Perfil

Humberto Arocha: el poeta callejero de Chacao

Anda en las calles desde hace diecisiete años. Mantiene tres cuadernos donde escribe sus versos. La gente lo reconoce como poeta, él en cambio se desvive entre partidas de ajedrez y la oportunidad de que su trabajo se reconozca

Texto: Jefferson Díaz | Fotografías: Dagne Cobo Buschbeck
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No hay nada más difícil que escribir poesía. La transgresión de la palabra para convertirse en verso pasa por un proceso creativo que muy pocos captan con naturalidad. Con la destreza necesaria para que las metáforas sean más que eso y se transformen en sentimiento. Para que del papel salte una imagen.

Humberto Arocha huele mal. Sí, es lógico, vive en la calle. Es lo que los gringos llaman homeless y acá: vagabundo. Para él eso no tiene lógica. Su propia higiene personal —y hasta su seguridad personal— pasa a segundo plano mientras las fuerzas que le dan vida se alimentan de versos. Poco a poco han ido llenando de poesía los tres cuadernos que guarda con recelo en una bolsa de plástico negra. Humberto adquirió cierta notoriedad por las redes sociales luego de las protestas de Caracas en 2014. Por ahí, salió en varios videos declamando. Recitando su promesa para Venezuela.

Es de pocas palabras cuando empieza la conversación. En especial cuando no conoce a su interlocutor. Ante eso hay que activar los sentidos y examinar su entorno. Siempre se sienta en la avenida Francisco de Miranda —al este de Caracas— frente a la sede del Banco Mercantil. Una pequeña platabanda de cemento y hierro que sirve a los transeúntes como asientos, para él es mesa, cama y escritorio. No tiene un horario determinado, a veces está y otras tantas no, pero cuando se le ve por ahí, siempre está jugando ajedrez con quien se atreva a retarlo o escribiendo.

La mejor manera de abordarlo es con una buena partida ajedrez. Quizás por los prejuicios, sorprende conocer que es un excelente jugador. Siempre elige las piezas negras bajo el lema: “siempre hay que dejar que los perdedores muevan primero”. Mientras se tarda unos dos minutos, su capacidad de análisis del tablero es singular y en menos de diez movidas quien escribe esta semblanza cae en jaque mate.

¿Dónde aprendiste a jugar así? No responde. Desde este momento ante cualquier pregunta siempre tendrá bajo la manga una remembranza de Caracas antes de “esta crisis”, y evadirá las interrogantes como los peces huyen de las redes. Tiene un talento peculiar para eso.

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Además de sus cuadernos, tiene una cantidad de ropa para reforzar un estilo bohemio/artístico que se asemeja a cualquier universitario o asiduo a los cafés —sí, todavía existen en Caracas. Hoy, tiene una camiseta azul marino sin mangas. Acorde al clima caribeño. Unos jeans arremangados al estilo pescador que hacen conexión sentimental con los que usaba Reverón —amarrados con un mecate para que los gusanos no le comieran las tripas. Distancias aparte. Y unos zapatos de cuero que son dos tallas más grandes. Están rotos, raspados pero se ven cómodos. Para Humberto son el mejor par que tiene.

Y la boina. No puede faltar. Una de las vecinas de la zona se la regaló antes que se fuera del país. Era de un esposo que huyó a otros pastizales —un infiel— y dejó parte de su clóset. Esa es la historia, según él, de su característica prenda. Recuerda que muchas veces se le ha perdido pero siempre hay una manera en la que vuelve a su cabeza. Cuando cuenta, no es difícil recordar aquella parte de la trama de Indiana Jones con su sombrero y en todos los problemas en los que se metía al tratar de recuperarlo. También, cabe preguntarse: ¿habrá visto estas películas Humberto?

¿Qué te motiva a hacer poesía? Tal parece que es Dios. No responde directamente la pregunta, solo contesta: lee. Y presta uno de sus cuadernos donde la palabra divina y Jehová son imágenes recurrentes. Cuando Humberto habla, más allá del tufillo a alcohol, se siente su espiritualidad —bordea lo extraño. Si bien sus palabras son atropelladas y algo ingenuas, esa cualidad de sencillez obra su supervivencia en las calles de Caracas. La más violenta del mundo. También carga una biblia y un saco de papelitos y folletos que hablan de la “gracia de Cristo”.

“Soy muy bien recibido en las iglesias evangélicas y cristianas. Siempre que voy me reciben sin problemas. No me importa en lo que crean, mientras alaben al señor”, dice Humberto. Una sentencia que podría parecer la ilusión de una persona que tiene años viviendo fuera de un hogar y que ha perdido un poco la cordura. Otro ataque de los prejuicios. Pero no, es una convicción que se evidencia en cada uno de sus versos. Es la firma tácita en los recitales que ofrece gratis a los peatones. No es necesario que coloque su nombre al final de la hoja de papel.

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Los diletantes en el tema dicen que no hay ningún problema al reconocer —y decir— cuándo la poesía es mala. Así, aparentemente, el prospecto de artista no sufre en el futuro ante la falta de éxito. Un poco cruel quizás, pero ¿efectivo? Humberto no se negará a compartir su trabajo y hasta le regalará algunos poemas. Es más, el “poeta de Chacao” es tan pícaro que muchas veces se ha ganado un problema con algunas muchachas por piropearlas a punta de versos.

No hay color rosa

¿Qué es lo peor que has vivido en las calles? Un pregunta difícil. En este momento se va a saludar a algunos conocidos que caminan cerca. Todos lo conocen, todos tienen que ver con él. “¡Epa loco, ¿cómo estás?”, “Poeta, recítame”. Como el chisme corre más rápido que la pólvora. Algunos de los comerciantes se enteran de la entrevista y no dudan en soltar la lengua ante pequeños detallitos sobre Humberto.  “Él ha tenido problemas con la Policía Nacional muchas veces; porque se pone a dormir frente a los bancos o en las entradas de algunos edificios. Humberto no molesta mientras no esté borracho. Cuando toma se pone impertinente”, comenta la dueña de un kiosco cercano donde siempre pernocta. Otros dos comerciantes confirman que la personalidad de Humberto cambia considerablemente cuando toma, y uno de ellos se atrevió a comentar que su historia parte desde la ruptura de una familia gracias a un matrimonio fallido y el abandono de los hijos. Un trasfondo que bordea el lugar común y, de confirmarse, representa un número más de la estadística.

Pero lo importante es que su vena artística está intacta. En sus cuadernos hay poemas de 1999. Fecha que representa el inicio de su periplo por las calles —una de las pocas cosas confirmadas por él. En sus referencias literarias figuran Andrés Eloy Blanco, Neruda y Rimbaud. Libros que conseguía en la Biblioteca Nacional de la avenida Panteón. Antes que le prohibieran la entrada. “Dicen que me voy a robar los tomos”, cuenta al mismo tiempo que pide como ayuda que le regalen libros.

Muchos han tratado de sacarlo de la calle. Organizaciones y ayudas privadas. Pero él decide volver a su banco en la avenida Francisco de Miranda. No hay poema que lo saque de ahí.

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