Crónica

Generación Z, hijos de la tecnología y la inseguridad

Hijos de las redes sociales, la Generación Z criolla –los nacidos entre 1994 y 2009- vive limitada por la inseguridad, la economía precaria y la escasez de alimentos. Cualquier comparativa con sus pares de otras fronteras los deja perdiendo, y con envidia. Para los chamos hiperconectados, el mundo está al alcance salvo en Venezuela, donde el futuro es tan incierto como su destino al salir de casa

Composición fotográfica: Andrea Tosta
Publicidad

Ni trompos ni perinolas. Los jóvenes y adolescentes que conforman la llamada Generación Z han nacido con el desarrollo de la World Wide Web, crecido prácticamente con un teléfono inteligente en la mano, y disfrutando de juegos como Pokémon Go y de aplicaciones como Snapchat. Como creativos, adaptables, con claras inclinaciones a tecnología y las redes sociales los califica el informe Generación Z: el último salto generacional de la Universidad de Deusto, en España. En Venezuela, los nacidos entre 1994 y 2009 que conforman la última letra del actual abecedario generacional se adaptan a situaciones más complejas que no conseguir un Wi-Fi abierto.

Desde la inseguridad hasta la escasez de alimentos y medicinas, las penurias nacionales han moldeado a quienes recién salen del nido, sin posibilidades de dejarlo del todo. Ennio Pinza tiene 17 años y está por graduarse del bachillerato. Aunque está en el ápice de su juventud, restringe sus espacios de recreación al máximo para evitar verse cara a cara con el hampa. Tiene una detallada lista mental de las previsiones que debe tomar al salir de su casa en Prados del Este: no manejar sino hasta las 7 de la noche, salir con grupos grandes de amigos, no sacar el celular cuando está manejando, evitar las vías estrechas y sin alumbrado público. Incluso, Pinza evita “caminar por la calle o lugares que son peligrosos que sé que me puede pasar algo y, si me toca manejar, no saco el teléfono ni nada. Es un problema porque a mí me gusta salir burda en la noche con mis amigos y se me hace súper complicado. La inseguridad es el mayor problema que hay”.

cita-GeneraciónZ-4

Los altos índices de delincuencia, en un país donde la tasa de homicidios llegó 90 por cada 100 mil habitantes según el Observatorio Venezolano de Violencia –la más alta del mundo-, signaron la rutina de la Generación Z, que nacieron con el celular bajo el brazo y ojos en la nuca. Pinza acumula un secuestro y tres robos a sus cortos 17 años. Luego de esas experiencias se adapta como sabe: andando bajo perfil, prácticamente sin salir del este de Caracas. Fabiana Poleo, un año mayor que él, no tiene esos miedos. Aunque la estudiante de biología de la Universidad Central de Venezuela (UCV) se ha quedado sin celular gracias al hampa armada y al hurto, sigue saliendo de Propatria, zona donde reside. Para evitar percances, se mueve en horarios que tiene pautados en su casa, aunque no deja de disfrutar fuera de sus fronteras residenciales. “No salgo a las horas que quiero, siempre dentro del marco de lo permitido, pero salgo. Llega un punto en que no le prestas tanta atención. Si la haces el centro de tu vida te consume. La idea es no hacerlo”, explica la joven.

De acuerdo con la psicóloga Yorelis Acosta, no existe un comportamiento típico. Sin embargo, la también profesora de Psicología de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) apunta que esta nueva generación “ha modificado todos los patrones de comportamiento, de salida, incluso los de estudio. Todavía están los que salen, los que se arriesgan, los que tienen esa fantasía de ‘a mí no me va a pasar nada’. Pero la misma crisis ha hecho que todos se recojan más temprano”.

Casi extranjeros

Además de moldear el comportamiento al afrontar la calle, conocer la ciudad es una tarea casi olvidada ante la noción de supervivencia. Benjamín Espinoza, estudiante de diseño de 19 años, no conoce a Caracas tanto como le gustaría. “Mis papás me cuentan que de noche siempre ha sido ambiente muy diferente, muy interesante, y no lo he podido gozar porque es muy arriesgado. No conozco bares o museos porque quedan en lugares muy botados”. La incapacidad para movilizarse libremente por la capital ha coartado sus chances de sentirse caraqueño. Es de los que sale a caminar temprano, va a reuniones en grupo y se queda hasta el amanecer para evitar ‘un quieto’. “Es un problema muy, muy grande que me afecta en cuestiones sociales. Tengo amigos que no los dejan salir por la inseguridad. No me gusta salir y pensar que puedo estar en riesgo de que me roben, o de que me maten…”.

cita-GeneraciónZ-3

Ana Cristina Rodríguez sale de sus cuatro paredes para sus cuatro calles conocidas. Acostumbrada a transitar por el municipio El Hatillo, zonas como Altamira y Bello Monte representan un riesgo potencial para la estudiante de ingeniería de producción de 20 años. Exponerse en zonas inexploradas para ella no encaja en su agenda. “La Boyera, chévere. La Tahona, chévere. Pero si tengo que ir más lejos me lo pienso. Lo máximo que he ido manejando ha sido Chacao o Las Mercedes”. Como digna hija de la Generación Z, usa el GPS en caso de perderse por Altamira, por ejemplo, donde necesita detalles específicos de la locación para poder llegar. “Los adolescentes de la crisis son jóvenes de grupos pequeños, muy preocupados, que se han construido cápsulas donde más o menos pueden encontrar diversión y allí se mueven”, explica la socióloga Acosta.

Privilegios perdidos

Comparativas etarias con sus padres evidencian lo sufrido, el confinamiento a causa de anomia a la que se acerca la ciudad capital, de las más peligrosas de Latinoamérica. La palabra tranquilidad es casi inexistente en el vocabulario de la Generación Z criolla. A Pinza se le escapa con recuerdos puntuales. “Por lo que me han contado, ellos salían y estaban tranquilos iban al colegio tranquilos, salían de noche, no había colas. Yo no he vivido eso”, explica desde su trinchera.

Espinoza también lo equipara a otras décadas: “Es diferente en el simple hecho de tener un trabajo y poder hacer algo significativo con lo que ganes de ello. En el ámbito social también, porque mis papas podían salir tarde y regresar a sus casas de forma normal, con el miedo presente, pero no de que los pudieran matar como ahora”. Algunos ya se dan cuenta de cómo sus padres, cuando tan solo eran un poco mayores que ellos, ya podían pensar en formar familia.

cita-GeneraciónZ-3

De malo a peor

Para muchos jóvenes, la normalidad se vino a pique desde el año pasado, con el hambre en la palestra pública y los insumos médicos cada vez más escasos. Lidiar con el desabastecimiento de productos regulados es un desgaste para Poleo, aunque no es la responsable de hacer el mercado en su casa. “Sí tenemos qué comer, pero tenemos que hacer malabares. Hemos tenido que cambiar nuestra rutina, adaptarnos al hecho de comer cosas que no estábamos acostumbrados o en cantidades limitadas”. Reconoce que su dieta ha cambiado, comiendo dos veces los fines de semana y sin prestarle atención a lo que ingiere en el desayuno.

Aunque Pinza no siente que ha sufrido los embates de la escasez de alimentos, salvo leves variaciones en su dieta rutinaria, está consciente de lo que le corresponde. “Uno debería poder ir a su cocina y decir quiero comer esto. Acá no puedes porque no se encuentra en el país. Nos ha pasado acá en la casa. Gracias a Dios no hemos tenido problemas con la comida, pero sí se nota la escasez y nos ha afectado”.

cita-GeneraciónZ-1

Un empleo acorde a su personalidad es de las preocupaciones de los jóvenes Z, de acuerdo con Generación Z: el último salto generacional. También “no tener oportunidades de crecimiento profesional y no alcanzar las metas que se marquen a lo largo de su carrera”. Para la generación nacida en la Venezuela del siglo XXI, en la república bolivariana, el hombre nuevo, una perspectiva laboral o académica a futuro, incluso a corto plazo, es incierta, nublosa. “La incertidumbre los ha acompañado siempre. Ya los agarró la crisis porque tenemos muchos años con este deterioro de país. Hay muchos jóvenes que cierran los ojos y no ven nada, que no pueden desarrollarse en el país”, explica Acosta.

Con una carrera por delante, a Rodríguez le gustaría verse graduada. Sin embargo, está consciente de las dificultades que enfrentará cuando afronte la “vida real”. “No voy a decir que es imposible, pero es muy difícil que por mérito propio de uno puedas comprarte un carro o una casa, sin ayuda económica de tus padres”. Pinza, sin rumbo claro, tiene en sus proyecciones emigrar, como los 606.344 venezolanos que han emigrado del país hasta junio de 2015, de acuerdo con el Departamento de Población de las Naciones Unidas y los más de millón y medio, según investigaciones del académico Tomás Paéz. “No es seguro que me vaya, pero ahorita no quiero estar aquí. Quisiera estudiar en Estados Unidos. No significa que no pueda volver. Yo podría trabajar aquí y sé que me iría bien acá”.

Publicidad
Publicidad