Venezuela

Zonas de confort y Pranocracia

La oposición ha ido, poco a poco, confinándose a un minúsculo territorio en marchas de clase media restringidas, por lo general, al municipio opulento y protegido de Chacao.

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Foto: EFE

La oposición no puede seguir en “zonas de confort” y tiene que adentrarse en “la Venezuela profunda”, declaró Henrique Capriles al comentar sobre su falta de asistencia a la marcha que, en 29 ciudades de Venezuela y 15 del exterior, había convocado la MUD para protestar por la farsa judicial que condenó a Leopoldo López, pedir la liberación de los presos políticos e iniciar la campaña electoral para la reconquista de la Asamblea Nacional.

El gobernador de Miranda tiene, en muchos aspectos, razón. La oposición ha ido, poco a poco, confinándose a un minúsculo territorio en marchas de clase media restringidas, por lo general, al municipio opulento y protegido de Chacao. Pero en el comentario hay también una falta de empatía y comprensión de los factores que han contribuido a la desmovilización de la sociedad civil en Venezuela.

El primero es el miedo, el natural pavor a la muerte de los seres queridos, a la muerte súbita, frente a un gobierno sin cortapisas morales. El segundo es la propia incapacidad del liderazgo de la oposición para romper el miedo y conducir un verdadero movimiento de masas.

No se trata, entonces, de criticar y tachar como sifrinos a los que protestan en Chacao sino de comprender la verdadera naturaleza del régimen y la condición de indefensión en la que vivimos todos los venezolanos, tanto los del este de Caracas como los de la “Venezuela profunda”.

En días pasados el periodista Hermann Tertsch señaló que “el chavismo ha dado un salto cualitativo en la transformación sociológica por medio del terror al introducir el sistema de los pranes”.

Vivimos, ciertamente, en una pranocracia, una condición política y social que no puede ser desestimada. Todos conocemos a los pranes del gobierno, y también de, alguna forma, a sus segundo y tercero, al de la bóveda, a los cobradores, a los gariteros, los palabreros y los luceros.

Y son esos luceros los que rondan nuestras marchas, esos ejecutores que se mueven por todas las áreas del penal llamado Venezuela, esos que deciden quienes mueren y aplican el terror a la población. En casi todas las naciones del mundo el Estado y los gobiernos deben afrontar los embates de grupos delictivos y terroristas que amenazan con tomar el poder.

Venezuela experimenta una situación sui generis en la que es la sociedad la que tiene que enfrentar un Estado tomado y dominado totalmente por la destructividad y la delincuencia. El miedo y el descorazonamiento producido por las pranocracias tienen efectos especialmente perversos.

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