Opinión

“When I was venezuelan”

Algunos migrantes piensan que la ruptura con el pasado y la Tierra de Gracia es un paso necesario para iniciar una nueva vida, sin traumas. La realidad les impone que Venezuela vaya desapareciendo de su pensamiento, se vaya borrando del mapa. Por Humberto Jaimes Quero

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Para cientos de migrantes venezolanos establecidos en Estados Unidos, la identificación con su país de origen se está convirtiendo en un ejercicio cada vez menos frecuente y menos relevante. La prioridad para muchos de ellos apunta, de hecho, en una dirección contraria: romper el cordón umbilical con el lugar de nacimiento, con el pasado, con aquella imaginaria y fantástica Tierra de Gracia invocada con orgullo en la historia, la literatura, la publicidad y otras facetas de la vida.

Regresar a Venezuela era una esperanza para muchos de ellos, sobre todo si se producía el anhelado cambio político y económico en el país de la infancia. Ese lugar donde lustros atrás existían buenas perspectivas de crecimiento personal y familiar. Pero los acontecimientos de los últimos tiempos parecen haber enterrado estos sueños. Nicolás Maduro sigue en el poder, dando órdenes, firmando decretos. Y nadie puede asegurar que saldrá de Miraflores en los próximos meses, ni que cambiará su estilo de gobierno.

Sumergirse en la vida real

“Nos quedamos, Venezuela prácticamente está dejando de existir para mí”, me acaba de confesar Manuel, un viejo amigo que tiene cerca de 6 años establecido en Florida. Lo hizo en una conversación telefónica que mantuvimos días atrás. La decisión la tomó hace dos años, cuando las noticias de la otrora Tierra de Gracia le hicieron ver que el problema venezolano, según sus palabras, “es para rato y no se le ve solución”.

Como muchos inmigrantes, Manuel debe dedicarse por completo a las atenciones que demanda la existencia cotidiana, resolver los asuntos domésticos, la cita con el odontólogo, producir para pagar las deudas. Eso demanda energía, dedicación, disciplina. En este contexto, a su parecer, pensar en Venezuela es como un comportamiento masoquista, paralizante y en cierto modo inútil. “Seguir pensando en Venezuela es como seguir sufriendo para nada. Me desgasta, me consume, me da una enorme impotencia. Para mí, eso se acabó, es mejor cortar con eso”, ha dicho.

Manuel tiene familiares y amigos en Caracas, Valencia, gratos recuerdos de otros tiempos. Pero la cotidianidad lo ha llevado a sumergirse por completo en la vida real que transcurre en Florida. Es por ello, argumenta, que ha ido rompiendo el lazo con Venezuela, que casi no ve noticias de este país, porque hacerlo le genera dolor. “Venezuela ha ido desapareciendo de mi pensamiento, la he ido borrando del mapa”, confiesa sin remordimientos.

Una ruptura más

En redes sociales abundan testimonios similares de personas que han asumido esta ruptura para comenzar una vida nueva.

Esta historia ya la habían experimentado otras comunidades hispanas, caso de los puertorriqueños, colombianos, mexicanos, cubanos, argentinos y peruanos, que arribaron a Nueva York, Miami y Los Ángeles en los decenios pasados. Por lo general, huían de dictaduras militares y de crisis políticas y económicas. O, sencillamente, dejaron su país atraídos por el “sueño americano”. Son comunidades que vivieron una transformación profunda en sus vidas, en sus culturas, en sus perspectivas personales y familiares.

Metamorfosis

Tal es el caso de la conocida escritora Esmeralda Santiago, autora de una novela cuyo título es un testimonio fidedigno de esta metamorfosis regional: When I was puertorrican (1993). La obra relata parte de las transformaciones que experimentó Santiago al dejar atrás la isla, su vida pueblerina consumada en español, y establecerse en Nueva York, rodeada de rascacielos, amplias avenidas y del idioma inglés. En su texto, acepta que seguía conservando el pasado puertorriqueño, pero admite que esa condición cultural se había enriquecido con su estadía en Estados Unidos. De modo que en su ser se plasmaban dos culturas, dos idiomas, y el “verdadero” idioma que ella hablaba era spanglish, una mezcla de inglés y español.

Otro caso es el del escritor Abraham Rodríguez, hijo de puertorriqueños y oriundo del Bronx, Nueva York. Durante años, prefirió no saber nada de la isla, a la que veía como un lejano y extraño referente familiar. Un viaje que hizo en 1977 a la patria de sus ancestros  cambió su perspectiva. Entonces comenzó a interesarse en el idioma español y en otros aspectos tanto de Puerto Rico como del resto de América Latina.

Quiebre generacional

La identificación con una nación, con una historia pasada, es una condición cultural de la que se puede sentir orgullo. Pero ese ejercicio mental y emocional puede transformarse, desdibujarse y desaparecer en una coyuntura compleja. When I was venezuelan es un nuevo capítulo de la diáspora latinoamericana, cuyo desenlace todavía está por verse, aunque ya ha dejado una inmensa marca. Un quiebre generacional para quienes han apostado a una ruptura del cordón umbilical con el pasado, para poder vivir en paz y sin traumas.

@humbertojaimesq

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