo. Tuvo la capacidad de escuchar cada palabra de aliento que recibió de cada integrante que conforma la fundación. Sin duda, su presencia en el grupo nos enriqueció y la experiencia fue maravillosa para todos los involucrados.
En resumen, Yelsy Saavedra fue una persona que irradió bondad y comprensión. Su dedicación a ayudar a los demás reflejó su profundo compromiso con la vida, sus hijos, familiares y amistades. Para el grupo de pacientes que integran la fundación fue un honor conocerla y ser testigo de su impacto positivo en nuestro grupo”.
(Este trabajo fue posible gracias al apoyo de Delia Suárez Rengifo)