Opinión

Ametralladoras y martinis: la liberación de París según Hemingway

Llegó tarde a la liberación de la ciudad, de modo que le tocó hacer otro trabajo duro: así fue como Ernest Hemingway salvó a un ícono de París a fuerza de dry martinis

hemingway
Publicidad

El 25 de agosto de 1944, mientras las campanas de Notre-Dame todavía repicaban anunciando la liberación de París, un jeep Willys cubierto de polvo frenó bruscamente frente al Hotel Ritz. De él saltó un hombre corpulento con uniforme de corresponsal de guerra y una ametralladora Thompson M1A1 en las manos: Ernest Hemingway, escritor, aventurero y, aparentemente, libertador autoproclamado de bares de hotel.

Hemingway acababa de llegar de Rambouillet, a unos 50 kilómetros al suroeste de París, donde había estado con un grupo de la resistencia francesa conocido como Les Milices Patriotiques. Aunque oficialmente era corresponsal de guerra para la revista americana Collier’s, Hemingway había estado de nuevo jugando al soldado. Durante un mes, estuvo recorriendo en jeep las líneas del frente, haciendo contacto con los combatientes locales de la resistencia entre las fuerzas estadounidenses que avanzaban y los alemanes en retirada. Era exactamente el tipo de situación de alto riesgo y autoficción en la que el escritor se deleitaba, difuminando las líneas entre reportero y combatiente, como ya lo había hecho en la Guerra Civil Española.

—Vengo a liberar el Ritz —bramó Hemingway con una voz cuya gravedad competía con los cañones estadounidenses que aún resonaban en la distancia.

Claude Auzello, el legendario director del Ritz, impecable en su traje negro a pesar del caos reinante, se había hecho amigo del escritor en los años de entreguerras, siempre dispuesto a complacerlo. Auzello se había convertido en el cómplice perfecto de las excentricidades de Hemingway, consiguiéndole desde los ingredientes más raros para sus cócteles experimentales hasta información confidencial que alimentaba tanto su trabajo periodístico como su imaginación literaria. No había petición demasiado extravagante ni demasiado discreta para Claude: si Hemingway lo necesitaba, de alguna manera llegaba a sus manos; sin preguntas y con absoluta discreción.

Auzello apenas parpadeó antes de responder con flema parisina:

—¿Liberar, monsieur? ¿De qué, exactamente?

Sin embargo, tras pronunciar estas palabras con aparente indiferencia, el viejo amigo no pudo contener más su emoción y, en un gesto que contradecía completamente su habitual compostura, dio dos pasos al frente y envolvió a Hemingway en un abrazo, palmeando su espalda con vigor.

Lo que siguió a este encuentro se ha convertido en una de las anécdotas más célebres de la liberación de París.

Cuando Auzello informó a Hemingway de que los nazis habían abandonado el Ritz días antes, llevándose consigo las últimas botellas de Château Lafite Rothschild 1928, el escritor, lejos de desanimarse, exclamó: «¡Entonces celebraremos dos veces: por la liberación y por haber llegado antes que yo al champán!».

Con esta declaración, Hemingway, acompañado por un grupo de resistentes y soldados, se dirigió al bar del hotel. Su intención ya no era «liberarlo», sino convertirlo en el epicentro de una fiesta que, según los presentes, parecía destinada a no terminar nunca. La celebración, que ya llevaba horas en las calles de París, encontró en el Ritz y en Hemingway el escenario y el maestro de ceremonias perfectos para prolongarse hasta el amanecer.

Hemingway en la leyenda

Según testigos presenciales, el escritor se instaló en la barra y comenzó a pedir dry martinis preparados por Bertin, el legendario bartender del hotel.

La receta, según se cuenta, consistía en seis partes de ginebra helada y apenas un toque de vermut seco, servido en una copa previamente enfriada y adornado con una aceituna. A medida que avanzaba la noche, los presentes empezaron a llevar la cuenta de las bebidas consumidas por Hemingway, dando origen a la famosa leyenda de los 51 martinis.

Aunque es improbable que Hemingway realmente consumiera tal cantidad de alcohol y permaneciera consciente, la anécdota se ha convertido en parte integral de la mitología que rodea al escritor y su relación con París.

Claude Auzello, en una entrevista concedida al historiador Tilar J. Mazzeo para su libro «The Hotel on Place Vendôme» (2014), afirmó: «Hemingway era un bebedor fuerte, pero nadie podría beber 51 martinis y seguir en pie. Probablemente fueron no más de una docena a lo largo de toda la noche».

Sin embargo, la atmósfera de euforia por la liberación de París, combinada con la personalidad más grande que la vida de Hemingway, contribuyó a la creación y perpetuación de este mito. La noche concluyó con un memorable brindis del escritor: «Por París, por la libertad, y por el Ritz, que nunca se quedó sin ginebra ni coraje», capturando el espíritu de celebración y resistencia que definió aquel momento histórico.

Publicidad
Publicidad