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Mineros del Guaire: oro es oro, así esté sucio

Buscar oro en las aguas contaminadas del río Guaire no es una cosa reciente. Hace décadas hay quienes hurgan el lecho gris en procura de alguna prenda perdida. Lo nuevo es que ahora son más. Al menos tres centenas se cuentan en Caño Amarillo, el punto más popular entre los muchos que hay a lo largo del cauce. Ni las enfermedades que puede causar pasar horas en esa cloaca, nunca saneada, los detienen

FOTOGRAFÍAS: DANIEL HERNÁNDEZ
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Nada turba a Ángel. Permanece de cuclillas; minutos, quizás horas. Está concentrado. Escarba. Aprieta el cepillo de una escoba con la mano derecha. Lo utiliza para remover la masa negra de sedimentos. Abre la montaña de escombros como si fuese un niño haciendo figuras en la arena. Pero no es arena lo que tiene entre las manos: son despojos, heces, suciedad. Tampoco se halla frente al mar, el caudal que pasa a su lado es el del Guaire, una cloaca de 72 kilómetros de longitud que, ahora resulta, puede contener tesoros.

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A unos pocos metros, más compañeros hurgan las entrañas del río. Es un oficio solitario. Como máximo se acomodan en parejas. Todos usan shorts hasta las rodillas y algunos andan sin franela. Entre la liga del pantalón y su cuerpo acomodan un envase vacío de agua o refresco. ¿Para qué? “Allí metemos lo que encontramos”, responde un niño de 15 años, que hace tres busca oro y plata en el torrente.

“¡Café, cigarros!”, el voceo del vendedor es lo único que hace que Ángel alce la mirada, instruye a un compañero para que le compre un cigarro y, por fin, se levanta. Lleva su nombre tatuado en el brazo. Tiembla por el frío caraqueño de febrero y por la ropa que permanece húmeda después de la zambullida.

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Describe lo que hace sin mayores aspavientos. Al contrario, su parquedad raya en la desconfianza. No es nuevo en el oficio. Es el único de esta raza de garimpeiros urbanos que accede a hablar: “Empecé cuando estaba en primer grado –a los siete años–. Me trajo un tío. Dejé el colegio porque uno lo que quiere es tener real. Y es mejor hacer esto que estar robando. Qué gano yo quitándole una cartera a una gente. Así lo único que haría sería quitarle el pan de la boca a una familia”.

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Guairecita44Es de la Cota 905. Se levanta todos los días a las 4:00 am, a las 5:00 am sale de su casa y a las 6:00 am ya está en Caño Amarillo listo para la faena. Tiene 18 años de edad. Vive en la casa paterna con sus hermanos y su mujer, que tiene 4 meses de embarazo. “Llego, y de una vez para adentro del río”.

Una vez en el agua, comienza a sacar los escombros. Los acuna entre ambas manos y les echa una primera mirada. Luego arroja todo en un tobo; cuando ha acumulado lo suficiente sale del caudal y una vez en la orilla comienza a rastrillar la pila con el cepillo de escoba. A simple vista resaltan decenas de monedas. Encontrar oro y plata requiere un poco más de esfuerzo. Lo primero que aparece son pedacitos de cadenas. “Si sacas algo bueno te vas temprano. Lo que se consigue se vende en Capitolio. Al día se pueden hacer 100.000 o 200.000 bolívares”.

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Ángel es modesto. En Capitolio –el 22 de febrero– los vendedores informales de oro compran el gramo del metal de 18 quilates hasta en 15 millones de bolívares si el pago se hace por transferencia, un poco menos si el vendedor necesita efectivo. “Si es oro diez, son 5,5 millones. Por el de 18 estamos pagando 11 millones”. El rango de precios varía. Otro pregonero del oro ofrece 10 millones por transferencia y 9 millones en efectivo.

–¿Y le compran a los mineros de Caño Amarillo?

–Mientras sea oro todo se compra. Oro es oro, así esté sucio.

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Hace años

Buscar metales preciosos dentro del río que atraviesa a Caracas de oeste a este y la separa de norte a sur no es cosa nueva. Diomedes Ledezma tiene una casa en la ladera del río. Ha vivido en Caño Amarillo por más de 40 años: “Eso tiene años, más de 15. Lo que pasa es que antes uno veía a tres o cuatro personas y ahora son más, hasta mujeres. Lo que hacen es sacar puras prendas viejas”. Ángel dice que “sin exagerar” allí trabajan alrededor de 300 mineros del Guaire.

Este no es el único punto en el que se encuentran. Los garimpeiros se han dejado ver en Antímano –cerca de la pasarela de la Universidad Católica Andrés Bello–; en Quinta Crespo; por San Martín –más allá del Puente Ayacucho–; en Las Mercedes y Bello Monte. También en la California Sur y por El Llanito. Además de en las quebradas de Lídice y Manicomio.

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En Plaza Venezuela, detrás del Estadio Universitario, apenas hay dos. Tan concentrados en lo suyo que no prestan atención a nada más. Allí el cauce es más ancho y la corriente luce más fuerte. No importa. Uno de los hombres hunde incluso la cabeza en su afán de despegar los sedimentos del fondo del río, ayudado solo con un palo. Todo lo que saca lo ubica encima de un saco en una especie de piedra que tiene en frente. No viste más que un short y con las manos separa la mugre de la mugre.

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Guirecita22Por El Llanito hay unos 15 hombres metidos en el río. Están en grupos de tres y de cuatro. Richard, que vive de lunes a viernes en el margen de la autopista Francisco Fajardo, los observa mientras prepara algo de comer dentro de una lata. “Ahora son más. No me meto a buscar porque hay demasiada gente. Espero la tarde y me ubico un poco más arriba. Ya movieron el agua, así que aprovecho lo que ellos reciclaron”. Richard aparenta ser un hombre al final de sus 30, pero asegura tener 27. Curiosea en el Guaire desde los 12 años.

Recuerda con precisión por qué comenzó: “Una vez me encontré una prenda en el río. Una esclava de oro de 12,5, y en aquella época me pagaron 170 bolívares. Eso era un dineral. Hoy en día ya no. Yo le pido a Dios que me vuelva a mandar una prenda como esa, que me permita montar un negocio. Tengo nueve hermanos pequeños, hay dos que están en Brasil. No le puedo dar la espalda a la pure”.

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Explica que sacar oro del Guaire es un trabajo “muy sencillo”, que consiste en “excavar con las manos”. Y las enseña. La piel está curtida por el oficio, pero eso no evita que tenga cortadas en los dedos y las palmas. “Es por los vidrios”, justifica, pero ni piensa en utilizar guantes: “Se necesita el tacto para sentir las prendas”.

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No les importa

Más allá de los cortes, las horas dentro del agua contaminada tienen consecuencias. José Félix Oletta, ex ministro de Sanidad, las enumera: “Desde cólera, que es una enfermedad infecciosa muy severa. También podrían sufrir leptospirosis. Están todos los agentes gram negativos del tubo digestivo. Podrían tener salmonella, escherichia coli. Además hay virus de transmisión oral fecal como hepatitis A, más parásitos protozoarios; todas las enfermedades de transmisión hídrica”.

Sin embargo, tanto Ángel como Richard desestiman cualquier advertencia. El primero dice: “Eso está en la sangre, nunca me he enfermado”. Es tal su convicción que entra al agua con un raspón en el pie que ni siquiera ha hecho costra. Richard es más osado: “Esa agua cura cualquier cosa. Un convive tenía dos llagas en el torso, fue al hospital y nada. Las tuvo como tres meses y al final el agua del Guaire fue lo único que se las secó”.

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Guairecita11Oletta enfatiza: “No adquieren inmunidad natural. Pueden desarrollar alguna de esas enfermedades varias veces, además de ser portadores y afectar a otros”. El Guaire no deja de ser una letrina, pese a aquella promesa del 18 de agosto de 2005, cuando el expresidente Hugo Chávez hizo un ofrecimiento sorprendente. “El año que viene los invito a todos y a ti, Daniel Ortega —presidente de Nicaragua desde 2007—, te invito a que nos bañemos en el Guaire el año que viene…”. Los 83,6 millones de dólares que desembolsó el Banco Interamericano de Desarrollo hasta julio de 2016 –de 300 millones de dólares aprobados– no hicieron ni coquito sobre el agua del río.

No les importa. Ángel seguirá haciendo lo que hace, con la única precaución de que en su casa su ropa se lava aparte. Pese a que además ha visto a más de un compañero morir no de alguna enfermedad sino arrastrado por una crecida. Richard solo se queja de que “esa agua es muy fría”.

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