Venezuela

Crónicas Descalzas | ¡Agotada!

En marzo de 2019 Venezuela comienza a sufrir fallas masivas de electricidad y agua, que se suman a las dificultades de acceso a alimentos y salud que padece desde hace cinco años. Una vida cada vez más precaria, que no discrimina a la hora de poner obstáculos, nos deja descalzos a quienes estamos en el país transitando este duro trecho del camino. A las personas que con las que hemos tropezado y que han querido compartir su historia le hemos pedido que se fotografíen con la palabra que mejor los describe. El gesto de quitarse los zapatos ha surgido espontáneamente en esta entrevista. Así, que con los pies pateando nuestra tierra, comienzan esta serie de Crónicas Descalzas.

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Por Nirma Hernández

Ella venía mirando por la ventana del autobús, pensando en lo que se iba a encontrar cuando llegara a Caracas, a su casa, a su barrio en el oeste de la ciudad, del que se había ido un par de días para descansar un poco. Casi logra relajarse de tanto ver el mar hasta que le tocó regresar. “Sólo pensar que tengo que regresar…”.

Sin agua, sin luz, sin comida. Sin mar. Con sus tres hijos de un lado y su pareja del otro. De vez en cuando los veía y se escapaba por la ventana soñando que la brisa los llevaba a otra parte, a un sitio lejos, donde ella podía estudiar y sus hijos no se acostaran sin comer. Mientras avanzaba el autobús hacia Maiquetía comenzó a sentir como su nuca se engarrotaba y la ansiedad le aprisionaba el cuello, tirando sigilosamente de su cabello hasta clavarle un dolor en la sien derecha que la dobló en arcadas, frente a sus tres hijos que aguantaban la respiración esperando que su mamá se sintiera mejor. Tuvieron que bajarse del autobús y quedarse en la acera esperando recuperar el aliento.

Allí los encontré, con más ganas de quedarse que de irse.

“Yo nada más imaginarme que tengo que regresar…a ver tanta gente, tantos problemas que ya no puedo ayudar a resolver… hay cada vez más gente y todos los días es lo mismo: la señora que ayudaste falleció porque no encontró la pastilla, los niños que no tienen que comer, que se tienen que hospitalizar….por más que tú quieras, y buscas las manera….ya la las instituciones no pueden. No hay manera… no hay medicamentos, no hay. No se puede comparar comida. Y ahora esto del agua, de la luz. Todo me va volviendo el alma en pedacitos”.

Ella tiene nueve de sus 33 años trabajando en actividades comunitarias con el gobierno. Comenzó con el presidente Hugo Chávez en el consejo comunal de su sector, encargándose de resolver los problemas de las familias de su zona. Eso fue en el 2009, cuando descubrió que ayudar era un verbo que le daba sentido a su vida, que le apasionaba, que le hacía brillar el corazón. Pero ya no puede más. Por más que quiera, ya no puede más. El peso del desencanto ha recaído en sus hombros y sobre los pocos que quedan en el movimiento del cual es voluntaria. Ya no hay recursos y hay tantas personas que necesitan ayuda. Cuenta que en tres meses se han ido más de 300 compañeros o fuera del país o a resolver su vida vendiendo cafecito, o buscando algún oficio.

“Quedamos unos poquitos que tenemos que lidiar con las actividades de censar, comparar los datos, ir a las marchas, a los operativos especiales. Nosotros no cobramos. Sino tenemos un estipendio. No tenemos algún beneficio. Tenemos los bonos, hogares de la patria como cualquier ciudadano, y nuestras cajas (de comida racionada por el gobierno bajo el programa Clap). Para darle de comer a mis hijos voy resolviendo entre bono y bono un pedacito de queso, un poquito de sardina y así. Hay gente que cree que a uno le llegan 50 cajas y 50 combos y no eso no es así, nada de eso. Los privilegios son para unos pocos no para nosotros. La verdad es yo no creo que dure mucho esto así”.

Mientras habla, los niños se han quedado dormidos. Mira fijo hacia adelante y en su tono de voz se delata la costumbre de callar y del hablar bajo:

“Yo este silencio lo tengo desde que murió el presidente Chávez y ellos echaron todo a perder. Todo es todo. Son demasiado vicios. Yo estoy desencantada de verdad, desencantada del mal uso del poder. Ese es un vicio de este país que yo quitaría. Otro vicio es el silencio. Habría que quitar el silencio. Nos tienen en un completo silencio. No nos dejan hablar, no nos dejan tener comunicación. No puedes expresar libremente lo que tú crees porque entonces empiezan las amenazas. Si hablas me meto con tu familia, te hago daño, secuestro a tu familia. Yo he visto que eso ha pasado cerca de mi, bastante. Eso me da terror, me da impotencia, me da tristeza, me da mucha indignación”.

Saca un limón y lo pone debajo de su nariz para espantar las naúseas que la hacen detenerse, tomar una bocanada de aire y continuar.

“Yo pensaba que eran mentiras de la oposición. Yo decía no, eso no está pasando. Hasta que la realidad de la calle te comienza a hablar alto y te tienes que decir ok, me taparon la boca. Tienen razón, Sí está pasando. No es todo como te lo pintan color de rosa. Si te pones a guiarte por la televisión ellos te pintan todo de maravilla. Cuando sales a la realidad….Tú dices no, eso no es la realidad, la realidad es otra. Por eso yo siempre le digo a las personas, no te guíes por una televisión no te guíes por un radio. Sal, conoce y ve, observa, escucha por ti mismo”.

Para ella no es fácil despedirse de ese movimiento del que ha formado parte pero ella quiere soltar, para que vengan cosas buenas, para seguir adelante por ella y por sus hijos. Ella no quiere depender ni de una caja ni de nada más. “Yo estoy agotada. Yo llegué a mi límite de ayudar a la gente. Yo lo que quiero es estar en paz”.

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