Ciudad

Reconstruyen una porción mínima de la Torre de David

El desalojo de la Torre de David, el coloso de concreto que recuerda una crisis de la que aún Venezuela no sale, terminó en mayo de 2015. Pasaron los años y no fue sino hasta finales de 2017 cuando el Gobierno emprendió la renovación de un pedacito de edificio, sin que medie información sobre cuál será su destino oficial ni hacer nada todavía por mejorar su entorno

PORTADA: FELIPE ROTJES | FOTOGRAFÍAS EN EL TEXTO: FELIPE ROTJES Y JOSKAR ARMAS
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Un microondas destartalado quedó atravesado en el pasillo. Unos pisos más arriba un televisor estropeado también bloquea el paso. En otro de los niveles un colchón cubierto de polvo recuerda a los intrusos que allí vivió gente. La Torre de David permanece tanto o más abandonada que entre 1994 y 2007 –cuando se detuvo su construcción y hasta que la invadieron. Los 45 pisos de la torre A, la más alta del Centro Financiero Confinanzas, como debió llamarse, están vedados y siguen iguales tras su desalojo. El movimiento sucede en la torre B, de 19 pisos. En unos pocos metros cuadrados de ese coloso de concreto, el gobierno, finalmente, construye “algo”.

Han transcurrido cuatro años, seis meses y tres días desde el 22 de julio de 2014, cuando comenzó el desalojo la invasión. Las nuevas oficinas se ubican donde antes se hallaba la iglesia cristiana; pero no están recuperando por completo la torre B –en donde originalmente habría un hotel– sino dos o tres pisos de ese inmueble. Pusieron algunas barandas, mejoraron la iluminación y remodelaron la plaza central. También instalaron un par de portones completamente blancos, que todavía huelen a pintura fresca.

La obra progresa junto a las ruinas de la torre más alta. Para esa parece no haber planes. El paso que los comunica fue restringido por una reja. Nadie camina por allí. El agua se empoza en el área que solía ser una cancha de juegos. El silencio agobia. La soledad da miedo.

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“Un muchacho que trabaja allí me dijo que eso va a ser un ministerio, pero no me dijo de qué”, rumora un hombre que trabaja cerca. “Eso es para los chinos”, suelta un mototaxista. “Es algo para la policía”, dice sin mucha convicción uno de los trabajadores de la obra. Otra información extraoficial sugiere que será sede de la Corporación de Comercio y Suministro Socialista (Comersso). “Es un centro de entrenamiento para los bomberos y Protección Civil; y el centro de atención del 911”, asegura Félix Jaimes, uno de los libreros que trabaja bajo el elevado de San Bernardino.

Su versión se acomoda más a la otorgada por Ernesto Villegas el 27 de mayo de 2015; fue él quien coordinó el desalojo de la torre cuando hacía las veces de ministro para la Transformación de Caracas y dirigía la Oficina Presidencial de Planes y Proyectos Especiales (Opppe). También preparaba su candidatura a diputado.

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La mudanza –u Operación Zamora– demoró diez meses. La noche en que salieron sus últimos habitantes, Villegas ofreció la instalación de un centro de coordinación para la atención de emergencias del Distrito Capital, con participación de la Guardia Nacional, Bomberos de Distrito Capital, Protección Civil y la Corporación de Servicios de la entidad. Dos días después, el presidente Nicolás Maduro fue más ambicioso; además de la torre destinada para la seguridad, ofreció otra para la cultura, las artes, la actuación y el cine; y otra área «para la educación y la formación a todo nivel». Al punto que llegó a sugerir el traslado de núcleos de universidades públicas a una de las torres.

El complejo da para eso y más. Lo componen seis edificaciones: en principio iba a tener un atrio comercial, la torre A de 190 metros de altura, con un helipuerto en la cima, la torre B de apartotel, los edificios K y Z y un estacionamiento de 14 niveles con rampas.

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Qué sucede en la torre más alta

Bloques estrujados. Restos de vidrio. Oscuridad. La penitencia de este proyecto faraónico es permanecer inacabado. Hay vidrios rotos por todos lados. Vigas dobladas. Precipicios. Y lo poco que dejó la Operación Zamora en pie.

La fachada de la mole que da hacia la avenida Andrés Bello de nuevo se reconfiguró. Primero fue de acero y cristal, materiales que no sobrevivieron al saqueo de su primer abandono. Luego tuvo paredes de bloque rojizo improvisadas por los invasores que llegaron en octubre de 2007. Desde afuera solo se ven los restos. Muros cuarteados, descuartizados. Nadie limpió el amasijo de escombros, que se propaga mucho más arriba del piso 28, el más alto de los que estuvo habitado. Mucho menos le han dado algún uso.

Cada nivel desocupado implicaba demoler las no tan precarias estructuras. No hay rastro de las bodegas, talleres de costura, barberías o peluquerías. Quedan algunos muros decorados con motivos infantiles. Y en las áreas comunes de algunos niveles todavía están colgadas las carteleras, con los datos bancarios de la Cooperativa Casique (sic) de Venezuela; los coordinadores del lugar, responsables de cobrar el “condominio” con el que funcionaban las cuadrillas de mantenimiento, servicios generales, seguridad y sistema de bombeo de agua. 121.741 metros cuadrados de organización comunal.

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Ivis Medina fue una de las primeras en llegar, y de las últimas en irse. Vivió en la torre desde octubre de 2007 hasta mayo de 2015. Cada vez que le pasa por el frente se le agua el guarapo. Le da tristeza. Si dependiera de ella, quisiera volver a tener su apartamento en Confinanzas. De las 1.285 familias reubicadas –que en total sumaban 4.585 personas– fue de las pocas que logró que le adjudicaran una vivienda en Caracas, en Montalbán III; la gran mayoría fue enviada a la periferia. “Allá era céntrico, mi apartamento era grande, lo construí a mi gusto –ventajas de pionera– y tenía mi taller de costura. Aquí estoy en un sitio más pequeño”. Ivis no sufría por el agua porque vivía en la planta baja, tampoco tenía que subir más de 20 pisos de escalera. Su casa era en la torre B, donde ahora construye el gobierno. Ella tampoco no sabe qué están erigiendo.

A la torre ocho del urbanismo Guillermo García Ponce mudaron a más de 90 familias de Confinanzas, así que allá replican muchas de las normas de convivencia aprendidas durante los años que duró la toma. Pagan condominio y mantienen el mismo “régimen”.

Guadalupe Medina vivía en el piso 9. Él sí padecía la falta de agua y de luz. Antes residía en Petare. “Llegué como todo el mundo: empujado por la invasión”, suelta. “La vida allá era dura, peligrosa. Nos alegramos porque salimos”. Su opinión es que la Torre de David debería convertirse en un centro comercial, en el que deberían considerar los emprendimientos de quienes coexistieron allí por siete años.

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Sin visión de ciudad

“La primera etapa del Plan de Mejoras del Entorno Urbano fue aprobada por el presidente Nicolás Maduro por un monto de 100 millones de bolívares”. El 23 de agosto de 2015, Juan Carlos Dugarte, para ese entonces jefe de Gobierno del Distrito Capital, anunció que “adecuarían” el entorno de la Torre de David. «Se está planteando hacer un bulevar que pase por esas dos edificaciones –en alusión al Sambil de La Candelaria–. Va haber espacios para la recreación, culturales, se estudia colocar una sede de Telesur, sedes policiales, hoteles. Va a tener usos múltiples, será un espacio para el encuentro, la cultura y recreación», prometió.

Nada de eso se hizo. Dos años después, las obras se realizan del portón de Confinanzas hacia adentro.

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“Pensar en que renuevan una mínima porción de una infraestructura de esa escala expresa la visión limitada que tiene el gobierno en todos sus niveles. Es una mirada cortoplacista y sesgada de un problema mucho mayor. No hay una visión a largo plazo, y eso es una tragedia”, advierte Leopoldo Provenzali, el primer secretario de Planificación Urbana que tuvo la Alcaldía Metropolitana. Para el arquitecto Marco Negrón lo que se está haciendo “no tiene ni pies ni cabezas. Es descabellado. O rescatas todo o no rescatas nada”.

Difiere María Isabel Peña, exdirectora del Instituto de Urbanismo de la Universidad Centrar de Venezuela, para quien sí es valioso que finalmente se emprenda la recuperación del inmueble. Su sugerencia, más bien, apunta hacia el uso que se le dará. “Es difícil convertir algo cuyos recuerdos son tan penosos. Esa tipología de arquitectura sirve para algo rentable, que le permita al Estado tener una entrada de dinero y recuperar los costos que invierte el país. Si este era un edificio destinado a ser oficinas y hotel por qué no devolverle esta connotación”. E invita a restaurar también las Torres de El Silencio.

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Sin embargo, Provenzali y Negrón insisten en que el problema no es la torre, sino la ciudad. “No se trata de un edificio aislado. Eso solo demuestra una visión desenfocada. Hay un odio contra la ciudad. Quieren destruirla. Este gobierno no ha construido ni un solo edificio que valga la pena. No se puede discutir aisladamente”, subraya Negrón. No hacerlo implicaría una oportunidad perdida, en opinión de Provenzali: “Se trata de pensar en grande. De no hacerlo, la visión limitada de un funcionario se impone sobre las necesidades de la ciudad. Ven el mundo desde su proyecto político, lo que origina una contradicción enorme entre el desafío y la respuesta institucional”. El reto es inmenso y la respuesta pigmea.

Sus proporciones monumentales, que la hacen el tercer edificio más alto de Venezuela –por detrás de las torres de Parque Central– no permiten ocultar su presencia. El debate sobre su uso no desfallece. Mientras, todavía se lee en las paredes: “Adiós torre, gracias por ser nuestro hogar”.

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