Venezuela

“¿Y cómo es que aún vives en Venezuela?"

Todos los que viven fuera, venezolanos y no venezolanos, me hacen esta pregunta con frecuencia. Con desasosiego, con preocupación y la mayoría de las veces, con angustia manifiesta.

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FOTOGRAFÍA: EFE

Ciertamente, para vivir en la Venezuela de hoy y no morir asesinado en un atraco, o de mengua en un hospital, o de un ataque de mal de rabia al escuchar las mentiras y patrañas de cualquier vocero del régimen, o de un infarto ante tantas injusticias que presenciamos a diario, hay que hacer un acto de concienciación para empezar a deslastrarnos de esos males que nos agobian y blindarnos física y emocionalmente.

Como vivo en Venezuela y quiero quedarme en Venezuela, comparto con ustedes las cosas que hago a diario para sentirme fortalecida y esperanzada, no con ánimos de dar lecciones, sino para compartir mi estrategia de mantener la serenidad y la alegría, aún en los peores momentos.

Empiezo por conectarme con mis hijas que están fuera. Un pequeño mensaje o una larga conversación, depende del tiempo que tengamos todas. Si sé que están bien, tengo buena parte del día hecho. El dolor de la diáspora que nos ha convertido en padres huérfanos, se mitiga con los medios que hay para estar comunicados. Ciertamente los abrazos y los besos cibernéticos no reemplazan los de verdad, pero ayudan muchísimo.

Mi pareja y yo hemos construido una relación sólida y feliz. Estar juntos es una dicha y aprovechamos cada momento que tenemos para manifestarnos de muchas maneras cuánto nos queremos y disfrutamos el estar juntos. Una relación debe ser eso… Lamento que sigan juntos quienes están peleando todo el tiempo, que denuestan el uno del otro, o que se tratan mal. Vivir juntos sin quererse, simplemente no es vida.

Converso con mi hermano Ricardo. Tener cerca a alguien de su bondad, su inteligencia y su cultura, es más que un honor. Lamento que Rafael, mi hermano menor, no viva aquí, pues en ese sentido la felicidad sería completa.

Siempre estoy en contacto con mis amigas. También con mis amigos, por supuesto. Pero mis amigas mujeres son especiales. Son las hermanas que no tuve. Saber de ellas, reírme con ellas, estar con ellas, llorar con ellas… Pienso que es un privilegio tenerlas y me siento agradecida de que formen parte de mi vida.

Escribo. Escribo sobre lo que veo, sobre lo que me mueve, sobre lo que me conmueve. Sobre lo que siento, lo que espero y lo que sueño. Es increíble la catarsis que puede hacerse a través de la escritura. Doy clases de escritura creativa y nuestro grupo es un oasis. Reunirse con personas de gustos afines a los nuestros es milagroso.

Escucho música. No hay mejor alimento para el alma que la música. No concibo mi vida sin música. De cualquier tipo. Hay momentos cuando quiero escuchar una salsa arrabalera y otros cuando me sumerjo en los grandes maestros. En Venezuela tenemos el privilegio de contar con las orquestas de El Sistema que ofrecen conciertos maravillosos y gratuitos. Conciertos como los que tenemos aquí en cualquier otra parte del mundo costarían una fortuna. Por eso los aprovecho y los disfruto. Salgo renovada de cada uno de ellos y con mi fe intacta en que sí tenemos remedio.

Empecé a tomar clases de canto. Me encanta cantar desde que soy una niña, y finalmente decidí que era hora de aprender las técnicas para hacerlo. Y no porque piense que me voy a convertir en una cantante a mi edad, sino porque me siento feliz en las clases de canto. ¡Hay que buscar lo que a uno lo hace feliz y hacerlo, sin importar lo que piensen o digan los demás!

Otra cosa que me encanta es tomar fotos. Me he convertido en una exploradora de personas, plantas y lugares hermosos para fotografiar. Hago álbumes y los guardo en mi computadora. ¡Hay tantas cosas bellas a nuestro alrededor que lo que hace falta para verlas es buscarlas!

También me quejo. Uno tiene que desahogarse de los asuntos que lo agobian y he encontrado que Twitter es un lugar perfecto para hacerlo, porque nos quejamos a coro. Hay que sacar las penas afuera… todo lo que uno no echa para afuera, sale de otras maneras, hablo de enfermedades físicas y mentales.

Por último –pero no de último- he encontrado una fuente inagotable de felicidad en ayudar a otros. ¡Hay tanta necesidad en Venezuela, que sentir que uno puede hacer algo –por más pequeño que sea- por el bienestar y la felicidad de otro, me llena de alegría! Mi papá decía siempre que había más dicha en dar que en recibir y como en tantas otras cosas, tenía razón. Los actos de amor llenan, animan, estimulan.

Por todo esto, cada vez que me preguntan “¿cómo es que aún vives en Venezuela?” respondo con toda franqueza que vivo aquí porque quiero. Porque me gusta mi país, a pesar de lo que estamos viviendo. Porque tengo optimismo en que esto se resuelve pronto. Porque he aprendido a ser feliz en medio de la tragedia. Porque tengo la certeza de que Venezuela volverá a ser el mejor país del mundo… ahora es solamente el segundo mejor…

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