Opinión

Una Francia dividida por el fanatismo

Por Naiky Florent, desde París.- "Un grupo de jóvenes de Les Mordacs atacaron un bus. Golpearon al conductor y agredieron a los pasajeros", informó un policía cuando una dama le preguntó por qué el servicio de transporte había sido interrumpido aquella noche reciente.

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Cientos de casos de agresión como estos se conocen al año en Francia. Ubicada a las afueras del sureste de París, Les Mordacs es una cité, un barrio, es decir, una zona de edificios en bloques de numerosos pisos y apartamentos pequeños, principalmente subvencionados por el Estado.

Las personas que residen en este tipo de quartier «sensible» son principalmente franceses de origen africano y árabe, muchos de ellos musulmanes. Esta comunidad, así como la de los inmigrantes, enfrenta muchos problemas de integración en la sociedad francesa.

Se trata de familias numerosas (generalmente debido a la poligamia que practican los musulmanes en Francia pese a que la ley lo prohíbe) que sobreviven gracias a las ayudas sociales estatales. En esta comunidad los índices de desempleo son muy altos y los jóvenes, estigmatizados, rechazados. A manera de rebelión, algunos han optado por refugiarse en la religión de sus padres, el islam, y,  en algunas ocasiones, vestirse con las típicas abayas para hombres o, en el caso de las mujeres, de llevar el velo islámico o la burka.

Es su manera de expresarse, de desafiar a la autoridad, a las leyes de un Estado laico. Están al margen de la sociedad. Cuando hay controles de identificación en el metro o en lugares públicos, los jóvenes de origen árabe o africano son los primeros en ser detenidos.

Cuando terminan la secundaria, muchas veces se rehúsan a recibir ayuda de los servicios sociales para realizar una formación de tipo técnico superior o en una universidad. Excluidos del sistema por propia voluntad, estos jóvenes pierden la fe en Francia, en ese lema de liberté, égalité, fraternité y algunos han encontrado en el islam radical una respuesta, un refugio, una manera de vengarse de esta sociedad a la que pertenecen por nacimiento, pero de la cual no se sienten parte.

Es el caso de Chérif y Saïd Kouachi, los responsables del ataque al semanario Charlie Hebdo. « Allahu akbar » («vengaremos al profeta»), gritaron luego de matar a doce personas, entre ellos, al director del periódico, varios caricaturistas y periodistas, dos policías y un señor de limpieza que estaba por azar en el lugar.

Los franceses musulmanes no radicales son también víctimas de estos « integristas », « islamistas radicales » o « yijadistas ». Constatan el crecimiento del radicalismo y del yihadismo en Francia y de cómo este fenómeno social les afecta.

La victoria del partido de ultraderecha Front National en las elecciones municipales y sus nuevos escaños en la Asamblea Nacional son prueba de ello.

«Estamos cansados. Es muy complicado vivir en Europa, y ahora que ellos comienzan a realizar estos actos de odio, todo se complica aún más para nosotros», dice una mujer musulmana con su velo islámico.

Muchos fantasmas se han vencido. En las calles abundan las parejas interraciales e interculturales. Jeannette Bougrab, la compañera sentimental de Stéphane Charbonnier, director del diario Charlie Hebdo asesinado en el ataque, es de hecho de origen argelino. Sin embargo, desde este 7 de enero 2015 las cosas podrían cambiar, la división social podría afianzarse. «Estamos en guerra», ya se escucha decir.

Naiky Florent es periodista franco venezolana. Trabaja en medios franceses.

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