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#FOTOS | Así crucé nadando El Orinoco

Este es un humilde relato de la experiencia de una principiante de la natación en el paso a nado de los ríos Orinoco y Caroní, edición XXVI. A manera personal, la participante nos da detalles de la competencia, la preparación necesaria, la débil organización del evento por parte de la Alcaldía de Caroní y el estado de los ríos y monumentos naturales en el estado Bolívar. Sería un engaño no decir que ella, la trucha urbana Daniela Mejía, trabaja aquí en nuestra redacción Un año me tomó atreverme. No sabía que existía ni la natación en aguas abiertas y comencé a soñar con hacer uno de los cruces más exigentes de Venezuela. Una competencia en el que se recorren 3.100 metros por los ríos Orinoco y Caroní, partiendo desde los Barrancos de Fajardo en el estado Monagas hasta el Malecón de San Félix, en el estado Bolívar.

Fotografía de Cristian Josué Hernández
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Primero lo primero: Me inscribí en clases de natación en el colegio Don Bosco. Fueron siete meses de ir y venir en la piscina. Al principio me acompañó una amiga que fue desistiendo de la loca idea de cruzar los ríos más importantes y caudalosos de Venezuela y América. Pero yo insistí. A pesar de no ser atlética y vivir una vida entregada a la rumba y la bohemia, insistí. Y hoy, después de haber cruzado digo que puedo llevar mi faceta atlética y la rumbera con armonía… Mis amigos dicen que no.

canal de navegación orinoco

Llegó el anunció para las inscripciones y yo no podía creer que tenía el reto en frente. El tema estuvo en mi boca por más de 360 días, pero nunca estuve segura de poder cumplirlo. Suelo ser muy imprudente y se lo había contado a todo el mundo, así que no podía echarme para atrás. Sé que no debo probarle nada a nadie, y menos a mis más allegados, quienes suelen tener como actividad preferida la “empinación del codo”. Pero no me gusta ser el tipo de persona “que se raja”, “que arruga” o cuyas palabras no sean consecuentes con sus acciones. Además ya me habían acuñado un sobrenombre que hasta lucía en mi estado de Whatssap, La Trucha Mejía.

Decidí formalizar mi inscripción. Apenas costaba Bs 2.000 y después vería si ejecutaba el cruce o no. Comencé con los preparativos del viaje. Reservé la habitación en la posada, compré el pasaje de avión e incluso aseguré todos mis traslados en Ciudad Guayana. En el momento de hacer todo esto, pensaba que si no me atrevía a hacer el cruce, pues igual podía aprovechar para conocer el sur del país y a esos dos colosos de la hidrografía venezolana.

Todos estos preparativos los hice de la mano de María Auxiliadora Sánchez, a quien debo agradecerle no solo por la la logística del viaje sino porque me alentó a superar este reto desde que entré en la piscina del Don Bosco. “La Sapoara Sánchez”, como la bauticé, ha sido cuatro veces medallista del Orinoco tras participar cinco veces. En esta edición, ocupó el segundo lugar en su categoría, Master B.

Mi categoría fue Femenino Master A, pues la clasificación obedece a la edad y sexo de los participantes. Este grupo es para las nadadoras entre 25 a 30 años. También están las otras categorías: Juvenil, en la que aceptan a jóvenes mayores de 14 años; Mayores de Edad, en la que participó Víctor Quintero de 81 años, precisamente el de mayor edad en la competencia; y una más para atletas con alguna discapacidad física.

-La duda se mantiene-

Ya en San Félix, mientras recibíamos el material por parte de la Alcaldía de Caroní, seguía dudando de mi arrojo para entrar al río. La Sapoara Sánchez, intuyendo mi dilema, apuntó a unos atletas con discapacidad y me dijo: “No hay excusas para que tú no completes la competencia”. En ese momento me dio vergüenza que a esas alturas, a un día del cruce, siguiera pensando en echarme para atrás o no completar la ruta de nado. Si para atletas ciegos, sordos o sin piernas no habían pretextos, por qué habría de tenerlos yo.

En eso volví a pensar cuando vi a Víctor Quintero ingresando al agua, tuvo que ser acompañado de la mano hasta la orilla. Él es un señor que ya camina un poco encorvado y a veces necesita de de ayuda para hacerlo. Desde sus 68 años cruza ambos ríos en cada edición anual. Este año, sin embargo, Víctor no pudo culminar. La corriente lo empujó por fuera de la ruta y una lancha debió trasladarlo hasta la orilla. Estando en tierra firme me confesó que no le importaba, que estaba contento porque ya lo ha hecho varias veces y porque este año pudo volver a intentarlo. Bajo una carpa de Instituto Nacional de Turismo (Inatur) y mientras nos tomaban una foto para propaganda del gobierno, me dijo que tenía un invento y se puso el cinto de seguridad de una botella de agua en el ojo: “Esto es para ver VTV y no quedarse dormido”.

Dani y Víctor. Cristian Hernández

Nuestra llegada a Puerto Ordaz fue el viernes 15 de abril, a las cinco de la tarde. El cruce se realizó el domingo 17. Nos encontramos con una ciudad sin luz, a pesar de tener la represa Macagua y estar a 81 kilómetros de la Central Hidroeléctrica Simón Bolívar, la más importante del país. La sequía, además de afectar los niveles de agua del embalse de Guri, también ha dejado a Ciudad Guayana sin color verde. Los parques nacionales La Llovizna y Cachamay también han sufrido las consecuencias. De hecho, esa misma semana, cuatro hectáreas de La Llovizna habían sido arrasadas por un incendio y sus caídas de aguas estaban casi secas.

Por esa misma razón, el Orinoco y el Caroní habían bajado su nivel. Se notaba en las columnas de los puentes que unen a San Félix con Puerto Ordaz. Incluso se rumoró que ya el cruce no sería de 3.100 metros como todos los años, sino de 2.980 metros en línea recta. Esa exactitud en la cifra no incidía mucho para los “debutantes”, pues igual uno debe nadar mucho más, al hacer una parábola para ganarle un poco a la corriente del río.

google map cruce

Sin duda, la sequía hizo que este año el río fuese mucho “más benevolente”. Así lo expresó otro de mis compañeros, Ivan Avendaño, quien me aseguró que no debía frustrarme por eso, pues no le resta mérito a ninguno de los nadadores. Le tomé la palabra: ¡Nadie me va a quitar lo nadado!

La entrega del “material” se realizó el sábado 16 de abril en la sede de la Alcaldía de Caroní desde las 8 de la mañana hasta las 5 de la tarde. Consistía en un chequeo médico muy sencillo, que no detectó el asma y la gripe, que me impedían respirar con tranquilidad desde hace una semana, y la entrega de un gorro de tela, que decepcionó a mucho de los nadadores que repetían en este evento. En el kit también entregaban un certificado sin nombre de la participación en el cruce (a pesar de que todavía no nos habíamos ni mojado los pies en el río) y una franela que a mí y mis compañeros no nos tocó.

La entrega y el chequeo de los atletas son hechos a mano, no porque no haya luz en la ciudad, sino porque siempre se ha hecho de manera manual. Creo que por eso todavía muchos no conocemos con exactitud nuestro tiempo o lugar de llegada. La alcaldía no los ha publicado todavía. Además de que este año no entregaron el chip que registra esos datos de los atletas.

La emoción por este desafío no nos había permitido desanimarnos ante esta débil organización por parte de la Alcadía de Caroní, pero nos quedamos perplejos cuando vimos que estaban vendiendo los gorros de goma del año pasado en Bs 1.200. Son los mismos que pertenecían a los atletas que no reclamaron su material en 2015, pero que sí pagaron. Esto motivo la molestia de mis compañeros, que el año pasado no asistieron al cruce por protesta o porque no pudieron costear el viaje, después de que la alcaldía rodó la fecha del cruce a tan solo días de la pautada. Muchos tenían pagada su estadía y habían comprado su pasaje cuando los organizadores decidieron cancelar el evento y mudarlo de día en el calendario.

Cuando preguntamos el porqué de la falta de chip, o la baja calidad del material de los gorros, respondieron que este año trataron de “abaratar costos”. Ahí, mi grupo de nadadores pegó el grito en el cielo. La Sapoara Sánchez, que es una tipa que se ha especializado en calidad de servicios y atleta que ha participado internacionalmente, protestó. Argumentó que en vez de cobrar Bs 2000, pueden poner una inscripción acorde a los gastos necesarios y asegurar un mejor trato a los participantes, o conseguir patrocinantes.

-El que madruga…-

Nos fuimos con ese sabor amargo en la boca y sin franela del evento. Pero felices porque se acercaba el momento cumbre. Nos fuimos a comer PASTA, manjar de carbohidratos recomendado antes de cada prueba física. Luego, derrotados por el calor y por los glúcidos en el sistema digestivo, nos dirigimos a nuestra posada. Ahí me tomé una batería de medicamentos para la gripe que me adormecieron, pero como niñitos en pijamada, los compañeros acudieron a la puerta para pegarnos los números en los brazos que nos identificarían. Yo fui la nadadora número 223.

El día siguiente, el tan esperado, pasó como en un sueño. La amanecida fue a las 5:00 de la mañana. Vestirse, hacer el bolso y un desayuno ligero. Recomiendan comer dulces en pocas cantidades, se carburan rápido y dan mucha energía. La idea es no tener comer mucho pues el nado en aguas abiertas suele marear y revolver el estómago.

Llegamos un poco tarde a la bendición de los atletas, que se hace a las 6:30 de la mañana. Y mientras un párroco del lugar guiaba la ceremonia religiosa, nosotros nos untamos protector solar y vaselina en las extremidades que suelen irritarse por el roce. Las mujeres nos recogimos el cabello para ponernos el gorro, que a mí parecer elimina todo mi atractivo. Así como el cabello de Sansón es la razón de su fuerza, la cabellera es la fuente de atractivo de nosotras.

Corrimos nerviosos a dejar nuestros bolsos con una amiga y al no conseguirla debimos confiar en una señora que tenía buena presencia. Dejamos celulares, dinero en efectivo, tablets y ropa con esta desconocida, pero ya era hora de abordar la gabarra que trasladó a 996 nadadores a la orilla de Barrancos de Fajardo.

Inside the Gabarra. Cristian Hernández

nadadores. Chisrtian Hernández

Estirandito. Cristian Hernández

De ahí partimos todos. Los primeros fueron los hombres, diez minutos después fue la salida de las mujeres y luego la de los atletas especiales. Aunque las categorías estén separadas por grupos, en la competencia todos nos mezclamos. Si no sacas la cabeza para ubicarte es probable que choques o te encuentres con algún otro participante. También te puede pasar que te veas solo en algunos tramos de la competencia.

Partida. Cristian Hernánddez

Al cruzar, la mente es el peor de los obstáculos a vencer. No es la corriente, ni el oleaje producido por el viento sobre la superficie del agua, ni el cansancio físico, es esa inquietante sensación de sentirse solo, de sentirte vulnerable ante la fauna, de sentirte desorientado por las distancias que hay desde una orilla a la otra. Pero logré combatirlo pensando en cosas diferentes al nado. En pajaritos preñados, por ejemplo, o en lo que escribiría para esta crónica. Hasta tarareé canciones en mi cabeza.

Al contrario de la percepción de otros nadadores, para mí la primera parte, la del Orinoco, fue la más difícil. En lo que comencé a nadar comprobé que el agua es totalmente arcillosa y no puedes ver ni siquiera tus manos. Entonces debí alzar la cabeza y seguir con brazada de Waterpolo, por encima siempre del agua. Eso me cansó muchísimo y me hizo pensar en quitarme el gorro, estirar el brazo y pedir auxilio de una lancha. Pero decidí que no podía ser tan “ñera” o pusilánime, que lo mejor era al menos llegar hasta el Islote Fajardo.

Nadador vs Buque. Cristian Hernanadez

Mis pensamientos me descubrieron enterrando mis dedos en la arena cuando daba una brazada. “¿Qué es esto? ¿Ya llegué?”. En efecto, cuando dudaba de mis fuerzas, estaba sobre tierra. Pude descansar de esa incertidumbre que me acompañaba: “¿Cuántos metros habrá de la superficie al fondo de este río? Si por estos canales pasan buques de carga debe ser profundísimo”. En ese islote vi a muchos tramposos caminando, lo que es motivo de descalificación, así que no los imité. Sí, en cambio, aproveché para limpiar mis lentes con saliva (truco infalible contra el empañamiento) y arrodillarme una vez para toser, toser y toser todo lo que la gripe y el asma me pedían. Luego seguí y la “Trucha Mejía” se convirtió en caimán: desarrollé una técnica reptil de caminar impulsándome con fuerza con las piernas y los antebrazos. Así logré algo nuevo cosa: cansarme más.

Cuando iba atravesando el islote, empecé a percibir ráfagas de agua fría en la corriente. El Río Orinoco es tibiecito y esta diferencia indicaba que estaba cada vez más cerca, o quizás ya pasando, al Río Caroní, cuya agua es negra si la ves desde afuera, pero mucho más cristalina. Estuve segura de que ya había pasado al otro río cuando comencé a ver mis brazos a través del agua. Ahí el agua es refrescante y alentadora.

Llegado este punto, estaba segura de que alcanzaría la meta sin ningún problema. Calculaba que habría pasado quizás una hora y el reto estaba por cumplirse. Me reí porque antes de arrancar, creía que debía nadar exactamente las tres horas completas establecidas por reglamento de este evento. De igual manera, no era momento de desfallecer. Debía remontar el río, pues me habían asegurado que la corriente del Caroní es mucho más fuerte. Como desde el agua no se ven las boyas, tuve que apuntar a elementos del paisaje muy grandes. Elegí el estadio Cachamay y me fui apuntando hacia él cuando nadaba en “estilo pecho” (como una ranita).

kayaks de seguridad. Cristian Hernández

Tal como las truchas, pez al que debo mi sobrenombre, nadé en contra de la corriente por ser precavida. Pero esto fue un autogol, pues no era necesario. Yo estaba preparada para bajar en línea recta hacia la llegada. El resultado de esta gracia fue que cuando casi llegaba a la otra orilla, me di cuenta que ahora tendría que bajar como 700 metros (al ojo por ciento) para pasar la línea de llegada del evento. No me quedaba de otra, volví a bajar por el río tarareando canciones en mi cabeza.

Una vez que superé mis errores y cumplí con la tarea, puedo asegurar que salí ilesa de ambos ríos y con una sonrisota en la cara. La alegría me desborda. Se trata de un gozo que me ha tenido emborrachada por varios días, mientras me asombra la poca celeridad de la alcaldía para publicar los tiempos. Hoy, cuando todavía no alcanzo la sobriedad, deseo escalar, conquistar nuevos picos y rutas de ascenso, nadar otras aguas y conocer mucho más de mi país al mismo tiempo.

¿Quién dijo miedo? No fue la Trucha Mejía.

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