Opinión

Un pene es un pene, una vagina es una vagina, pero ¿qué es ser mujer?

¿Por qué un ala del feminismo se enfrenta al activismo por los derechos trans y no binarios? La respuesta tiene que ver con el concepto de ser mujer y puede derivar en asuntos espinosos. Acá va una explicación sin tomar partido

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Soy feminista desde los dieciséis años o un poco más. Así que, a mis cuarenta recién cumplidos, lo he sido por más de la mitad de mi vida. Por eso conozco bien la forma como el movimiento se expresa. También las dificultades que suele tener para hacerse entender como pensamiento político. Así que dedico esfuerzos para encontrar una forma sencilla de explicar a las personas que no pertenecen a él, cuál es concepto general que engloba. Lo sé: el feminismo es una rareza. Es una idea que nació para analizar, desde el discurso académico, la desigualdad entre géneros. Un punto debatible desde que Adán y Eva pelearon por la mítica manzana. Y además, es algo que suele traer controversia, incomodidad e incluso, insultos. 

He invertido buena parte de mi vida adulta en el intento de hacer más comprensible la opinión política de las mujeres. En especial cuando sus particularidades son complejas, como la que toco aquí: la grieta entre un ala del feminismo y la comunidad transgénero. Poca gente parece entender muy bien el tema  -o los temas- que sostiene esa polémica. Me refiero, claro, alguien más allá de los activistas y los interesados en la promoción de derechos específicos. 

Pero quiero aclarar: este no es un texto con mi opinión acerca del particular. No refleja qué pienso al respecto, solo es informativo, con datos consultados con cuidado en fuentes diversas. No se inclina hacia ningún punto de la discusión. Es un texto, además, que casi evité escribir porque sé que a pesar de esta aclaratoria me llevaré una buena cantidad de improperios. Habrá quien considere que ofendo, señalo o puntualizo puntos polémicos y que contravienen su moral o creencias. Que omito verdades, que no veo evidencia clara. No es así. Solo me dedicaré, de la mejor manera que pueda, a profundizar el motivo por el cual el feminismo está dividido actualmente (¿solo, actualmente?, se preguntará el hipotético lector) en un tema crítico: el sexo biológico. 

¿Has escuchado alguna vez la palabra “Terfa” sin entender qué significa? ¿Por qué la comunidad transgénero reclama derechos en medio de un debate cada vez más complicado? Este texto intentará dejarte claro lo que ocurre. Lo que hagas con esa información será tu responsabilidad. Lo que quieras pensar acerca de cualquiera de esos puntos será tu opinión, no la mía. 

La definición de la mujer y la ley 

La primera vez que buena parte del mundo escuchó el término TERF y mucho más como un epíteto insultante, fue luego de que se acusara a la escritora JK Rowling de serlo. El escándalo se convirtió en algo mayúsculo cuando la calificaron de transfóbica.

Todo comenzó en el 2020, con una diatriba en Twitter. La autora criticó públicamente el uso del término “personas menstruantes” en el sitio Devex. Un artículo de la web analizaba las condiciones sanitarias en el ámbito femenino y usó un término neutro para definir la globalidad de varios aspectos de salud que incluyen tanto a mujeres biológicas como a una parte de la comunidad transgénero.

Sí, personas menstruantes y no menstruantes. Es la frase que abre un nuevo límite sobre el género y la identidad sexual. Sé que sorprende, pero por favor, vamos a aclarar a qué se refería el artículo antes de que me digan lo equivocado que es pensar algo semejante. El punto es una salvedad que abre un compás semántico de considerable envergadura. Hay seres humanos que pueden menstruar sin ser mujeres: hombres transgénero que también necesitan ser protegidos por un ámbito legal, y personas no binarias — que no se identifican con ningún género — que también atraviesan el mismo proceso biológico. El caso es que “personas menstruantes y no menstruantes” explora un escenario mucho más complicado que la definición binaria de hombre y mujer. 

Rowling de inmediato respondió en su cuenta oficial de Twitter: “Estoy segura de que solía haber una palabra para esas personas”, tuiteó: “Alguien que me ayude. ¿Mumberes? ¿Miperes? ¿Mumudes?”.

Cuando fue criticada por activistas de la comunidad transgénero por sus comentarios, Rowling escribió entonces un hilo para profundizar en su punto de vista. “Si el sexo no es real, no hay atracción del mismo sexo”, detalló: “Si el sexo no es real, la realidad vivida por mujeres globalmente es borrada”. Cuando las críticas devinieron en escándalo, la autora dejó clara su postura: “No es odio decir la verdad”.

Pero, ¿cuál es “la verdad” a la que se refiere Rowling y por qué eso la convierte en una TERF? Se trata de una discusión que divide al feminismo, pero no es en absoluto reciente. De hecho, las grandes preguntas acerca de género, identidad y orientación sexual forman parte de la idea de cómo se percibe lo femenino en la actualidad. 

Mientras un grupo del movimiento feminista considera que ser mujer es un hecho biológico concluyente, otro está convencido de que todo ser humano merece la autodeterminación corporal. En otras palabras, definir sin presiones u obligaciones históricas cómo desea ser percibido o comprendido por quienes le rodean.

Puede parecer un asunto esencialmente académico, pero en realidad tiene un peso considerable al momento de analizar a la mujer como sujeto histórico y cultural. También en la forma en que se profundiza sobre los derechos de la comunidad transgénero y cómo deben ser exigidos. Ambas posturas contrapuestas han causado un cisma considerable en el movimiento feminista.

Pero, al final, ¿qué es TERF o TERFA? 

TERF son las siglas de Trans-Exclusionary Radical Feminist, que se traduce al español como “Feminista Radical Trans-Excluyente”. Es un punto de vista acerca de las mujeres y la expresión de la identidad del cuerpo y el género que tuvo relevancia durante las décadas de 1970 y 1980. Para esta ala del feminismo la mujer es un conjunto de cualidades y elementos biológicos. También consideraban que la sociedad debía ser para y en pro de las mujeres, una evolución de la idea del anonimato histórico. 

Según el libro “Feminism” (2003) de Jennifer Saul, esta versión del feminismo profundizaba en la idea del hecho femenino total, que excluía por completo a los hombres. Lo que expresaba una sociedad establecida bajo términos que promocionaran a la mujer en específico, sin ningún tipo de participación masculina. En palabras de la autora, para la época, la vertiente no era considerada radical porque todo el movimiento feminista lo era  -lo es, aún- de una manera u otra.

Desde esa óptica de las mujeres como centro y único interés del feminismo, comenzaron a organizar eventos y debates sobre el tema. En tales espacios las mujeres transgénero estaban por completo excluidas. ¿El motivo? El argumento de que antes o después fueron hombres y no habían sufrido las mismas opresiones que las mujeres biológicas. 

Según Saul, la ruptura entre esta perspectiva del feminismo y la comunidad transgénero tuvo su origen justamente en esa exploración sobre el género. Las feministas que aceptaban a las mujeres transgénero como mujeres en todos los aspectos posibles, se distanciaron de las que no. El apelativo “trans-excluyente” dejaba claro cuáles eran los límites de las respectivas investigaciones y demandas, entre otros.

Ahora bien, el término TERF es autoría de la escritora y activista Viv Smythe. Según sus palabras “(El acrónimo TERF) estaba destinado a ser una descripción deliberada y técnicamente neutral de un grupo de activistas. Queríamos una forma de distinguir las TERF de otras RadFems (feminismo radical) con las que interactuamos que eran trans *positivas/neutrales*, porque teníamos varios años de historia de involucrarnos productivamente/sustancialmente con RadFems no TERF.” .

La idea era dejar claro cuáles feministas aceptaban a las mujeres transgénero dentro del movimiento y las que no. Solo que ahora se convirtió en algo más duro y en una manera de denotar una forma de transfobia. 

Un debate cada vez más complejo 

Como feminista, me eduqué entre académicas que propugnaban entre ambos puntos de vista e incluso mezclaban las dos ideas a la vez, por lo que aprendí que la línea que dividía el planteamiento de un extremo a otro era la concepción sobre el hecho de ser mujer. Para algunas activistas lo femenino no es solamente un apelativo a la autodeterminación de tu cuerpo y cómo deseas entenderlo, sino todo lo que abarca el concepto desde lo biológico. Para otras, se trata de una idea relacionada con hasta qué punto la mujer está vinculada con el deber ser social y cultural, las presiones y obligaciones sociales. 

No obstante, el gran cisma entre ideologías de la opinión política de la mujer nació de una pregunta esencial: ¿Qué es el sexo biológico? ¿Hay uno? Para usted que lee este artículo, la pregunta puede parecer sorprendente e incluso sin asidero. ¡Claro que hay un sexo biológico!, dirá. Todos tenemos una vagina y un pene. Lo que sea que ocurra después -o la decisión que tomemos sobre nuestro cuerpo- deberá partir de esa conclusión en apariencia obvia. 

Pero nada es tan sencillo en el debate sobre la mujer. En especial porque el sexo biológico podría también ser una interpretación social a una parte del cuerpo humano. Ya sé, voy muy rápido. Me refiero a que lo que usted cree es natural e inapelable, es solo un concepto acuñado y perfeccionado con el transcurrir del tiempo. Ya va, estará pensando justo ahora: un pene es un pene, una vagina, es una vagina. ¿Cuál es la discusión ahí? 

¿Qué pasaría si yo le dijera que lo que le cuelga entre las piernas es solo un trozo de carne? ¿O que el triángulo de labios, vulva, vagina es solo partes de un conjunto de órganos? ¿Que ni uno ni otro le confiere atributos más allá de la ropa interior que llevará?

Siendo así, lo que usted piensa sobre su pene o su vagina es la información cultural codificada que se ha transmitido por generaciones, siglos enteros. Un pene equivale a ser un hombre. Una vagina y un útero, a ser una mujer. Y juntos procrean a un ser humano. Todo ese ciclo tiene una función biológica definida que, después, se manifiesta como un escenario cultural más elaborado. Pero todo parte de lo que usted tenga  -o no-  entre las piernas. 

¿Qué ocurriría si pudiera prescindir del toda esa concepción? Si un pene fuera un apéndice y un útero solo un órgano más. Si pudiera decidir, sin temor o mucha menos presión, qué es lo que desea ser, cómo ser percibido, analizado o comprendido. Eso, a pesar de ese órgano que supuestamente debería definirle.

Poco a poco, el feminismo trató de unificar todos esos puntos de vista en diversos escenarios, arenas y connotaciones. En particular, a medida que se torna más complicado analizar los géneros, su expresión, identidad y lugar en el mundo. Es evidente que la concepción sobre lo que es la mujer cambia con las épocas y nuevos aprendizajes biológicos, neurológicos, sociales y psicológicos. La comunidad transgénero lucha por ser reconocida como lo que es: mujeres y hombres que no obedecen a un imperativo de siglos sobre cómo interpretar el dominio del cuerpo. Una percepción que intenta encontrar un lugar propio en medio de los diversos cambios de los estudios de la mujer.

Por otro lado, el feminismo radical o crítico parte de la idea de que el hecho de ser mujer comienza por definir el cuerpo. Lo que permite que la ley y toda teoría relacionada con su historicidad se sostenga en un hecho claro: una mujer puede menstruar, tiene tetas, una vagina y un útero. Puede ser madre, también necesita ser protegida en todos sus derechos sexuales y físicos. Pero para que eso suceda, el concepto debe empezar por algún punto concreto y el sexo biológico lo es. 

De modo que el feminismo radical defiende al sexo biológico como algo inmutable. La comunidad queer y el activismo transgénero argumentan que los valores codificados que brindamos a partes del cuerpo humano pueden cambiar y que, de hecho, deberían cambiar por completo. Por tanto, las mujeres transgéneros se autodefinen como mujeres.

En la intersección de ambos puntos de vista está el centro de un debate cada vez más encarnizado. Desde legislaciones que necesitan incluir a mujeres y hombres transgéneros  -de allí frases como “personas menstruantes” - hasta las grandes preguntas sobre quién o qué define al sexo, la identidad sexual y la expresión de género. Que, por cierto, son tres cosas distintas. 

¿Por qué el enfrentamiento entre el feminismo radical y el movimiento queer? 

Esta es una pregunta cuya respuesta se hace más complicada a medida que el debate abarca diferentes lugares del pensamiento filosófico que sostiene al feminismo. De no existir el sexo biológico, ¿quiere decir que el término mujer desaparece? Según movimientos radicales del feminismo, la mujer ha sido históricamente oprimida por la naturaleza de su cuerpo. Pero si el ser mujer es solo una abstracción, ¿esa lucha desaparece? Es lo que preocupa a las feministas radicales trans excluyentes: el supuesto riesgo de “borrar” a las mujeres de la historia y el ámbito legal. Si cada quien puede definir su sexo, ¿eso conduce a que las leyes que históricamente han protegido a las mujeres sean inválidas o pierdan sentido? No es tan sencillo, por supuesto, pero es un concepto que se contrapone sobre la visión que se tiene sobre una mujer transgénero. 

¿Puede comprender una mujer transgénero la experiencia de una biológica? Respetadas feministas como Chimamanda Ngozi Adichie, se han preguntado cómo lograr que alguien que no vivió como mujer cada día de su vida pueda entender lo femenino. Lo cual, por supuesto, tiene una respuesta en la mirada de la comunidad queer. ¿Alguna feminista radical o crítica comprende en realidad la experiencia de una mujer transgénero, que según ese punto de vista no pertenece a ningún lugar? No es un hombre  -porque ella misma jamás se consideró así - pero tampoco una mujer porque cierta rama del feminismo apela a la biología. 

De modo que otra gran pregunta es, ¿cuál es el lugar que puede incluir todos estos puntos de vista? Es la otra discusión complicada que se lleva a cabo en la actualidad.

Ser mujer

Para las feministas críticas del género, ser mujer es un asunto que abarca el cuerpo como terreno de lucha. Para la comunidad y el activismo transgénero, abarca lo intelectual y la capacidad de cada individuo para definirse –y a su cuerpo- como lo considere necesario. 

Al final, ambas ideas atraviesan un terreno claro: ser mujer no es solo un lugar en la sociedad y la cultura, es un sustento poderoso sobre la capacidad de ser y ser definido. ¿Cuál es esa definición y en qué se basa? Supongo que justo ahí está el punto central de todo este enfrentamiento público cada vez más complicado. 

Por ahora, son alrededor de quince países los que permiten que una persona pueda identificarse legalmente como no binario o que incluyen un tercer género en su reconocimiento legal.

Alemania, Argentina, Austria, Australia, Canadá, Colombia, Dinamarca, Islandia, Irlanda, Malta, Países Bajos, Nueva Zelanda, Pakistán, India y Nepal asumen que el género es un constructo social y, por tanto, puede ser escogido. Pero para el resto del mundo la cuestión continúa debatiéndose en medio de conservadurismo, política, poca o ninguna información y al final, miedo.

¿Qué es ser mujer en nuestra época? Es la durísima pregunta que se intenta responder, sin lograrlo. Tal vez sea porque la respuesta es complicada y depende de tantos estratos distintos, que no hay una única o absoluta.

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