Llegó de su Austria natal a los 17 años y estimulado por “el clima, las morenas, el tambor, el eterno verano y la humanidad relajada e improvisada del venezolano”, dejó de ser el melómano fanático del jazz que era, para estudiar música y convertirse en el gran maestro de nuevas generaciones
En la avenida Francisco Solano López de Sabana Grande, intersección con la calle Negrín, vivió durante muchos años Gerry Weil, el músico fallecido el pasado sábado 16 de noviembre. Su apartamento del edificio Davolca, a unos pasos del populoso bulevar que atraviesa la zona, era también su sala de ensayos y el lugar donde enseñaba a jóvenes músicos emergentes. Era un hombre comunicativo y afable, que saludaba con efusión a los transeúntes que lo reconocían o entablaba conversación con los habitantes y comerciantes del lugar que conocía.
Siempre ataviado con las bermudas que formaban parte de su vestuario como un sello personal, la de Gerry Weil era una presencia constante en el sector y sus criollísimas expresiones, como “chamo”, “vaina” y “vale”, entre otras, pronunciadas con el acento de su país de origen, que nunca perdió, siempre causaban gracia.
Fue una de las primeras personas que conocí cuando me mudé a la avenida Solano López hace ya 16 años (el edificio del conjunto residencial en el que habito queda exactamente frente a donde vivía Gerry). Nunca dejó de hablarme con entusiasmo de su faceta de profesor de música, a la cual se arraigó en sus más recientes años (“porque los toques no me dan mucho para vivir”) y no se cansaba elogiar el talento de sus jóvenes alumnos, tanto a los que impartía clases en su casa, como en los que las tomaban a distancia vía Zoom, una modalidad que le permitía compartir sus saberes, en tiempo real, con discípulos de otros países.
Cada vez que tenía alguna presentación no dejaba en hacérmelo saber. Una de ellas lo entusiasmó muy especialmente, tanto que me invitó a uno de los ensayos en su casa. Se trataba de El concierto de jazz del año, que se celebraría el 23 de febrero de 2019, en el Centro Cultural BOD (hoy Centro Cultural de Arte Moderno), una iniciativa del colega periodista y melómano Gregorio Montiel Cupello, donde tocaría, nada más y nada menos que con el saxofonista Víctor Cuica y el percusionista Nené Quintero, así como con el bajista Carlos Sanoja, uno de los músicos con el que más solía trabajar.
Todos tocarían por primera vez juntos, de allí que Montiel Cupello le pondría el aludido título al concierto, que no hace falta decir que se realizó ante una nutrida y devota audiencia.
Durante las largas horas de ensayo en el apartamento de Gerry, y tratándose de un espectáculo titulado El concierto de jazz del año, no cabía otra cosa que entrevistar a sus protagonistas y se me ocurrió que me hablaran sobre lo que hasta entonces había sido la trayectoria de cada uno de ellos. Por razones de espacio de El Universal, donde publiqué el reportaje, tuve que resumir su contenido y ahora, motivado a la desaparición del Gerry, reproduzco en su totalidad su muy elocuente testimonio, que abarcó, en líneas generales, desde su llegada a Venezuela hasta ese día preparatorio del histórico concierto en su apartamento de Sabana Grande, de donde se mudó ya hace algún tiempo a casa de su hijo.
Toda una vida en Venezuela
“Me vine a Venezuela en 1957, procedente de Austria, mi país natal. Tenía 17 años de edad. Mi mamá vivía aquí con su segundo marido y yo, que había sido criado por mi abuela, tuve que venirme, porque era un chamo y ella no podía ya encargarse de mí en la difícil Austria de la posguerra. Y también por conveniencia demi parte, lo confieso, para no hacer el servicio militar. Viajé en un barco de emigrantes que partió de Génova, se dirigió a las islas Canarias y luego arribó a La Guaira.
“Me vine a Venezuela en 1957, procedente de Austria, mi país natal. Tenía 17 años de edad. Mi mamá vivía aquí con su segundo marido y yo, que había sido criado por mi abuela, tuve que venirme, porque era un chamo y ella no podía ya encargarse de mí en la difícil Austria de la posguerra»
Cuando llegué me gustaron el clima, las morenas, el tambor, el eterno verano y la humanidad relajada e improvisada del venezolano. Detrás de todo hubo una profunda conexión musical. Me volví eventualmente venezolano y estoy muy orgulloso de eso.
Desde niño fui fanático del jazz, que conocí por las tropas americanas que nos liberaron de la dictadura de Adolfo Hitler. También me gustaba la música clásica. Aquí tuve buenos profesores y desarrollé una técnica pianística. Creo que la música implica fervor, disciplina y excelencia. Cuando llegué no era músico todavía, sino fanático melómano. Yo me hice músico en Venezuela. He estudiado muchos años, tuve buenos profesores de música clásica. Estuve en el Conservatorio Italiano de Música de Corrado Galzio, pero generalmente eran profesores privados.
En cuanto al jazz, me fui formando de manera autodidacta. En el Mon Petit, un pequeño local que quedaba en el edificio del cine Altamira, ya derrumbado, tocaba jazz en los años 60, pero lo dejé porque tuve el síndrome de Guillain-Barré, una extraña enfermedad que afecta los nervios y las articulaciones. Se me paralizaron manos y pies, pero me fui a Mérida y me recuperé. Estudié piano por segunda vez y me volví cinturón negro en karate. Mi primer concierto de jazz fue en el Centro Venezolano Americano, cuando quedaba en el edificio Easo, en Chacao. También he tocado en todos los Ateneos de Venezuela.
Mi vida como músico ha sido estudiar, aplicar los conocimientos adquiridos, difundir, enseñar a otros músicos y aprender más. No he parado ni pienso parar. He hecho toda una vida aquí. Me casé con una oriental, tengo dos hijos y uno de ellos me ha dado dos nietos. He tenido contacto con muchos géneros musicales, de Brasil, de África, me he metido a fondo en lo latino y mucho más a fondo en lo venezolano, que tiene ritmos muy particulares, que no existen en ninguna otra parte del planeta.
Aunque el jazz se aprende en la calle, recibí clases de algunos músicos que han fallecido, uno es Rubén Castro, un pianista uruguayo; y Eduardo Cabrera, pianista cubano residente aquí que me enseñó el “tumbao” latino. Así me fui formando. Me leí bastantes libros de ese género y escuchaba mucha y buena música de jazz. Y así me fui cultivando, hasta que en un momento de mi vida, por razones de salud, decidí que no seguiría en mi trabajo nocturno como músico, por lo que resolví dedicarme a la enseñanza.
He tocado en el extranjero, aunque no tanto como quisiera. Mi última gira internacional fue muy bella porque estuve en Madrid, donde toqué en el Café Berlín, luego visité Viena, donde nací, y me presenté en el Barrio Andino, un local muy bonito con unas pequeñas salas de concierto y luego volví a Madrid a tocar en el Bogui, un club de jazz muy renombrado. En 50 años no había ido a Viena y mi experiencia allí resultó maravillosa.
He tenido contacto con muchos géneros musicales, esto es típico en los músicos de jazz; somos como pulpos, tenemos conexiones múltiples. Yo he tenido conexión con Brasil, he compuesto un choro y tocado mucha bossa nova. En mis conciertos suelo tocar Wave, una canción maravillosa de Tom Jobim.
Venezuela me permitió conocer una infinita gama de opciones musicales, como el golpe tuyero y tuve la inspiración para componer uno; he tenido contacto con los tambores de la costa, he compuesto piezas donde uso el quitiplás y todo tipo de tambores de aquí. Y en la habitual compañía de percusionistas como Nené Quintero desde hace más de 40 años, pues hemos tocado muchas veces juntos: nos juntamos un rato, él coge por un camino y yo por otro, volvemos a encontrarnos y así. O con Mandingo, quien también es de la misma familia, del mismo barrio. Luego toqué con Orlando Poleo, que ahora es el rey de la conga en París. Con todos he aprendido. Y ellos han aprendido de mí.
«Venezuela me permitió conocer una infinita gama de opciones musicales, como el golpe tuyero y tuve la inspiración para componer uno; he tenido contacto con los tambores de la costa, he compuesto piezas donde uso el quitiplás y todo tipo de tambores de aquí. Y en la habitual compañía de percusionistas como Nené Quintero desde hace más de 40 años, pues hemos tocado muchas veces juntos»
Me gustaría volver a tocar en Austria. Y dar clases, aprovechando la tecnología, vía Skype, como lo estoy haciendo ahora. Tengo un alumno en Madrid, otro en Madison, Wisconsin, Estados Unidos y otro en Panamá. Y vienen más. Este sistema funciona muy bien.
Volveré a Madrid este año, me quieren en Italia y se están haciendo contactos para ir a Londres y París. Pablo Gil y Adolfo Herrera me están esperando en Miami. Y en México me esperan Freddy Adrián y Simón Hernández. Por ahí se están cocinando varias cosas. Para mí la vida es ahora y aquí.
En 2007 me dieron el Premio Nacional de Música y me han apoyado, no como yo hubiese querido, pero lo que me han dado lo agradeceré siempre. En realidad yo tuve que trabajar y estoy haciéndolo todos los días. Yo vivo de mi trabajo en la enseñanza, la pedagogía. Porque de los toques no se puede. Empecé hace 50 años en la enseñanza y he formado a tres generaciones. También recibí un Doctorado Honoris Causa de la ULA, que agradezco mucho”.
11 Datos para conocer a Gerry
Su verdadero nombre era Gerhard Weilheim y nació en Viena el 11 de agosto de 1939.
Creó La Banda de Gerry Weil (1970) y La Banda Municipal (1972), que mezclaba música tradicional venezolana con ritmos contemporáneos.
Entre otros destacados músicos, fueron sus alumnos el cantautor Ilan Chester, los pianistas Prisca Dávila, Otmaro Ruiz y Silvano Monasterios, y los flautistas Huáscar Barradas y Pedro Eustache.
Produjo discos para María Rivas, Desorden Público y Caramelos de Cianuro. También trabajó con Negus Nagast, One Chot y Apache, entre otros.
Entre su discografía de 17 álbumes destacanEl quinteto de jazz(1969)Autana/Magic Mountain(1989),Navijazz(2006),Sabana Grande(2020) yGerry Weil Sinfónico(2021), con la Orquesta Simón Bolívar y nominado al Latin Grammy.
Su último disco fue Gerry Plays Bach (2023).
En 2007 le dieron el Premio Nacional de Música.
En el álbum Irrepetible (2023), del baterista y percusionista venezolano Adolfo Herrera, aparece el tema Exilio, una exploración sobre la diáspora y el proceso migratorio visto desde los ojos de un venezolano a punto de emigrar (Adolfo), junto a dos de sus mentores, que son, a su vez, inmigrantes procedentes de Argentina (el periodista Raul Lotitto, creador del texto) y Austria (Gerry Weil, al piano) y que hicieron vida en Venezuela.
Presentó durante 16 ediciones el espectáculo navideño Navijazz.
En 2009 recibió la orden al mérito de la República de Austria.
“Tu legado es eterno, infinito y universal. Amaste a Venezuela como nadie y cumpliste tu promesa de devolverle con gratitud infinita a esta tierra bendita, formando a miles de los mejores músicos de Venezuela que brillan en el mundo entero”. (Lo escribió su hijo, Gerhard, al anunciar su muerte en Instagram).
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