Venezuela

¿El "Venezuela se arregló" se siente en Petare?

Muchos hablan de una aparente mejoría económica y la frase-meme tiene a muchos rabiando y devanándose los sesos buscando explicaciones a lo que ocurre aquí. Lo mejor es salir a la calle, lejos del espejismo de Las Mercedes y los inventos de Chacao. ¿Qué dicen los pequeños comerciantes de una de las barriadas populares más grandes del país? Conversamos con siete de ellos y les preguntamos lo que ya nadie quiere oír: ¿de verdad algo se arregló?

Petare
Fotos: Daniel Hernández
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A simple vista, en un paseo rápido por el bulevar de uno de sus barrios, pareciera haber mejoría económica en Petare. Hay más buhoneros que antes de la pandemia y la gente maneja billetes de dólares de diferente denominación. Sin embargo, basta pasar la zona 3 para ver a unos cuantos jóvenes hurgar entre la basura, a unos hombres cargando agua y a dos mujeres vendiendo DVD usados. ¿Petare se arregló?

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A mediados del siglo XX, como tantos emigrantes españoles, el papá de Nieves llegó a Venezuela buscando mejores condiciones de vida. Tiempo después de establecerse, logró conseguir trabajo como camionero y no se le hizo difícil comprar un negocio en el barrio José Félix Ribas, en Petare, para asegurarle un futuro a su familia. Fue en julio de 1967, justo antes del terremoto, cuando pudo concretarse la adquisición de la ferretería, que vino a jugar un papel importante en la zona por el crecimiento de las barriadas.

Como suele suceder en estos casos, sus hijos empezaron a involucrarse más en el proyecto. Nieves, entre ellos, quiso prepararse como la generación de relevo, pero el país que le tocó vivir fue muy distinto al que recibió a sus padres en los 60. Inflación y crisis económica empezaron a ser palabras comunes en las conversaciones de la casa, donde cada vez era más difícil atender las necesidades básicas, pese a la bonanza de petrodólares.

Petare
(Fotos: Daniel Hernández)

Medio siglo después, Nieves tiene 64 años y narra cómo ha sido todo:

“Cuando comenzó Chávez el auge fue increíble. O sea, hubo una bonanza maravillosa, pero luego, muy rápidamente, empezó la escasez. Nos negaron el cemento y no podíamos vender cabillas. Eran materiales reservados para las grandes empresas y nosotros somos un negocio pequeño. Teníamos que resolver de algún modo, por eso le comprábamos a revendedores. Estuvimos en eso dos años. Cerrar nunca fue una opción, así solo vendiéramos clavos”.

Desde entonces no hay recuperación, aunque los dólares empezaron a moverse con regularidad desde 2019: “Ya no vivimos esos años horribles de 2016 a 2019, pero Venezuela tampoco se ha arreglado. Uno trabaja bastante para sobrevivir y medio vivir bien, pero no se puede ahorrar nada. Todo se tiene que invertir. Las cosas no están nada bien como dicen los chavistas”.

Aunque el cemento ya no es un problema, la venta no se ha incrementado. Son pocos los que tienen la capacidad de construir o hacer remodelaciones en Petare. Nieves añora poder ver a sus hijos, que emigraron por la crisis y viven en España. Tiene tres años sin verlos y el negocio no le da para viajar.

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Entre los años 2005 y 2006, en pleno auge del chavismo, Elena y su esposo decidieron invertir en un negocio de víveres, carnes y charcutería. Con su empeño, querían asegurarle un futuro a sus hijos y un ingreso familiar fijo.
Aunque todo marchaba bien y el negocio iba en ascenso, no contaban con que, una década después, ese esfuerzo estaría devaluado y al borde del cierre definitivo.

“Desde 2013 y 2019, la crisis nos afectó mucho: de un negocio grande pasamos a uno muchísimo más pequeño. Todo el mundo se iba del país y nosotros pensamos hacerlo. Pensamos en cerrar y dejar todo”, cuenta Elena: “Fueron momentos difíciles, de decisiones complejas. No queríamos terminar en una empresa donde el sueldo era aún más bajo de lo que ya ganábamos”.

Se vieron obligados a dejar un local que prácticamente era suyo. Cada semana, la subida del dólar los asfixiaba tanto que tuvieron que empequeñecer el negocio. Ahora no venden ni alimentos ni carnes, solo charcutería. No han podido recuperar aquel gran capital con el que intentaron tener una vida estable, sin limitaciones.

“Nos descapitalizamos y tuvimos que replantearnos la idea. Ahorita tenemos como dos o tres meses ganando estabilidad, porque el dólar no ha subido tanto, pero el país no se está arreglando, no lo veo así. Trabajamos solo para sobrevivir el día a día”.

Los dos rememoran sus primeras ganancias, incomparables a las de hoy.

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Dianny empezó a vender café en 2016 para atender a su hijo. No aguantaba la crisis y tenía que hacer algo. En casa la comida escaseaba con frecuencia y sus papás, dos señores de la tercera edad, no podían aportar mucho con la pensión del Estado. Renuente a trabajar en una zapatería o en una panadería como llegó a hacerlo cuando era más joven, decidió hacer dos termos de café y salir a venderlos desde las 5 de la madrugada hasta media mañana.

“Eso se hizo rentable, sobre todo en 2017 cuando salí embarazada de mi segundo hijo”. Todos los días, incluyendo los sábados, sale muy temprano de la zona 4 del barrio José Félix Ribas. Ha sido su rutina en los últimos siete años y ni un solo día ha regresado con los termos llenos.

Aunque su intento por surfear la crisis le trajo resultados positivos, la escasez de café y azúcar fueron un problema. Tenía que recorrer los supermercados buscando marcas de café reconocidas, porque los buhoneros vendían maíz tostado o cipo de café colado.

“Con el azúcar era igual, todo el mundo usaba papelón y aunque gustaba, no era lo mismo”.

Cada vasito cuesta 1,50 bolívares y cada termo contiene 30 vasitos. Lo que representa 45 bolívares por termo diariamente, que al mes suma más que el salario mínimo mensual. Eso solo en las mañanas, pues explica que también baja a las 5 de la tarde porque “la gente quiere su cafecito cuando sale del trabajo”. A veces, vende obleas y chupetas en el colegio Rafael Napoleón Baute de la zona 3, que es la principal institución académica de la barriada.

Habiendo comenzado en 2016, en medio de la emergencia humanitaria, su perspectiva es diferente a la de los demás locales: “La situación para mí ha mejorado en comparación a esos años horribles. Para mí sí se está arreglando, cada quien tiene su opinión, pero yo no puedo comparar el 2017 con el 2022. En 2017 había téticas de aceite, la gente molía maíz para hacer arepas y fritaba sardina, ahora por lo menos uno se come una chuleta”.

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El señor Aníbal recuerda con alegría la fundación de la Farmacia José Félix Ribas, en la zona 6 del barrio. “Sí, sí, pero antes estaba en la esquina de la zona 5, después fue que la trajeron hasta aquí, porque los dueños compraron este local”. No sabe con exactitud cuándo, pero fue hace mucho tiempo, hace más de 50 años, cuando la democracia empezaba.

Y la democracia es un referente porque quienes tuvieron la idea de hacer una farmacia en el barrio, que crecía más y más, fue una pareja de médicos, quienes en los años 60 decidieron aprovechar la movilidad social, pues uno de ellos, un español emigrante, huía del franquismo y buscaba oportunidades en el país. Medio siglo después, la farmacia aún abre sus puertas.

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“Ha sido de gran beneficio para la comunidad, porque es la única en todo el barrio. Gracias a Dios siempre ha habido medicamentos. Bueno, aparte de la crisis y todo eso cuando las vitrinas estaban casi peladas”. El señor Aníbal teme dar su opinión sobre el contexto económico de la farmacia. Dice que está mayor para andar metiéndose en líos, pero reconoce que fue difícil.

“Mira, la verdad no te puedo decir mucho, pero por la buena relación comercial de la farmacia con los distribuidores, nosotros pudimos más o menos sortear la crisis, e igualmente nos vimos afectados, eso sin duda. ¿Qué si Venezuela se arregló? No, eso es ridículo. La gente se ha manejado mejor en estos años, que es diferente, pero esto no da para vivir. Uno trabaja para el día a día y ya. Nos hemos adaptado a la situación y eso es distinto”.

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Entre 2002 y 2003 se paralizaron en Venezuela las actividades comerciales y económicas, afectando a algunas pequeñas y medianas empresas, especialmente las que acababan de nacer. Ese fue el caso de la quincalla creada por Rafael y su esposa, proyecto que tenían desde hacía bastante tiempo. Pero subieron la santamaría en octubre y en diciembre la bajaron.

“Nos afectó bastante, nos puso a temblar como quien dice, porque apenas estábamos empezando. Después, con la bonanza petrolera fuimos creciendo, levantamos bastante. Nos parábamos muy temprano para abrir a las 6 am y atender a los estudiantes que iban al colegio”.

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Esa rutina fue acabando poco a poco, sobre todo después de 2016, cuando la crisis empezó a asfixiarlos a todos. Y aunque fueron años duros, sus actividades no estaban muertas. Alguien siempre necesitaba sacar copias o comprar algunos útiles escolares.

Por eso, cuando llegó la pandemia, a comienzos de 2020, sí se vieron en aprietos. Entre la crisis y la suspensión de clases por el coronavirus, él y su esposa tuvieron que cerrar y reabrir luego, con la flexibilización de la cuarentena. Entre tanto, habían pasado meses perdidos.

Dos años después de aquellos momentos, la papelería se mantiene, aunque sin mejorías reales. “Nuestro principal cliente es el estudiante, entonces imagínate lo que significa tener una papelería sin clases. Eso de que Venezuela se está arreglando es mentira. Todo está más caro siempre, tanto en dólares como en bolívares. Hemos respirado porque regresaron los estudiantes, pero no hay ese boom que había cuando comencé en 2002”.

La rutina que empezaba a las 6 de la mañana, ahora empieza dos horas después: ya no hay quien venga tan temprano.

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“Mi hermano quería poner una panadería porque mi papá fue panadero y mi tío pastelero. Entonces pudo montarla hace 15 años y fue un éxito total. Crecimos rápidamente porque tenemos la licorería al lado y siempre hay mucha gente comprando. Pero eso se acabó con la crisis, como todo”.

Así empieza Tibisay su testimonio de cómo administradora de la panadería de la zona 7, el negocio familiar del que ha dependido en los últimos 15 años.

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Cuando en 2016 la escasez tocó sus puertas, tuvieron que cambiar la organización. Ahora se levantaban más temprano de lo habitual, pero vendían menos. Había horarios para las colas del pan, tres veces al día: a las 10 de la mañana, a la 1 y a las 6 de la tarde. La gente podía estar desde temprano, pero no siempre obtenía una bolsa de canillas o de campesinos para llevar.

“No se vendía mucho, había menos producción, muchas regulaciones con la harina. Hubo muchos momentos en los que dejamos de hacer panes porque no teníamos harina y debíamos resolver vendiendo víveres y otras cosas. Contábamos a la gente, pero no podíamos a abastecerlos a todos, no rendía”.

Ella no cree que el país esté mejorando, no se come ese cuento, dice. “Vamos de mal en peor. Los dólares aquí son como los bolívares soberanos: no valen nada. Esto no se está arreglando, eso es pura mentira. Al contrario, mi hermano estuvo a punto de cerrar porque lo que vendemos nos da solo para medio sobrevivir. Fíjate que hay una santamaría cerrada, eran tres y ahora solo hay dos, ya eso te dice que el negocio se ha reducido mucho, bastante”.

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1989 fue el año del Caracazo, un suceso que Freddy Machado recuerda clarito todavía: “Yo debía unos giros y pensaba que vivíamos una crisis, claro ni me imaginaba que íbamos a sufrir esta”.

En esa época, pese a las noticias, había quien se acercaba a su cristalería recién inaugurada y encargaba unas ventanas a crédito. Estaba empezando, nadie en el barrio le metía al cristal.

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Pero eso quedó en el pasado. La escasez de alimentos prácticamente hizo inútil a la cristalería. La falta de aluminio y de otros materiales casi lo lleva al cierre; sin embargo, esa fue una decisión que nunca quiso tomar, porque ese negocio representa su esfuerzo de más de 30 años por salir adelante.

A veces llegan clientes y otras veces no. Se ha acostumbrado a ese ritmo lento. Lo principal es la comida y es lo que la mayoría siempre está buscando en la zona 7. Él diseña ventanas con los retazos, pues los materiales ya no cuestan lo mismo en dólares: “Con esos pocos trabajitos, que siempre salen, pago mis gastos”.

Sobrevivir con una cristalería en un país donde las necesidades son otras es complejo, pero él se las ingenia. “No fue fácil ni es fácil. Aquí no se ha arreglado nada, ha sido todo lo contrario. Cuando se aumenta algo, los comerciantes aumentan más. No podemos ahorrar, solo comprar y ya. Aunque a veces cobro en dólares, no hay mejoría, porque los distribuidores siempre me reciben el dólar por encima de 5 bolívares y no a la tasa oficial”.

Con todo y eso, Freddy sigue con su oficio, aunque mal pague y ni Petare ni el país se estén arreglando.

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